sábado, 28 de septiembre de 2013

CONOCIENDO MÁS A FONDO A OLIVIA O' HARA

Hola a todos.
Hoy, me gustaría hablaros un poco acerca de la protagonista de Con el corazón roto. Olivia O' Hara es un personaje femenino que es muy inusual en mí. Por lo general, me gusta el prototipo de heroína más clásica, más ceñida a la sociedad de su época.
Olivia es hermosa. Es terca. Es temperamental. Desde hace mucho tiempo, se ha negado a seguir las normas que dicta la sociedad. Trabaja como peón en el rancho La Pilarita. Al mismo tiempo, ayuda en lo que puede a su padre para levantar el rancho de éste. Viste siempre con pantalones y con camisas masculinas. Para las mujeres del pequeño pueblo texano en el que vive, Olivia es toda una marimacho.
Sean, su padre, está realmente preocupado por ella porque ve que hay algo en Olivia no funciona del todo bien. Su frágil salud...
Olivia es inteligente. Es consciente de su belleza. Odia su cuerpo porque despierta los deseos de los hombres. Unos deseos que le costaron la vida a su madre. Está al tanto de lo que dicen de ella. No le importa. Incluso, en ocasiones, se pone un holgado poncho. Todo para disimular las curvas de su cuerpo. Le gusta ir vestida como un muchacho en la creencia de que mantendrá a los hombres apartados de ella. Sin embargo, a pesar de todo lo que hace, Olivia no puede resistirse cuando llega el amor. Pero la educación que ha recibido hace que se reprima cuando se enamore de un hombre que no podrá ser suyo jamás porque está casado. Jack Mackenzie...
Olivia sabe que ese amor está prohibido. Intenta resistirse a él. Su amor por él choca de manera brutal con la educación recibida. Y su salud amenaza con resquebrajarse.
Olivia sabe lo que tiene que hacer. Tiene que mantenerse alejada de Jack a toda costa. Tiene que poner cierta distancia entre ambos. Vio a su madre sufrir por culpa de las infidelidades de su padre. Y no quiere hacerle daño a la esposa de Jack, Danielle.
Se retrae. Quiere ir hacia él.
La idea de su padre de enviarla a casa de sus tíos obedece a varios motivos. Olivia tendría que haberse casado hace ya mucho tiempo. Se ha convertido en una solterona. Además, piensa en ella. Su salud está muy débil y Sean cree que el alejarla del pueblo podría ayudarla a recuperarse.
Sin embargo, Olivia no quiere irse del pueblo. Está demasiado pegada a su tierra. Hay otro motivo que la impide irse del pueblo. Jack está enamorado de ella. Ama su belleza, su carácter terco y su fuerza de voluntad.
¿Qué puede hacer Olivia?
De acuerdo, puede parecer una historia demasiado manida. Por cómo es la protagonista. Una chica que se viste igual que un chico y que trata de hacerse respetar por todos. Hasta que encuentra el amor.
Olivia es una bella mujer. No puede seguir las normas que le dicta la sociedad porque siempre ha nadado contracorriente. Su institutriz fracasó en el intento de convertirla en toda una dama. La joven no quiere cambiar de vida.
Bajo toda esa fachada, se esconde otra Olivia. Una joven que vive asustada de sí misma. Una joven que tiene miedo de amar y de ser amada. Una joven llena de miedos y de inseguridades...
¿Qué es lo que le tiene la vida reservado a Olivia? ¿Podrá ser feliz algún día?



De acuerdo...Antes imaginaba a Olivia con el rostro de Lindsay Lohan. Pero no existe ninguna foto de Lindsay Lohan vestida de época (creo que nunca ha hecho una peli de época). Así que he decidido imaginar a Olivia con el rostro de Keira Knightley en la última versión de Ana Karenina. 

jueves, 26 de septiembre de 2013

UNA IMAGEN DE ESTELLE

Hola a todos.
De acuerdo...La imagen que voy a subir no corresponde a Estelle. Pero así es como me imagino yo a la protagonista de Mía Stella. 
Rubia...Hermosa...De expresión dulce...Como la actriz que interpreta a Kitty en la última versión de Ana Karenina, Alicia Vikander.
Juzgar vosotros si Alicia (o Kitty) podrían ser una perfecta Estelle.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

CARTA DE ETHAN A FREDDIE

Hola a todos.
Hoy, quiero compartir con vosotros esta carta que no tiene nada que ver con la historia, pero creo que podría encajar bastante bien.
Se la escribe Ethan a Freddie.
¡Espero que os guste!

                         Hermano:

                        ¿Cómo estás? No sé si pasará mucho tiempo hasta que leas esta carta. Te confieso que estoy preocupado por ti. 
                        Madre, ya lo sabes, no para de trabajar. Sin embargo, yo noto que está cada vez más cansada. Se queja de que le duele la espalda. 
-¿Quieres que te ayude?-le pregunto.
-No es nada-me responde. 
                     Madre no para de trabajar en el huerto que tenemos. A menudo, me siento culpable. La he dejado sola para poder estar con Lucía. Madre me dice que tengo que hacer mi vida. Sin embargo, me duele verla enferma. Creo que está enferma. Aunque ella no lo quiere admitir. 
-Deja que yo arranque las malas hierbas-me ofrezco. 
-Lo hago yo-insiste madre-Deja. 
-Madre...
                   Nunca pensé que estaríamos tan lejos tú y yo, Freddie. A menudo, pensaba que sería yo quién se iría de este pueblo. En cambio, sigo viviendo en Streetman. Vivo con Lucía. Los dos somos felices. Su padre, poco a poco, está aprendiendo a aceptar que estemos juntos. Nuestro mayor deseo es tener hijos lo antes posible. Lucía quiere que me relacione más con los O' Hara. 
-Son tu familia-me recuerda-Sean O' Hara es tu padre. 
-Puedo llevarme bien con Dillon y con Tyler-le digo-Tengo tres sobrinos y quiero pasar tiempo con ellos. 
-¿Y qué pasa con Sean?
-Dame tiempo. Quiero dejar de pensar que es un cabrón. 
                      He construido una casa de madera. Lucía y yo vivimos en esa casa. Me encargo de construir los muebles. Estoy muy preocupado por Livie. No te lo voy a negar. Pero también estoy preocupado por ti, Freddie. La India me parece que está en otro planeta. ¡Está tan lejos! 
                     ¿Está bien mi hermana? 
                     Te confieso que voy con frecuencia a La Isaura. Me gusta pasar tiempo con mis sobrinos. Me gusta jugar con ellos. Me gusta dar paseos a caballo con mis hermanos. Lo admito, Freddie. Tú tenías razón cuando me decías que Dillon, Tyler y Olivia son mis hermanos. ¡Porque son nuestros hermanos! 
                    También hablo con nuestro padre. 
                    Paso a su pequeño despacho. 
-¿Cómo va el rancho?-le pregunto. 
-Está empezando a funcionar-me responde mi padre. 
-¿Y eso?
-Se lo debo todo a Tyler. Tiene mucha cabeza. Es más inteligente que yo. 
-¡No lo creas! 
-No tengo cabeza para los negocios. He hecho muchas cosas mal. No sólo he hecho las cosas mal en lo relacionado con los negocios. También he hecho cosas mal con relación a mi vida. Perdóname, Ethan. 
                         Kimberly, a menudo, entra en el despacho. Yo veo que hay amor entre ellos. Kimberly ha llevado la estabilidad a mi padre. 
                        Les veo besándose. Sean, nuestro padre, está muy enamorado de Kimberly. 
-Eres un ángel-le dice. 
                        Entiendo lo que nuestro padre siente por Kimberly. A mí también me pasa lo mismo con Lucía. ¿Tú sentías lo mismo por Yuma? Perdóname que te haga esta pregunta, Freddie. A veces, pienso que el amor y el cariño son dos cosas bien distintas. Sentías un gran cariño por Yuma, hermano. No te lo voy a negar. 
                   Me despido aquí de ti, hermano. Le pido a Dios que Livie se ponga bien lo antes posible. y que tú vuelvas pronto a casa. Cuídate, hermano. Y cuida de Livie. Nosotros te estaremos esperando. 

 

lunes, 23 de septiembre de 2013

IMAGEN DE FREDDIE

Hola a todos.
De acuerdo...No es una imagen de Freddie. Este gift pertenece al personaje de Konstantin Levin, de la actual versión de Ana Karenina. 
Pero es así como me imagino a Freddie Beckham. Con el rostro del actor Domhnall Gleeson, el actor que interpreta a Levin en la película.
Así es como es Freddie. Por un lado, tranquilo. Por el otro lado, atormentado. Romántico, apasionado y enamorado.

