miércoles, 29 de abril de 2015

ESPÍRITU LUCHADOR Y GORRIÓN TRISTE

Hola a todos.
Aquí os traigo un momento tierno entre Espíritu Luchador y Gorrión Triste.
Me resisto a dejar ir a esta pareja, ya que me he encariñado con ellos.
Veamos qué ocurre.

                                  Salieron a dar un paseo por el bosque. No veían la hora de abandonar la misión. Aquel paseo no les estaba permitido. Tampoco les estaba permitido la forma en la que se habían casado. Espíritu Luchador debía de bautizarse, igual que Dos Nubes. Debían de casarse por la Iglesia. 
                             Vio cómo una ardilla saltaba de un lado a otro. Un conejo se escondió al verles pasar. Creyó ver a lo lejos la figura del ciervo al que los ancianos llamaban El Gran Príncipe. Un pajarillo se puso a cantar.                              Gorrión Triste le hablaba de huir de la misión y de partir muy lejos de allí. 
                             Se dejaron caer en el suelo. 
                             Los ojos de la joven estaban radiantes de entusiasmo. Creía que estaba flotando en una especie de nube. ¡Me ama!, pensó. ¡No se lo podía creer! ¡Espíritu Luchador la amaba! Lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
 -Deberíamos de sellar nuestro compromiso-sugirió Espíritu Luchador con voz ronca-Si confías en mí. No te haré daño. Intentaré que sea grato para ti.
                         Deseaba a Gorrión Triste. 
 -¿Qué es lo que me vas a hacer?-inquirió Gorrión Triste.
-No te haré daño. Te lo prometo. Confía en mí.
-Confío en ti. 
                           Gorrión Triste también deseaba a Espíritu Luchador. Se sentía casada con él, pese a lo que decían los frailes que se ocupaban de la misión. Su Dios sabía de aquel matrimonio. Lo bendecía porque era un matrimonio por amor. 
                         Cuando la besó con sensualidad y pasión en los labios, la joven se dejó llevar por la pasión que Espíritu Luchador despertaba en ella. Se entregó a él y se abandonó a sus fuertes brazos. Espíritu Luchador cubrió de caricias el cuerpo de Gorrión Triste. En sus labios quedó grabado el sabor de la piel de la joven.
                           Los dos se dejaron llevar por lo que sentían el uno por el otro. Se amaron en la profundidad de aquel bosque. Sabía que el Dios de los frailes que llevaban la misión bendecía su unión. No estaban pecando. Se amaban.
                            Se amarían siempre. 
                                     

martes, 28 de abril de 2015

CARTA DE DILLON A TYLER

Hola a todos.
Esta carta no aparece en mi novela Me olvidé de olvidarte. 
Sin embargo, he querido compartirla con vosotros.
Es una carta que Dillon le escribe a su hermano Tyler hablándole de cómo va su matrimonio con Samantha.

                        Querido Tyler:

                        Mientras te escribo, miro por la ventana de mi habitación que da al jardín. Está abierta. Comienza a ponerse el Sol.  Dentro de un rato, Sam subirá. Se meterá conmigo en la habitación. Me pongo nervioso. Sam y yo llevamos casados tres años. A menudo, imagino que soy un pájaro y que echo a volar en busca de tierras más cálidas donde refugiarme durante los duros meses de invierno.
                         No te voy a mentir, hermano. A veces, cuando estoy con Sam, tengo la sensación de estar con una completa desconocida. La quiero porque es mi mujer. Pero siento que no estoy enamorado de ella.
            Me paso los días encerrado en mi despacho. Me paso muchas horas leyendo documentos o redactándolos para, después, firmarlos. Abro los libros de cuentas y escribo. Acabo muchas veces con dolor de cabeza. Cierro los libros. No puedo concentrarme en las cuentas porque no sé qué hacer con mi vida. Hice mal al casarme con Sam. Me levanto y rodeo la mesa. Trato de ver mi futuro con Sam.
            No siento nada cuando la abrazo. ¿Qué clase de vida le podría yo dar? Sam es una mujer sencilla y encantadora. No me exige nada. Pero me lo exige con los ojos. No está contenta conmigo. No quiere que huya de ella volcándome en el trabajo.
            Entra en mi despacho.
            Se sienta en una silla enfrente de mí. Empieza a contarme todo lo que ha hecho durante el día. La veo hablar. Pero no oigo lo que me dice. Sólo veo mover sus labios. Ella se marcha frustrada y yo miro, sin ver, el documento que tengo delante de mis ojos.
                  Me acuesto en la cama con ella. La beso. La acaricio. Y la abrazo. Pero son actos puramente mecánicos.
                   No entiendo lo que ha pasado. En realidad, sí sé lo que ha pasado. 
                   No quiero admitirlo porque es demasiado doloroso. Han ocurrido demasiadas desgracias en nuestro matrimonio. 
                  Lo que se supone que debería de unirnos ha contribuido a separarnos. 
                  Sam no es feliz. Yo tampoco soy feliz. 
                  Y, aunque intente negarlo, Cathy está demasiado presente en mi vida. Es como una sombra que aparece cuando menos me lo espero. Siempre está ahí torturándome. Recordándome que no la olvidaré mientras viva. 
                 Mi amada Cathy...

