miércoles, 30 de julio de 2014

UNA IDEA

Hola a todos.
Hoy, os dejo con una idea que se me ha ocurrido.        
Hacer que nuestra querida Olivia O' Hara vaya a un internado. Podría ser interesante verla interactuar con otras chicas de su edad. Distinta a ella, pero hijas de su tiempo.
De momento, es sólo una idea.
No sé cuándo subiré más trozos. Ni sé qué nombre recibirá.
Pero, aún así, espro que os guste.
    
               Habían transcurrido unos cuantos años. 
               Casi sin darse cuenta, Olivia había crecido. Había dejado atrás su desgarbada figura de niña. Iba camino de convertirse en toda una mujer. 
                 En el pasado, Olivia se había jurado así misma que no volvería a llorar nunca más. Ya había llorado hasta quedarse seca por dentro cuando murió su madre. Eso no volvería a pasar nunca más. Se lo había jurado así misma. 
                 Como también se había jurado así misma que nunca se enamoraría. Hizo aquel juramento un día que fue a visitar la tumba de su madre. 
-Madre, has sufrido mucho-le dijo-Padre nunca te quiso bien. ¡Pero a mí no me pasará eso! Porque yo nunca me enamoraré. Nunca sufriré por culpa de un hombre. 
               Tenían dos hijos mayores más, todos ellos varones. Pero, al cumplir cierta edad, decidieron marcharse del pueblo. San Ezequiel era un lugar demasiado pequeño para ellos. Casi no vivía allí gente. Era como vivir en un desierto. No lo soportaban.
            Olivia apenas sabía algo de sus hermanos desde entonces.
             Los vecinos, los pocos que había en San Ezequiel, opinaban que, a lo mejor, Olivia había nacido para cuidar a su padre en su vejez. Sus hermanos mayores se habían ido para no volver. Tan sólo quedaba ella en casa. Le tocaba a Olivia cuidarle. Ya no eran ningún jovencito. El padre de Olivia era bastante más mayor que su madre, unos diez o quince años. Empezaba a mostrarse más débil. Más achacoso…Había vivido mucho. Había vivido con demasiada intensidad. Y eso no era bueno. Solía decirlo siempre.
            Olivia tenía una ligera idea acerca de lo que era el matrimonio. Había sido testigo del matrimonio de sus padres. Y, a decir verdad, este matrimonio era un completo desastre.



                              Por ese motivo, no quería saber nada de los hombres. No quería enamorarse. No quería casarse. 

domingo, 27 de julio de 2014

FRAGMENTO DE "HISTORIA DE DOS HERMANAS"

Hola a todos.
Hoy, seguimos con otro fragmento de Historia de dos hermanas. 
Joseph Dashwood tiene dos hermanos mayores y una hermana menor. Los dos hermanos se llaman Colm y Niall y la hermana se llama Mairéad.
En la novela, cuento lo que les ocurre.
Este fragmento que toca, relato cómo Niall conoce a Rosalind y se ve obligado a casarse con ella.

                              La vida de lady Lambert se asemejaba a una de las novelas de aventuras y de amores que solía leer su hija Rosalind.
                              Había nacido como Marianne Chavanel en un chateux situado en las afueras de Marsella. Fue la primera de tres hermanos. Le siguieron un hermano, Jean, y una hermana, Alexandra.
                             Su padre era un miembro de la aristocracia francesa que se movía en la Corte. Su madre era una aristócrata inglesa. El estallido de la Revolución Francesa sorprendió a la familia en el chateux. Los padres de Marianne fueron apresados por una turba que se dirigió al chateux. Los llevaron a París donde fueron guillotinados. Una criada se ocupó de Alexandra. El mayordomo se ocupó de Jean. Y de Marianne se ocupó una criada. Lo último que Marianne supo de sus hermanos fue que habían logrado llegar a Inglaterra. A ella también la llevaron a Inglaterra.
                             Esperaban encontrar a la familia de su madre. La familia de su padre había sido toda guillotinada. El viaje supuso un verdadero martirio para Marianne. Pero Inglaterra supuso un martirio peor. Acabó en un orfanato. Y lejos de sus hermanos...
                             Por suerte, recibió una esmerada educación. Ello le sirvió para que la directora del orfanato le buscara un trabajo como institutriz en casa de una aristocrática familia de Bath. El cabeza de familia era el principal benefactor del orfanato. Era padre de dos niños de corta edad. La directora pensaba enviarla a una institutriz para callarle la boca. El hombre se quejaba de que habían muerto numerosos niños en el orfanato. La dureza de los castigos...La falta de higiene...El hambre...Marianne sobrevivió de milagro.
                             Sin embargo, las cosas fueron a peor. Los niños, una niña y un niño, no prestaban atención en clase. La niña pareció odiarla nada más verla. Y el niño era un niño mimado y repelente. Creía que todo el mundo debía de reírle las gracias. Marianne trató de ser amable con ellos. Trató de ser dura. Trató de ser de mil maneras. No consiguió nada. Para entonces, se había convertido en una hermosa joven de diecisiete años.
                            El señor de la casa, el padre de los niños, se fijó en ella.
                            Se dedicó a acosarla. Marianne no quería verse involucrada en un escándalo. De modo que lo rechazó en numerosas ocasiones.
                              Pero él insistió tanto en llevársela a la cama que, una noche, Marianne decidió abandonar la mansión en la que había estado trabajando. Durante los días siguientes, Marianne no supo qué hacer. Vivía en la calle. Robaba comida para sobrevivir. Y, una noche, fue asaltada por tres hombres que iban completamente borrachos que la violaron en grupo.
                             Un matrimonio de mediana edad la encontraron al día siguiente más muerta que viva. La cuidaron. La llevaron a su casa. Curaron sus heridas. Se llamaban Harry y Adele. Él había sido un actor en una compañía de teatro de segunda fila. Ella había sido la hija de una madame. No tenía un padre conocido. Harry y Adele siempre desearon tener un hijo. Pero los niños nunca llegaron.
                          Marianne se convirtió para ellos en la hija que nunca tuvieron. Al cabo de un mes, cuando la joven intentaba superar el horror vivido, descubrió que sus violadores le habían dejado con el recuerdo perdurable de lo ocurrido. Estaba esperando un hijo. Harry y Adele se volcaron en ella. La convencieron de que no abortara.
                       Se fueron a vivir a Coventry. Rosalind, la hija de Marianne, nació allí. Con la ayuda de Harry y de Adele, Marianne empezó a superar el horror de haber sido violada. Se volcó en el cuidado de su hija Rosalind. Con el paso del tiempo, su hija se convirtió en la mayor razón de su vida. Veía a Rosalind crecer sana y fuerte. Era una niña despierta e inteligente. Harry y Adele creían que era su nieta. Y la adoraban como tal.
                      Cuando Rosalind tenía ocho años, Marianne conoció al marqués de Lambert, un conocido libertino que se encontraba en Coventry. Estaba persiguiendo a una conocida cortesana a la que pensaba llevarse a la cama. Una tarde, el marqués acudió a visitar las ruinas de la vieja catedral. Harry, Adele, Marianne y Rosalind estaban allí. Querían enseñarle a la niña lo que había sido una vez la catedral de la ciudad.
                        El marqués quedó prendado de la bella Marianne nada más verla. Se olvidó por completo de la cortesana.
                         Y decidió convertirla en su amante. En un primer momento, Marianne se negó.
                         El marqués no se dio por rendido. Le pidió, finalmente, a Marianne que se casara con él. Ésta aceptó. El marqués, a cambio, adoptaría a Rosalind. La reconocería como hija suya. Le daría su apellido. Y, al crecer, le proporcionaría una dote para que pudiera casarse. El marqués sabía que Marianne era una mujer decente. Sólo había tenido mala suerte en la vida.
                          Decidió ayudarla a encontrar a su familia. Y lo consiguió. Finalmente, Marianne encontró a sus hermanos. Y encontró a una tía suya, hermana de su madre, que era viuda. Conoció a sus primos. Supo que todos la habían estado buscando durante aquel tiempo.
                        Sin embargo...El problema era Rosalind.
                        Marianne nunca pudo darle un hijo varón al marqués. El matrimonio se resintió.
                        Pasado algún tiempo, Marianne y Rosalind se fueron a vivir a Lisburn. Su abuela materna había vivido allí hasta su muerte. En su testamento, redactado antes de la aparición de Marianne, le legaba la casa a su nieta mayor. Estaba convencida de que Marianne estaba viva. Pero no pudo verla de nuevo.
                        La vida en Lisburn transcurría de manera tranquila. Marianne sabía que su familia no aceptaba a Rosalind. Sus orígenes le impedían tener una puesta de largo. Al llegar a la adolescencia, la joven supo la terrible manera en la que fue concebida. Fue un duro mazazo para ella. Harry y Adele se fueron a vivir también con Marianne y con Rosalind. Pero el matrimonio estaba algo mayor.
                        Un infarto acabó con la vida de Harry. Una neumonía fulminante se llevó a Adele. Marianne les lloró como a unos padres.
                         Cuando se quiso dar cuenta, Rosalind había crecido. Ya no era una niña. Tenía dieciocho años. Era una joven alta y esbelta. Su cabello era de color oscuro y largo. Y sus ojos eran hermosos y de color claro.
                         Fue en aquella época cuando Niall Dashwood apareció en su vida. Rosalind había estado muy sobreprotegida por su madre. Pero la familia de Marianne nunca asimiló la existencia de la joven. Sus tíos no llegaron a quererla como se debe de querer a una sobrina. Y el marqués apenas podía soportar su presencia en casa.
                          Niall estaba bañándose en el río Lagan completamente desnudo. Estaba viajando por toda Irlanda. No se sentía capaz de regresar a su casa después de la muerte de su hermano mayor, de Colm. Se había divertido demasiado durante el tiempo que estuvo viajando por Europa.
                          Rosalind le vio bañándose desnudo cuando salió a pasear ella sola por la orilla del río Lagan. Niall se percató de que la joven, lejos de mirarle con miedo, le miró con descaro. Ello le gustó.
                          Empezaron a verse a escondidas a orillas del río Lagan. Durante días, no pasó nada entre ellos. Se limitaban a hablar. Pero, una tarde, todo cambió.
                          Se encontraron a orillas del río, como siempre. Pero, aquella vez, Niall estaba completamente desnudo.
-Acabas de encontrarme secándome al Sol-le explicó a Rosalind-Me he estado bañando.
                           Niall no hizo ademán alguno de cubrirse con algo de ropa. Y Rosalind le miró con más descaro todavía si cabe. Su comportamiento encendió el deseo de Niall.
                           El joven despojó a Rosalind del vestido que llevaba puesto. Ella no se resistió. Niall llenó de besos el rostro de Rosalind. La besó muchas veces en el cuello. No podía dejar de besarla en los labios. Le murmuraba frases incoherentes en el oído. Llenó de besos cada centímetro de su piel. Y desfogó en ella todo el deseo que llevaba acumulado desde que llegó a Lisburn, semanas antes.
                           Pero, cuando terminó de desfogar su pasión con Rosalind, ocurrió algo inesperado. Marianne, alarmada por la tardanza de su hija, fue a buscarla. Y la encontró debajo del cuerpo de un completo desconocido. En un primer momento, Marianne tuvo la sensación de que aquel malnacido pretendía abusar de su hija. Pero, luego, se percató de que Rosalind se había entregado a él voluntariamente.
-¿Qué está pasando aquí?-bramó Marianne furiosa-¿Qué está haciendo usted con mi hija?
-Señora, le aseguro que no estaba haciendo nada malo-contestó Niall, apartándose de Rosalind-Estábamos divirtiéndonos. Nada más...
-Vístase.
-Señora...
-Voy a escribirle una carta a mi marido contándole lo ocurrido. Y usted se casará con mi hija. ¿He sido clara? Se casará con Rosalind, si no quiere que le mate.
-¡Madre, por Dios!-se escandalizó la aludida-No haga eso.
-Tú y yo hablaremos en casa.