 Así es como yo me imagino a Freddie Beckham.

domingo, 22 de septiembre de 2013

ETHAN Y LUCÍA

Hola a todos.
Hoy, me gustaría hablaros un poco de dos personajes de las novelas. Son Lucía Parrado y Ethan Beckham.
Ethan es el hermano mayor de Freddie.
Es el hijo de Sean O' Hara, fruto de su relación adúltera con Dawn Beckham. Es, por tanto, hermanastro de Dillon, de Tyler y de Olivia. Siempre ha mantenido las distancias con sus hermanos.
Ethan es un joven serio y trabajador. Pero está lleno de ira contra su padre por haberle convertido en un bastardo.
No entiende el comportamiento de Freddie. El joven mantiene contacto con los O' Hara. Ethan no tiene apenas amigos. Su vida se reduce a su familia. Sin embargo, todo eso cambia cuando entra en escena Lucía Parrado. Una joven que es todo lo contrario a él.
La belleza de Lucía hace que Ethan se sienta atraído por ella. La joven es la hija de un próspero terrateniente. Lucía posee una melena larga, oscura y ondulada. Sus ojos son grandes, profundos y de color azul oscuro con algunos destellos de ámbar. Su boca posee un trazado delicado.
Lucía se siente atraída por Ethan nada más verle. Es él quien le roba su primer beso. Su sonrisa encantadora...Los hoyuelos de sus mejillas...Ethan se enamora perdidamente de Lucía.
Ella tiene las ideas muy claras. Sabe que su padre se opondrá a su relación con Ethan. Él es un gringo. Y, además, pobre. Y, por si fuera poco, ilegítimo. El señor Parrado no quiere a un joven así como yerno. Pero Lucía está muy enamorada de Ethan. No duda en enfrentarse a su padre por él.
Lucía deja que Ethan haga algo más que besarla. Deja que haga algo más que acariciarla. Quiere tener un hijo suyo.
Piensa que, de este modo, su padre accederá a que se casen. Es una idea descabellada. Pero Lucía piensa que funcionará.
Ethan piensa que el plan de Lucía está destinado al fracaso. La ama y quiere luchar por ella.

 

martes, 17 de septiembre de 2013

¡YA PODÉIS CONSEGUIR GRATIS "DESEO CONCEDIDO"!

Hola a todos.
Desde ya mismo, podéis conseguir gratis mi relato Deseo concedido. 
Los protagonistas de este relato son Brighid Farrell y Seosam Gelhtidhwood, los padres de Estelle.
La acción de este relato transcurre en la Calcuta del año 1830. Brighid y Seosam son un matrimonio irlandés de clase alta llevan casados varios años. Son felices y están muy enamorados, pero todavía no han tenido hijos y esa ausencia pesa como una losa sobre ellos. A pesar del cariño que siente Brighid por Víctor, el hijo de su marido (fruto de su primer matrimonio), el deseo de la mujer es tener su propio hijo. A simple vista, Brighid y Seosam se han resignado a no tener hijos. Sin embargo, una anciana aborda a Seosam y le hace una curiosa predicción.
¿Se hará realidad el sueño de Brighid de ser madre?
El link de descarga es el siguiente:

http://es.calameo.com/read/0026653906f2516f2228c

 La actriz Imogen Poots o cómo veo a la serena y, al mismo tiempo, apasionada Brighid.

 Y éste es Seosam Gelhtidhwood, un irlandés de firmes ideas. Ama a Brighid con todo su corazón y está dispuesto a hacer lo que sea con tal verla feliz. Le he puesto el rostro del actor Jamie Bell. Creo que encaja con la personalidad tranquila, pero también fuerte de Seosam.

Espero que disfrutéis del relato tanto como he disfrutado escribiéndolo.

sábado, 14 de septiembre de 2013

CARTA DE DILLON A MARGARET

Hola a todos.
Esta carta de hoy va independiente de las novelas que forman la saga de Con el corazón roto. 
Su autor es Dillon O' Hara, el hermano mayor de Olivia. Está dirigida a la joven que será el gran amor de su vida y de la que se verá obligado a separarse de una manera muy cruel, Margaret.

                       Mi querida Margaret:

                       No sé si leerás algún día esta carta.
                       ¡Son tantas las cosas que me gustaría decirte!
                       Y no sé por dónde empezar.
                        Pienso en ti en todo momento. Y he seguido pensando en ti a lo largo de estos años.
                        Nunca has desaparecido de mi mente, como tampoco has desaparecido de mi corazón.
                       He soñado contigo cada segundo de estos últimos años. He luchado contra tu recuerdo en vano, amor mío. Pero no podía olvidarte. No quería olvidarte, Margaret.
                       Lo recuerdo todo. Recuerdo estar contigo a orillas de aquel riachuelo que siempre discurría medio seco. Hablar contigo de mil y una cosas. Y besarnos. Sobre todo, nos besábamos.
                       Fui un cobarde al no haberme quedado en San Ezequiel y pelear por ti. Tuve miedo de tu padre.
                       No te pido que lo entiendas. No tengo perdón posible. No me pidas perdón por nada, Margaret. La culpa ha sido sólo mía. No tuya...¿Entendido?
                       Nos separaron. Pero yo no fui capaz de luchar por ti.
                       No he sido feliz a lo largo de estos años. Tu recuerdo siempre estuvo conmigo durante el tiempo que he estado viviendo en Londres.
                        Me he pasado gran parte de mi vida huyendo de ti. Y no soy capaz de quedarme quieto en un sitio y pelear. Soy un maldito cobarde, Margaret. Te mereces a alguien mejor que yo. Te mereces un hombre que sea más valiente de lo que yo soy.
                        Ya sabes que soy un hombre casado. Te juro que he intentado amar a Rachel.
                         Es una buena mujer.
                         No hemos tenido hijos.
                        Pero, cuando estoy con Rachel, noto que no tenemos nada en común. No sabemos de qué hablar.
                        No es normal esa situación en el seno de un matrimonio. No quiero traicionar a Rachel. No puedo hacerle lo mismo que mi padre le hizo a mi madre.
                         Pero no puedo basar mi vida en una mentira. ¡Te juro que no sé qué hacer, Margaret!
                         Desearía poder dar marcha atrás en el tiempo. Haberme quedado en San Ezequiel.
                         Haber hecho algo por nosotros. Pero es demasiado tarde, Margaret.
                         Desearía haber podido colocar mi mano en tu vientre. Haber sentido moverse a nuestra hija, que iba creciendo poco a poco en tu interior. Me gustaría volver a pasear contigo cogidos de la mano. Me gustaría volver a besarte como te besaba antes. Me habría gustado haber estado a tu lado cuando nació nuestra hija. Haberte dado ánimos. Haber visto su llegada al mundo. Haberte besado en los labios. Haber cogido a nuestra niña en brazos.
                      Recuerdo nuestras noches de amor en el granero. Los besos que nos dábamos tendidos sobre un lecho de heno. Las caricias que nos brindábamos.
                      Lo recuerdo todo con total nitidez. He de vivir de esos recuerdos, mi amada Margaret. Me servirán para sobrellevar los años que me quedan por vivir. No podremos volver a estar juntos como estábamos antes. Estaría mal. Tú me rechazarías. Y tendrías toda la razón del mundo para rechazarme.
                       No soy digno de ti, Margaret. Perdóname. Aunque ya no me ames, yo te seguiré amando. Y te amaré hasta que me quede un hálito de vida. Mi corazón es tuyo desde hace mucho tiempo. No puedo amar a nadie más. Sólo quiero amarte a ti. Sólo puedo amarte a ti, mi adorada Margaret. No soy digno de tu compasión. Y tampoco soy digno de tu amor. A pesar de todo...Te amaré siempre.

martes, 10 de septiembre de 2013

UNA ESCENA ENTRE FREDDIE Y ESTELLE

Hola a todos.
No sé cuándo esta saga de novelas verá la luz. Pero espero que sea algún día.
De momento, quiero compartir con vosotros esta escena de mi novela Mía Stella. Está protagonizada por Estelle y por Freddie.
Vamos a ver qué pasa entre ellos.

