viernes, 31 de enero de 2014

LOS OJOS LLENOS DE LÁGRIMAS

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros en este blog un cuento corto que escribí hace algún tiempo.
Se llama Los ojos llenos de lágrimas. 
No es una historia romántica, sino que se trata de una historia más bien dramática. Es más bien cortita.
Cuenta la historia de una mujer que ejerce como prostituta en un saloon y los recuerdos amargos que la acompañan.
Es una historia más bien triste, pero, aún así, espero que os guste.

                       LOS OJOS LLENOS DE LÁGRIMAS

                Corría un rumor acerca de Debbie: que era la esposa de un noble. Pero nadie se la creía porque la propia Debbie la contaba estando borracha. Henry Mackenzie era el hermano de Kimberly. Visitaba con frecuencia el saloon. Estaba casado. De momento, no tenía hijos. Sin embargo, se sentía atraído por Debbie. Le daba pena ver cuán bajo podía llegar a caer un ser humano. De haber querido ella, la habría ayudado. Si había perdido el juicio a raíz de la muerte de su marido y de su hijo, el alcohol la ayudaba a volverse cada día un poco más loca. Debbie inspiraba lástima y compasión.
            Henry había intentado hablar con ella en más de una ocasión. Pero Debbie huía de él como de la peste. De vez en cuando, la mujer entablaba relaciones con hombres que no le convenían. Zack Allan era el último de una larga serie de canallas que habían pasado por su vida. A Henry le recordaba mucho a su hermana Kimberly.
            Pensaba en el pasado. Debbie no estaba loca por el dolor y la pena. Los tiempos en los que aún no se emborrachaba hasta  perder el conocimiento ni permitía que un hombre la maltratase.
            Le habría gustado ser más mayor que ella. Haber viajado a Londres. Haberla conocido en el esplendor de su belleza. Haber hablado con ella. Debbie no estaba loca. Sólo era una mujer destrozada. Una mujer que no era feliz. Pero no era culpa de ella. La culpa la tenía la vida. Los demás…Alguien…Zack…Henry no lo sabía a ciencia cierta.