                        Ya en casa, lady Marianne no pudo hablar con su hija. Sufrió un violento ataque de nervios.
                        Estuvo desmayada toda la tarde, a pesar de que su doncella no paraba de pasarle el frasco de sales aromáticas por debajo de la nariz.
                       Cuando volvió en sí, lady Marianne pasó todo el fin de semana llorando sin parar.
                       Hubo que guardar reposo durante una semana.
                       A pesar de que no se sentía con fuerzas, lady Marianne hizo llamar a su hija. Rosalind entró en la habitación de su madre sabiendo lo que ésta le iba a decir.
-¿Es que te has vuelto loca?-le espetó la marquesa de Lambert.
                      La mujer estaba espantada por lo que había hecho Rosalind. ¿Cómo se le ocurría entregarle su virginidad a un completo desconocido? Rosalind le dijo a su madre que hacía semanas que conocía a Niall Dashwood y que había coqueteado con él desde entonces.
                       Eso no le importó nada a lady Marianne. Le dijo a su hija que debía de casarse con él.
                       Rosalind se negó. No quería casarse con Niall sólo porque había perdido su virginidad con él. Prefería ingresar en un convento antes que casarse con un hombre al que no amaba y que, a su vez, tampoco la amaba.
-¡Haberlo pensado antes de haberte revolcado con él!-gritó lady Marianne fuera de sí.
                     Tras gritar esto último, la marquesa se desmayó.
-Por favor, señorita-intervino la doncella de lady Marianne-Hágale caso a su madre.
-¡Voy a ser una desgraciada el resto de mi vida!-protestó Rosalind.
-Es mejor ser una desgraciada que ser una perdida. Milady, su madre lo ha pasado muy mal en la vida. No quiere que a usted le pase lo mismo.
                     Rosalind sintió cómo la pena se apoderaba de ella al contemplar la figura desmayada de su madre. Supo que no tenía escapatoria.

sábado, 26 de julio de 2014

FRAGMENTO DE "HISTORIA DE DOS HERMANAS"

Hola a todos.
Aquí os traigo con un nuevo fragmento de mi novela Historia de dos hermanas. 
En esta ocasión, ¡nos vamos de boda!
Niall, el hermano de Joseph, se casa con lady Rosalind Lambert de una manera un tanto apresurada.

                                 La boda se celebró en la catedral de Lisburn.
                                 Por lo visto, el marqués había movido todos sus hilos para conseguir que su hijastra se casara en la catedral. Sin embargo, la marquesa prefería una boda privada. No podía quitarse de la cabeza el hecho de que Rosalind se casaba un tanto obligada después de haber perdido su virtud con Niall. Ninguno de los dos, en realidad, quería casarse.
                              Lord Lambert se vio obligado a acudir a la boda. En realidad, estaba contento porque Rosalind dejaba de estar en su vida.
                               Iba a casarse. Se quitaba ese peso de encima. La opinión de su padrastro le importaba un ardite a Rosalind. Lo único que le molestaba era su boda. No quería casarse con Niall.
-Sonría, milady-le pidió la doncella.
                               Ésta ayudó a Rosalind a vestirse. En un primer momento, quiso casarse con el vestido de novia de su madre.
                                Pero la marquesa se negó. Había sido muy desdichada en su matrimonio.
                                Rosalind estaba muy nerviosa. Temblaba mientras la doncella le recogía su cabello en un moño. Se miró en el espejo mientras la doncella le ponía el vestido de novia. Iba a casarse con un hombre al que casi no conocía.
                               Sólo se había dejado llevar por lo que sentía. Por el deseo...¿Tan malo era eso?
                                Lady Stella acudió a la boda de su hijo mediano. No entendía el porqué Niall seguía comportándose de un modo tan alocado.
                                 Entró en la catedral cogida del brazo de su hijo. Sabía que Niall estaba cometiendo un terrible error. No veía a su hijo tan enamorado de su futura esposa.
                                Deseó poder hablar con él a solas un rato. Pero Rosalind no tardaría mucho en llegar.
                                Tuvo un instante para mirar a su futura consuegra. Lady Marianne no le cayó muy bien que digamos. Había oído algunos rumores acerca de ella. Pero parecía mirar a lady Stella por encima del hombro. Se situaba en un plano superior a ella.
                                Niall sólo deseaba acabar de una vez por todas con todo aquéllo. Poder seguir adelante con su vida.
-Los viajes y las mujeres se han terminado para ti-le advirtió lady Stella cuando llegaron al Altar-Las juergas también se han acabado. Vas a convertirte en un hombre casado. Colm, por desgracia, ya no está. Eres tú el heredero de todo. Respeta a tu mujer. Y te ruego que me hagas abuela lo antes posible.
-Colm fue un inútil-escupió Niall-No supo embarazar a Serena. Además, tú ya tienes un nieto. Tienes a Víctor, mi sobrino. El hijo de Joseph...
-Dudo mucho que Joseph vaya a regresar algún día de Calcuta. Tienes que cumplir con tu deber, Niall. Dentro de un rato, saldrás de la catedral convertido en un hombre casado. Eres mi hijo mayor. Confío en ti. Tu futura esposa está a punto de llegar. Por favor...Respétala. Hónrala. Y trata de hacerla feliz.
-No sé qué pensar. Fue un error.
-Sientes algo por lady Rosalind. Por favor, respétala.
                          Rosalind entró en la catedral cogida del brazo de su padrastro.
                          Lady Stella permaneció de pie junto a su hijo durante el tiempo que duró la ceremonia.
                          Se fijó en que Rosalind no paraba de llorar. Tampoco ella quería casarse. Había tenido otros planes en mente.
                           Pero debía de cumplir con su deber. Niall debía de casarse con ella para restaurar su virtud perdida. Por suerte, no estaba embarazada. Lady Marianne se sintió aliviada al conocer la noticia.
                            La ceremonia no duró mucho. El sacerdote declaró a Niall y a Rosalind marido y mujer.
-Puedes besar a la novia-dijo.
                            Lady Stella suspiró con cansancio. Lo único que quería era poder conocer a sus nietos. Niall era un joven fuerte y robusto. Rosalind, por lo que sabía, gozaba de una excelente salud. Tenía diecinueve años. Los dos podían darle nietos sanos y hermosos.
                            Niall y Rosalind se besaron.
                           Más que besarse, parecía que se estaban haciendo daño. Niall oprimía con fuerza el cuerpo de Rosalind. Y la joven, más que besar a Niall, parecía que le estaba mordiendo los labios. Se separaron y se miraron casi con odio a los ojos. Rosalind se cogió del brazo de Niall para salir de la catedral.