                  Estelle no podía conciliar el sueño. Fuera, escuchaba el sonido del viento que agitaba las ramas de los árboles del jardín. Pasó un buen rato en la cama con los ojos abiertos. Daba vueltas sin cesar.
                  Finalmente, decidió que no podía permanecer acostada por más tiempo. Se sentó en la cama.
                  Sentía un fuerte desasosiego en su interior. No se trataba sólo de la preocupación que sentía por Olivia. Su prima se estaba recuperando de su enfermedad. Víctor afirmaba que ya le había vuelto el color a la cara. Lo que le pasaba a Estelle era otra cosa. Algo a lo que no podía ponerle nombre porque no sabía lo que era.
               Se puso de pie. Buscó las zapatillas a tientas con los pies hasta que consiguió ponérselas. Se puso encima de su camisón de dormir blanco su bata de color rosado. Salió de la habitación.
              Apenas bajó unos pocos escalones, Estelle se sobresaltó. Vio una figura masculina sentada en uno de los escalones. A la luz del relámpago, la muchacha le reconoció.
-Señor Beckham...-susurró-¿Qué está haciendo levantado?
-Llámeme Freddie-le pidió el joven.
-Freddie...
-Veo que no soy el único que no puede conciliar el sueño.
-Me he desvelado.
-Sé lo que es pasarse las noches en vela sin poder conciliar el sueño. Cuando cierro los ojos, tengo pesadillas. Veo imágenes que lucho por olvidar.
              Le tendió la mano a Estelle. Ella se quedó mirándole. ¿Por qué le tendía la mano?, se preguntó la joven.
-Usted tampoco puede dormir-prosiguió Freddie-Pero podemos hacernos compañía en nuestro insomnio. ¿No le parece?
-Supongo...-titubeó Estelle-Espero no molestarle.
             Bajó unos pocos escalones más. Aceptó la mano que le ofrecía Freddie.
              Se sentó a su lado. Desde que lo conoció, Estelle no había podido sacárselo de la cabeza. Le parecía distinto de los jóvenes ingleses que había conocido en la colonia. Era introvertido y muy callado. Parecía estar sumido en una especie de aislamiento que se había impuesto así mismo. Sólo Olivia parecía llegar a conocerle bien.
              La cercanía de Estelle puso nervioso a Freddie.
-Usted nunca ha hecho un viaje en una diligencia-apuntó el joven-¿Verdad que no? Le puedo asegurar que no hay nada más peligroso que hacer un viaje así. Uno parte lleno de esperanzas. De sueños...Pero...
-Freddie...-dijo Estelle-Me temo que usted ha hecho un viaje en una diligencia. Y me temo también que algo terrible debió de ocurrirle en ese viaje.
                En aquel momento, empezó a llover con fuerza. Los truenos retumbaban con fuerza en toda la casa. Freddie vio miedo en los ojos de Estelle. Le cogió la mano. La comparó mentalmente con su esposa.



                       A lo lejos, se oía el ruido de los truenos, fuerte, violento, como de un mueble pesado que cae al suelo.
 -A veces, sueño, Estelle-le confesó Freddie-Y desearía poder hablar con una persona. Decirle lo mucho que la quiero. Y pedirle perdón por haberle fallado. 
                   El joven meneó la cabeza. 
-¿Está hablando de una mujer?-inquirió Estelle-Perdone que sea tan chismosa. 
                  Freddie le restó importancia el comentario que la muchacha había hecho. No sabía porqué, pero se sentía impulsado a confiarse a ella. 
-No importa-le aseguró-Es usted muy inteligente. 
-No lo crea-se lamentó Estelle. 
-He estado casado. Mi matrimonio duró muy poco. Me casé con la joven que yo escogí. Teníamos planes. Estuvimos en California. Buscamos oro. No encontramos oro. Decidimos, al poco tiempo, regresar a Streetman. Pero...La diligencia en la que viajábamos fue asaltada. Y...
                 Freddie se interrumpió al ver que dos lágrimas caían sobre las mejillas de Estelle. Alzó la mano. Le secó las lágrimas con la yema de los dedos. 
-No llore-le pidió-¿Por qué está llorando? 
                 Le cogió la mano y se la besó. 
                 El reloj de pie del salón dio la hora. Eran las doce de la noche. 
-¿Cómo está Livie?-le preguntó Estelle a Freddie. 
-He ido a darle vuelta-respondió el joven-Está más tranquila. Duerme bien. 
-Pero usted no puede dormir bien. Entiendo ahora el porqué de muchas cosas. Y lo siento mucho. Si se casó con esa mujer fue porque la amaba. Querían compartir un futuro juntos. Querían tener hijos. Soñaban con tener una vida mejor. No sé si hay realmente oro en California. Sinceramente...No quiero saberlo. He vivido toda mi vida muy sobreprotegida por los demás. Por mi hermano...Por mis padres...Casi me alegro de no saber lo cruel que es el mundo. 
                  Freddie sintió que se le escapaba el aire del pecho. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien lamentaba lo que le había pasado. Todo el mundo le había dicho que era joven y fuerte. Pero jamás habían lamentado su pérdida. Estaba vivo. Eso era lo que le decían. Pero parecían haberse olvidado de que había perdido a su mujer. 
-Le agradezco su sinceridad-dijo Freddie-Soy un poco mayor que usted. Pero tenía muy claro lo que quería. Tenía mis sueños. Mis ilusiones...Pero todo se vino abajo. No sé cómo seguir adelante. Yo estaba locamente enamorado de mi mujer. Por encima de todas las cosas...La amaba casi tanto como a mi vida. He deseado estar muerto. Siento que no merezco estar vivo sabiendo que ella está muerta. Pero...No entiendo el porqué sigo vivo. No entiendo el porqué no me he muerto. Dios debe de tener algo pensado para mí. Eso es lo que me dice el Padre Blasco. Es el sacerdote de nuestro pueblo. De Streetman...
-Pues yo creo lo mismo que el Padre Blasco-afirmó Estelle-Hay algo bueno en el camino, Freddie. Y le está esperando. Sólo hay que esperar. Nada más...Nunca he estado enamorada. Hay jóvenes de la colonia que me pretenden. Pero no me interesa ninguno. No puedo ponerme en su lugar. Pero me imagino lo que debe de estar sintiendo. Y lo lamento de corazón. 
-Le agradezco de corazón sus palabras, Estelle. Aunque no pueda ponerse en su lugar, veo sinceridad en sus ojos. 
                Freddie se inclinó sobre la muchacha y le dio un beso en la frente. Cierto era que Estelle no se parecía en nada a su mujer. Pero había algo en ella que le hacía recordarla. Su dulzura...Su comprensión...
-Será mejor que vaya a acostarme-decidió Estelle-Es ahora cuando empieza a darme sueño. Si no me acuesto ahora. Bueno...Puede que no pueda dormir en toda la noche. Me gusta quedarme dormida escuchando cómo cae la lluvia. Me relaja mucho. 
-La acompaño-se ofreció Freddie. 
               Se pusieron de pie. Estelle mantenía la vista baja. Había algo en Freddie que la atraía de sobremanera. No sabía bien lo que era. 
-Me cae bien, Estelle-se sinceró Freddie-Es muy amable conmigo. Le pido perdón si soy algo brusco. Pero...No estoy atravesando mi mejor momento. Y...
-Lo entiendo-le interrumpió Estelle-Pero quiero que se sepa que no está solo. Tiene a Olivia. Y me tiene también a mí. 
               Freddie asintió. Jamás pensó que acabaría viviendo tan lejos de su hogar en Streetman. Era algo temporal. Hasta que Olivia se recuperase.
                Pero...¿Y si su hermana no se recuperaba?
                Habían llegado junto a la puerta de la habitación de Estelle. La muchacha trató de disimular un bostezo como pudo y, por algún motivo desconocido, Freddie encontró aquel gesto adorable.
                Se sintió enfermo.
                Estelle le dio las buenas noches y, casi sin darse cuenta, le dio un beso. Fue un beso corto y suave en los labios. Con las mejillas encendidas y sin creerse lo que acababa de hacer, Estelle abrió la puerta de su habitación. Se metió dentro. Cerró la puerta.



                  Un ruido a sus espaldas sacó a Freddie de su ensoñación. Se dio la vuelta. Se encontró con la figura en camisón de Olivia. Un chal cubría los hombros de la joven. Se acercó a ella con gesto preocupado.
-¿Qué haces levantada, Livie?-le preguntó Freddie-¿No sabes que deberías de estar acostada?-Livie negó con la cabeza. Freddie colocó su mano contra la frente de la joven-Tienes un poco de fiebre. Te ayudaré a acostarte.
-Te he oído hablar con mi prima-respondió Olivia-Estábais hablando. Pero no podía entenderos. Pensé que estábais hablando de mí. Por eso, he salido. Estás solo.
                Freddie alzó en brazos a Olivia y la metió dentro de la habitación; la acostó con mucho cuidado en la cama.
                 Le dolía ver a su hermana mayor enferma.
                 Se sentó a su lado en la cama. Se inclinó sobre Olivia y depositó un beso en su frente.
                No entendía bien lo que le estaba pasando. Desde que llegó a Calcuta, la imagen de Estelle parecía atormentarle. Se suponía que un hombre viudo debía de guardarle luto a su mujer. No quería saber nada de las demás mujeres.
                 El problema era Estelle.
                 Se veía obligado a verla a todas horas. Se veía obligado a convivir con ella bajo el mismo techo.
                 Le echó la culpa al calor. A la añoranza que sentía hacia su hogar. Al hecho de que no estaba acostumbrado a estar en una casa tan grande. Pero el problema era otro. Y luchaba contra aquel problema sabiendo que podía perder. Vio cómo Olivia se removía en la cama. Le acarició su cabello suelto y enredado. Mi pobre hermana, pensó. También ella estaba sufriendo.
                 Cuando era pequeño, Freddie admiraba a Olivia. La veía fuerte y segura de sí misma.
                 Sentía que podía apoyarse en ella. Pero él estaba a punto de derrumbarse nuevamente. Y Olivia necesitaba a alguien en quién apoyarse. ¿Puedo ser fuerte por mi hermana?, se preguntó así mismo Freddie. ¿Puedo sobreponerme al dolor? Pensó en Olivia. Y también pensó, para su sorpresa, en Estelle. 

domingo, 8 de septiembre de 2013

UN AMOR PROHIBIDO (CUENTO)

Hola a todos.
Aquí os traigo Un amor prohibido. 
En su origen, esta historia iba a ser un cuento que relataría el amor imposible entre Sarah, la madre de Olivia, con Ojos de Halcón, el jefe comanche, padre de una de las amigas de Olivia, Dos Nubes.
Como veréis, el cuento es apenas un borrador (aunque tenga doce hojas) y puede parecer que falten datos. Pero he querido compartirlo con vosotros.
Aquí lo tenéis.