                 El saloon tardó mucho tiempo en tener aceptación. Debbie esperaba que el boca a boca sirviera para atraer a la clientela. Pero sólo atrajo a prostitutas que buscaban una madame. A pesar de que el local era un burdel, Debbie no quería tratar con ellas. Su trabajo se limitaba a servir cervezas y otras bebidas alcohólicas los clientes. Ellos la animaban a beber y a brindar por estupideces. No sabían que, en secreto, Debbie podía llegar a beber entre tres y ocho grandes jarras de cerveza. Siempre fue una mujer dotada de una belleza espectacular, pero su rostro se fue poco a poco amargando. Desapareció el brillo travieso de sus ojos color topacio para dar paso a una triste mirada. Era la rara noche en la noche en la que no terminaba borracha, vomitando sobre algún cliente que la abofeteaba o durmiendo medio desnuda encima de una mesa. Teniendo en cuenta que había estado casada con un conde, su situación actual la deprimía. Lo que más asco le daba era la posibilidad de acabar como una de ellas; antes, prefería arrojarse al Támesis que vender su cuerpo. El Támesis…Londres…¡Dios! ¡Cómo lo echaba de menos! Su ciudad…Su país…
            Había creado el local con la esperanza de ganar dinero sin tener que mendigar, robar o convertirse en una puta. No era gente rica la que iba por el saloon, sino más bien rateros y trabajadores con ganas de gastar el dinero ganado en bebidas y en putas. Era el polo opuesto a los locales a los que estaba acostumbrada a estar Debbie, pero no tenía dinero suficiente como para hacerlo más elegante. Le tocaba abrirlo todas las noches a las seis y media y cerrarlo todas las mañanas a las doce y cuarto, que era cuando terminaba de limpiarlo.
            Debbie vivía en una habitación alquilada encima del saloon. Odiaba aquella habitación. Y odiaba vivir allí.
Cuando decía que era condesa, los pocos clientes del saloon se reían de ella.
            Aún recordaba el breve período de tiempo que estuvo casada y lo mucho que amaba a su esposo. Habían sido muy felices y ella estaba segura de que él la amaba también.
            Al mirarse en los charcos de agua (pues no tenía espejos en su habitación), Debbie descubría una imagen de ella que le hacía daño: la imagen de una mujer de veintiocho años fea y amargada. Aún era joven, se decía. Sin embargo, en su fuero interno, Debbie tenía la sensación de haber vivido más de cien años y, a veces, se sorprendía así misma suplicándole a Dios que la llevara consigo. Su marido opinaba, antes de que se decidiera a pedir su mano, que tenía un temperamento un tanto descontrolado. No conocía el límite a la hora de actuar de cualquier manera. Su cabello castaño había perdido todo su brillo. No hacía mucho, tuvo la excusa perfecta para beber hasta perder el sentido cuando descubrió una hebra gris en su cabello, una señal inequívoca de que se estaba haciendo vieja. Sus ojos de color topacio, de forma almendrada y coronados por largas pestañas, ya no eran vivaces ni traviesos, sino tristes y apagados. Su cintura de avispa se había ensanchado un poco tras quedarse embarazada y dar a luz a su hijito. Era estrecha de caderas, lo cual había dificultado el parto, pero se recuperó bien del mismo. Su boca había perdido su sonrisa y su expresividad. Lo único que conservaba de la vieja Debbie era la nariz respingona. Sin embargo, no estaba gorda porque la penuria en la que vivía la hacía pasar muchas veces hambre y era raro el día en el que comía poco y se saltaba una o dos comidas.
            Antiguamente, Debbie usaba con mucha frecuencia y cierta gracia y desenvoltura elegantes vestidos tan escotados que le dejaban fuera los pezones. Ahora, sólo usaba vestidos que tuvieran el cuello cerrado, pues se moría de vergüenza cada vez que se enfrentaba a los clientes. ¡Y no digamos si iba escotada! Aún era hermosa y deseable a los ojos de cualquier hombre, pero Debbie no quería saber nada del género masculino, ni aún cuando estaba tan necesitada de dinero. El único hombre que había amado yacía muerto en algún lugar de sus antiguos dominios, los cuales, al no tener familia, habían pasado a manos de la Corona. Siempre había sido testaruda y valiente a la hora de enfrentarse a cualquier situación, pero toda su pasión por la vida, todo su ímpetu habían sido sepultados bajo un alud de tristeza y cobardía. Conocía a mucha gente que podía ayudarla. De hecho, fue a pedir ayuda a sus conocidos, pero ninguno quiso ayudarla. Fue entonces cuando Debbie se sumió en una profunda depresión de la que no había salido.
            Su desesperación había aumentado cuando supo que Nicole, que siempre tuvo un fuerte sentido del decoro, se había acostado con una docena de hombres a cambio de dinero para pagar el alquiler de la habitación. Había sido la guinda del pastel. A pesar de sus diferencias, Debbie adoraba a su prima y se le partió el corazón al saber que se acostaba con hombres a cambio de dinero. Nicole le había dicho que no era prostituta, pues sólo lo hacía de vez en cuando. Era atractiva y sabía cómo atraer a los hombres cuando le convenía. Lo hacía de vez en cuando y ponía la excusa de que lo hacía sólo cuando necesitaba el dinero con desesperación. La miseria había despertado en Nicole un feroz instinto de supervivencia y una astucia pícara que la ayudaba a salir adelante. Debbie fue testigo de la transformación de Nicole en una joven decidida y temeraria, capaz de matar llegado el caso con tal de no morirse de hambre, aunque lo estuviera lamentando el resto de su vida. Había usado la inteligencia para sobrevivir de una manera que le parecía indigna a Debbie y sólo se ponía seria a la hora de exigir a sus clientes que se pusieran preservativos hechos con tripas de cordero. Nicole, para disgusto de Debbie, había perdido buena parte de sus buenos modales. No se cortaba nada a la hora de decir tacos o eructar. Para atraer a posibles clientes, Nicole usaba como nombre de guerra su verdadero nombre y decía que, además de tener nombre de emperatriz romana, había aprendido de Mesalina[1] . La humillación final para Debbie llegaba cuando Nicole le entregaba la mitad del dinero que ganaba por acostarse con alguien para sufragar sus gastos en comprar comida y ropa y pagar el alquiler. Le repugnaba la idea de imaginar a un hombre follándose a su prima, mientras ésta se dejaba, con la mente puesta en otra parte, fingiendo tener un orgasmo sólo por darle gusto. Debbie no sabía lo que era tener un orgasmo. Había intentado ser una mujer sensual, pero su marido jamás le había proporcionado placer.
            Por supuesto, este dato jamás se lo había confesado a su marido, no sólo porque le daba vergüenza, sino porque temía su reacción al ver su orgullo herido, si bien él hacía poco por satisfacerla en el terreno sexual. Si bien, hubo un tiempo en que se vio tentada por dos atractivos caballeros a olvidar sus votos matrimoniales, Debbie supo mantenerse en su sitio. Era salvaje y apasionada en la vida, sí, lo admitía, pero en la cama, era fría; su primera vez fue dolorosa, sangró mucho y tuvo lugar en un lugar nada apropiado para esa clase de encuentros. Además, tampoco quiso hacerlo, pero dejó hacer a su entonces prometido con expresión despavorida. En cierto modo, Debbie le tenía pánico al sexo. Jamás se negó a acostarse con su esposo, pero rezaba todas las noches para que él no fuera a buscarla. Fingía pasión para no despertar su ira, pero lo que quería de veras era que todo aquello terminase lo antes posible. 
            Aquello no era vida, se repetía una y otra vez Debbie. Pensaba que era un sueño, un mal sueño. Pronto, despertaría y estaría de nuevo en la cama, con Harry. Tendrían a su pequeño y a la hija de él a su lado. Habían pasado tres años, pero Debbie se aferraba con desesperación a la idea de que estaba soñando y que no tardaría en despertar. No quería afrontar la realidad porque le era demasiado dolorosa.
-Odio este local-pensaba Debbie, refiriéndose al saloon. Recordaba el Club para Damas que fundó en Londres. Había sido una idea divertida. ¿Qué dirían sus viejas amigas de verla en aquella situación? Se escandalizarían. Y la repudiarían. La sociedad funcionaba de aquel modo-Odio ver a mi prima Nicole convertida en una ramera sin modales. Odio enfrentarme a gentuza todas las noches. ¡Odio esta vida!
            Sin embargo, lo que más destrozaba el corazón de la muchacha era contemplar a las mujeres que paseaban con su carrito de bebé, independientemente de si eran la madre o la niñera del mismo; le traía a la memoria recuerdos de su querido hijito al que seguía llorando todas las noches. Si hubiese vivido algo de la vieja Debbie en su interior, habría salido a buscar a los asesinos de su marido y de su hijo. Sabía disparar y, aunque le habría llevado su tiempo, se habría vengado de ellos. Sin embargo, no tenía fuerzas para nada y su vida se limitaba a beber, a llorar y a resignarse.
            Tarde o temprano, tendría que adaptar su moda de hablar a la de la gente que la rodeaba porque llamaba demasiado la atención; estaba segura de que los asesinos de su marido jamás irían a buscarla porque sólo habían sobrevivido tres mujeres y una niña, por lo que ya no constituían amenaza alguna.
            Hubo un tiempo en el que el carácter derrochador de sus padres y de su único forzó a Debbie a vivir en una casita que, si bien tenía todo lo necesario para hacer de ella un lugar habitable y cómodo, le parecía demasiado pequeña, pero la prefería antes que a su actual residencia con goteras. Y con ruidos de fondo en las habitaciones contiguas…
Antes, tenía un diario en donde escribía lo ocurrido durante el día y cómo se sentía, pero ya no tenía ni papel ni pluma, por lo que no podía escribir. Por las noches, cuando dormía en su casa, Debbie sufría todo tipos de pesadillas de las que se despertaba gritando. En todas las pesadillas se repetía la misma escena; una escena que Debbie, en su delirio, asociaba a aquella noche de horror, pero que nunca había tenido lugar. Los asesinos se colaban en su casa y ella intentaba huir, con su niño en brazos, pero uno de ellos la alcanzó y la golpeó varias veces hasta que la tiró al suelo; le arrancaba al bebé de los brazos y, con gran saña y sin atender a sus súplicas, lo apuñalaba hasta la muerte, ante su mirada horrorizada.
No tenía nada que vender, pues todos los vestidos y la gran mayoría de las joyas se quedaron en la casa. Nicole fue la que se encargó de empeñar las pocas  joyas que llevaban encima para poder comprarse algo de ropa y comida y conseguir un techo donde cobijarse. Debbie estaba en shock desde que huyeran de la casa de su marido y no era capaz de pensar por sí misma.
Lo único que sabía era que su vida era aquélla. Había dejado atrás su vida en Inglaterra. No tenía familia. No podía volver allí. Debía de salir adelante vendiendo lo único que tenía. El deseo de llorar se apoderaba de ella. Pero debía de ser fuerte. Por ella...Por Nicole...
Las pesadillas la acompañarían siempre. El dolor formaría parte de su vida hasta el día de su muerte. El amargo sabor que sentía en su boca cada vez que recordaba cómo se ganaba la vida debía de formar ya parte de su rutina diaria. Debbie era una superviviente. Debía de ser fuerte. Aunque le costaba trabajo. 


