Hola a todos.
Hoy, después de estar mucho tiempo sin dar señales de vida en este blog, reaparezco para presentaros a un personaje de mi novela Me olvidé de olvidarte.
Se trata de Gillian, posiblemente, la mujer que Jane (esposa de Tyler O' Hara), más odia en el mundo.
Gillian es una mujer que trabaja como costurera para una conocida modista londinense. En ese aspecto, tiene suerte. Sus compañeras son buenas amigas y su dueña es comprensiva. Sin embargo, la vida de Gillian no ha sido nada fácil. Su madre era una antigua prostituta que luchó con ahínco para impedir que Gillian acabara como ella y lo consiguió. Con más de treinta años, Gillian todavía vive con ella. Su amante Joshua falleció en la cárcel tiempo atrás y su marido Benjamin también ha muerto. No tiene hijos y su madre desea que vuelva a casarse y que la haga abuela.
Gillian es una mujer de carácter tranquilo y sereno. Se podría decir que se ha resignado a la vida que lleva. No quiere más complicaciones de las que ya tuvo durante su romance con Joshua y su matrimonio con Benjamin, ambos muy amigos de las actividades delictivas. Lo único que quiere Gillian es vivir en paz, trabajar de manera honrada y evitar los líos Es una mujer honrada y trabajadora de carácter amable, aunque serio.
Si Gillian se gana el odio de Jane es porque el hombre con el que la madre de Gillian desea verla casada es con Robert, que es el hombre del que Jane está realmente enamorada.
He imaginado a Gillian con el rostro de Jodie Foster en su interpretación de Anna Leonowens en Anna y el Rey.
Hay una expresión serena en el rostro de este personajes, pero también veo determinación, como en el personaje de Gillian.
¿Qué os parece?
lunes, 29 de diciembre de 2014
domingo, 7 de diciembre de 2014
UNA MUJER RECUERDA
Hola a todos.
Después de algún tiempo sin dar señales de vida en este blog, se me ha ocurrido colgar aquí colgar un cuento que escribí hace algún tiempo.
Este cuento expone uno de los finales que quería poner a esta saga, a pesar de que la estaba escribiendo. Sin embargo, decidí prescindir de este final porque no me pareció del todo creíble (aunque, luego, podría retomarlo, ¡quién sabe!).
No obstante, lo he convertido en un relato corto que me gustaría compartir con vosotros.
Se titula Una mujer recuerda.
Deseo de corazón que os guste.
Está acabando un siglo. El siglo XIX...
Es ya un poco tarde. Debería de estar cenando en el refectorio. Pero no tengo hambre. Prefiero quedarme aquí. Y reflexionar un poco sobre ciertas cosas.
Después de algún tiempo sin dar señales de vida en este blog, se me ha ocurrido colgar aquí colgar un cuento que escribí hace algún tiempo.
Este cuento expone uno de los finales que quería poner a esta saga, a pesar de que la estaba escribiendo. Sin embargo, decidí prescindir de este final porque no me pareció del todo creíble (aunque, luego, podría retomarlo, ¡quién sabe!).
No obstante, lo he convertido en un relato corto que me gustaría compartir con vosotros.
Se titula Una mujer recuerda.
Deseo de corazón que os guste.
UNA MUJER RECUERDA
Es ya un poco tarde. Debería de estar cenando en el refectorio. Pero no tengo hambre. Prefiero quedarme aquí. Y reflexionar un poco sobre ciertas cosas.
Miro
con algo de desconfianza mi pluma estilográfica. Es un regalo de mi sobrino. Me
la envió desde mi pueblo natal, Streetman. En el Estado de Texas…No me
acostumbro a usarla.
Mi
sobrino no para de hablarme en sus cartas de los nuevos inventos.
¡Incluso
habla de una máquina de escribir!
Soy
muy vieja. No podría ver esas cosas que se llaman teclados.
Agito
la pluma. Parece un termómetro. A veces, me cuesta trabajo manejarla. No
escribe. Y mi mano tiembla con tanta violencia que podría acabar manchada de
tinta. Empiezo a escribir. ¿Sobre qué escribo? ¿Por qué quiero escribir? Sólo
sé que no quiero que nada se me borre de la mente. Ni quiero que me borren de
la faz de La Tierra. Nunca
he hecho algo por lo que se me recuerde. Sólo soy una persona anónima.
No
debería de buscar la aprobación de los demás. El capellán del convento dice que
eso es pecado. No debo de ser vanidosa. Pero el demonio me tienta de nuevo. Y
me dejo llevar.
Me
he pasado la vida dejándome llevar por todos.
Tengo
un papel delante de mí. Ya puedo plasmar lo que quiera en él. ¿Y qué es lo que
quiero contar?
No
me atrevo a contarlo todo. Empezaré poco a poco. Así, es más fácil llegar hasta
el final. Aunque se tarde mucho. No importa. Quiero pensar que aún me quedan
unos años más de vida.