                        UNA CARTA DE SARAH O’ HARA DIRIGIDA A SU HERMANA BRIGHID:

            ¿Cómo estás, mi querida Brighid? Te confieso que no sé ni cómo estoy. Ni lo que siento.
            Sólo sé que estoy hecha un lío. Y, por eso, te escribo.
            Vas a pensar lo peor de mí cuando leas esta carta. No sé si lo he hecho por venganza. Sean me ha hecho mucho daño. Ya lo sabes. Pero…He yacido en los brazos de otro hombre. Sí, mi querida Brighid.
            Le he sido infiel a mi marido con otro hombre. Debes de pensar que soy una ramera. ¡Te juro que no es así! Pero no sé qué hacer. Soy una mujer que está cansada de sufrir por un hombre que no la ama.
            Me dijiste que Sean jamás me amaría y tenías razón, hermana.
            Cada vez que me miro en el espejo, veo cómo mi rostro está cada vez más y más marchito.
            Me pongo rígida cuando Sean me acaricia.

Una vez, vio Ojos de Halcón paseando por los alrededores de La Isaura.
-¿Buscas a alguien?-le preguntó Olivia.
            La niña tenía trece años y un genio muy vivo. En cuestión de semanas, sería su décimo cuarto cumpleaños. La hija de Sarah, pensó Ojos de Halcón. ¿Por qué no puede ser también mi hija? Los hijos de mi amada…¡También serían mis hijos! Aunque no los haya engendrado yo.
Estaba asomada a la ventana de su habitación.
-Estaba dando un paseo-respondió Ojos de Halcón.
-¿Necesitas algo?
Ojos de Halcón negó con la cabeza.
-Tienes un rancho muy bonito-afirmó.
Olivia tuvo la impresión de que le estaba mintiendo. Volvió a meterse dentro.
No vio a su madre salir del rancho para reunirse con Ojos de Halcón. 

            A sus trece años, la hija de Sean y Sarah O’ Hara, Dulce Olivia Sybil, tenía más traza de chicazo que de futura mujercita. Las vecinas pensaban que la chiquilla estaba completamente loca. Igual que su madre. Sólo alguien que no estaba en su sano juicio habría hecho lo que hizo Sarah. Lo abandonó todo para estar con el amor de su vida.
            De eso habían pasado ya muchos años. Y Sarah se lamentaba de lo que había hecho. Sean la había defraudado en todos los aspectos. Como marido…Al menos, era un buen padre para los tres hijos de la pareja: Dillon, Tyler y Olivia.
            La chiquilla parecía un chicuelo. De hecho, vestía como tal. Con pantalones de muchacho…Camisas de muchacho…Sombreros de muchacho…A Sarah le costaba trabajo convencerla para que se pusiera un vestido. Sólo accedía a llevar vestidos los domingos. Cuando tenían que ir a Misa. A la salida de la Iglesia, Olivia se iba corriendo a casa. Se quitaba el vestido. Se ponía unos pantalones.
            Odiaba su propio cuerpo.
            De buena gana, se habría cortado el pelo y se lo habría dejado tan corto como lo llevaban los chicos. Pero su madre se oponía. Decía que tenía un cabello precioso. Olivia no quería llevar trenzas, como las llevaban otras chiquillas de su edad, por lo que siempre llevaba el cabello suelto. Flotaba al viento.
            Sarah adoraba a su hija. De todos sus hijos, Olivia era la que más se parecía a ella. Pensaban de manera parecida. Incluso la manera de ser de Olivia era parecida a la de su madre. A decir verdad, Olivia era el ojito derecho de Sarah. Por supuesto, ésta no lo decía.
            Olivia era la hija menor del matrimonio de Sean y Sarah. No podía heredar el rancho ya que tenía dos hermanos mayores que ella, Dillon y Tyler. Esto no le importaba mucho a Olivia. Dillon heredaría el rancho. Eso ya lo sabía. Pero ella se quedaría en él. Le ayudaría. Olivia no quería casarse.
            Sus padres y sus hermanos la adoraban. La protegían. Quizás un poquito en exceso. Pero sin pasarse. Sus padres la consentían en todo. Y sus hermanos, mientras, le ponían algunos límites.
            Sean O’Hara sólo se mostraba estricto en lo relativo a la educación de sus hijos. Olivia debía de recibir una esmerada educación. Así, le daría en las narices a su odiosa cuñada Brighid. La hermana de Sarah…
            Brighid no vivía en Streetman. Ni siquiera vivía en México.
            Vivía en La India. Pero parecía que siempre estaba allí. Sus cartas llegaban regularmente a La Isaura, el rancho de menor tamaño donde vivía toda la familia O’Hara. Y parecía que siempre estaba criticando a Sean por algo.   

         Sarah estaba lavando ropa en el lavadero que había detrás del rancho. Oyó algo parecido a un sollozo ahogado. Dejó los pantalones de Tyler en la pila. Los estaba lavando. Creía que algo le había pasado a Olivia. Reconocía la voz de su hija.
            La vio pasar como un rayo. Fue tras ella. La llamaba.
-¡Livie!-gritaba-¡Livie!
            Entró en la casa. Logró alcanzarla cuando Olivia se encerró en su habitación y se tiró encima de la cama para llorar su pena. ¡Aquel miserable de Shane había intentado besarla! Contuvo las ganas que tenía de vomitar.
-¡Madre, márchate!-le pidió muy bajito a su madre.
-No, no me iré-replicó Sara. Se acercó a Olivia despacio y se sentó a su lado en la cama-Ha pasado algo y necesito que me lo cuentes. Estás muy alterada, hijita-Le puso una mano en el hombro y le acarició el enredado cabello color caoba-Dime lo qué te ha pasado. ¿Te has peleado con alguien?
            Olivia se dio la vuelta y se abrazó fuertemente a su madre mientras sollozaba.
-Tranquila, cariño, ya ha pasado todo-le decía Sarah mientras le acariciaba el cabello para consolarla-Si no quieres contarme nada, no hables, pero llora si quieres. Llorar es bueno para el alma.
-Odio llorar-escupió Olivia-Sólo las niñas lloran. Llorar es de débiles.
            Se apartó de su madre y se secó las lágrimas con furia.
-¿Qué ha pasado, cariño?-le preguntó Sarah.
-Se trata de Shane-respondió Olivia-Uno de los hijos de Marty.
-¿Qué ha ocurrido?
-Estaba jugando yo al escondite con otros chicos. Entonces, ha aparecido Shane. Y…- Su estómago se contrajo al recordar cómo aquel perro había buscado su boca-Ha tratado de besarme.
-¡Jesús bendito!-se horrorizó Sarah-¡Voy a hablar con Marty ahora mismo!
-Él ya lo sabe. Nos vio mientras yo intentaba zafarme de las garras de ese…-Olivia sintió cómo las lágrimas volvían a sus ojos-Supo lo que estaba pasando y me apartó de él. Se quitó la correa y empezó a golpearle.
            Olivia estaba asqueada. ¿Acaso los hombres sólo querían una cosa de las mujeres?, se preguntó. ¿Sólo querían sus cuerpos? ¿Por qué Shane había querido propasarse con ella? ¿Habría hecho mucho más que besarla? ¡Ningún hombre me tendrá!, decidió Olivia.