FIN



[1] Nombre la segunda esposa y sobrina del emperador Claudio. Se hizo legendaria por su lujuria y su insaciable apetito sexual. 

miércoles, 29 de enero de 2014

DAWN BECKHAM

Hola a todos.
Hoy, seguimos conociendo a más personajes de Con el corazón roto. 
En este caso vamos a conocer a Dawn Beckham, un personaje que dará mucho de qué hablar.
Dawn es la madre de Ethan y Freddie. Es inglesa de nacimiento y miembro de una familia adinerada que cayó en desgracia tras arruinarse. Con un matrimonio fallido a sus espaldas por culpa de infidelidades mutuas, cuando se quedó viuda, Dawn rompió relaciones con su familia y se escapó con un amante con el que se fue a vivir a América.
En su juventud, Dawn fue una joven bella, pero también fue rebelde e impulsiva.
Acabó viviendo en Streetman, que se llamaba por aquel entonces San Ezequiel. Allí, su amante la abandonó por otra mujer.
Dawn aprendió a cultivar la tierra y a valerse por sí misma para salir adelante. Su fortaleza y su carácter indomable llamaron la atención de Sean. Por aquel entonces, él estaba casado con Sarah y su hijo mayor, Dillon, acababa de nacer. Sean empezó a relacionarse con Dawn y acabaron convirtiéndose en amantes. Fruto de esta relación extraconyugal nació Ethan. La relación finalizó poco después de que naciera Ethan por respeto a Sarah. Sin embargo, a escondidas de su mujer, Sean iba a visitar a su hijo. En una de aquellas visitas volvió a acostarse con Dawn, quedándose ella embarazada a raíz de aquel encuentro fugaz. Fruto del mismo nació Frederick.
Dawn es una mujer llena de dignidad y de gran fortaleza. Ha sabido sacar adelante ella sola a sus dos hijos y está muy orgullosa de ellos. Se mantiene alejada de los vecinos, pues se sabe rechazada por ellos por haber sido la esposa de un hombre casado. Sin embargo, le duele más que desprecien a sus hijos por ser ilegítimos, aunque todo el mundo sepa en el pueblo que Sean es el padre de ambos. Sólo encuentra cierto apoyo en el sacerdote del pueblo, el Padre Blasco.
Intenta que se lleven bien con los O' Hara por su bien. Sin embargo, le inquieta la hostilidad de Ethan hacia ellos y la estrecha relación que existe entre Olivia y Freddie.
Los años y los sufrimientos han vuelto a Dawn una mujer más serena y más calmada. Suele guardar para sí todo lo que piensa.
He imaginado a Dawn con el rostro de la actriz Kathy Baker, quien dio vida en Cold Mountain a la sufrida y abnegada Sally.
Juzgad vosotros si Kathy podría ser una perfecta Dawn Beckham.



martes, 28 de enero de 2014

"ANA KARENINA" EN TELECINCO

Hola a todos.
Aunque no es mi costumbre, quería compartir con vosotros en este blog una buenísima noticia.
Esta noche y mañana miércoles, a partir de las 22:30 horas, Telecinco dejará de lado sus realities y sus programas de gritos y emitirá algo estupendo.
Se trata de la última adaptación de la grandísima novela de León Tolstoi Ana Karenina. 
Durante dos días, veremos la trágica historia de amor entre Ana Karenina, una mujer casada, con el condeAlexei Vronsky. Seremos testigos de la hipocresía de la alta sociedad rusa de 1870. Y veremos desfilar ante nuestros ojos una hilera de personajes inolvidables, como lo son Levin y Kitty, quienes, por lo visto, adquieren más protagonismo en esta última adaptación, que viene en formato miniserie.
Se trata de una coproducción hecha entre Italia y España de gran presupuesto. No se han escatimado en gastos a la hora de recrear la Rusia de esa época. Decorados, vestuario, etc...
Tiene entre el elenco a actrices de la talla de María Castro (Vive cantando), Ángela Molina (Gran reserva) y Patricia Vico (Hospital Central). 
El actor venezolano Sergio Cabrera (Héroes) interpreta a nuestro protagonista, el apuesto conde Alexei Vronsky, un hombre dispuesto a darlo todo por amor, aunque sea un amor prohibido. Vittoria Puccini interpreta a la apasionada y atormentada Ana Karenina, nuestra protagonista. Una joven que lo deja todo para ser feliz al lado del hombre que ama, pero que, además de mujer, es una madre que sufre por no poder estar al lado de su querido hijo.
Una miniserie opino que debe de ser una auténtica gozada verla. Viene avalada de un gran éxito en Italia por parte de crítica y público.
Esperemos que siga teniendo suerte en el resto del mundo.



Alexei Vronski y Ana Karenina interpretados por Sergio Cabrera y por Vittoria Puccini en la miniserie que emite Telecinco esta noche y mañana noche.


lunes, 27 de enero de 2014

MARTY

Hola a todos.
Hoy, me gustaría seguir presentando a personajes de Con el corazón roto. 
Vamos a conocer a un personaje que es, para mí, de los más queridos. Se trata de Marty.
Marty es un hombre ya mayor. Hace tiempo que sobrepasó la barrera de los sesenta años.
Es padre de doce hijos. Pero ninguno de ellos vive en el pueblo. Hace ya algún tiempo que se quedó viudo.
Vive por y para su trabajo. Lleva mucho tiempo trabajando en el rancho La Pilarita como peón. Le gusta su trabajo.
Para los peones más jóvenes, Marty es una especie de padre. Acuden a él en busca de consejo.
Es un buen amigo y consejero de Jack. Le tiene verdadero aprecio. También siente un gran cariño por la esposa de Jack, Danielle.
El pasado de Marty es bastante turbulento. No siempre fue un marido fiel. Ha tenido diversos líos con las mujeres.
Sin embargo, ocurrió algo en su pasado que le cambió para siempre. Su relación con Jack empieza a deteriorarse cuando se percata de que está interesado en Olivia. Se opone en redondo a que tenga algo que ver con la joven.
El interés de Marty en Danielle va más allá del mero cariño por ser la esposa de un amigo. Se acerca a ella para hablarle. Para ser su confidente.
No puedo indagar más en este asunto. Tenéis que leer la historia para saber qué relación tiene realmente Marty con Danielle. Marty es un hombre honrado y trabajador. Aún disfruta haciendo reír a los demás, ya que posee un extraordinario sentido del humor. Siente un gran cariño por Olivia, a la que protege de todo. Incluso, la quiere proteger de Jack. Marty es poco menos que una institución en Streetman.
Es un hombre inteligente, pese a que nunca fue al colegio. La inteligencia de Marty se la dieron las vivencias y el paso de los años. Actúa de un modo reflexivo, excepto cuando se trata de Danielle.
Me he imaginado a Marty con el rostro del gran actor Jeff Bridges (hijo del genial Lloyd Bridges). Tiene el rostro de su personaje en Valor de Ley, remake de la película de John Wayne de 1969.
La única diferencia es que Marty no es tuerto.
Juzgad vosotros si Jeff Bridges podría ser un perfecto Marty.

domingo, 26 de enero de 2014

RUBY

Hola a todos.
Hoy, vamos a seguir conociendo a más personajes de Con el corazón roto. 
En este caso, vamos a conocer a Ruby, la joven que se convierte en el primer amor de Freddie.
Finalmente, se va a llamar Ruby, ya que su nombre, al principio, iba a ser Yuma. Me gustó más Ruby.
Ruby es una joven esclava fugada de una plantación donde vivía en unas condiciones terribles. Apenas sabe hablar inglés porque fue capturada poco tiempo antes y separada de su madre, de la que último que sabe es que murió cuando intentaba escapar.
Ruby es encontrada por Sean O' Hara, quien la lleva a su rancho y le da un trabajo como criada y la libertad. Ruby traba amistad con Nora, la cocinera, y con Consuela, el ama de llaves. Además, se gana el cariño de Olivia, la hija de Sean, una joven que vive atormentada por sus propios demonios internos.
Ruby es una joven que está asustada debido a los horrores que ha vivido en la plantación. Sin embargo, su apariencia frágil esconde un espíritu fuerte que es capaz de intentar salir adelante y empezar de cero.
Freddie y Ruby se conocen ya que el joven, invitado por Olivia, empieza a frecuentar el rancho de los O' Hara. Freddie y Ruby se sienten atraídos nada más conocerse y él decide enseñarla su idioma y a leer. El amor va surgiendo poco a poco entre ellos. Ruby sabe que el joven es el hijo ilegítimo del dueño e intuye una vida llena de sufrimientos y un espíritu parecido al suyo.
Freddie y Ruby deciden enfrentarse al mundo para poder estar juntos, a pesar de las diferencias que los separan. ¿Podrán ser felices?
He imaginado a Ruby con el rostro de la actriz Kimberly Elise, quien encarnó a Denver en la película Beloved, película que cuenta la trágica decisión que toma una esclava para salvar a una de sus hijas de una vida miserable y plagada de horrores.
¿Creéis que podría ser una perfecta Ruby?