No
puedo pedirle a Dios más de lo que Él me ha dado. Y me ha dado muchas cosas
buenas dentro de todas las desgracias que se han cebado sobre mí.
Soy
una mujer vieja. Hace muchos años que llegué a este convento. Repaso las cartas
que he recibido. Me doy cuenta de que no queda nada de la joven que llegó aquí
con el corazón destrozado. Fuera, la ciudad rezuma vida. Dentro, no siento ya
ganas de morirme. Hace mucho que morí. Llegué al convento con el corazón roto.
Y con el cuerpo enfermo. Y destrozado.
Aún
estoy enamorada de Jack. Pero…Él ya no está. Se fue. Está muerto.
Muerto…
Igual
que mis sueños de adolescente. Igual que yo. Pero aquí estoy. Sigo viva.
Quiero
pensar que algún día volveré a verle. Estaremos de nuevo juntos. Le besaré de
nuevo. Y él me besará.
¿Cuántos
años han pasado desde mi llegada al convento?
Casi
no me acuerdo. Creo que han pasado unos cuarenta años. Cuarenta años en los que
he envejecido. Pero pienso que ya llegué vieja aquí. Cuarenta años…
Cuarenta
años sin abrazar a Jack.
Cometí
un terrible pecado. Y mi pecado fue enamorarme de un hombre que ya tenía dueña.
Porque Jack estaba casado.
Leo
las cartas que recibo. Se me cansa la vista.
He
de usar gafas para leer. Las monjas más jóvenes hablan del nuevo siglo que está
a punto de empezar. El siglo XX…Todas desean que sea mucho mejor que el siglo
que está llegando a su fin. Me encierro en mi celda. No sé porqué hoy me ha
dado ganas de escribir. ¿Sobre qué quiero escribir? Quiero escribir sobre mi
vida. Pero también quiero escribir sobre la vida de mi familia. Sobre todo lo
que nos ha pasado.
Recibo
de manera periódica cartas de mis hermanos. Son felices. Quiero pensar que son
felices. Me alegro por ellos. Sé que uno de ellos, al menos, está al lado de la
mujer que ama. De ella…No olvido la relación que me une tanto a Freddie como a Estelle.
Están juntos. Tienen hijos. Y también tienen nietos.
Yo
no tengo ninguna de esas cosas. Ni nietos. Ni hijos.
Pero
he estado casada, aunque no sé dónde estará mi marido.
No
me importa haberle perdido la pista. No voy a negar que echo de menos a Jack,
porque él fue mi primer y único amor. Pero…Sé cuál es mi deber como mujer. Y sé
que jamás habría podido ser una buena esposa para Greg. Nuestro matrimonio fue
deteriorándose con el paso de los años. ¿Años? Fue menos. Pero se me hicieron
eternos. Insultos…Golpes…Infidelidades…Y no tendría que quejarme. Estelle es
afortunada. Freddie la adora. Y, además, no viven en Dublín. Viven lejos.
Cuando Freddie se marchó, se llevó consigo a su mujer.
Están
en casa.
Repaso
lo que acabo de escribir. Mi verdadero nombre es Dulce Olivia Sybil O’ Hara. Me
cambié de nombre hace muchos años. Hace cuarenta y cinco años. Me siento vieja.
Y también me siento cansada. Soy una mujer vieja. No puedo mirarme en un
espejo.
De
hacerlo, vería muchas cosas.
Las
arrugas surcan mi rostro. Mi pelo se ha teñido de canas.
Mis
pasos son ágiles. O intentan ser ágiles. Pero me duele mucho la espalda. Y me
canso cuando voy caminando por los corredores. Me duele, incluso, la mano
cuando escribo. No le haré caso a los dolores. Voy a escribir.
Pero
Olivia no está muerta, deseo pensar. Una parte de ella todavía vive. Leo lo que
he escrito. Antes, llevaba un diario. Todos llevaban un diario. Creo que toda
la gente que conozco escribe un diario. Estelle…Freddie…Mi tía…Mi madre… Mi
abuela…Alguna amiga…Alguna vecina…No conocí a mi abuela. Pero me han hablado de
ella. De mi abuela…De mi bisabuela…De mi tatarabuela…
En
mi diario aparezco tal y como soy. Como siempre he sido. Nunca he querido
cambiar. Ni puedo cambiar. O cómo era. Olivia vive. Soy consciente de ello.
Olivia vive. Está viva. Viva…En esta celda…
¿Por
dónde puedo empezar?
Debo
de empezar por el principio. ¿Y cuál es el principio? No tengo ni idea. Las
historias de nuestros antepasados forman parte de nosotros.