            Sarah sintió pena de su hija.
            Aún es muy pronto, pensó.
            No debería de saber todavía cómo son los hombres en realidad. En el caso de Sarah, lo había descubierto cuando era ya demasiado tarde.
            Se dejó engatusar por aquel apuesto joven. Era alto y fuerte y muy guapo. Y Sarah era demasiado joven y estúpida.
            Cayó en las garras de Sean.
            Ahora, era demasiado tarde para dar marcha atrás.
            Hubo un tiempo en el que Sarah amó desesperadamente a Sean. Pero aquella época había pasado. A menudo, Sarah se preguntaba si seguía enamorada de Sean cuando se escapó con él. En el fondo, ya se le había caído la venda de los ojos. Pero ella se puso de nuevo la venda para no ver.
            A menudo, sentía las manos de Sean en su cuerpo y ella no sentía nada.
            Se obligaba así misma a cumplirle como mujer. Porque estaba casada con él. Sin embargo, hacía mucho que el corazón de Sarah ya no le pertenecía a Sean. Seguía casada con él casi como una manera de castigarse así misma por haber huido con él. Y porque era el padre de sus hijos. No le debía nada.
            Consoló a Olivia. Su hija estaba descubriendo cómo eran los hombres.
-No hagas caso a Shane-exhortó a la niña-La próxima vez que intente algo, dale una patada en los huevos.
-Eso fue lo que hice, madre-se sinceró Olivia.
            Sarah se echó a reír.
-¡Ésa es mi niña!-exclamó-Ahora, vé a lavarte un poco.
            Olivia fue a lavarse la cara.
            Sarah permaneció sentada en la cama de su hija. Olivia sería el día de mañana una mujer distinta a ella. No se dejaría engatusar por ningún hombre. No cometería los mismos errores que cometió Sarah. Y que cometieron, antes que Sarah, otras mujeres de la familia. Entonces, Dillon asomó la cabeza por la puerta de la habitación. Vio a su madre sentada en la cama de su hermana.
-He visto pasar a Livie-dijo-¿Está bien?
-Tu hermana es mucho más fuerte de lo que crees-afirmó Sarah.
-¿Y tú estás bien, madre?
            Sarah no supo qué responderle a su hijo.

            Sean no estaba demasiado ocupado en la educación de Olivia. En cambio, sí se había preocupado de la educación de Tyler y Dillon. Fue Kimberly Mackenzie, la joven maestra de Streetman, la que se encargó de darle clases a Olivia. La chiquilla hablaba con ella de muchos temas. Kimberly no pudo convertirla en una dama. Pero sí podía abrirle la mente. Le habló de los derechos de las mujeres.
-Hablas como mi madre-opinó Olivia.
            Estaban sentadas bajo un árbol que crecía en el jardín de la escuela. Las clases habían terminado, pero Olivia prefería quedarse un ratito más a hablar con Kimberly.
-Si te fijas bien, somos más parecidas de lo que pensamos a los hombres-le indicó la maestra-Hablamos, al igual que ellos.
-También pensamos-recordó Olivia.
-Y pensar está bien. Nos diferencia de los animales.
-Pero hay personas que se portan como animales. Hacen auténticas barbaridades. Y me dan miedo.
-No debes de tener nunca miedo de nadie, Livie. ¡Seguro que eso es algo que te habrá dicho tu madre muchas veces! Has de ser siempre fuerte. Mirar a la vida cara a cara. Y levantarte cuando te tiran.
-Siempre que me tiran, me levanto. ¡Y les parto las narices de un puñetazo!
-Y haces bien.
            Olivia tenía trece años y estaba asustada. Había cosas que no entendía. Su cuerpo, de pronto, parecía que estaba cambiando. Y eso le asustaba.

            Después de su incidente con Shane, Olivia amaneció una mañana con fiebre muy alta.
            Sean fue corriendo a buscar al médico del pueblo. El doctor Castro. Éste acudió enseguida a La Isaura a atender a Olivia. Le diagnosticó fiebre cerebral. Sarah aguantó la compostura mientras el médico examinaba a Olivia.
-¿Se va a morir nuestra hermana?-quiso saber Dillon.
            Sean lo echó de la habitación. Sarah no entendía el porqué su hija había sufrido una enfermedad que atacaba a los nervios. ¡Sólo tenía trece años!
            Olivia tardó una semana en recuperarse. Sarah no se separó de su lado. No entendía el porqué su hija había caído enferma.

            Casarme fue un error, pensaba Sarah.
            Nunca debí de hacerlo.
            Miró por la ventana. Vio a Olivia entrar y salir del establo mientras corría. Se estaba criando como una salvaje.
-¡Madre!-la llamó-¡Mírame!
            Y se puso a hacer el pino.
-¡Por el amor de Dios!-se escandalizó Tyler-¡No hagas eso!
            Dillon se echó a reír.
-Podría ganarse la vida trabajando en un espectáculo ambulante-sugirió.
-¡Qué gran idea!-exclamó Olivia.
            Es como estar viéndome a mí cuando tenía su edad, pensó Sarah. Yo era así cuando tenía trece años. Salvaje y confiada…
            Su matrimonio con Sean era un fracaso. Pero él no quería dejarla ir.
            Eso era sabido por todos.
            Sarah apoyó la frente contra el cristal de la ventana. Cerró los ojos.
            Odiaba sentir sobre su cuello los besos que le daba Sean en la cama. Sus hijos estaban dormidos. Sean la buscaba. Y ella debía de cumplir como mujer. A pesar de que en su interior se rebelaba contra esa idea. Tragaba saliva. Su marido la abrazaba. La acariciaba. La besaba. Y Sarah debía de corresponder a sus besos. Debía de abrirse de piernas cuando él así lo quería.
            Pero ella había descubierto los besos de otro hombre. Las caricias de otro hombre…Los abrazos de otro hombre…Y ella lo que quería era estar entre los brazos de aquel otro hombre. Quería tocarle. Quería huir con él. Quería ser su mujer. No quería seguir siendo la esposa de Sean O’Hara.
            Debió de haberlo abandonado hacía mucho. Cometió un error al seguir a su lado.
            Le daba miedo abandonarle.
 -¡Sally!-la llamó Sean-¿Dónde estás?
            Ella abrió los ojos de improviso.
-Ya voy, esposo-contestó-Es que estaba distraída.
-Tengo hambre-anunció Sean.
-Voy a decírselo a Nora. Os preparará algo.
-Come tú también. Estás muy delgada.
-Es por el trabajo. Siempre estoy haciendo algo.
-Deberías de descansar más, Sally.
            Poco o nada quedaba de la mujer apasionada que había sido en su juventud. De la joven que leía a Mary Wollstoncraft. Su sensualidad innata estaba adormecida. Sean no había sido como ella había esperado. Con él, había tenido a sus tres hijos. Le estaba agradecida por ellos.
            Oía a Olivia reír. Estaba jugando con sus hermanos. Sarah vio cómo Sean subía la escalera que conducía a su cuarto. Iba a cambiarse de ropa. Y a lavarse un poco.
            No se conformaba con ser una madre y una esposa sumisa.

            La luz de la lámpara iluminaba la silueta de Sarah. Estaba cosiendo una falda. Se le había roto hacía algunas semanas. Por fin tenía tiempo para coserla.
            Ya era de madrugada. Sean se habría acostado. Olivia también se había acostado. Los únicos que no estaban en el rancho eran Dillon y Tyler.
-¡Qué no vengan borrachos!-pensó Sarah-¡Qué vengan pronto!
            Se imaginó a sus hijos besuqueándose con las chicas del saloon.
            Éste llevaba abierto hacía algún tiempo.
            Las mujeres del pueblo se quejaron. Y con razón.
            El saloon era un antro de perdición. Los hombres acudían allí a acostarse con mujeres que no eran la suya. Perdían grandes sumas de dinero en partidas de póker. Bebían whisky hasta perder el conocimiento. Se metían en peleas. Una vez, un camarero del saloon le partió una silla a Tyler en la espalda mientras peleaba con él. Le tocó a Sarah curarle.
            Otras veces, lo había sacado ella del calabozo. A Tyler y a Dillon. El sheriff Clanton los había arrestado. Sarah pagaba las fianzas de sus hijos. No le contaba nada a Sean.
            Había visto a Dillon y a Tyler regresar a casa borrachos casi al amanecer. Sarah sabía que sus hijos no eran felices en La Isaura. No compartían su amor ni por aquel rancho ni por aquellas tierras. Sarah intuía que sus hijos querían irse de allí. Una vez, Dillon le confesó que no se había ido de Streetman por ella.
            Sarah dejó de coser. Miró la falda a la luz de la vela para ver cómo había quedado. Se quedó satisfecha con el resultado. Aseguró la costura. Cortó el hilo.
            Se oía el tic-tac del reloj de pie que había en el pequeño salón.
            Sean lo había comprado hacía poco. Un gasto inútil, pensó Sarah.
            Guardó las tijeras, la aguja y la bobina de hilo en su caja de costura. Dobló cuidadosamente la falda. Pensó que Sean estaría dormido. Podía ella acostarse tranquilamente en la cama sin despertarle. Lo último que quería aquella noche era tener que cumplirle como esposa. Sarah apagó la lámpara.
            Subió despacio la escalera.
            Procuró no tropezar con ningún escalón. Oyó risas en la distancia. Y pensó que Dillon y Tyler acababan de regresar a casa.    

