domingo, 7 de diciembre de 2014

UNA MUJER RECUERDA

Hola a todos.
Después de algún tiempo sin dar señales de vida en este blog, se me ha ocurrido colgar aquí colgar un cuento que escribí hace algún tiempo.
Este cuento expone uno de los finales que quería poner a esta saga, a pesar de que la estaba escribiendo. Sin embargo, decidí prescindir de este final porque no me pareció del todo creíble (aunque, luego, podría retomarlo, ¡quién sabe!).
No obstante, lo he convertido en un relato corto que me gustaría compartir con vosotros.
Se titula Una mujer recuerda. 
Deseo de corazón que os guste.

UNA MUJER RECUERDA

  
          
                   Está acabando un siglo. El siglo XIX...
                   Es ya un poco tarde. Debería de estar cenando en el refectorio. Pero no tengo hambre. Prefiero quedarme aquí. Y reflexionar un poco sobre ciertas cosas.
            Miro con algo de desconfianza mi pluma estilográfica. Es un regalo de mi sobrino. Me la envió desde mi pueblo natal, Streetman. En el Estado de Texas…No me acostumbro a usarla.
            Mi sobrino no para de hablarme en sus cartas de los nuevos inventos.
            ¡Incluso habla de una máquina de escribir!
            Soy muy vieja. No podría ver esas cosas que se llaman teclados.
            Agito la pluma. Parece un termómetro. A veces, me cuesta trabajo manejarla. No escribe. Y mi mano tiembla con tanta violencia que podría acabar manchada de tinta. Empiezo a escribir. ¿Sobre qué escribo? ¿Por qué quiero escribir? Sólo sé que no quiero que nada se me borre de la mente. Ni quiero que me borren de la faz de La Tierra. Nunca he hecho algo por lo que se me recuerde. Sólo soy una persona anónima.
            No debería de buscar la aprobación de los demás. El capellán del convento dice que eso es pecado. No debo de ser vanidosa. Pero el demonio me tienta de nuevo. Y me dejo llevar.
            Me he pasado la vida dejándome llevar por todos.
            Tengo un papel delante de mí. Ya puedo plasmar lo que quiera en él. ¿Y qué es lo que quiero contar?
            No me atrevo a contarlo todo. Empezaré poco a poco. Así, es más fácil llegar hasta el final. Aunque se tarde mucho. No importa. Quiero pensar que aún me quedan unos años más de vida.
            No puedo pedirle a Dios más de lo que Él me ha dado. Y me ha dado muchas cosas buenas dentro de todas las desgracias que se han cebado sobre mí.
            Soy una mujer vieja. Hace muchos años que llegué a este convento. Repaso las cartas que he recibido. Me doy cuenta de que no queda nada de la joven que llegó aquí con el corazón destrozado. Fuera, la ciudad rezuma vida. Dentro, no siento ya ganas de morirme. Hace mucho que morí. Llegué al convento con el corazón roto. Y con el cuerpo enfermo. Y destrozado.
            Aún estoy enamorada de Jack. Pero…Él ya no está. Se fue. Está muerto.
            Muerto…
            Igual que mis sueños de adolescente. Igual que yo. Pero aquí estoy. Sigo viva.
            Quiero pensar que algún día volveré a verle. Estaremos de nuevo juntos. Le besaré de nuevo. Y él me besará.
            ¿Cuántos años han pasado desde mi llegada al convento?
            Casi no me acuerdo. Creo que han pasado unos cuarenta años. Cuarenta años en los que he envejecido. Pero pienso que ya llegué vieja aquí. Cuarenta años…
            Cuarenta años sin abrazar a Jack.
            Cometí un terrible pecado. Y mi pecado fue enamorarme de un hombre que ya tenía dueña. Porque Jack estaba casado.
            Leo las cartas que recibo. Se me cansa la vista.
            He de usar gafas para leer. Las monjas más jóvenes hablan del nuevo siglo que está a punto de empezar. El siglo XX…Todas desean que sea mucho mejor que el siglo que está llegando a su fin. Me encierro en mi celda. No sé porqué hoy me ha dado ganas de escribir. ¿Sobre qué quiero escribir? Quiero escribir sobre mi vida. Pero también quiero escribir sobre la vida de mi familia. Sobre todo lo que nos ha pasado.