                           Pocos invitados acudieron a la boda. A la salida de la catedral, Niall y Rosalind fueron recibidos con una lluvia de arroz. Alguien también les lanzó peladillas, para garantizar una descendencia inmediata. Lady Stella creía que Rosalind y Niall no tardarían ni un año en hacerla abuela. Abuela...Ya era abuela. Pero...¿Qué clase de abuela era si no conocía a su único nieto, a Víctor? Se le encogió el corazón al pensar en el pequeño.
-Hacen una bella pareja-le comentó la cuñada de lady Marianne, lady Nicole.
-Sólo espero que no sean muy desdichados-afirmó con tristeza lady Stella.
                            Sólo había acudido a la boda la familia de lady Marianne. No acudieron las amigas de Rosalind. Y, al parecer, la familia de lord Lambert hacía mucho que no se hablaba con él. Era todo muy triste. Una boda muy triste...
-Es normal sentirse triste cuando un hijo se casa, milady-le aseguró lady Nicole.

viernes, 25 de julio de 2014

FRAGMENTO DE "HISTORIA DE DOS HERMANAS"

Hola a todos.
Hoy, os traigo un nuevo fragmento de mi novela Historia de dos hermanas. 
Al principio de la novela, se relata cuando Sarah conoce a Sean en el internado donde la chica está estudiando junto con su hermana mayor, Brighid, y su mejor amiga, Alexandra.
También vemos cómo es un poco el matrimonio de Joseph con Selene, su primera esposa y madre de su hijo Víctor.
Y también se ven las circunstancias que convierten a Joseph en el heredero de la fortuna y bienes de su familia.
En el fragmento de hoy, vamos a ver cómo Sarah conoce a Sean.
Se trata de un fragmento más bien cortito. Pero espero que os guste.

                                   Sean se fijó en la joven hermosa que parecía estar aburriéndose en clase. Sarah estaba en clase de Matemáticas. Compartía pupitre con su mejor amiga, Alexandra.
                                  Para pasar el rato, Sarah se dedicó a hacer muecas. Alexandra se reía en voz baja. Pero la profesora de Matemáticas debió de sospechar algo. Porque lanzó una miranda un tanto furiosa a Sarah. La chica se vio obligada a disimular.
                                  Torció la cabeza en dirección hacia la ventana. Fue, en aquel preciso instante, cuando Sarah se fijó en el apuesto joven que estaba de rodillas arrancando las malas hierbas. No podía apartar la vista de él. Sarah pensó que aquel hombre estaba sacado de las novelas románticas que solía leer. Era un joven de pelo negro. Podía adivinar, a pesar de que estaba en el segundo piso de la Academia, que era alto. Pudo ver que tenía unos rasgos apuestos. Y aquellos ojos...
                                  Alexandra le dio un codazo.
-¡Deja ya de mirarle!-le espetó-Y presta atención. Tu hermana Brighid tiene razón. Te distraes con todo. ¡Y no dejas de mirar al jardinero con descaro! Eso no está bien.
-¿Sabes cómo se llama?-le preguntó Sarah en voz baja.
-Es sólo el jardinero. No deberías de fijarte en él.
-¡Pero es muy apuesto!
-Estamos en la Academia para aprender a comportarnos como señoritas el día de mañana. Y para casarnos con ricos caballeros. Tú tendrás mucha suerte porque eres muy bella, Sarah.
-Yo no quiero casarme con un rico caballero. Yo deseo salir de Irlanda. Viajar por todo el mundo.
-¿Y crees que enamorándote de un cualquiera sin dinero lo vas a conseguir?
-Eso no me importa. ¡En serio! Cuando me tome entre sus brazos, me olvidaré de todo.
-Vamos a centrarnos en la lección.
-¡Eres muy cascarrabias, Alex! No deberías de ser así.
                              Sarah volvió a mirar a Sean. La ventana de clase estaba cerrada, pero podía verle a través de los cristales. En aquel momento, sus miradas se cruzaron.
                             Sarah sintió cómo su corazón comenzaba a latir de manera acelerada.
                             Sean fue el primero en apartar la vista. No estaba interesado en perseguir a las alumnas de la Academia. Podía coquetear con ellas. Pero no podía seducirlas.
                              Y Sarah se moría de ganas por saber cómo sería besar en los labios a aquel apuesto joven.
                            La clase terminó. Sarah y Alexandra salieron del aula. Debían de dirigirse a la clase de Música. Alexandra no paraba de parlotear. En cambio, Sarah estaba como en una nube.
-Estás pensando en el jardinero-observó Alexandra.
-¿Qué estás diciendo?-se sonrojó Sarah-¡No digas tonterías!
-El jardinero es un hombre muy apuesto, pero tiene una fama terrible de seductor.
-¿Quién te lo ha dicho?
                          Sarah quería saber más cosas acerca de aquel joven. Alexandra se arrepintió de haber hablado. Sin embargo, no podía ocultarle nada a su amiga.
-Las profesoras hablan de él-se sinceró.
-Y tú las escuchas-apostilló Sarah.
-Más o menos...




jueves, 24 de julio de 2014

ESCENAS ELIMINADAS DE MI NOVELA "COMO UNA LETRA ESCALARTA"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros varias escenas eliminadas de mi novela Como una letra escarlata. 
Estas escenas no verán la luz cuando pueda publicar esta historia.
Empecé a escribirla hace algún tiempo. Eran, más bien, la fusión de dos cuentos que escribí hace la tira de tiempo (tengo una copia guardada de esos cuentos).
Estos dos cuentos verán la luz en este blog en los próximos días.
Pero la dejaba. Me pasaba meses sin tocarla y, después, volvía a la carga.
Finalmente, me he animado a terminarla y estoy en la fase de corrección.
Deseo que ve la luz en Amazon una vez que la haya terminado, pero me temo que eso tardará lo suyo porque en Amazon entro a ciegas porque no sé cómo funciona. Y, además, soy malísima con el diseño de portadas.
Muy pronto, daré más datos acerca de esta historia que transcurre en Guayaquil, en Ecuador, durante la década de 1830. Cuenta la historia de dos hermanas muy distintas entre sí, Mariana y Penélope.
Espero que estas escenas sean de vuestro agrado.

                            El tal El Cuervo fue a visitar a Mariana aprovechando que Alejandro no estaba en casa.
            Fueron al salón. El Cuervo tomó asiento en el sofá. Mariana le sirvió un generoso vaso con whisky. Ella bebió un largo trago de su vaso. El visitante se dio cuenta de que Mariana estaba muy nerviosa. La joven se sirvió otro vaso con whisky. Se sentó al lado de su amigo. Le agradecía su presencia en aquellos momentos. Estaba muy preocupada.
-¿Qué te ocurre, Mariana?-le preguntó El Cuervo a la joven.
-A ti no te puedo mentir-respondió ella-Tengo un problema. Se trata de Penélope.
-¿De Penélope? ¿Tu hermana? ¿Ese manantial de virtud que tanto aborreces?
-Penélope puede que no sea tan virtuosa como crees. Me temo que podría meterse en un lío terrible si yo no intervengo. No quiero que ella pase por lo mismo por lo que pasé yo.
-¿A qué te refieres?
-Mi hija vio el otro día a Penélope en compañía de un chico. Y vino corriendo a decírmelo. Vicky dice que Pe, como la llama, tiene novio. Yo le dije que eso era imposible. Pero Vicky insiste en lo que vio. Tiendo a creer a mi hija. Ella siempre me dice la verdad. Los demás…Suelen mentir y engañar a quienes confían en ellos. Lo sé por experiencia propia. Pero no quiero amargarte el día contándote mis penas.
-¿Has hablado de este tema con alguien?
-He hablado con Alex.
-¿Y qué dice?
-No se lo cree. Él conoce a Penélope. Sabe que jamás se liaría con alguien. No así…De sopetón…
-¿Cuándo vas a hablar tú con ella?
-No lo sé…
            Mariana se levantó del sofá en el que estaba sentada. Comenzó a pasearse de un lado a otro del salón.
-Tendrías que hablar del tema con Penélope-le sugirió El Cuervo.
            Mariana bebió un sorbo de su vaso de whisky.
            No podía hablar del tema con nadie. Ni siquiera con Alejandro. Y tampoco podía hablar de ello con El Cuervo. Penélope era su hermana. Lo que significaba que era su problema.
-¿Por qué no hablas con tus padres?-le sugirió El Cuervo.
-No me creerían-contestó Mariana-Ya conoces a mis padres. Ya sabes cómo son…Adoran a Penélope. Y me odian a mí. Penélope es un ángel. Y yo soy un demonio. Que su niña se haya liado con algún…Impresentable…Les rompería el corazón.
            Le tentaba la idea de vengarse de sus padres.
            Mariana sonrió con cierta malicia.
-Eres mala-sonrió, a su vez, El Cuervo-Finges que eres buena. Finges que te has reformado. Pero yo sé bien cómo eres. Y me gusta tu estilo. No cambies nunca, nena.
            Mariana borró la sonrisa de su rostro inmediatamente. Aborrecía a sus padres, sí. Pero su odio no se extendía hacia Penélope. Su hermana no merecía ser la víctima de su ira.
            Mariana se dijo que tenía que hacer algo para ayudar a Penélope.
-Estoy un poco cansada de ser una chica mala, El Cuervo-le confesó a su amigo.
            Volvió a sentarse a su lado. El Cuervo estaba medio enamorado de Mariana. Igual que todos los hombres de Guayaquil. Incluso habían compartido cama en alguna que otra ocasión. Pero eso fue antes de que Mariana conociese a Alejandro. Desde entonces, su marido era el eje de su vida. Pero no podía olvidarse de Victoria. Como tampoco podía olvidarse de Penélope. También formaban parte de su vida.
-¿Qué me aconsejas que haga?-le preguntó Mariana a El Cuervo.
-¿Tú qué harías?-le preguntó él a su vez.
-No lo sé. Nunca he pensado que Penélope. En fin…Ella…
-Tu hermana es un ser humano y también tiene sus necesidades, lo mismo que tú.
-¡Se supone que Penélope es la hermana buena y yo soy la hermana mala!
-Las cosas han cambiado.
-¿En qué sentido ha cambiado mi vida?
-En todos los aspectos. Para empezar, tienes una hija. Te has casado con una de las figuras más respetables. No sólo de todo Guayaquil. Sino también de todo el Ecuador. ¿Lo has pensado? Ahorita, tienes que portarte como lo que no eres. Una señora…Tienes que dar ejemplo ante tu hija y ante la sociedad en general.
-Pero…
-Y, luego, está Penélope. Tu hermana es una muchacha muy joven. Es muy bonita. Es lógico que los hombres se acerquen a ella atraídos por su belleza. La pretenden…La rondan…
            Mariana sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. De pronto, se sintió vieja y cansada.
            ¿Acaso no era eso ya? Era una mujer vieja y aburrida. Penélope estaba viviendo su momento de mayor esplendor.
-Nunca debí casarme-se lamentó Mariana-Nunca…Yo…Yo no estoy hecha para el matrimonio. Y tampoco estoy hecha para la maternidad. Victoria…Ella… Tengo la cabeza hecha un lío,  Cuervo. Lo siento. No sé ni lo que digo. No detesto a Penélope. Estaría mintiendo si te digo lo contrario. La quiero mucho. Es de las pocas decentes que tengo en la vida. La otra cosa decente que tengo es mi niñita.
-No te preocupes-sonrió el hombre-Es normal que estés un tanto preocupada por Penélope. Es tu hermana pequeña.
-Ya.
-A partir de ahora, vigílala. Procura que no se meta en líos. Ruego a Dios que no termine como tú.