            Ojos de Halcón había conocido a su mujer, Mujer Cazadora, años antes.
            Ahora, era un hombre viudo. Tenía una hija. Dos Nubes. Su hija se había casado. Y era madre de un hijo. En la tribu, se la respetaba como tal.
            El chamán de la tribu, Búho Sabio, quiso hablar un día con él. Búho Sabio era un hombre de largos cabellos grises y rostro surcado de arrugas. Era un hombre muy viejo. Ya era viejo cuando yo nací, pensó Ojos de Halcón. Le invitó a pasar a su tipi. Le contó que había tenido un sueño extraño. Ojos de Halcón era el hermano del jefe de la tribu. El segundo hombre más importante. Junto con el chamán.
-¿Qué quieres contarme?-le preguntó Ojos de Halcón.
-He visto cosas raras-respondió el chamán.
-Los espíritus tratan de decirte algo.
-No son los espíritus. Son mis ojos.
-¿Qué quieres decirme, viejo?
            Ojos de Halcón sabía a lo que se estaba refiriendo Búho Sabio. Lo que no quería era seguir escuchándole. Sabía que lo que estaba haciendo era una locura. Una mujer blanca que, encima, estaba casada con un hombre blanco.
            Búho Sabio los había visto. Fue en el límite del campamento. No les dijo nada. No en aquel momento.
            Vio a Ojos de Halcón en brazos de aquella mujer.
            Los dos medio desnudos…Se besaban. Se acariciaban. Se abrazaban. Acabaron acostados en el suelo. Búho Sabio estaba arrepentido de no haberle dicho nada al marido de Mujer Cazadora. Había sido un error.
-¿Te has vuelto loco?-le espetó a Ojos de Halcón-¿Es que quieres que su marido te mate?
-Yo la amo.
            Búho Sabio alzó los brazos en alto.
-Siempre pensé que eras un hombre sensato-observó con amargura.
            El matrimonio de Ojos de Halcón con Mujer Cazadora ya estaba pactado.
            Sus padres acordaron la unión cuando ellos eran aún unos niños. La unión se hizo oficial cuando ambos crecieron. Mujer Cazadora era la madre de Dos Nubes. Y Ojos de Halcón la quería por eso.
            Siempre sintió un gran cariño hacia ella.
            En la adolescencia, a sabiendas de que se iban a casar, le hacía la corte. Le gustaba visitar su tipi y hablar durante horas con ella. Siempre bajo la atenta  mirada de la madre de ella. El padre de Mujer Cazadora era sobrino de Búho Sabio. Ahora, éste sabía la relación que unía a Ojos de Halcón con aquella mujer blanca, Sarah O’Hara.
-Ahora, veo que me he equivocado-se lamentó Búho Sabio.
-Quise mucho a Mujer Cazadora-le aseguró Ojos de Halcón-La honré como mi mujer. Y siempre ocupará un lugar en mi corazón.
-No estoy hablando de tu mujer. Estoy hablando de la mujer por la que pretendes traicionarnos.
-Nunca traicionaré a mi tribu. Yo quiero a Ojos Azules. Tendrán que entenderlo.
-Esa mujer será tu perdición.
-Es un regalo que me han dado los dioses.
-Los dioses pueden hacernos regalos llenos de ponzoña. Ten cuidado. De la misma manera que esa mujer blanca será tu perdición, tú serás la perdición de ella.
            Ojos de Halcón no entendió lo que quería decirle Búho Sabio. ¿Cómo podía ser su adorada Ojos Azules su perdición? ¡Era ridículo! Y él tampoco podía ser la perdición de ella. La adoraba. El único que podía causarle una desgracia era el hijo de perra de su marido. El tal Sean…Aquel hombre nunca había valorado el regalo que le habían hecho los dioses al poner a Sarah en su vida. Aquella mujer le había honrado. Le había dado tres hijos. ¿Y cómo se lo pagaba él? Buscando refugio entre los brazos de otra mujer. Sarah no se lo merecía.

            Sarah se enderezó la falda de su vestido y fue a reunirse con su familia. Menos de cinco minutos después, Olivia fue a la cocina. La cocinera, Nora, una jovencita de color apenas unos años mayor que Olivia, estaba partiendo unos pimientos. Eran para la cena.
-¿Sabes hacer tacos, Norita?-le preguntó Olivia.
-No-respondió la aludida-¿Tacos? ¿Y usted, señorita? ¿Los sabe hacer?
-Tampoco. Pero voy a conseguir la receta de los tacos. Los he probado en casa de los Santana. Y están buenísimos, Norita.
-María tiene unas manos de ángel. Lo mismo sabe limpiar. Que sabe hacer la comida.
-Consígala. La receta…Digo. Entonces…Hablaremos.
            Nora vertió aceite en una sartén. Encendió el fuego. Puso la sartén en el fuego. Cuando el aceite empezó a hervir, echó los pimientos.
-¿Qué vas a hacer de cena?-quiso saber Olivia.
-Es una sorpresa-contestó Nora-Si se la cuento, ya no será una sorpresa.
            Había patatas peladas y partidas encima de la mesa. Olivia le dedicó una sonrisa algo desdentada a Nora. Salió corriendo de la cocina.
-¡Ya sé lo que Norita va a prepararnos de cena!-gritó.

            Días después, Sarah estaba mirando por la ventana.
            Vio una gran polvareda a lo lejos.
            Sean y los chicos se habían ido. Y ella estaba de nuevo sola.
            Su boda con Sean había sido casi a escondidas. Los primeros años en Texas habían sido infernales. No había regresado a Dublín. Pero echaba de menos a su familia. Era mejor así. Llevaba puesto un vestido elegante de color negro. Vestía de negro con mucha frecuencia. Sabía que su hermana Brighid llevaba varios años viviendo en La India en compañía de su marido y de su hijastro. Y que había sido en Calcuta, la ciudad donde vivían, donde Brighid se había quedado embarazada cuando nadie lo pensaba. Y había dado a luz a una niña. Estelle…
            Brighid era feliz.
            Sarah tenía ganas de llorar. Tenía ganas de abrirse las venas. ¿Por qué no se iba de allí?
            Lo único que la unía a Sean eran sus hijos.
            No soportaba los gritos de sus hijos mientras montaban a caballo. No quería escuchar sus risas.
            Se sobresaltó cuando vio una figura aparecer en la distancia. Era una figura alta y Sarah la reconoció enseguida.
            Salió corriendo de la casa. Fue corriendo hacia él. Era Ojos de Halcón.
            Cuando llegó hasta donde estaba él, se abrazaron. Y se besaron apasionadamente.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Sarah.
-No te preocupes ni por tu marido ni por tus hijos-respondió Ojos de Halcón. Cogió las manos de Sarah-Los he visto montados a caballo. No volverán en un rato.
-Pero…-Sarah balbuceaba-Puede verte cualquiera.
-No me importa. Te amo.



            El corazón de Sarah daba brincos de alegría al escuchar aquella afirmación. Porque ella también amaba a aquel hombre honesto y bueno. Lo abrazó con fuerza, deseando fundirse con él.
-Aunque yo te ame con todas mis fuerzas, no podemos estar juntos-se lamentó-Tu gente no lo entendería. Y están mis hijos. Y mi marido…
-Ese hombre no te merece, Ojos Azules-afirmó Ojos de Halcón. Acunó entre sus manos el rostro atormentado de Sarah. La besó en la frente-Canta conmigo la canción junto al fuego principal. Serás mi esposa a los ojos de mi gente. Ellos…Te respetarán como tal. Te haré feliz. Ese hombre no merece ser tu marido porque te ha engañado. Y yo quiero honrarte como mi mujer.
-Mis hijos no lo entenderían-Sarah tenía ganas de echarse a llorar-Su padre tendrá muchos defectos. Pero sigue siendo su padre-Cogió la mano de Ojos de Halcón.
-Lo último que quiero es que sigas viviendo como una desgraciada al lado de ese malnacido.
-Es un malnacido, lo sé. Pero estoy casada con él. Es el padre de mis hijos.
            Un sollozo se escapó de la garganta de Sarah. Ojos de Halcón apoyó su frente contra la frente de ella. No podía dejarla allí. Pero eran muchas las ataduras que unían a su adorada Ojos Azules a aquel bastardo de Sean O’Hara. Pero él volvería. Y se llevaría a Sarah consigo.
            La besó con pasión y con anhelo. Deseó poder grabar para siempre en sus labios el sabor de la boca de Sarah.
           