sábado, 25 de enero de 2014

ABBY WALLACE

Hola a todos.
Hoy, me gustaría presentaros a otro personaje de mi novela Con el corazón roto. 
En concreto, vamos a conocer a Abigail Wallace, más conocida como Abby.
Abby es la hermana mayor de Tracy Wallace. Las dos son las hijas de un próspero terrateniente texano. Las dos jóvenes poseen un carácter bastante similar. Son bastante independientes y con unos comportamientos para nada femeninos, aunque Tracy es bastante más refinada que Abby.
Abby es una joven que debe de ser fuerte, aunque, en realidad no lo sea. Tracy sufre una grave enfermedad que amenaza con sumirla en la locura. Las dos hermanas están muy unidas y Abby es la que se encarga de cuidar de su hermana, dada la indiferencia que su padre les muestra.
Abby ha renunciado a numerosos sueños, pero guarda todo lo que piensa y todo lo que siente en su interior. Las dos hermanas son buenas amigas de Frederick Beckham. Abby se siente atraída por Freddie. Sin embargo, se da cuenta de que Tracy está locamente enamorada de él.
Abby cree sinceramente que Freddie puede hacer que Tracy se mejore y pueda llegar a curarse, por lo que opta por retirarse y anima a Freddie a cortejar a su hermana. No sospecha que el verdadero objeto del amor de Freddie es otra mujer y no es ninguna de las dos hermanas Wallace.
Abby es muy leal a su hermana Tracy y haría cualquier cosa con tal de verla feliz. Le destroza verla tan enferma.
He imaginado a Abby con el rostro de Natalie Portman en Cold Mountain. 
La actriz daba vida a una mujer valiente y leal, firme y entregada.
Juzgad vosotros mismos si Natalie podría ser una perfecta Abby Wallace.

jueves, 23 de enero de 2014

UN AMOR PROHIBIDO

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de mi novela Un amor prohibido. 
Estará centrada esta parte en un momento especialmente doloroso para la protagonista, para Sarah. Saber que su marido le ha sido infiel y que ha tenido un hijo, Freddie, con otra mujer.

                        En un pequeño pueblo de Texas, Manuela frotó con fuerza unos pantalones cortos. Eran los pantalones de un niño pequeño. Escurrió los pantalones, pero no llegó a tenderlos. Iba a tenderlos. Pero oyó unos gritos procedentes del interior de la casa. Se detuvo en seco. Los pantalones se le cayeron al suelo. No se molestó en recogerlos. Manuela se cogió la falda. Entró dentro de la casa. Se encontró con Elisa, la vieja cocinera.
-¡La señora está muy mal!-le contó.
            Estaba muy alterada.
            Sarah O’ Hara yacía inconsciente en el suelo del pequeño salón. Entre Manuela y Elisa la llevaron a su habitación. La acostaron vestida y con los zapatos puestos en su cama, la misma cama que compartía con su marido, Sean O’ Hara.
            Elisa cogió un pañuelo, lo mojó en colonia y lo pasó por la cara de Sarah. Manuela tocó la frente de la mujer. Sarah estaba en un estado cercano a la inconsciencia. Pero aún estaba consciente. Podía recordar lo que había oído en la tienda de Peggy, la modista. Dawn Beckham estaba de nuevo embarazada. No quería pensar en quién podía ser el padre de aquel bebé.
-Señora, ¿quiere que le diga a Ringo que vaya a buscar al doctor Castro?-le preguntó Manuela.
            Ringo era el hombre que ayudaba Sean con el rancho. Hacía poco que le habían contratado.
-¡No quiero ver a nadie!-respondió Sarah-¡Quiero estar sola!

Sarah estaba sentada en una silla cuando le llegó la carta que le había escrito Brighid. Fuera, estaban sus hijos. Jugaban a perseguirse los unos a los otros. Se sintió más sola que nunca. Brighid estaba tan lejos. Y ella...
            Sarah dejó la carta encima de la mesa.
            Se frotó las sienes con los dedos. Maldijo el día en el que Sean O’ Hara había aparecido en su vida. Sólo le había traído problemas. Lo había amado con rabia y con pasión. Luego, lo había aborrecido con gran intensidad. Pero…Ya no sabía qué sentir por él. Sólo le unían sus hijos. Los tres hijos legítimos que Sarah le había dado.

            Días antes, Sarah fue a la tienda de Clayton. Era la única tienda que había en el pueblo. Clayton había salido y estaba su mujer, Adelita. Era mexicana, como la gran mayoría de los habitantes del pueblo. La puerta estaba abierta. Pero no había nadie.
-¡Hola!-gritó Sarah.
            Oyó voces que venían del interior de la trastienda. Fue a ver lo que pasaba. La escena la dejó estupefacta. Vio la falda de vivos colores que llevaba puesta Adelita. Vio también a una mujer que llevaba puesto un vestido sencillo de color marrón. La cesta que llevaba Sarah en la mano cayó al suelo. La mujer ahogó un grito. Estoy soñando, pensó. ¡Tengo que estar soñando! ¡Esto es una maldita pesadilla!
-Tranquila, gringuita-dijo Adelita mientras pasaba un paño mojado por la frente de la mujer que yacía en el suelo de la trastienda.
            Sarah pensó que estaba viviendo la peor de las pesadillas. Porque reconocía a aquella mujer. La reconocía y sintió cómo la bilis le subía por la boca. Quiso salir corriendo. Quiso ponerse a gritar toda clase de barbaridades. Pero no pudo. Se limitó a permanecer allí paralizada. Muda…
-El bebito ya está casi fuera-dijo Adelita-Respira hondo, gringuita. Estamos acabando.
            Era Dawn Beckham. ¡La zorra con la que le había engañado Sean! Sarah supo que estaba de parto.
            Dawn Beckham era una mujer de constitución robusta. Muy distinta a Sarah… Más parecida a Sean…Tenía el cabello de color castaño rojizo. Su vientre era muy voluminoso. Debió de haber ido a comprar. Debió de haberse puesto de parto mientras compraba. Y le tocó a Adelita asistirla.
-¡Oh, lo siento mucho!-sollozó Dawn-¡No sé porqué lo hice! ¡Dios, perdóname por haber pecado! ¡Soy una fornicadora!
            No, pensó Sarah. Eres una furcia.
-Ya falta poco-la animó Adelita-Ya habrá nacido el bebito ya mismito. Aguanta. Sigue mis instrucciones. Todo va bien. Y Dios te perdona. Aunque hayas pecado, te perdona porque es muy bueno.
-¡Él no me perdonará!-sollozó Dawn-¡Lo que hice estuvo mal!
            Gritaba de dolor. Las contracciones eran cada vez más frecuentes. Notó cómo el bebé iba saliendo.
-Tienes que guardar tus fuerzas para cuando llegue el momento de sacar al bebé-le indicó Adelita-Ahorita, descansa un poco. Pero no te me duermas. Eso sería malo para los dos.
            ¿Qué hago?, se preguntó Sarah con el corazón encogido. Adelita estaba acomodada entre las piernas desnudas de Dawn. Ésta tenía la falda subida hasta las caderas. Las medias y los calzones yacían ensangrentados en el suelo de la trastienda.
-¡Ya está aquí!-trinó Adelita-¡Ya está aquí!
            En los brazos de Adelita cayó un hermoso niño. Tenía el cabello de color rubio ceniza.
-¡Mira que bebito más lindo has tenido, Dawn!-le dijo a la parturienta-¿Verdad que es el bebito más lindo del mundo?
            Buscó unas tijeras con las que cortar el cordón umbilical. Golpeó al bebé en las mejillas para hacerle respirar. Entonces, el recién nacido empezó a llorar. Y Sarah también empezó a llorar.


