Aquí os traigo un fragmento de mi novela Mía Stella.
Una pequeña congregación de religiosas que dirige una misión desempeñará un papel muy importante en la vida de Freddie.
Conozcamos a una de las integrantes de la misión, la hermana Francisca Romana.
La hermana Ave Regina nació lady Blythe Wyndham. Tenía treinta y cinco años recién cumplidos.
Es la
protegida de los marqueses de Ranwulf. La pariente pobre que fue criada por la
rama adinerada de la familia cuando quedó huérfana siendo una recién nacida. El
matrimonio de los marqueses fue bien durante algún tiempo. Hasta que el marqués
retomó sus viejas costumbres.
Como liarse
con furcias y con actrices mediocres.
Su mujer
optó por hacer lo mismo.
Empezó a
alimentar las esperanzas de sus pretendientes. Su marido estaba celoso. Llegó
la conclusión de que podía cambiar, pero siguió persiguiendo a otras mujeres.
Lady Ranwulf empezó a acostarse con otros hombres. Las discusiones eran
constantes. Tuvieron dos hijos, un niño y una niña. Blythe y aquellas dos
criaturas fueron testigos silenciosos del deterioro de aquel matrimonio.
Blythe cumplió dieciocho años. Le
llegó la hora de ser presentada en sociedad. Fue enviada a Londres para tal
fin.
Dan
trabajaba en una zapatería como aprendiz de zapatero. Tenía la misma edad que
Blythe.
Se había
criado en un orfanato ya que su madre murió cuando era muy pequeño.
Sabía leer
y escribir y tenía fama de ser muy trabajador.
Los
marqueses de Ranwulf habían imaginado que Blythe se casaría con algún
aristócrata. Sin embargo, no supieron reaccionar cuando la joven decidió
casarse con un aprendiz de zapatero pobre. No entraba en sus planes.
Lo cierto
era que Blythe y Dan se enamoraron perdidamente nada más verse.
La hermana
Ave Regina todavía recuerda con nostalgia aquella época. No se arrepiente en
absoluto de sus actos. Piensa que volvería a hacerlos de poder. Porque una
parte de ella aún sigue amando a Dan. Fue feliz durante el tiempo que
estuvieron casados. Y lamenta una cosa. La falta de hijos…Siempre quiso ser
madre. Pero los niños nunca llegaron. Eso ya no importa.
Estuvieron
casados durante nueve años. Al recordar a Dan, la hermana Ave Regina vuelve a
ser lady Blythe. Vuelve a ser una joven que se enamoró de un modesto aprendiz
de zapatero nada más verle. Entró en la congregación aconsejada por su
protectora al poco tiempo de morir Dan.
Recuerda
detalles de su vida íntima con él. Detalles que una mujer decente no debe de
recordar.
Se fugaron
a Gretna Green a las pocas semanas de conocerse. La boda se celebró en la Vieja
Herrería. Cuando los marqueses les encontraron, ya era demasiado tarde. El
matrimonio se había consumado. Lady Ranwulf era una mujer terriblemente
clasista. Pensaba que todos los pobres eran una abominación. Incluso, trataba
con cierto desprecio que procuraba disimular a Blythe. No podía de evitar
pensar en ella como la hija de la pariente pobre de su marido. Sin embargo, la
había criado ella. Y era su deber casarla con un aristócrata. No lo consiguió.
Blythe resultó ser muy rebelde. Su amor por Dan superaba todas las barreras.
Durante las
semanas que siguieron a su encuentro en la zapatería, estuvieron viéndose en
Bushy Park. Daban paseos mientras contemplaban a las manadas de ciervos que
vivían allí.
Y se
besaban detrás de los árboles.
Los nueve
años que duró aquel matrimonio fueron los más felices de la vida de Blythe.
Apenas tuvo contacto con sus protectores. Toda su atención estaba centrada en
Dan.
Cuando éste
cayó gravemente enfermo, Blythe lo estuvo cuidando con total abnegación. Fue
una neumonía muy grave la que le postró en la cama. Dan tenía fiebre muy alta.
No reconocía a su mujer. Blythe no se separó de su lado en ningún momento.
Le daba la
medicina que le había recetado el médico. Se negaba a acostarse porque quería
permanecer despierta para estar con él.
Cuando se
casaron, se marcharon a vivir a Castle Combe. Dan había aprendido lo suficiente
en la zapatería en la que estuvo trabajando en Londres. Tenía algo de dinero
ahorrado. De modo que abrió una zapatería. El dinero entraba en su casa.