            Sean no me besa como besas tú, pensó Sarah. No quiero estar con él.
            Sintió cómo su marido la besaba en los labios. Un beso suave…Tierno… Dulce…
            Sean quería hacer propósito de enmienda. A pesar de que Sarah ya no lo amaba. Su mente la traicionaba. La hacía pensar en lo que no era. Le hacía visualizar imágenes de ella medio desnuda en brazos de un apuesto hombre de tez morena. Un hombre que no era su marido. El que estaba delante.
-¿Estás bien?-le preguntó Sean.
-¿Eh?-inquirió Sarah-Perdona. Yo…No te había escuchado.
-Digo que si estás bien. Te has puesto a llorar esta mañana. Y no me has dicho el porqué.
-Es…Ha sido una tontería. No ha pasado nada. No era nada. En serio…
            Le estaba mintiendo. Sarah era incapaz de llevar aquella doble vida. Siempre había pensado que era honesta.
            Dulce…Tolerante…Buena…Amable…Respetuosa…Cariñosa…Responsable… Tranquila…Buena madre…Buena esposa…Ésa era Sarah. Sean le sonrió. Quería mucho a su mujer. Pero sospechaba que ella no era feliz.
            La culpa es mía.
            Sean sabía que el único culpable de la desgracia de Sarah era él. Nunca debió de haberse fijado en Dawn Beckham. Nunca debió de haberse liado con ella. Jamás debió de haberse acostado con ella de nuevo. Ethan y Freddie eran sus hijos.
            Sarah lo sabía. Sean la había decepcionado. Pero seguía a su lado por algún motivo que Sean no alcanzaba a entender.
-Me preguntó qué hará Nora para comer-se preguntó Sean en voz alta.
            Sarah estaba bordando. Era un pañuelo lo que bordaba.
            Miró a su marido.
-¿Es que tienes hambre?-quiso saber.
            Sean dejó escapar una risita.   
            Sarah deseó estar muerta. No amo a mi marido, pensó. Yo estoy enamorada de otro hombre. Pero…Mi querida hermana…Desearía que estuvieras aquí, Brighid. Necesito hablar con alguien.
-Me canso de estar todo el día haciendo algo-se sinceró Sean-Cuando no estoy intentado domar un caballo, estoy construyendo una verja. Tengo un hambre terrible. Me comería un búfalo entero.
-Ve a buscar a los chicos-le pidió Sarah-Estarán en sus habitaciones. Olivia estará leyendo. ¡Y a saber lo que estarán haciendo Dillon y Tyler! No se les oye. Dile también a Nora que prepare algo de comer. Lo que quiera.
-De acuerdo. Cualquier cosa que haga me parece bien. ¡Qué buenas manos tiene para la cocina! La echaré de menos el día que decida irse.
            Sean se puso de pie. Besó de nuevo a Sarah. Salió del pequeño salón.
            Ella recordó el baile de máscaras al que asistió una vez en Dublín. Vestida con aquel vestido de color azul, Sarah tuvo la sensación de que se había disfrazado. Ella llevaba luto por su matrimonio fracasado Y por alguien más…
            Una vez que Sean se hubo ido, Sarah dejó de bordar. Estaba cansada. Odiaba aquella vida.
            Y tenía la sensación de que odiaba a su marido.
            La mantenía prisionera en aquel lugar.
            Muchas noches, cuando Sean estaba dormido, Sarah salía al porche y permanecía un buen rato sentada en él. Miraba en todas las direcciones en busca de Ojos de Halcón. Algunas veces, no aparecía. Pero…
            Había veces en las que sí aparecía. No podían estar mucho tiempo juntos. Él debía de regresar al campamento. Ojos de Halcón no le contó que Búho Sabio lo sabía. Y le había dicho que su relación estaba maldita. Que nunca estarían juntos. Sarah tenía que regresar a su habitación antes del amanecer. Se acostaba junto a Sean. Y visualizaba una posible vida junto a Ojos de Halcón viviendo con él en el campamento.
            Soy una mujer casada, pensó. Pero no estoy casada contigo.
            Tengo tres hijos con Sean.
            Pero yo quiero estar contigo. Quiero cantar contigo esa canción junto al fuego principal.
            Mi amor…
            Sean no lo sabe. Pero no creo que tarde mucho en enterarse. Es un experto en engañar a los demás.
            Me engañó a mí jurándome un amor que nunca me tuvo.
            Sarah se arrepentía sinceramente de haberse casado con Sean.

            Muchos eran los vecinos que se acordaban de Sarah O’ Hara.
Para muchos, era una Santa. Para otros, era una pobre desgraciada.
Aguantó mucho al lado de su infiel marido. Intentó ser una buena esposa. Permaneció a su lado en todo momento. Ya no lo amaba. Pero creía que estaba haciendo lo mejor para sus hijos. En el fondo, sabía que no era así.
Era de familia católica e iba a Misa todos los días. Una costumbre que siguió fielmente cuando llegó con Sean al pueblo. Era muy trabajadora. Sufría en silencio las infidelidades de Sean. Era bondadosa. Intentaba sonreír a todo el mundo. Su gran belleza se fue marchitando a medida que iba pasando el tiempo.
Según Dos Nubes, Sarah era una de las pocas mujeres blancas que se había preocupado sinceramente por los comanches. Solía visitar el campamento que estaba a las afueras del pueblo. Traía comida en tiempos de necesidades. Y siempre estaba tejiendo ropa para los niños. O les traía juguetes.
Cuidaba a los enfermos que había en el campamento. Lloraba cuando moría alguien. El padre de Dos Nubes, Ojos de Halcón, decía que Sarah tenía alma comanche. A pesar del tono blanco de su piel.
Algunos hombres llegaron a enamorarse platónicamente de Sarah. Pero ella nunca dio falsas esperanzas a nadie. Dos Nubes tenía un recuerdo. Ella oía desde su tipi a su padre hablar con Sarah. Ojos de Halcón era viudo. Por aquel entonces, Dos Nubes iba a celebrar su ceremonia de iniciación. Ya había empezado a menstruar. Ante la tribu, era ya una mujer adulta. Pese a que acababa de cumplir doce años.
Dos Nubes no podía conciliar el sueño. Daba vueltas y más vueltas.
Estaba empezando a amanecer.
Sarah se había enterado de que Sean había vuelto a las andadas con Dawn.
Y eso no era lo peor. Lo peor de todo era que Dawn estaba esperando un segundo hijo de Sean. Y eso era algo que hería a Sarah. Ella quería perdonarle. Pero no podía.
Aquella noche, Sarah no durmió en La Isaura. Se fue a dormir lo más lejos posibles de Sean. Sus pasos la llevaron hasta el campamento. Durmió en los límites del mismo. De madrugada, Ojos de Halcón la encontró dormida en el suelo. La despertó. La llevó hasta el campamento.
-Nunca serás una molestia-le dijo a Sarah.
-No podía soportar estar bajo el mismo techo que Sean.
-¿Te vas a quedar aquí para siempre, Ojos Azules?
-No puedo. Mis hijos…No puedo abandonarlos. ¡Qué locura!
Entonces, Dos Nubes escuchó el sonido de unos besos apasionados.
Se levantó. Salió del tipi. A lo lejos, creyó ver dos figuras que se acercaban abrazadas. Se metió de nuevo dentro del tipi.
-Vente con nosotros, Cielo Azul-le dijo Ojos de Halcón a Sarah.
Dos Nubes pensó que estaba sacando aquella situación de contexto.
-No podría dejar a mis hijos-oyó decir a Sarah-Lo que pasó entre nosotros la otra noche fue un error. Pero...No me arrepentiré de haber estado entre tus brazos.
Dos Nubes estaba atónita. ¡Su padre y Sarah O' Hara! Esto es imposible, pensó. No puede estar pasando.
-Hablaré con Lobo Gris-le dijo Ojos de Halcón a Sarah-Expondré lo sucedido. Hablaré con tu marido si es preciso. Pero ese hombre no te merece, Cielo Azul. Abandónale.
-¿Y qué pasaría con mis hijos?-le preguntó Sarah-Ellos pondrían el grito en el cielo. Sobre todo, Dillon y Tyler. Olivia es aún una niña.
-Sientes lo mismo que yo, Cielo Azul. Es inútil negarlo.
Dos Nubes oyó el sonido de otro beso apasionado. Su padre se había vuelto a enamorar, pensó. Y se había enamorado de una mujer blanca y casada.
Más adelante, Dos Nubes intentó hablar con su padre. Le abordó cuando éste se disponía a salir de casa. Le preguntó si estaba pensando en tomar otra mujer. Ojos de Halcón se encogió de hombros. Le dijo a Dos Nubes que había una mujer que se había colado en su corazón, que quedó malherido a raíz de la muerte de su esposa, la madre de Dos Nubes, cuando ésta tenía cuatro años.
-Pero esa mujer...-insistió la chiquilla-¿Lo sabe?
Ojos de Halcón asintió.
-Lo sabe-contestó-Pero dice que lo nuestro es imposible.
-¿Y es eso cierto?-inquirió Dos Nubes.
Ojos de Halcón montó a lomos de su caballo. Ni él mismo sabía qué responder.
-Tengo que hablar con Lobo Gris y contarle lo que pasa-le dijo-Le corresponde a él tomar cartas en el asunto.
-¡Pero esa mujer te quiere!-afirmó Dos Nubes.
-El problema no es ése. Es un asunto mucho más complicado del que piensas. Y no quiero destrozarle la vida.
El amor de Ojos de Halcón y Sarah fue imposible porque ella no quería abandonar a sus hijos. Dillon y Tyler se negarían a abandonar  La Isaura para vivir en un campamento. Y jamás verían a un comanche como su padrastro.
Sarah se fue consumiendo después de tomar la decisión de renunciar a Ojos de Halcón. Recordaba los momentos vividos a su lado. Los ratos de pasión furtiva en los que ella moría y resucitaba con cada uno de sus besos. Fue su mayor secreto.
Recordaba a la joven alocada que fue cuando conoció a Sean. Jamás debió de haber salido de su pueblo para irse a Dublín, pensaba. Su huida con Sean fue el mayor error que jamás cometió. Él ya fue claro con ella. No podía amarla.
Se sentía atraído por la belleza y el carácter temerario de Sarah. Era divertido coquetear con ella en el balcón. Incluso fue divertido seducirla. Pero no era el hombre apropiado para ser su marido. Sarah se dio cuenta de ello cuando ya era demasiado tarde.