                        Lo último que quería Mariana era ver el nombre de su hermana pequeña arrastrado por el fango.
            Mariana podía ser una mujer rebelde. Pero eso no era aplicable a Penélope. Mariana podía haberse acostado con todos los hombres de Ecuador. Pero Penélope debía de llegar virgen al altar. No veía a Mariana sufriendo los rigores de un embarazo o de un parto. Los ojos de Mariana, negros como la noche, brillaban cuando posaba la vista en Penélope. Su único apoyo en los malos momentos.
            Penélope no la abandonó cuando fue llevada al consultorio malherida.
-Mi niña…está bien…tiene que…estar bien…porque Vicky…-balbuceó Mariana.
-Está con una amiga tuya-le mintió Penélope-Salió ilesa del accidente.
            Alejandro quería pensar que todavía había esperanzas, que Mariana se recuperaría y que las cosas volverían a ser como era antes. Incluso tendrían más hijos. Jamás le preguntaría acerca de la identidad del padre de Victoria. No era asunto suyo. Sólo le preocupaba ella.
            La belleza exquisita de Mariana se mantenía intacta. Alejandro deseaba tocarla, pero no se atrevía.
            Estaba muerta.
            Muerta…
            Muerta…
            Aquella mujer que yacía en el ataúd era su esposa. Y nunca más volvería a abrir los ojos. Se había ido. Ido…
            Nunca más volvería a hablarle. Nunca más le dedicaría una de sus provocadoras sonrisas. Nunca más volvería a reír con él. No escucharía nunca más su risa.
            Tímidamente, acercó la mano hacia ella y le tocó el brazo con la punta de los dedos. Pensó que Mariana abriría sus ojos negros y aterciopelados y le miraría. Entonces, él le diría que pensaba huir con ella. Irían juntos a los confines del Universo y la ayudaría a superar la muerte de Victoria mientras fingía que acababan de conocerse y que Mariana se había mantenido virgen para él. Era una locura. ¡Una gran locura!
-Te has ido-susurró-No vas a volver. ¿Por qué, Mariana? ¿Por qué me has abandonado? Yo te quiero. Te quería. Mariana…Por favor…No me dejes.
            Mariana jamás volvería a caminar moviendo las caderas de forma provocativa. Pronto, no quedaría nada de ella. Sólo los huesos. Su piel sería devorada por los gusanos. Alejandro se estremeció de asco. El cabello negro de Mariana sería reducido a polvo. Igual que se consumirían sus hechiceros labios. Unos labios que Alejandro nunca más besaría.
-Yo era el que más quería a Mariana-afirmó El Cuervo-Era una diosa para mí.
            Alejandro se encaró con el que fue una vez amante de su esposa antes de conocerle.
-¿Y qué pasa con esa joven española a la que dejaste olvidada en Londres?-le espetó-Ella quería casarse contigo. He oído rumores. Quería abandonar a su prometido para irse contigo. Pero ella quería casarse antes. No quería ser sólo una de tus amantes.
-Nunca me importó esa mujer-se sinceró El Cuervo-Tu mujer no era una más. Debió de ser mía.
            El Cuervo era el tío de Victoria. Así era como lo llamaba la niña. Tito. Alejandro se consumía de celos cada vez que veía a El Cuervo cerca de Mariana. El muy canalla mantenía las distancias.
            Quería pensar que Mariana le pertenecía por completo. Quería pensar que Mariana estaba locamente enamorada de él. Pero siempre estuvo al tanto de la relación que hubo entre ellos. No fueron sólo amigos, sino que fueron amantes. Mariana le echaba de menos, pero sabía que Alejandro era muy celoso. Siempre estaba pensando lo peor de ella y eso no se lo podía perdonar. Desde antes de Navidad, no compartían cama por decisión de Mariana.
-Mariana debió de haberse casado conmigo-afirmó El Cuervo-Me quería. Jamás estuvo enamorada de ti, ricachón.
            Alejandro apretó con rabia los puños. Deseaba partirle la cara a aquel indeseable. Pero no quería liarse a puñetazos con un delincuente con el cadáver de Mariana todavía caliente. El Cuervo miraba a la joven con dolor. A su  manera, también había querido a Mariana. La seguía queriendo.
-Ella me amaba-replicó Alejandro-Pero su forma de amar era muy rara.
-Mariana nunca tuvo buen gusto a la hora de enamorarse-ironizó El Cuervo-Un tal Ulises se enamoró de ella. Quiso darle sus apellidos a los niños. No pudo hacerlo. Murió antes de llegar a pedir su mano en matrimonio. La conoció cuando aún estaba preñada. Pero, aún así, se enamoró de ella. Se fue de viaje. Y ya no más no regresó. Y…Antes…Estuvo aquel español. El tal Aquiles…Se largó.
-Primero murió Ulises. Luego, murió el niño. Se llamaba Juan. Lo sé. Conozco toda la historia. Mariana me la contó. Fue sincera en aquel aspecto conmigo.
            El Cuervo tenía los ojos llenos de lágrimas de dolor y de impotencia.
-No sé qué será de mí sin ella-se lamentó-No es ya para ti. Nunca fue para mí. Mariana no pertenecía a nadie.
            ¡Mariana me pertenecía porque era mi esposa!, quiso gritar Alejandro. Mariana era la mujer más decente que él y El Cuervo jamás habían conocido. A lo mejor, Mariana habría sido más feliz de haber podido casarse con El Cuervo. Él no habría sido un buen padre para Victoria porque no era la clase de progenitor que la niña necesitaba.
            Había aparecido en la vida de Mariana poco tiempo después de la muerte de Ulises. Se encariñó con los hijos de la joven. El Cuervo fantaseaba con la idea de fundar los cuatro una familia. Quería empezar de nuevo. Se un hombre decente.
            Pero todo se vino al carajo.
            El pequeño Juan murió y Mariana estuvo a punto de morir con él porque estaba destrozada.