            Entonces, Adelita se dio cuenta de que no estaba sola con Dawn y con el bebé en la trastienda.
            Dawn se había empezado a sentir mal el día antes. Pero no le dio demasiada importancia. Creyó que daría a luz con la ayuda de una comadrona, igual que cuando nació Ethan. Pero no fue así. Fue a comprar comida a la tienda de Clayton porque no tenía más remedio que ir. Ya en el interior de la tienda, rompió aguas. La esposa de Clayton la atendió. Era una mujer muy amable.
            Sarah salió corriendo de la tienda. La última humillación que había sufrido era asistir al nacimiento del hijo bastardo de su marido.
            Llegó al rancho.
            Cerró la puerta con fuerza. Se apoyó en la madera. Rompió a llorar.
            Se sentía tentada a coger a sus hijos y abandonar a Sean. Aquel hombre nunca la había amado como ella merecía ser amada. Se maldijo así misma por haber sido tan estúpida y haber huido con él. Ahora, era demasiado tarde como para dar marcha atrás en el tiempo.
            En aquel momento, Dillon, Tyler y Olivia entraron de la calle.
            Entraron por la puerta de la cocina.
            Llamaron a gritos a su madre. La encontraron llorando en el recibidor.
-¿Qué ocurre, madre?-le preguntó Dillon.
-Enhorabuena, hijos míos-respondió Sarah con toda la sangre fría que pudo reunir. Quería aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. Miró a sus hijos y tragó saliva-Habéis tenido un nuevo hermano.
            Se miraron sin entender nada. El único que pareció que entendía algo fue Dillon. Había oído muchos rumores. Y había oído demasiadas cosas en sus pocos años de vida. Fue hacia su madre. La envolvió en un fuerte abrazo.
-No llores, madre-le pidió-Padre no lo merece.
            Tyler y Olivia imitaron a Dillon. También abrazaron a su madre.

            Oyó los cascos de un caballo. Consuela, su criada, fue a abrir la puerta.
-¡Señor!-exclamó.
            Sarah se puso de pie. Fue a recibir a Sean. Desde hacía mucho, había aprendido a disimular. A fingir que todo iba bien. Sean se lo había pedido. Y ella había decidido seguirle la corriente. Todo lo hacía por el bien de sus hijos. Dillon, Tyler y Olivia no tenían la culpa de ser hijos de un putero.
-¡Sarah!-la llamó Sean.
-¡Estoy aquí!-contestó ella.
            Sean entró en el salón, donde estaba su esposa. Saludó a Sarah dándole un beso en la mejilla.
-¡Qué contento estoy de estar de nuevo en casa!-afirmó. Se dejó caer en el sofá-Estoy harto de viajar. Todo lo hago para que el rancho salga adelante.
-Me alegro de verte-dijo Sarah.
-Pues no lo parece-observó Sean.
            Sarah le enseñó la carta que había recibido de Brighid. Le contó que su hermana estaba esperando su primer hijo. Sean se echó a reír.
-¡Pero si es muy vieja!-se rió.
-Debe de ser una epidemia-replicó Sarah con intención-No es la única que va a tener un hijo. Que yo sepa, ya ha nacido el hijo de Dawn Beckham. ¿Cómo se llama? Frederick…
-¡Sarah, por Dios! ¡Ya te he pedido millones de veces perdón! Sólo fue un desliz. Nada más.
            Sarah meneó la cabeza mientras contemplaba a su marido casi al borde de un ataque de nervios. ¿En serio consideraba a aquel niño un simple desliz? Todo el mundo la señalaba cuando salía a la calle. Y también señalaba a Dawn.
-Ese niño necesita que su padre se ocupe de él-aseveró Sarah.
-Mis hijos son Dillon, Tyler y Olivia-replicó Sean-No tengo más hijos. Y mi única esposa eres tú.
-Te olvidas de tus otros dos hijos. Estarás casado conmigo, pero Ethan y Frederick no son mis hijos. Tú los has engendrado. Tú eres su padre. Aunque los haya parido otra mujer que no soy yo.
            Sean se dejó caer en una silla. Sólo había estado con Dawn una vez después de su ruptura decidida por ambos.
            Una vez…Y Dawn se había quedado embarazada. No podía decir que Frederick no era hijo suyo. Tanto él como Ethan se le parecían muchísimo.
            Había caído en brazos de Dawn y se había dejado embriagar por sus besos.
            No fue Dawn la que le contó a Sarah que iba a tener un hijo con su marido.
            Fue la chismosa de Peggy, la modista del pueblo.
            Peggy les había visto. Los encontró abrazados en el huerto que había detrás de la casita de Dawn. Él besaba el cuello de la mujer. No supo porqué lo hizo. Se justificaba así mismo diciéndose que era por culpa de Sarah. Hacía mucho que su mujer decía que no tenía ganas. Y, cuando las tenía, apenas se movía. Sean tenía la sensación de estar en brazos de una estatua. Y, cuando besaba a Sarah, parecía que ésta era de hielo. Nunca hubo una gran pasión en su matrimonio. El sexo era algo que no terminaba de gustarle del todo a Sarah. Y Dawn era una mujer apasionada. Dura como la tierra, pero, al mismo tiempo, sencilla. Se volvió loco con sus apasionados besos y acabó sucumbiendo de nuevo a la tentación.
Pero Peggy tuvo que encontrarles retozando en el huerto. Y tuvo que ir contándoselo a todo el mundo. Le faltó tiempo para ir a contárselo a Sarah cuando se la encontró en la calle. Lo malo era que iba con los niños. Cuando Sean regresó a casa, su esposa le estaba esperando en el recibidor. Le abofeteó y le increpó a modo de saludo. No fue capaz de decir algo. Sentía una vergüenza infinita. Le había vuelto a hacer daño a Sarah.
            Luego, se supo que Dawn estaba embarazada. Ella no quería decir el nombre del padre de su hijo.
            ¿Para qué iba a decirlo? Gracias a Peggy, todo el mundo lo sabía. Sarah fue a verla para preguntarle si Sean era el padre del bebé que esperaba. Dawn no dijo nada. Se limitó a asentir mientras sus ojos avergonzados se clavaron en la cara descompuesta de Sarah. La mujer se fue de la casita de madera donde vivía Dawn con su hijo Ethan hecha un mar de lágrimas. A punto estuvo de matar a Sean cuando llegó al rancho. No lo hizo. La visión de sus hijos fue lo que la detuvo.
            Sabía que su matrimonio estaba acabado. Sólo se aguantaban por los niños.
            Adelita fue la que asistió a Dawn meses después cuando dio a luz a su hijo. Sabía algo de partos. Su madre había sido comadrona en un pequeño pueblo cercano a Acapulco. Adelita ya tenía cuatro hijos con Clayton. Era la única persona en el pueblo que no juzgaba a Dawn. Decía que Dios se encargaría de juzgarla llegado el momento. Los hombres miraban con deseo a Dawn. Las mujeres la culpaban de haber seducido a Sean. Sarah creía que Sean era tan culpable como Dawn. Porque él pudo haber frenado a tiempo.
            Así, no habría tenido otro hijo con ella.
            Sarah sabía que Sean había ido a verlo. Que si su marido había terminado acostándose con Dawn era porque había ido a ver a Ethan. Que, a pesar de todo, su esposo se preocupaba por los dos hijos ilegítimos que había engendrado. Y que Freddie no sería una excepción. Aunque no llevaran nunca el apellido O’ Hara.
-El niño está bien-dijo Sean-Es un poco más débil que Ethan. Pero crece sano.
-Me alegra saberlo-dijo Sarah.