            Olivia entró corriendo en el salón tras regresar de la escuela. Arrojó los libros encima del sofá y buscó a su madre. El salón estaba casi sumido en la penumbra.
-¡Madre!-llamó Olivia.
            Consuela tenía la costumbre de cerrar los postigos para proteger las cortinas del Sol cuando eran las tres de la tarde. Siempre hacía calor en Streetman. Olivia venía toda sofocada. Se secó con la manga de su camisa de corte masculino el sudor que caía por su cara. La casa parecía estar sumida en un profundo silencio. Oía hablar a Consuela y a Nora en la cocina. Pero no podía escuchar nada de lo que decían porque hablaban en voz baja. Olivia subió las escaleras.
-Mamá estará en su habitación-pensó.
            La encontró, efectivamente, en su habitación. Estaba sola. Tenía un libro entre sus manos. Estaba sumida en la lectura de aquel libro. O, a lo mejor, estaba sumida en sus propios pensamientos. No oyó que Olivia la estaba llamando. Estaba intentando leer. Pero no conseguía pasar de aquella página. Hizo ademán de pasar la página. Pero no pudo hacerlo. He de tomar una decisión, pensó Sarah.
            Olivia tropezó con la pata de la cama y soltó una palabrota. Sarah alzó la vista sobresaltada y sonrió al ver a su hija. Olivia vio un brillo extraño en los ojos de su madre. La vio más pálida que de costumbre.
-¿Estás bien, mamá?-le preguntó.
            Sarah respondió que estaba bien. Olivia quiso ver lo que su madre estaba leyendo. Y Sarah le explicó que estaba leyendo una novela. Pamela, de Samuel Richardson. Un regalo que le hizo su madre, Lilian Farrell, cuando era una adolescente. Le contó que se había emocionado al leer un pasaje. Olivia se sentó en la cama, muy cerca del balancín en el que estaba sentada su madre.
-¿Me puedes leer un capítulo en voz alta?-le pidió.
-¿Quieres que haga eso?-inquirió Sarah.
-Sí, mamá.
            Sarah empezó a leer en voz alta el capítulo desde el principio. Le costaba trabajo centrarse en aquella lectura. Había algo que la atormentaba. Olivia lo pudo percibir. Dio por sentado que era por el comportamiento de sus hermanos. Dillon y Tyler eran buenos chicos. Pero los buenos chicos también podían hacer cosas malas. Se lo había dicho Kimberly. Y, además, estaba el rancho. Y todas las cosas malas que le había hecho su padre.
            Sarah sufría.
            Estaba sufriendo.
-Los hombres son unos cerdos-afirmó Olivia-Mr. B quiere hacerle daño a Pamela. Ella no lo puede consentir.
-Ella lo quiere, hijita-apuntó Sarah-Pero quiere conservar su virtud.
-Debería de volarle la tapa de los sesos.
            Sarah sonrió. La presencia de Olivia le hacía olvidar una terrible inquietud que se había apoderado de ella. Su periodo, que siempre había sido tan regular, llevaba varios días de retraso. Han pasado trece años, pensó Sarah. Un embarazo a su edad era algo peligroso. Pero eso no era lo que más le preocupaba a Sarah. Había estado con dos hombres a la vez. Si estaba embarazada, ¿quién sería el padre de su futuro hijo? ¿Su marido Sean? ¿O su amado Ojos de Halcón?
            La angustia se iba apoderando poco a poco de ella.
            Sarah sentía que el rancho ya no era su hogar.
            Pensó seriamente en huir con Ojos de Halcón. Se irían lejos del pueblo. A lo mejor, podían ir al Estado de Colorado. Allí, empezarían de nuevo. Nadie volvería a señalarla por la calle. Nadie volvería a reírse de ella porque su marido había tenido dos hijos con otra. Sarah no pudo evitar esbozar una sonrisa al imaginar que se iba tan lejos de las personas que la humillaban sólo porque su marido, Sean, le había sido infiel. Le olvidaría.
-Me gustaría decirte una cosa, hija mía-dijo Sarah.
-¿De qué se trata?-inquirió Olivia.
-Quiero que sepas que te quiero mucho. Os quiero mucho a tus hermanos y a ti. Sois lo mejor que me ha pasado en la vida. Y, aunque pueda irme lejos, os llevaré siempre en mi corazón. Y en mis pensamientos…
-¿Qué es lo que estás tratando de decirme, madre? No te entiendo. ¿Estás bien?
-Sí, cariño. Estoy bien.
            Sarah se encontró con la mirada incrédula de su hija. De algún modo, Olivia parecía adivinar lo que estaba tratando de decirle su madre. Sarah se puso tensa. No sabía qué hacer.
            Consciente de los temores de su hija, Sarah rodeó el cuerpo de ésta con los brazos y la estrechó contra sí con fuerza. Olivia estaba llorando.
-Es sólo una forma de hablar, hijita-trató de consolarla-¡Por supuesto que no me voy a ir!
-Tenía la sensación de que te estabas despidiendo de mí-le confesó Olivia.
-No puedo irme a ningún sitio.
-Madre…¿Es que estabas pensando en abandonarnos? ¿Por qué?
            Sarah acarició el cabello de su hija en un intento por consolarla. Pero Olivia no terminaba de creerse lo que le estaba diciendo su madre. ¿En serio había pensado Sarah en abandonarla a ella y a sus hermanos? Ignoraba la lucha interior que estaba sosteniendo su progenitora. Las dudas que se habían apoderado de ella. Su corazón le decía que su lugar estaba al lado de Ojos de Halcón. Pero el niño que llevaba en su interior. ¿Era hijo de Ojos de Halcón?
            Había yacido con Sean. Eran muchas las noches en las que su marido la abrazaba. La besaba. La acariciaba.
-Madre, tengo mucho miedo-se sinceró Olivia.
-No va a pasar nada, hijita-le aseguró Sarah.
-Tengo la sensación de que está a punto de pasar algo horrible. Pienso que te voy a perder para siempre. Y no podré hacer nada para impedirlo. ¡Madre, no quiero perderte!
-No me perderás, Livie.
-¡Quiero que estés siempre conmigo! ¡Oh, madre!
            Un nudo se formó en la garganta de Sarah.
            Su lugar estaba al lado de Ojos de Halcón. Pero no podía abandonar a Sean.
            Le dijo a Olivia que quería estar sola. La niña abandonó la habitación sin entender lo que le pasaba a su madre. Sarah oyó cómo su hija cerraba suavemente la puerta.
            Agradeció el quedarse sola. Tenía que organizar sus pensamientos. Por un lado, deseaba hacer caso de lo que le decía su corazón. Huir con Ojos de Halcón. Pero Sean… Estaba casada con él. Era su marido ante los ojos de Dios. De la Iglesia…No podía abandonarle.
            Y también estaban sus hijos. Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Sarah. No podía abandonar a sus hijos.

Veía sangre por todas partes.
Veía el normalmente tranquilo rostro de Sarah contraído por el dolor. Y veía otra cosa. Veía al padre de Dos Nubes, Ojos de Halcón, llorando junto al cuerpo sin vida de Sarah. La abrazaba con fuerza. Entonces, Sean aparecía y le arrebataba el cuerpo sin vida de Sarah de los brazos.
-¿Qué te has creído, maldito comanche?-le espetó-¡Sally es mi mujer! ¿Me entiendes?
-Una mujer a la que tú jamás respetaste, maldito irlandés-replicó Ojos de Halcón.
Dicho esto, se inclinó sobre Sarah y la besó en los labios amoratados.
De aquella manera acabó la infancia de Olivia.