            Mariana le exigía demasiado a los hombres.
-Necesito tener a alguien a mi lado-le había dicho a Alejandro alguna que otra vez-Necesito que cuides de mí. Estoy sola. ¿Ves? Vicky y yo estamos solas.
            Permanencia…Respetabilidad…Compromiso…Alejandro no quería fundar una familia y Mariana le estaba exigiendo un compromiso.
            No con Penélope. Con ella.
            Mariana había tenido mucha suerte. Su matrimonio con Alejandro la había catapultado a lo más alto. Sin embargo, los miembros de aquella clase alta la rechazaban. Conocían de sobra su pasado como para aceptarla como una más. No era una de ellos.
            La seguían rechazando de forma visible. Nada sutil.
            Mariana seguía siendo una paria social. Vestía de forma elegante, pero seguía siendo una paria. Alejandro se dio cuenta de que su mujer había adelgazado mucho en los últimos meses. Incluso sus cabellos negros habían perdido toda su brillantez. Oyó a la doncella de Mariana comentar con la criada que la atendía que la señora estaba perdiendo pelo.
            ¡Pelo! ¡Mariana!
            Llevaba el pelo suelto y parecía más escaso que en meses anteriores.
-¿Lo ves?-le recriminó El Cuervo-¡La has hecho enfermar! ¡Mariana no murió en un accidente! ¡Se mató para no sufrir más!
-¡Eso es mentira!-estalló Alejandro.
            Deseaba gritarle a aquel degenerado que Mariana estaba bien.
-Por favor, caballeros, no peleen delante de la muerta-intervino Sara.
-No están hablando ellos-dijo Penélope-Están destrozados. No piensan en nada de lo que están diciendo.
-Mariana jamás debió de haberse casado contigo, maldito ricachón-acusó El Cuervo a Alejandro-¡Por el amor de Dios! Ni siquiera fuiste capaz de darle tus apellidos a Victoria. Podíais haber tenido más hijos. Mariana pudo haber dado a luz a un varón. Pudiste haberle dado a la niña una pequeña dote. Ella podría haberse casado bien dentro de unos años. No te habría molestado. De haber tenido Mariana un varón, a lo mejor, habrías reconocido a Vicky como hija tuya. Para que Mariana te dejase en paz con tu Príncipe Heredero. ¿Verdad?
-He…Mira, jamás habría hecho ninguna distinción entre un hijo mío y Victoria. Conozco bien a Mariana y sé que ella habría desaprobado ese comportamiento en mí porque adora a su hija.
-También era tu hija.
-No llevaba mi sangre.
-Por favor…-suplicó Sara-Caballeros…
            Penélope la agarró.
            Sara parecía que estaba a punto de desmayarse. Estaba muy pálida. Fue obligada a sentarse en el sofá.
-¡Sales!-gritó la señora Morales-¡Necesitamos sales!
            La señora Balaguer traía su frasco de sales en el bolso. Lo sacó. Lo colocó debajo de las narices de Sara.
-Eso es, querida-le dijo-Inhala. Respira. Vamos…
            Poco a poco, Sara fue recuperando la conciencia. Estaba mareada. Fue incapaz de articular palabra.
            Penélope miró con odio a Alejandro y a El Cuervo. ¿Qué pasaba? ¿No eran capaces de respetar a Mariana? El cadáver de su hermana estaba de cuerpo presente. Todavía estaba caliente. Penélope no sentía la menor simpatía por El Cuervo. Pero el comportamiento de Alejandro estaba dejando mucho que desear.
-¿No os da vergüenza a ninguno de ustedes su comportamiento?-les espetó-¡Mírenla! Mi hermana está muerta. ¡Muerta! ¿Y dicen que la querían? ¡Pues no lo parece! ¿Qué están haciendo? ¡Están discutiendo! Dentro de un rato, llevarán a Mariana al cementerio para que la entierren. Les exijo que se comporten. Alejandro…Me decepcionas. Creía que estabas enamorado de Mariana. Y usted, señor Cuervo, dejo que esté aquí sólo porque era amigo de mi hermana. Les ruego que no me obliguen a tener que echarles del velatorio por su comportamiento infame.

-Has hecho lo que debías con mi hermano y con ese señor-oyó que le decía Álvaro a Penélope.
-Iba en serio en lo de echarles de casa si seguían discutiendo-oyó decir a Penélope-No soporto las peleas. Y, encima, está todavía caliente el cuerpo de mi hermana.
-Lamento mucho todo lo que estás pasando.
-Eres muy gentil.
            Alejandro frunció el ceño al ver a Álvaro cerca de Penélope.
            No debo de tener celos, pensó. No puedo sentir celos ahora.
            Penélope tenía razón en lo que había dicho. Estaba el cadáver de Lily caliente. Estaba junto al cuerpo sin vida de su mujer. Un cuerpo al que no volvería a abrazar. No se atrevía a mirarla. Lily se había ido. Y él se estaba portando de un modo abominable. Discutía con un delincuente. Sentía celos de su propio hermano. Y Penélope…No podía evitar sentirse atraído por su cuñada. Eso era lo más horrible de todo.
            Que sentía algo más que mero cariño por Penélope.
            Tuvo que salir a la calle porque sentía que se estaba ahogando. Hacía mucho Sol a aquella hora del día. Le pareció una especie de burla.
            Lily había muerto y ni siquiera el Sol lloraba su pérdida.
            Oyó que alguien se acercaba tras él.
            Se dio la vuelta. Era Penélope. Le había seguido a la calle.
            Parecía un fantasma, todo vestido de negro.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Alejandro.
-He visto que salías-respondió Penélope-Supongo que te agobias de estar dentro. No me extraña. Yo también me agobio. Es una tortura esta espera. Deseo poder enterrar a mi hermana.
-Lo único que quiero es que Lily descanse en paz de una vez por todas. Este día se me está haciendo eterno. Ya fue duro cuando murió Victoria. He enterrado a mi mujer y a mi hijastra en menos de una semana. Deseo poder encerrarme en mi casa y no salir nunca a la calle. Quiero…Necesito…Deseo estar solo. Y olvidarme del resto del mundo.
            Penélope palmeó a su cuñado en la espalda.
            Oyeron cómo la joven criada mestiza de Lily iba sirviendo limonada entre los asistentes. Los allí presentes daban gracias por la limonada. Algunos hombres esnifaban rapé. Alejandro pensó si no estaban esnifando algo más que rapé. Sabía que había hombres muy degenerados entre los asistentes al velatorio de su esposa.
-Sólo sé que superaremos esta tragedia-asintió Penélope-¿Qué otra cosa nos queda? El sacerdote habla de resignación. Pero nadie se resigna a la muerte de un ser querido.
            Un caballero exigía un vaso de whisky.
            Penélope salió a la calle. Cerró de manera discreta la puerta y se colocó al lado de Alejandro. Vio pasar por delante de la casa a una pareja.
-Jamás entenderé esta cultura de la resignación-continuó hablando Penélope-No podemos protestar ni rebelarnos. Sólo debemos callar. Y llorar. Y nada más.
-Echaré siempre de menos a Lily-dijo Alejandro.
-Mi hermana no nos puede haber abandonado así como así.
            No quería llorar. Pero sentía que acabaría llorando. Deseaba ponerse a gritar. Quería arrancarse los pelos. ¿Por qué Lily se había ido? ¿Por qué también se había ido Victoria? ¿Tenía sentido todo lo que estaba pasando? ¡Nada tenía sentido!
            Alejandro abrazó con fuerza a Penélope. Le dio un beso en la frente. La besó repetidas veces en las sienes. 

miércoles, 23 de julio de 2014

EN UN MOMENTO DE DESESPERACIÓN

Hola a todos.
Este relato es un poco controvertido por el tema que abarca.
Me animé a escribirlo porque me apetecía escribir algo diferente.
Transcurre en el siglo XIX, en una época la mujer que quedaba embarazada siendo soltera era repudiada por su familia. Y su vida se convertía en un auténtico Infierno.
Una mujer, ante la perspectiva de verse convertida en una paria y de ser despreciada por su entorno, de verse sola cuando más necesita el apoyo de la gente que la quiere, la puede llevar a cometer una auténtica locura con tal de evitar no sólo ese rechazo y esa soledad. También para impedir que la vergüenza y el escándalo envuelvan a su familia. Es triste. Es duro. Pero ocurría. Por desgracia...
Es un relato que toca un tema polémico. Lo sé. Muchas mujeres eran valientes. Otras mujeres podían pecar de cobardes por dejarse llevar por el pánico.
De ese tema trata este relato. En ocasiones, la gente puede cometer locuras en momentos de desesperación. Y algunas decisiones se toman cuando se es demasiado tarde.
Espero que os guste.

EN UN MOMENTO DE DESESPERACIÓN

                                  Esta historia transcurre en el año 1830.
                                  Una mujer vestida de negro corría por la calle.
                                  Sentía fuertes dolores en el vientre.
                                  La sangre manchaba su falda. Se detuvo al llegar a una esquina.
                                  No llevaba puestos los calzones. Le colgaba una especie de hilo que le salía de la entrepierna. La masa que iba sujeta antes a aquel hilo ya no estaba. No había llegado a formarse del todo. Aunque la mujer decía que tenía forma humana.
                                  Un sollozo se escapó de su garganta.
                                  Si alguien se enteraba de lo que había pasado, sería su fin.
                                  Mentalmente, culpó al hombre que la había colocado en aquella situación tan espantosa. Y también culpó a otro hombre, a un hombre que pudo ayudarla. Pero no quiso ayudarla.