Una
decisión simple puede cambiar tu vida. Y la vida de tus descendientes. ¿Cuándo
empezó a moldearse mi vida? ¿Cuándo surgió la verdadera personalidad de Olivia
O’ Hara? ¿Fue cuando murió mi madre? ¿O fue mucho antes? Antes, incluso, de
nacer. Incluso…Antes de nacer mi madre.
Ahora,
no está la hermana Dulce Nombre de María. Ése es mi nombre en el convento.
Ahora, Olivia está aquí. Se dedica a escribir lo que le pasa. Lo que piensa. Lo
que siente. Me arranco el corazón y lo pongo encima del escritorio. Tengo que
ser sincera conmigo misma. Con todos…
Se
me nublan los ojos. No es por las cataratas, como dice el médico.
Es
por las lágrimas. Olivia ha sufrido mucho. Ha llorado mucho. Un día, se le
secaron las lágrimas. Dejó de llorar. No…Dejé de llorar. No podía llorar.
Trago
saliva. Suspiro. No vale la pena, me digo. No llores. Porque llorar es de
débiles. Y tú siempre has sido fuerte. No llores, Olivia.
Hace
años que no lloro. No puedo. No puedo llorar.
Ni
quiero llorar. No quiero que nadie piense lo que no soy. Lloré todas las veces
que Jack me besó. Pero lo hice por miedo. Por miedo a pecar. Porque me había
enamorado de un hombre casado. Y, que Dios me perdone, aún lo amo. No he vuelto
a ver a Jack desde que me marché. Pero él ha seguido pensando en mí. En todos
los besos que compartimos. En todo el amor que nos tuvimos. Me odio a mí misma.
Pequé con Jack. Y sé que volvería a hacerlo de tener ocasión.
¿Por
qué no dejo el convento?
Aún
estoy a tiempo.
Está
claro que no tengo vocación. Nunca la he tenido. Ingresé en la orden por
desesperación. Me quería morir. Había intentado quitarme la vida. No lo había
conseguido. Tenía miedo de mí misma. De lo que podía hacerme a mí misma.
Por
eso mismo, fui al convento. Estaba desesperada. Necesitaba ayuda.
Y
la encontré. La Madre Superiora
siempre ha sido muy buena conmigo. Ha sido como una madre para mí. Me ha
cuidado. Me ha aconsejado. Me ha orientado. Yo tenía catorce años cuando murió
mi madre. Y estuve demasiado apegada a mi padre. Pese a que éste no paraba de
decepcionarme. Como decepcionó a mi madre.
Porque
necesitaba protegerme de mí misma. Porque estaba asustada. Porque… Deseaba
morirme. Ahora, me siento segura.
Por
mi cabeza pasan imágenes. Son imágenes de mi pasado. De todo lo que he visto.
Imágenes de la gente que quiero. Que ahora son felices.
Es
el pasado. Aparece ante mí. Intento evitar esas imágenes. Pero no lo consigo.
Veo a Estelle y a Freddie. Les veo paseando por el jardín del convento. Les
oigo hablar. Van cogidos de la mano. Vuelven a ser jóvenes. Y los recuerdo así.
Jóvenes…
Te amo. Te necesito. Te deseo. Te anhelo.
Quédate conmigo. Quédate siempre conmigo.
Están
desnudos. Veo a Freddie con la cabeza apoyada en los pechos de Estelle. Ella le
habla. Le acuna. Le besa. Llena de besos el rostro de Freddie. Le acaricia el
pelo. Freddie le chupa los pechos.
El
mundo que conozco ha cambiado. No puedo verlo. Pero me han hablado de cosas que
me asustan.
Por
ejemplo, existen unos aparatos que permiten hablar con una persona en la
distancia aunque tú no la veas. Y hay unos chismes con motor que funcionan y
que hacen las veces de carruaje. ¡Eso es ridículo!, pienso. Las novicias dicen
que es verdad. Nunca lo he visto.
Nadie
viene a verme. Pero sí vienen de visita los familiares de otras monjas. Sé más
o menos cómo funciona el mundo. He hablado con ellos. Les hago preguntas.
Y
ellos me hablan. Me cuentan cosas en los locutorios.
Sé
lo que soy para ellos. Una vieja chocha…Pero hubo un tiempo en el que fui
joven. Y estaba llena de vida. Hubo un tiempo en el que amé y fui amada.
Pero
cometí muchos errores. Tuve miedo.
Y
dejé escapar el amor. No puedo viajar atrás en el tiempo. No puedo cambiar mi
pasado. Pero sí puedo recordarlo. Me quedan los recuerdos. Y es en ellos en los
que busco refugio. Consuelo…
Y
quiero plasmar mis recuerdos en un papel. Por lo menos, quiero dejar constancia
de mi paso por este mundo. No quedará nadie para que me recuerde.
Pero
alguien leerá estas líneas. Y dirá que, al menos, Dulce Olivia Sybil O’ Hara
vivió como pudo su vida.
FIN
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