            No quiso ver al niño. Le dolía verlo y recordar el engaño de su marido. Sarah no derramó ni una sola lágrima. Era mejor no llorar. Supo algunas cosas del niño a través de los vecinos. Sarah deseaba gritarles que no quería saber nada del hijo que su marido había tenido con otra mujer. Aquel niño era el fruto de la peor de las traiciones.
            Se enfadó con Olivia cuando supo que la niña se había escapado para ir a casa de Dawn. Quería conocer a su nuevo hermanito. Sarah no sabía qué pensar. Después de todo, el pequeño Freddie y Ethan también eran hermanos de sus hijos. Dillon y Tyler no mostraron interés alguno en ellos. Pero Olivia parecía sentir cierta fascinación hacia el pequeño Freddie. Algo que no gustaba nada ni a Sarah ni a Dawn.
            Una epidemia de cólera azotó el pueblo. El cementerio se quedó pequeño.
            Sean no quería salir de su casa. Tenía miedo de contagiarse. Le quedaba el consuelo de ver que tanto Sarah como los niños estaban bien.
            Le tocó enterrar a sus vecinos. Sean tenía miedo de que sus hijos fueran, incluso, al establo. La Parca se ha cebado con nosotros, pensaba Sean mientras cavaba una tumba para enterrar a un sobrino de Clayton. Se le hizo un nudo en la garganta al contemplar el pequeño ataúd en el que estaba metido el niño. Debía de tener la misma edad que tenía su hijo Freddie. Apenas unos meses de vida…La Muerte no respeta ni a los niños, pensó Sean.
            Dejó de cavar y se secó las lágrimas que empañaban sus ojos.


 Sarah pensó que no iban a quedar vecinos en pie y que el doctor Castro necesitaría más ayuda de la que recibía. El hombre podía caer enfermo en cualquier momento. Y, para colmo de males, llegó la noticia de que Dawn y el pequeño Freddie también estaban enfermos. Según supo Sean, el pequeño Freddie era el que peor estaba de los dos. Su madre había enfermado mientras lo cuidaba. Tenía una fiebre muy alta. Cuando se enteró, Sean fue corriendo a verle. Sarah lo dejó ir, consciente de que su marido tenía que cumplir con su responsabilidad. Y tenía una responsabilidad enorme con Dawn y con Freddie. A punto estuvieron de morir por culpa del cólera. Adelita convenció a Clayton de que debían de ocuparse del pequeño Ethan.
El niño estuvo con ellos mientras su madre y su hermanito estuvieron enfermos.
No lloró.
Era un niño fuerte.
Se llevaba año y medio con Tyler. Sabía cómo le llamaban en el pueblo. Odiaba a Sean por lo que le había hecho a su madre. Por lo que le había hecho a él. Bastardo… Era un bastardo. Y la culpa de todo la tenía Sean. También culpaba a su madre. No era un mal crío. Pero estaba lleno de resentimiento.
Aún así, estaba preocupado. Freddie está enfermo porque nuestros padres han pecado, pensaba Ethan.
Sarah no le ocultó la noticia a sus hijos. Debían de saberla. Olivia tenía seis años. Dillon tenía doce. Tyler tenía nueve. Ya eran mayores.
            Cuando se enteró, Olivia estuvo llorando.
-Ese niño no es nuestro hermano, Livie-le dijo Dillon al encontrarla llorando oculta tras un baúl en el desván-Es sólo el hijo que nuestro padre ha tenido con otra mujer.
-¡Es mi hermanito!-insistió la niña.
-¡No lo es!
-Sí que lo es. Padre lo ha tenido con otra mujer que no es madre. Pero es mi hermanito. ¡Y yo lo quiero!
            Dillon no supo rebatir las razones de su hermanita.
            Fue un milagro que Dawn y Freddie sobrevivieran. Sarah no pudo impedir que Sean fuera a verles. No quería retenerle a su lado y Sean estaba angustiado por la suerte de sus dos hijos ilegítimos. Le quedó a Sarah el consuelo de saber que el cólera había dejado estéril a Dawn.
            Olivia se puso muy contenta cuando supo que Freddie estaba fuera de peligro.
            Y fue corriendo a verle.
            A partir de ahí, Olivia se volcó por completo en su hermanito. Dawn era todavía muy joven, pero se alegraba en su fuero interno de saber que no volvería a quedarse embarazada. Así, le evitaba un disgusto a Sarah O’ Hara.
            Olivia cogía en brazos a Freddie y lo llevaba con ella a todas partes. Sean era un hombre callado y discreto. Se alegraba de corazón de ver a su hijito recuperado. Y le dolía el haberle condenado a ser un bastardo. Quería gritar a los cuatro vientos que Ethan y Freddie eran sus hijos. Lo sabía todo el mundo. Se mostraba cariñoso con el pequeño Freddie. Pero Ethan estaba furioso con él. Ojala pueda ganarme su cariño con el paso del tiempo porque también es mi hijo, pensaba Sean.
            La epidemia se llevó por delante la vida de medio centenar de vecinos del pueblo.

miércoles, 22 de enero de 2014

EL FRUTO PROHIBIDO (CUARTA PARTE)

Hola a todos. 
Hoy, me gustaría compartir con vosotros la cuarta parte de mi relato El fruto prohibido. 
Esta parte estará más centrada en la familia de Ethan, es decir, en su padre Sean y en su hermanastra Olivia. 
¡Vamos a ver qué pasa! 