                                   La mujer era joven.
                                   Sintió cómo las fuerzas le estaban fallando. No podía seguir con su carrera.
                                   Llegó a la Plaza de San Martín. Los recuerdos acudieron a su mente.
                                   Recordaba un encuentro que había ocurrido meses antes en la Plaza de San Martín, donde unos labios se posaron sobre sus labios.
                                    En aquellos momentos, había sido una joven enamorada. Una joven que se abrazaba al hombre del que se había enamorado perdidamente. Aquel recuerdo le hizo daño.
                                   La oscuridad se iba apoderando poco a poco de ella. No podía seguir recordando. No podía seguir pensando. El hombre que la había besado en aquel mismo lugar meses antes se había ido para siempre. La había abandonado a su suerte.

                                     Don Gustavo Aquiles Aballe Abecia viajaba alrededor del mundo. Era un hombre astuto y despierto. Su último viaje le llevó a Argentina. En concreto, acabó en la ciudad de Córdoba.
            Era la primera vez que viajaba a América del Sur. Sentía un gran interés en viajar a Quito. Quería entrevistarse con Simón Bolívar. Sentía una gran fascinación por aquel hombre. En toda América del Sur se le consideraba todo un héroe.
            En una ocasión, le invitaron a una reunión que celebraba la alta sociedad de Córdoba. No conocía a nadie, pero aceptó la invitación.
            Quería divertirse un rato. A lo mejor, encontraba a una mujer dispuesta a irse a la cama con él. Don Gustavo tenía más de treinta años. Todos ellos muy vividos. No estaba interesado en el matrimonio. Y se pasaba la vida huyendo de maridos engañados. No lo podía evitar. Era todo un libertino. No había nacido todavía la mujer que le hiciera pasar por el Altar. 
                      Era cierto que le gustaban las mujeres. Le gustaban demasiado las mujeres. 
            Puedo jurar que, en aquella ocasión, don Gustavo no quería meterse en líos. Le gustaban mucho las mujeres. Lo estaba repitiendo. Pero era así. 
                          No podía cambiar. 
                         Pero se había metido en numerosos líos.  Una parte de él estaba harta de la vida que llevaba. Necesitaba descansar. O eso era lo que le decía su conciencia. La otra parte de él seguía deseando vivir nuevas aventuras. Conocer otros países. Otras mujeres…Divertirse un poco más antes de regresar a España.
            En aquella reunión, conoció a Tamara Gastón. Era sobrina de un conocido político de la ciudad. No creo que pasase nada entre ellos. Pero no pasó nada porque don Gustavo no quería. Fue Tamara la que le buscó.
            Le pareció una joven bellísima. Quizás era la mujer más hermosa de todo el salón. De toda Córdoba…Pero…Parecía que estaba buscando un marido. Y eso espantó a don Gustavo. Estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa, menos el matrimonio.
            Cuando le presentaron en aquella reunión a la señorita Tamara Gastón, don Gustavo cogió la mano de la joven y depositó un beso cortés en el dorso que le daba a entender que no estaba en absoluto interesado en ella.
-No pienso iniciar una relación con esta joven-se dijo don Gustavo mientras aceptaba la copa de champán que un criado le ofreció-No quiero iniciar una relación con nadie.
            Tamara Gastón era una joven más bien baja. Iba vestida con elegancia. Su vestido no era el apropiado de una debutante debido a que era de color rojo oscuro, muy provocativo y que dejaba al descubierto los hombros y parte de los pechos de Tamara. Lucía un complicado moño, pero muy sobrio.
            Antes de que se la presentasen, a don Gustavo le habían hablado mucho de la señorita Tamara Gastón. Pero él no se sentía impresionado por ella. Al parecer, la señorita Tamara Gastón se había convertido en la sensación de la alta sociedad aquel año. No venía de una familia muy rica. Pero sus padres eran criollos que estaban emparentados con diferentes casas aristocráticas de España. Todo el mundo comentaba que Tamara era una criatura adorable, capaz de conquistar el corazón de cualquier hombre que se le pusiese a tiro.
            Sin embargo, don Gustavo tuvo la impresión de que Tamara Gastón tenía muy poco de inocente. Su manera de hablar y de moverse la delataban como una seductora de mucho cuidado. Y había puesto los ojos en él…
            Tuvo la impresión de que Tamara Gastón había pasado por numerosas camas y que él era uno más en su larga, pero discreta, lista de amantes.
            Un escalofrío recorrió la columna vertebral de don Gustavo al mirar a Tamara a los ojos. Tenía unos hermosos ojos, pero su mirada era muy fría.
            Los anfitriones insistieron en que un grupo de personas tocase varios instrumentos musicales. Algunas parejas se juntaron y comenzaron a bailar el vals. Le ofrecieron a don Gustavo bailar con Tamara. Don Gustavo quiso negarse. Pero no le dejaron…
            De pronto, se vio en el centro de la sala de estar, bastante grande, de la casa de sus anfitriones. Estaba bailando el vals con Tamara Gastón.
-Entonces, ¿vos sois de España?-quiso saber ella con su delicado acento.
-Sí-contestó don Gustavo-Soy de España. En concreto, soy de Valencia.
-Nunca he estado en España. Pero me gustaría ir allí algún día.
-¿Ah no?
-Pero me han hablado mucho de su país. Dicen que es muy lindo. ¡Me encantaría visitar algún día España! Pero mis tíos no me dejarán ir. Me encanta viajar. Deseo viajar. Pero no puedo. Mis papás son muy estrictos conmigo. Aunque yo no les hago mucho caso.
-Sois una joven muy temeraria. Eso no está bien visto.
-Lo sé. Pero me da igual lo que diga la gente. Yo hago lo que me viene en gana.
-No conozco a nadie que diga lo mismo que usted.
-Las mujeres no saben vivir la vida. Pasan el día encerradas sin hacer nada. Bordando y aprendiendo modales cuando son unas muchachitas. Luego, se casan y viven pariendo críos que, más tarde, criarán las nodrizas. Ellas se limitan a vegetar.
-¿Y sus padres?
-Mis papás murieron hace algunos años. Cuando yo era muy pequeñita, murió mi papá en un accidente. Hace un par de años, unas fiebres se llevaron a mi mamá.
-Lo siento mucho…Tiene que ser muy triste para usted no tener padres…
            Don Gustavo tuvo la impresión de que Tamara quería arrojarse a sus brazos aquella noche, pero no quería liarse con ella.
            Antes de bailar el vals con la joven, le habían dicho a don Gustavo que Tamara poseía una cuantiosa dote que aportaría a su matrimonio. Pero don Gustavo no quería saber nada de ningún dinero. Él vivía con muy poco. Si Tamara Gastón quería casarse con un hombre rico, él no era el tipo indicado para una mujer como ella. Además…Siempre podía buscarse una mujer en otro sitio. No quería liarse con mujeres de la alta sociedad porque sabía que podía ser muy peligroso…Pero podía tener una aventurilla agradable con otro tipo de mujer que, aún sin ser de la alta sociedad, era agradable y complaciente…Don Gustavo huía como de la peste de las preocupaciones…Nada de preocupaciones…Ardía en deseos de ir a un bar y flirtear con las camareras que estuvieran trabajando en él hasta altas horas de la madrugada.
            Depositó un beso en la mano de Tamara y se vio obligado a besarla en la mejilla cuando el vals terminó y la llevó al lado de sus tíos.
            Permaneció el resto de la velada sentado en una silla, mirando a las demás parejas bailar en la improvisada pista de baile.
            Tenía ganas de irse, pero no quería hacerle un feo a sus anfitriones, que habían sido amables con él. Don Gustavo ya había protagonizado suficientes escándalos a lo largo de su corta vida. No quería protagonizar ni uno más desde que abandonase de manera precipitada Donegal.
            Varias veces, su mirada se encontró con la mirada de Tamara Gastón. La muchacha bailaba el vals de manera un tanto…provocativa…Pegaba demasiado su esbelto cuerpo a la figura de su compañero de baile. Tenía que admitir que Tamara tenía un cabello precioso, de color castaño muy claro. Con matices rubios. Un pelo natural.
            Un pelo hermoso para una mujer hermosa.
-¿Se marcha?-le preguntó Tamara Gastón cuando vio que don Gustavo se iba.
-Me duele mucho la cabeza-respondió él-Y quiero descansar.
            Depositó un beso en la mano de Tamara y se marchó.