Vivían en
una casita pequeña. Tenía un jardín que Blythe cuidaba con mimo. El trabajo
nunca le faltó a su marido.
También
ella tenía algo de dinero ahorrado. Dan se negó a aceptar su dote. No quería
depender económicamente de Blythe. Se propuso demostrarle al mundo que no se
había casado con ella por su dinero, sino porque la amaba. Y lo demostró con
creces.
La vida
íntima de la pareja era muy exaltada. Blythe creía que el sexo era la única
forma que existía de engendrar una vida. De tener hijos.
No tardó en
demostrarle Dan cuán equivocada estaba.
Blythe se
quedó sorprendida la primera vez que estuvo en la cama con su marido. Fue en su
noche de bodas.
Dan
recorrió con su lengua cada centímetro de la piel de Blythe.
Los gemidos
de placer de la joven eran perfectamente audibles.
Sintiéndose
atrevida, aquella noche, Blythe llenó de besos cada centímetro del cuerpo de su
marido haciéndole gozar.
Los dos se
demostraban su amor de todas las maneras habidas y por haber. Dan había sido un
buen compañero para Blythe. Ella le recuerda con amor. No se arrepiente de
estar en el convento ni de ser monja.
Pero
recuerda.
Recuerda
las noches de amor vividas acostada a su lado en el lecho. Recuerda cómo su
cuerpo se estremecía ante la presencia de Dan. Él siempre estaba pendiente de
ella.
Recuerda
los labios de Dan besando su cuello. Sus labios recorriendo uno de sus pechos.
Mordisqueando con suavidad sus pezones.
Los dos
gozaban el uno de la otra en su cama. Los dos hacían el amor sin reserva
alguna.
Dan rodeaba
con sus brazos la cintura de avispa de Blythe y la atraía hacia sí para
abrazarla. Ella iba depositando suaves besos por todo el torso desnudo de su
esposo, poniéndose encima de él.
Nunca
tuvieron una criada. Blythe había aprendido a manejar en solitario una casa.
El mayor
deseo de la pareja era ser padres. Blythe había oído hablar de su madre.
Incluso, tenía un retrato de ella colgado en el saloncito. Le parece al
recordarla la mujer más hermosa que jamás ha visto.
Dan siempre
le regalaba ramos de flores silvestres que Blythe plantaba en el jardín. Ella
lo esperaba en el jardín arrancando las malas hierbas. O regando las plantas. O
plantando una semilla.
Se ponía de
pie cuando Dan entraba y se acercaba a ella.
Se fundían
en un beso cargado de amor.
Los besos
que se daban en el lecho eran mucho más apasionados.
Al
recordarle, no se arrepiente de estar en el convento. Le habría resultado
imposible volver a casarse después del amor tan intenso que ambos compartieron.
En aquellos
momentos de intimidad, desnudos sobre el lecho, se juraban una y mil veces amor
eterno. Blythe se desnudaba siempre ante Dan. A su vez, éste siempre se quedaba
desnudo ante ella. No mostraban reparo alguno en enseñar sus cuerpos.
El temblor
sacudía sus cuerpos cuando estaban cerca el uno de la otra. Sus corazones latían
a gran velocidad. Ante tales recuerdos, la hermana Francisca Romana entra en la
capilla a rezar.
Dan llenaba
de besos los pechos de ella. Se sentía feliz al escuchar los jadeos que emitía
Blythe. Jadeos que él le provocaba. Quería hacerla disfrutar.
Las piernas
de ambos terminaban enredadas. Dan invadía de una sola estocada el cuerpo
anhelante de Blythe. Los dos se fundían en un solo ser. Se movían al mismo compás.
Sólo existía aquel momento en el que todo estallaba a su alrededor. Y, a
continuación, sus cuerpos sudorosos descansaban en la cama.
Eran días
repletos de alegría. Una felicidad que, en opinión de la hermana Francisca
Romana, acabó demasiado pronto.
Una parte
de ella ha muerto con Dan.
Llora al
recordar al hombre que más amó. Decidió aceptar la sugerencia de lady Ranwulf.
Tomar los hábitos. No se arrepiente de estar allí.
No se
arrepiente de ser monja. Siente que está ayudando a los demás. La gente de la
misión la necesita. Y ella se siente valorada porque es útil.