            Recibo de manera periódica cartas de mis hermanos. Son felices. Quiero pensar que son felices. Me alegro por ellos. Sé que uno de ellos, al menos, está al lado de la mujer que ama. De ella…No olvido la relación que me une tanto a Freddie como a Estelle. Están juntos. Tienen hijos. Y también tienen nietos.
            Yo no tengo ninguna de esas cosas. Ni nietos. Ni hijos.
            Pero he estado casada, aunque no sé dónde estará mi marido.
            No me importa haberle perdido la pista. No voy a negar que echo de menos a Jack, porque él fue mi primer y único amor. Pero…Sé cuál es mi deber como mujer. Y sé que jamás habría podido ser una buena esposa para Greg. Nuestro matrimonio fue deteriorándose con el paso de los años. ¿Años? Fue menos. Pero se me hicieron eternos. Insultos…Golpes…Infidelidades…Y no tendría que quejarme. Estelle es afortunada. Freddie la adora. Y, además, no viven en Dublín. Viven lejos. Cuando Freddie se marchó, se llevó consigo a su mujer.
            Están en casa.
            Repaso lo que acabo de escribir. Mi verdadero nombre es Dulce Olivia Sybil O’ Hara. Me cambié de nombre hace muchos años. Hace cuarenta y cinco años. Me siento vieja. Y también me siento cansada. Soy una mujer vieja. No puedo mirarme en un espejo.
            De hacerlo, vería muchas cosas.
            Las arrugas surcan mi rostro. Mi pelo se ha teñido de canas.
            Mis pasos son ágiles. O intentan ser ágiles. Pero me duele mucho la espalda. Y me canso cuando voy caminando por los corredores. Me duele, incluso, la mano cuando escribo. No le haré caso a los dolores. Voy a escribir.
            Pero Olivia no está muerta, deseo pensar. Una parte de ella todavía vive. Leo lo que he escrito. Antes, llevaba un diario. Todos llevaban un diario. Creo que toda la gente que conozco escribe un diario. Estelle…Freddie…Mi tía…Mi madre… Mi abuela…Alguna amiga…Alguna vecina…No conocí a mi abuela. Pero me han hablado de ella. De mi abuela…De mi bisabuela…De mi tatarabuela…
            En mi diario aparezco tal y como soy. Como siempre he sido. Nunca he querido cambiar. Ni puedo cambiar. O cómo era. Olivia vive. Soy consciente de ello. Olivia vive. Está viva. Viva…En esta celda…
            ¿Por dónde puedo empezar?
            Debo de empezar por el principio. ¿Y cuál es el principio? No tengo ni idea. Las historias de nuestros antepasados forman parte de nosotros.
            Una decisión simple puede cambiar tu vida. Y la vida de tus descendientes. ¿Cuándo empezó a moldearse mi vida? ¿Cuándo surgió la verdadera personalidad de Olivia O’ Hara? ¿Fue cuando murió mi madre? ¿O fue mucho antes? Antes, incluso, de nacer. Incluso…Antes de nacer mi madre.
            Ahora, no está la hermana Dulce Nombre de María. Ése es mi nombre en el convento. Ahora, Olivia está aquí. Se dedica a escribir lo que le pasa. Lo que piensa. Lo que siente. Me arranco el corazón y lo pongo encima del escritorio. Tengo que ser sincera conmigo misma. Con todos…
            Se me nublan los ojos. No es por las cataratas, como dice el médico.
            Es por las lágrimas. Olivia ha sufrido mucho. Ha llorado mucho. Un día, se le secaron las lágrimas. Dejó de llorar. No…Dejé de llorar. No podía llorar.
            Trago saliva. Suspiro. No vale la pena, me digo. No llores. Porque llorar es de débiles. Y tú siempre has sido fuerte. No llores, Olivia.
            Hace años que no lloro. No puedo. No puedo llorar.
            Ni quiero llorar. No quiero que nadie piense lo que no soy. Lloré todas las veces que Jack me besó. Pero lo hice por miedo. Por miedo a pecar. Porque me había enamorado de un hombre casado. Y, que Dios me perdone, aún lo amo. No he vuelto a ver a Jack desde que me marché. Pero él ha seguido pensando en mí. En todos los besos que compartimos. En todo el amor que nos tuvimos. Me odio a mí misma. Pequé con Jack. Y sé que volvería a hacerlo de tener ocasión.