            Al día siguiente, asistió a otra reunión, mucho más tranquila, en un elegante ático. El ático tenía vistas a la Plaza de San Martín. Alguien le comentó que era el lugar favorito de la señorita Tamara Gastón. Se la veía mucho paseando por aquel lugar con su dueña. A don Gustavo le encantaba ir a aquel lugar porque le parecía un lugar tranquilo, apacible…Muy apropiado para descansar…
-Excelencia-le saludaron al entrar.
-Buenas tardes-contestó don Gustavo.
            Vio a Tamara besando a un caballero en las mejillas y tuvo la tentación de salir corriendo. Pero ella se acercó muy deprisa a él y le impidió la huida. Le tendió la mano y don Gustavo se vio obligado a besársela.
-Buenas tardes, don Gustavo-le saludó Tamara.
-Buenas tardes, señorita Gastón-le devolvió el saludo don Gustavo.
-Creía que no volvería a verle…
-Todavía no he decidido cuándo me iré de aquí.
-¡Mejor!
-¿Mejor?
-Sí…Así podré estar más cerca de vos…
-Estupendo…
            Don Gustavo tuvo una visión de sí mismo compartiendo caricias con Tamara Gastón en su cama, ambos semidesnudos y tendidos encima de un colchón…Con las mantas y las sábanas cubriendo sus cuerpos…
            No le cabía duda de que Tamara Gastón poseía un rostro angelical…Pero también poseía el alma de una prostituta cara…Don Gustavo no se fiaba mucho de las mujeres que poseían el rostro de un ángel y vestían de una manera tan provocativa que parecían…furcias…En otro tiempo, quizás don Gustavo se hubiese sentido muy atraído por Tamara porque era una belleza. Pero…Ahora…No…No podía…No quería sentirse atraído por nadie…
            Tuvo la impresión de que Tamara quería decirle algo…
-Me lo pasé muy bien con vos la otra noche-dijo la joven-Vos sois un hombre encantador. 
-Gracias…-dijo Gustavo-Es usted…Muy…Amable…Señorita Gastón…
-¡Sólo estoy diciendo la verdad, Excelencia! Me alegra conocer a un aristócrata español. He oído hablar mucho de ustedes, los españoles, y debo decir que todo lo que me han dicho es falso.
-¿Falso?
-Mis tíos opinan que ustedes, los españoles, son personas muy poco amables…Más bien antipáticos…Un poco groseros…
            La mirada seductora que Tamara le dedicó a don Gustavo le hizo saber que ella no le consideraba en absoluto poco amable, antipático y grosero.
-Me gustaría volver a verle-dijo Tamara.
-Yo me iré en breve de Córdoba-afirmó don Gustavo-No sé adónde…
-¿Piensa regresar a España?
-No creo. Soy un hombre libre. Me gusta ir donde me lleve el viento. 
-Entonces, quédese. Me cae bien…Me gusta mucho…Sos encantador…
            Las mejillas de don Gustavo se encendieron.
            Tuvo la impresión de haber retrocedido en el tiempo y tener nuevamente catorce años.

            Al día siguiente, la portera avisó a don Gustavo de que había una dama esperándole en el portal.
            La portera le dijo, además, que la dama tenía el cabello de color castaño muy claro con matices rubios. ¡Mierda!, se dijo don Gustavo. Por su cabeza pasaron las imágenes de cuando el marido de Louise Mayhew le sorprendió con ella. Louise tenía marcas de los dientes de don Gustavo grabadas en su cuello…Y en otras partes de su cuerpo…Sus labios estaban hinchados por los besos…Ella se había comportado como una mujer apasionada…Le había acariciado con audacia…Se notaba que su marido era un pésimo amante…
            Pero don Gustavo no quería que la historia se repitiera y no quería saber nada de ninguna mujer. Especialmente, de una mujer que tenía el cabello de color castaño claro con matices rubios.
-No es bueno que una dama acuda sola a la casa de un caballero, especialmente si esa dama y ese caballero están solteros-comentó don Gustavo. 
-La dama iba bien vestida-dijo la portera-Aunque iba vestida de negro…Como si viniese de un funeral…Era muy linda…De eso no me cabe duda…Pero parecía estar un poco…Inquieta…
-¿Inquieta?
-Sí…como si la preocupase algo…
-Entiendo…
-¿Qué hago? La muchacha está esperando en el portal. ¿Le digo que suba o…?
            Don Gustavo fue al pequeño mueble-bar. Se sirvió un vaso de whisky, con la intención de relajarse un poco. Bebió un sorbo.
-Dígale que suba-contestó el joven marqués-Pero que se dé prisa…No quiero arruinar la reputación de nadie…Ni quiero manchar más la mía…
            Cuando Tamara Gastón entró en el piso alquilado, pero bien decorado, que tenía don Gustavo, con su sonrisa seductora, un escalofrío de terror recorrió la columna vertebral de éste.
-Se avecinan problemas-se dijo.
-Me alegro mucho de volver a verle-dijo Tamara entrando en la pequeña salita de estar.
            Besó a don Gustavo en las mejillas.
            Éste la miró aturdido. ¿Qué quieres de mí?, le preguntó en silencio. ¡Déjame tranquilo! ¡No quiero saber nada de ti! Eres muy guapa…Pero…No quiero saber nada de mujeres durante una temporada…
-Siempre es una alegría volver a ver a un caballero tan apuesto y tan elegante como lo sos vos-dijo Tamara tomando asiento en el sofá.
            Los ojos azules de la joven, de mirada penetrante, recorrieron a don Gustavo de arriba abajo.
-Mire, no voy a negar que es usted una belleza, pero…no me interesa…-se sinceró, de golpe.
            Tamara se encogió de hombros. Parecía una aparición, vestida completamente de negro. Se levantó el velo negro que le cubría la cara.
            Don Gustavo le sirvió a la joven un vaso de whisky. Su intención era escandalizarla y que se marchase de allí, pero fracasó en el empeño. Tamara cogió el vaso de whisky.
-¡Sos muy gentil…!-exclamó Tamara.
-¿Qué quiere de mí?-le preguntó don Gustavo-Ha venido aquí con un único motivo. ¿De qué se trata?
-No pasa nada. No tenés de qué preocuparse…He venido…Pos…Para platicar un ratito con vos…¿Es eso un delito?
-Sí. Está poniendo en peligro su reputación, señorita Gastón. ¡Madre mía! Imagine que alguien la ha visto entrando en este piso y…
-No me ha visto nadie.
-¿Cómo puede estar tan segura?
-Porque la gente confía en mí y nadie sabe dónde estoy.
-¡Dios mío!
            Tamara se bebió de un solo trago su vaso de whisky.
            ¡Qué raro!, se dijo don Gustavo. Una dama…bebiendo whisky…
            Tuvo la impresión de que la muchacha había acudido a su casa a pedirle ayuda. ¿Por qué?, se preguntó. Apenas se conocían y, aunque Tamara había quedado gratamente impresionada con él, no podía decirse que estuviese locamente enamorada de don Gustavo. Pero le necesitaba…Aunque sólo fuera para decir que no todos los hombres eran unos cerdos…
            Porque era la verdad…Los hombres eran todos unos cerdos…
            Tamara, de pronto, hizo algo que sobresaltó a don Gustavo. Se abalanzó sobre él, lo apoyó contra la pared, lo besó con avidez y le metió la lengua en la boca. Durante unos instantes, don Gustavo tuvo la impresión de que era Louise Mayhew la que lo estaba besando. Al darse cuenta de que estaba con Tamara, se apartó de ella bruscamente.
-Estoy esperando un hijo y necesito un padre para él-dijo Tamara, de pronto y casi sin aliento-No quiero ser una mamá soltera.
-Pero…-balbuceó don Gustavo-Ese niño…¡No es mío!
-Lo sé…
-¿Y quiere que me case con usted, sin conocerla, para que su hijo…?
-¡No quiero parir a un bastardo! ¿Vos no comprendés?
-Yo…Me doy cuenta…Pero…
-El padre de mi hijo me volvió loca con sus besos…Me atrapó con sus caricias…
-Y, cuando usted le dijo que estaba embarazada, se marchó antes de que se diese cuenta. ¿No es así?
-¡Usted es el mejor partido de todo el país! Es un español rico y, además, es marqués. No le estoy pidiendo que me ame. Sólo le estoy pidiendo que reconozca a mi hijo como suyo.
-Lo siento…Pero no puedo ayudarla, señorita Gastón…Hable con el padre de su hijo…
            Los bonitos ojos de la joven se llenaron de lágrimas. Había visto su reputación arruinada por completo.
-Podríamos casarnos antes de que empiece a notárseme el embarazo y podríamos decir, cuando haya nacido el niño, que es prematuro-sugirió Tamara.
-¿No cree que la gente podría darse cuenta de que su hijo no se parece en nada a mí?-le indicó don Gustavo.
-Podríamos irnos a cualquier parte…O quedarnos aquí…O marcharnos a España…
            Tamara, en aquellos momentos, estaba muy preocupada por conseguir salvar lo poco que le quedaba de su reputación.
-Podría hablar con el padre-propuso don Gustavo.
-¡No!-exclamó Tamara-¡No! ¡No! ¡No podés hablar con él! ¡Se lo prohíbo! ¡No hable con él!
-¿Y por qué no puedo hablar con el padre? Me imagino quién podrá ser…Un hombre casado…Un hombre rico…Un hombre que tiene familia…Algún político influyente de la ciudad…
            Tamara rompió a llorar con amargura. ¿Qué solución le quedaba si se descubría que estaba esperando un hijo? Sus tíos se sentirían muy decepcionados con ella. La culpa es mía por haber sido tan tonta, se dijo Tamara con desesperación. Confiaba en que don Gustavo se compadeciese de ella…Que se casase con ella…No lo amaba, por supuesto, pero le hacía ilusión convertirse en marquesa, viajar a España y que su hijo fuera heredero de un marquesado…¡Dar a luz a un heredero!
            Don Gustavo le dio un abrazo breve a Tamara y se separó rápidamente de ella. Tamara se aferró con desesperación al brazo de don Gustavo y le miró de manera implorante, pero él no sabía qué hacer. Tamara había pagado un precio demasiado alto por los besos y las caricias de algún sinvergüenza. Le cogió la mano y se la besó con respeto.
-No puedo casarme con usted, señorita Gastón-le dijo-Lo siento.
            Tamara se cubrió los ojos con las manos y lloró de manera desesperada.
-¿Por qué?-le preguntó entre sollozos-¿Por qué?
-Porque no quiero ser su cómplice en una mentira-respondió don Gustavo.
            Tamara extendió una mano de manera suplicante. Cayó a los pies de don Gustavo.
            Aquella joven necesitaba ayuda y don Gustavo no sabía si debía de dársela o no.
-¡Tenés que ayudarme a salvar a mi familia de una enorme vergüenza, Excelencia!-le imploró Tamara.
-Yo…-balbuceó don Gustavo-Déme tiempo para pensarlo…Lo que me está pidiendo es…
-¡Tiempo! ¿Querés que le dé tiempo?
-Sí…
            Tamara se aferró a las rodillas de don Gustavo, como si le estuviese implorando que le perdonase la vida.
-¡Tiempo!-exclamó la joven dolida.
-Sí…-balbuceó don Gustavo-Déme unos días…
-¡Eso es precisamente lo que me falta! ¡Me falta tiempo! Estoy embarazada de casi dos meses, Excelencia. ¿Sabe lo que eso significa?
-No…Yo…
-¡Dentro de dos meses, empezará a notárseme el vientre y la gente empezará a murmurar!
-Yo…
            Don Gustavo acarició la cabeza de Tamara Gastón y la dejó llorar durante un rato para que se desahogase.
            ¿Qué hago, Dios mío?, se preguntó don Gustavo.