Sean O’ Hara, el padre de Olivia O’ Hara, la había criado solo tras la muerte de su esposa, acontecida cuando su hija tenía trece años. Sebastián era un hombre que intentaba sacar adelante su rancho. Pero el rancho tenía muchas deudas. Y él se sentía agobiado.
Se volcó en Olivia, vivo retrato de su madre. Sean se sentía culpable de la muerte de su esposa Sarah. Sentía que él la había matado. Sarah lo había amado profundamente. Sin embargo, Sean nunca supo corresponder a aquel amor que Sarah le profesaba. A veces, iba a visitar la tumba de su esposa. Pasaba largas horas de pie ante la cruz de madera que indicaba el lugar en el que estaba enterrada. Hablaba con ella.
Echaba de menos a sus dos hijos mayores. Y pensaba en los otros dos hijos que había engendrado al margen de su matrimonio.
Se sentía solo y perdido. No sabía qué hacer.
A punto de cumplir veinte años, Olivia era una joven muy hermosa y llamativa. Tenía una chispa de picardía infantil. Sean veía que su hija prefería estar con él haciéndole compañía y le aseguraba que no se casaría nunca porque quería estar a su lado haciéndole compañía ya que prefería estar con él que con sus pretendientes. Sin embargo, Olivia poseía una vena rebelde y aventurera que iba a causar muchos estragos en su futuro marido.
            En una ocasión, Sean tuvo que llamar al orden a su hija una mañana que estaban desayunando tostadas untadas con mantequilla. Olivia se comió ruidosamente su tostada y se echó a reír. La joven llevaba su cabello pelirrojo suelto de manera voluptuosa, se había puesto un sencillo vestido de hilo blanco algo escotado e iba descalza. Del cuello prendía un camafeo que tenía en su interior una imagen de su madre. A Sean le hizo gracia el aspecto de su hija, pero también le disgustó. Olivia podía llegar a comportarse como una salvaje en ocasiones. Él podía tolerarlo e incluso reírle la gracia, pero... ¿se comportaría así un marido?
- Siento haberme retrasado para desayunar, padre, pero es que estaba en el porche- se excusó la muchacha-He salido a dar un paseo a caballo. ¡Hace un día precioso! Luego, no me apetecía meterme dentro tan pronto. Me he quedado en el porche. ¡Me encanta esta hora de la mañana! Sale el Sol. Y siento que puedo enfrentarme con todo. Además, siempre paso un rato en el porche antes de entrar.
- Donde has perdido tus zapatos por lo que veo- afirmó Sean.
Su ceño estaba fruncido y su hija sonrió tontamente, roja como un tomate.
- Quería ver el amanecer- respondió Olivia.
- A tu futuro marido no le haría gracia que hagas estas cosas, querida. No te lo permitirá.
- Pero, padre, tú no puedes entender... Fue fantástico ver la salida del Sol. Me senté en el suelo y apoyé la espalda contra el árbol. Las hojas estaban húmedas de rocío. Vi cómo el Sol comenzaba a salir por el horizonte y vi como el cielo cambiaba su tono de azul. No me importó mancharme el vestido de tierra. Padre, deberías haber visto como esa llama ardiente, grande y redonda iba saliendo poco a poco para darnos luz y vida y yo, con tan sólo ver ese espectáculo, me sentí viva y no me importó que mi aspecto fuera tan penoso cuando me he reunido contigo.
            Sean le guiñó un ojo mientras mordisqueaba su tostada con mantequilla y Olivia se sintió más tranquila.
- Los años van pasando poco a poco, cariño, y yo ya no me siento ni tan fuerte ni tan vigoroso como era cuando naciste- dijo el hombre.
            Olivia se sentía un poco incómoda ante la perspectiva de tener que casarse.
-Sean, no quiero abandonar esta casa- dijo la muchacha- Quiero pasarme el resto de la vida aquí, cuidando de ti, y haciéndome vieja a tu lado.

- Eres una muchacha muy buena, hija mía, y posees dones que harían feliz a un hombre, exceptuando ese punto indomable de tu carácter. 


-Me gustaría hablar contigo acerca de Ethan, padre. Te confieso que estoy preocupada por él.
-¿Qué le ocurre? ¿Está enfermo? ¿O es otra cosa?
             Sean no era tonto.
            El rumor que circulaba acerca de la relación de Ethan con Lucía Parrado había llegado a sus oídos.
-Tengo mucho miedo, padre-admitió Olivia-El señor Parrado es un hombre muy poderoso. No creo que le guste saber que mi hermano anda enredado con su hija.
            ¿Y qué quieres que yo haga?, pensó Sean.
-Deberías de hablar con él-le sugirió Olivia.
-No creo que me haga caso-se lamentó Sean.
-¡También eres su padre! Ya es hora de que ejerzas como tal con él.
-Debes de pensar que soy un cobarde. Pero tengo mucho miedo a que Ethan me rechace.
-¡No lo sabrás si no lo intentas!
            Sean se limpió los labios con la servilleta.
            Respiró hondo.
            Pensó que Olivia tenía razón.
            Pero no sabía qué hacer para hablar con Ethan.
            Su hijo sentía un profundo odio hacia él y Sean lo comprendía. No sabía qué hacer para acabar con aquel abismo que les separaba.
            Sean se sintió muy cansado. Estaba cansado de todo. Y sólo quería cerrar los ojos y dormir. Se levantó de la silla. Se despidió de Olivia haciendo un gesto con la mano. Olivia le vio salir del comedor. También mi padre necesita ayuda, pensó la joven. Como Ethan...Como yo... 

domingo, 12 de enero de 2014

UN AMOR PROHIBIDO

Hola a todos.
Aquí os dejo con el argumento de una de mis novelas. Se trata de Un amor prohibido. 
Cuenta la historia de la madre y de dos de los hermanos mayores de Olivia.
La historia transcurre en la década de 1830, antes, durante y después de que Texas se independice de México y pase a convertirse en una República independiente.
Sarah O' Hara es una joven perteneciente a la nobleza rural irlandesa que, enamorada de Sean, un joven de extracción humilde, se escapó con él. Juntos llegaron a América, pero el matrimonio fue un fracaso desde el primer momento, ya que Sean, en realidad, no estaba enamorado de Sarah.
Ni los tres hijos que tuvieron les sirvió para unirles. Sarah, católica ferviente, permanece al lado de su marido, a pesar de sus infidelidades, (una de sus amantes tuvo dos hijos con él), porque siente que es lo que debe hacer. Pero Sarah se replantea muchas cosas cuando encuentra el verdadero amor encarnado en la figura de Ojos de Halcón, un apuesto guerrero comanche, viudo y que se enamora realmente de ella. Ojos de Halcón está dispuesto a hacer cualquier cosa por Sarah.
Dillon y Tyler son los dos hijos mayores de Sarah y de Sean. Dillon se enamora de Margaret, la hija mayor de un hombre con una reputación terrible, un amor secreto del que sólo sabe la hermana menor de la joven. Tyler, mientras, encuentra el amor en la figura de Daphne, la hija adoptiva del herrero. Pero éste no ve con buenos ojos esta relación ya que desea a alguien mejor para su hija.
Tres historias de amor, de dolor, de esperanza y de desesperanza.
¿Podrá triunfar el amor?
Muy pronto, lo sabréis.

viernes, 10 de enero de 2014

EL FRUTO PROHIBIDO (TERCERA PARTE)

Hola a todos.
Aunque no entraba en mis planes continuar con El fruto prohibido, se me ha ocurrido escribir una tercera parte contando la historia de amor entre Ethan Beckham y Lucía Parrado.
Veremos una conversación entre Lucía y la hermanastra de Ethan, Olivia.