            ¿Por qué no dejo el convento?
            Aún estoy a tiempo.
            Está claro que no tengo vocación. Nunca la he tenido. Ingresé en la orden por desesperación. Me quería morir. Había intentado quitarme la vida. No lo había conseguido. Tenía miedo de mí misma. De lo que podía hacerme a mí misma.
            Por eso mismo, fui al convento. Estaba desesperada. Necesitaba ayuda.
            Y la encontré. La Madre Superiora siempre ha sido muy buena conmigo. Ha sido como una madre para mí. Me ha cuidado. Me ha aconsejado. Me ha orientado. Yo tenía catorce años cuando murió mi madre. Y estuve demasiado apegada a mi padre. Pese a que éste no paraba de decepcionarme. Como decepcionó a mi madre.
            Porque necesitaba protegerme de mí misma. Porque estaba asustada. Porque… Deseaba morirme. Ahora, me siento segura.
            Por mi cabeza pasan imágenes. Son imágenes de mi pasado. De todo lo que he visto. Imágenes de la gente que quiero. Que ahora son felices.
            Es el pasado. Aparece ante mí. Intento evitar esas imágenes. Pero no lo consigo. Veo a Estelle y a Freddie. Les veo paseando por el jardín del convento. Les oigo hablar. Van cogidos de la mano. Vuelven a ser jóvenes. Y los recuerdo así. Jóvenes…
            Te amo. Te necesito. Te deseo. Te anhelo. Quédate conmigo. Quédate siempre conmigo.
            Están desnudos. Veo a Freddie con la cabeza apoyada en los pechos de Estelle. Ella le habla. Le acuna. Le besa. Llena de besos el rostro de Freddie. Le acaricia el pelo. Freddie le chupa los pechos.
            El mundo que conozco ha cambiado. No puedo verlo. Pero me han hablado de cosas que me asustan.
            Por ejemplo, existen unos aparatos que permiten hablar con una persona en la distancia aunque tú no la veas. Y hay unos chismes con motor que funcionan y que hacen las veces de carruaje. ¡Eso es ridículo!, pienso. Las novicias dicen que es verdad. Nunca lo he visto.
            Nadie viene a verme. Pero sí vienen de visita los familiares de otras monjas. Sé más o menos cómo funciona el mundo. He hablado con ellos. Les hago preguntas.
            Y ellos me hablan. Me cuentan cosas en los locutorios.
            Sé lo que soy para ellos. Una vieja chocha…Pero hubo un tiempo en el que fui joven. Y estaba llena de vida. Hubo un tiempo en el que amé y fui amada.
            Pero cometí muchos errores. Tuve miedo.
            Y dejé escapar el amor. No puedo viajar atrás en el tiempo. No puedo cambiar mi pasado. Pero sí puedo recordarlo. Me quedan los recuerdos. Y es en ellos en los que busco refugio. Consuelo…
            Y quiero plasmar mis recuerdos en un papel. Por lo menos, quiero dejar constancia de mi paso por este mundo. No quedará nadie para que me recuerde.
            Pero alguien leerá estas líneas. Y dirá que, al menos, Dulce Olivia Sybil O’ Hara vivió como pudo su vida.

FIN


2 comentarios:

  1. Uy Laura extrañaba leerte. Me gusto mucho esta historia te mando un beso y te deseo una buena semana

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  2. Hola.
    Un nuevo año se nos viene encima y no sabemos cómo nos irá durante su vigencia.
    Lo que sí sabemos es cómo nos ha ido en este y, particularmente, os quiero agradecer estar a mi lado durante este mal año.
    Sin vosotros lo hubiera pasado peor y vuestros comentarios han sido uno de los pilares que me han sujetado para no caer.
    Por eso y por muchas cosas más, zas, regalito que te llevas.

    http://subefotos.com/ver/?1f1db8ac532eedc15f4bca32c43a9de2o.jpg

    Un abrazo y Felices Fiestas.

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