            Don Gustavo pasó dos días sin saber qué hacer.
            Por un lado, Tamara había acudido a él en busca de ayuda.
            La vida le había ofrecido a don Gustavo la oportunidad de hacer lo correcto. Durante los últimos años, don Gustavo había vivido sólo para sí misma. No había pensado nunca en los demás. Y, ahora, Tamara le rogaba de manera desesperada que la ayudase.
            Una joven dama soltera…Y embarazada…
            Don Gustavo odiaba al tipo que se había aprovechado de la inocencia de Tamara.
            Más tarde, se preguntó si acaso había sido Tamara la que había seducido al padre de su hijo.
            La portera había escuchado toda la conversación porque era un poco cotilla y había tenido el oído pegado a la puerta del piso alquilado de don Gustavo.
            Le ofreció al joven marqués su ayuda para encontrar al canalla que había dejado embarazada a Tamara Gastón. Don Gustavo le preguntó si conocía la identidad del padre del bebé que la muchacha estaba esperando.
-No sé quién es-respondió la portera.
-Entiendo…-suspiró don Gustavo.
-Tiene que ser algún canalla…
            Don Gustavo se dijo que la portera estaba en lo cierto. ¿Y qué podía hacer él? Podía casarse con Tamara, darle un apellido a su hijo, convertirlo en su heredero y vivir en una mentira durante el resto de su vida. Pero estaría siendo muy injusto con el niño. Algún día, éste crecería…y podría descubrir la verdad…
            Entonces…se sentiría muy disgustado…
            Y decepcionado…
            Don Gustavo, de vuelta al presente, hizo lo imposible por saber la identidad del hombre que había dejado embarazada a Tamara Gastón. Se lo debía a la joven. Habló con todos los conocidos que tenía en Buenos Aires, pero ninguno sabía nada acerca de que la señorita Gastón estuviera viéndose con alguien a escondidas de sus tíos, los cuales la sobreprotegían en exceso. Habló con las numerosas amigas que tenía Tamara. Pero éstas tampoco pudieron decirle gran cosa al respecto. Sólo respondieron que Tamara había sido todo un éxito…Y que tenía numerosos pretendientes…
            Don Gustavo tomó, entonces, una decisión. Se casaría con Tamara. Reconocería al hijo que la joven estaba esperando como suyo y le nombraría su heredero si tenía un varón.
            Pero todo fue inútil.
            Decidió ir a la casa de los tíos de Tamara para pedirle la mano de la joven en matrimonio y casarse con ella lo antes posible.
            Pero no hizo falta que lo hiciera.
            Decidió ir aquella misma tarde a la casa de los tíos de Tamara y estaba en ropa interior, preparándose la ropa que llevaría, cuando sonó la puerta. A pesar de todo, fue a abrir.
-Le traigo malas noticias, señor marqués-le dijo la portera.
-¿Qué sucede?-quiso saber don Gustavo.
-La muchacha que vino aquí el otro día…La señorita Gastón…
-¿Qué le ha pasado a la señorita Gastón?
-Ayer llegó a la casa de sus tíos y se desmayó…Traía toda la falda manchada de sangre…
-¿Qué? ¿Qué dices? ¡Eso no…puede ser…!
-La noticia ha corrido como un reguero de pólvora por toda la ciudad. La señorita Gastón se ha sometido a un aborto.
-¡No puede haber abortado! ¡Iba yo a ir a la casa de sus tíos esta tarde a pedirle su mano en matrimonio!
-Será mejor que se marche, señor marqués…La señorita Gastón le ha dicho a su tío que usted la violó y que se negó a casarse con ella para reparar la afrenta…
-¡Eso es mentira! ¡Jamás le he hecho nada a esa chica!
-Yo le creo, señor marqués. Pero el tío de la señorita Gastón, el señor Heredia, no piensa lo mismo. Cree a su sobrina. Quiere matarle…Está muy enojado…Hágame caso, señor marqués…
-¿Qué me sugiere que haga?
-Marcharse.
-¿Quiere que me vaya sin dar la cara?
-Es lo mejor que puede hacer. El señor Heredia quiere su cabeza y, además…La señorita Gastón está muy grave…Se teme por su vida…
            Don Gustavo sintió cómo el mundo se le venía encima. ¡Huir otra vez! ¡No! ¡No quería huir! ¡Esta vez no!
            Tamara Gastón estaba loca.
            Había actuado sin pensar que él había decidido ayudarla…
            ¿Qué podía hacer ahora? No quería irse porque esta vez era inocente. Pero el señor Heredia era un hombre muy rico, muy poderoso y muy influyente…Lo quería muerto…
            La portera le dijo a don Gustavo que podía huir del país aquella misma noche.
-¿Y adónde quiere que vaya?-le preguntó don Gustavo con amargura.
-A cualquier parte-respondió la portera-Adónde pensés que estarés a salvo…
-Yo no…
-Tenés que hacerlo…Por su bien, señor marqués…
-¡Yo no he hecho nada, joder!
-Lo sé.
-¡Soy inocente!
-Eso también lo sé.
-¿Es que nadie me va a creer nunca?
-Yo le creo, señor marqués.
-Se lo agradezco…De verdad…
-Le ayudaré a preparar su equipaje, señor marqués.
-No es necesario…
-Déjeme hacerlo.
-Gracias…Nuevamente…
            Don Gustavo palmeó afectuosamente la espalda de la portera.
-Rezaré mucho para que vos llegue a salvo a su destino-le dijo la portera mientras doblaba una de sus camisas.
            Don Gustavo volvió a palmearle la espalda.
            Entre los dos terminaron de hacer el equipaje. Don Gustavo tenía que salir lo antes posible de Córdoba. Tenía la sensación de que Tamara había cometido un terrible error. ¿Por qué no quiso hablar ocn él? ¿Por qué no fue a buscarle? 
            Se despidió con un corto abrazo de la portera y subió a un coche de alquiler que detuvo en la calle.
            Hizo que el cochero lo llevase al puerto. Una vez allí, compró un pasaje en un barco que salía aquella misma noche. Había tenido suerte…Como le pasó en Donegal…No sabía adónde iba el barco…Y tampoco le importaba mucho, la verdad. Lo único que quería era irse…Quería irse muy lejos…Lo más lejos posible de la señorita Tamara Gastón y de su tío, el señor Heredia…
            Subió al barco.
            Le llevaron a su camarote. Don Gustavo se encerró en él. No quiso salir de allí durante días.

            
                                     

             ¿Cómo se había atrevido a rechazarla? Tamara estaba furiosa con aquel cobarde. No le pedía gran cosa. Se casarían. Pero él llevaría su vida. Y ella llevaría la suya. Su bebé no tendría que pasar por un bastardo. Pero Gustavo había preferido huir. Nunca más volvió a verle. Mariana pensaba que era lo mejor que le podía pasar.
                        Sabía que había perdido el bebé. Sentía un fuerte dolor en su entrepierna. La comadrona a la que visitó le había hecho daño. 
                         Sus tíos estaban furiosos con ella. El médico que la atendió también estaba furioso con ella. Acostada en su cama, Tamara les escuchaba hablar de ella. Sabía que la estaban insultando. Y ella sólo hacía una cosa. Llorar. 
                           Había actuado de aquel modo porque estaba desesperada. Porque había sido débil una vez. 
                            No es justo, pensó Tamara con rabia. Los hombres son libres de hacer lo que les plazca. Nadie les juzga. Pero yo no puedo gozar de esa libertad. Me juzgan porque no llegaré virgen al matrimonio. Sólo Dios sabe lo que me espera. 
                             La fiebre le bajó. Su cuerpo empezó a recuperarse. Pero tardaría mucho más tiempo en recuperarse en su corazón de todo lo que había vivido. Se había topado de bruces con el egoísmo de la gente. Y se había sentido muy sola. 


FIN