                         La visita de Olivia al rancho de los Parrado no pilló de sorpresa a Lucía. La joven O' Hara la visitaba con bastante frecuencia. La criada la hizo pasar al salón, donde estaba Lucía sentada bordando.
-¡Olivia!-exclamó Lucía al percatarse de que no estaba sola-¡Qué sorpresa más agradable!
                        La invitó a que tomara asiento a su lado.
                        Olivia se sintió ligeramente incómoda al verse sentada en el sofá junto a Lucía. La joven era todo lo que ella no era.
                         Lucía se sintió, a su vez, también ligeramente incómoda. Olivia era la hermana de Ethan. Quizás, Sean O' Hara no le había reconocido como hijo suyo, dándole su apellido. Pero seguía siendo la hermana de Ethan.
-Me apetecía venir a verte-dijo Olivia.
                      La joven había oído algunos rumores acerca de que Ethan podía estar relacionado con Lucía. Rumores a los que Olivia no sabía si debía de dar crédito.
-Te noto un poco tensa-observó Lucía.
-Es que me gustaría hacerte una pregunta-se sinceró Olivia.
                     Quien se lo había contado había sido la modista del pueblo, Peggy. Era la mujer más chismosa de todo el Condado de Firestone.
                      Olivia, por supuesto, no era nada chismosa. Pero la curiosidad la estaba matando. Quería saber la verdad de lo que pasaba entre Ethan y Lucía. La joven siguió bordando de manera tranquila, dibujando una rosa perfecta en la tela que sujetaba el bastidor. Se había visto a Ethan y a Lucía revolcándose con las piernas entrelazadas en el pequeño huerto situado detrás de la casita de madera de los Beckham. Se había visto a Ethan y a Lucía besándose con lengua detrás de un árbol.
-¿Qué hay entre mi hermano Ethan y tú?-quiso saber Olivia.
                       Lucía estuvo a punto de pincharse con una aguja.
-¿A qué te refieres?-inquirió, visiblemente nerviosa.
-Yo he oído algunos rumores en el pueblo-contestó Olivia-Aunque no me relacione mucho con Ethan, no olvido que es mi hermano. Y me preocupo por él.
-Yo...-tartamudeó Lucía.
-No me lo digas, si no quieres. Sólo quiero que sea feliz.



                         Lucía dejó de bordar. Bajó la vista. No se sentía capaz de mirar a Olivia a los ojos y mentirle.
-Le quiero-le confesó.
                        Olivia respiró aliviada. Lucía acababa de confesarle que quería a Ethan.
-¿Y él también te quiere?-quiso saber la joven.
                          Lucía se limitó a contestar asintiendo.
                         Olivia se puso de pie. Empezó a pasearse de un lado a otro del salón. Pensó que Ethan y Lucía podían acabar metidos en un buen lío. Eran demasiadas cosas las que les separaban. Pero estaban enamorados. ¿Y qué sabía Olivia del amor para poder opinar?
                         De pronto, se abalanzó sobre Lucía y la abrazó con fuerza.
-Intentaré ayudaros en la medida de lo posible-le prometió.
                         Olivia besó a Lucía en la mejilla.

jueves, 2 de enero de 2014

EL FRUTO PROHIBIDO (SEGUNDA PARTE)

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros la segunda parte que he creado de mi relato corto El fruto prohibido. 
Vamos a seguir con la historia de amor entre Ethan Beckham, el hermanastro de Olivia, y Lucía Parrado.
Es mi manera de darle la bienvenida al año 2014. Con un poco de romanticismo...

                          Lucía estaba enamorada de Ethan desde hacía mucho tiempo.
                          Tiempo atrás, Ethan se subió a la copa de un árbol muy alto para coger al gatito de Lucía, que se había subido allí. Logró cogerlo en brazos y devolvérselo a su dueña, quien lo esperaba al pie del árbol muy nerviosa.
-¡Lo tienes!-exclamó Lucía, entusiasmada.
-Tenga cuidado la próxima vez, señorita Parrado-le aconsejó Ethan.
                       Para su sorpresa, Lucía lo envolvió en un abrazo entusiasta. En un rapto de alegría, la chica le besó en ambas mejillas. Lo besó hasta cuatro veces en cada mejilla.
-No está bien-dijo Ethan.
                      Se apartó de Lucía, quien no se atrevía a mirarle a los ojos. Tenía las mejillas encendidas. Ethan se alegó de allí. Podía sentir los labios de Lucía en sus mejillas. El contacto de los labios de la chica había encendido su sangre. No debe de repetirse, pensó Ethan. La idea de tener a Lucía Parrado entre sus brazos le parecía descabellada.



                         Algún tiempo después, Lucía acabaría yaciendo entre los brazos de Ethan.
                         Ethan descubrió al lado de Lucía una parte de sí mismo que creía no tener. Las horas que pasaban en el granero del rancho de los Parrado le parecían escasas. Fantaseaba con la idea de huir con Lucía. Un deseo que compartía con ella. Ethan descubrió que podía ser apasionado y romántico. Lucía también se estaba descubriendo así misma.
                       Descubrió su lado más apasionado y más ardiente.
                       Por las mañanas, Ethan se descubría así mismo yendo a caballo hasta el rancho de los Parrado con la esperanza de ver a Lucía. Regresaba a su hogar destrozado. El padre de Lucía jamás querría como yerno a un joven gringo, de origen humilde y bastardo. Si bien, todo el pueblo estaba al tanto de que su padre era Sean O' Hara.
                       Una mañana, Ethan estaba arrancando las patatas que crecían en el pequeño huerto situado en la parte trasera de la casita de madera. Su hermano Freddie estaba con él también arrancando las patatas.
                       Había ido a visitar a su hermana Olivia a La Isaura y oyó hablar a Consuela, el ama de llaves, con Nora, la cocinera.
                        Estaban hablando de la relación que mantenían Ethan con Lucía.
                        Ethan se secó el sudor que empapaba su cara con la manga de su camisa. De vez en cuando, Dawn asomaba la cabeza por la ventana de la cocina. Estaba troceando unas zanahorias. Se alegró de ver cómo sus hijos eran tan trabajadores.
-¿Es verdad lo que se dice?-inquirió Freddie a bocajarro-No es ningún secreto. Te estás viendo a escondidas con la hija del señor Parrado. Con Lucía...
-No pienso contestar a eso-contestó Ethan.
-A mí me lo puedes contar todo. No pienso irme de la lengua. ¿Es cierto? ¿Lucía y tú sois amantes?
                     Ethan fulminó a su hermano con la mirada.
-Lucía y yo nos amamos-contestó-Piensa lo que quieras.
-Deberías de hablar con su padre-le exhortó Freddie-Cuéntale lo que pretendes de Lucía. A lo mejor...
-A lo mejor, le dice a sus peones que me maten. O manda a Lucía bien lejos de Streetman. No, Freddie. Es mejor dejar las cosas como están.
                       Aquel huerto era todo lo que tenía la familia.
                       Ethan no era capaz de renunciar a Lucía. Se escapaba de su casa sólo para ir al encuentro con Lucía. La joven sabía cómo escaquearse de su habitación. Todo el mundo dormía profundamente en el rancho. Las horas de besos que pasaban Ethan y Lucía en el granero eran su mayor alegría. Una alegría que debía de ser secreta.