           

lunes, 20 de abril de 2015

ESCENA DE MI NOVELA

Hola a todos.
Me gustaría compartir con vosotros una escena de una novela que escribí hace algún tiempo. Está terminada. No exagero cuando digo que se trata de una de las novelas más fuertes que he escrito en todos los aspectos.
El fragmento que quiero compartir con vosotros es de los más suaves.
No sé cuándo la publicaré porque quiero corregirla y necesito más tiempo.
Es una novela con mucho contenido erótico y también muy oscura por la personalidad de sus protagonistas. Me daba mucho pudor que viera la luz, pero he pensado en estos días que es una estupidez de las grandes sentir vergüenza por algo que escribí con toda la ilusión del mundo. Ella es una muchacha tímida e introvertida y él es un joven que siente verdadera fascinación por la Muerte.
Transcurre en el siglo XIX.
En la escena, aparece el protagonista con su prometida, que no es la protagonista.

                                   En el fondo, somos animales, piensa Edward.
                                   Ya no siente más que un fuerte instinto animal. Es ese instinto el que le lleva hasta la casa de Melanie. No piensa en nada. La luz de la mesilla de noche indica que la joven todavía está despierta. Trepa por la fachada. La sangre le bombea en todas partes de su cuerpo. Intenta controlarse. Trata de pensar con raciocinio. Es un hombre. No es ningún animal. Es mentira. Es un animal.
                               Se cuela por la ventana de la habitación de Melanie. La actitud de la muchacha no es la que espera en una joven pudiente.
                               No parece estar sorprendida. Ha pasado otras veces entre ellos.
                               Se alegra de ver a Edward. Sus padres y su prima Kate hacen rato que se retiraron a descansar.
                              No hay miramientos en la forma en la que se besan de manera lasciva.
                              En cómo caen sobre la cama de Melanie. En cómo se quitan la ropa el uno al otro casi con furia.
                              Edward siente el deseo de estar dentro de Melanie y sus labios devoran la garganta de la joven. Sus manos recorren los pechos desnudos de la joven. Puede ver los gestos de deleite que hace y cómo se aprieta contra él. Cómo la lengua de ella recorre la piel de Edward.
                             Es pura lujuria.
                             Vuelven a besarse de manera salvaje. La boca de Edward calla los gemidos de Melanie.
                             No puede arriesgarse a que le encuentren allí. Pondría en apuros a su prometida. Intenta pensar con razón por última vez, pero no puede.
                             Se besan mordiéndose los labios con saña. Edward mordisquea el lóbulo de la oreja de Melanie. Siente el sabor de la sangre en sus labios. Melanie le ha mordido al besarle.
                             Succiona los pezones de la joven, pezones erectos. Rosados...
                             Chupa con deleite sus pechos. Los lame con lentitud torturando a Melanie.
                             Su miembro invade el interior ya húmedo de ella.



                 

lunes, 13 de abril de 2015

ESPÍRITU LUCHADOR

Hola a todos.
Aquí os traigo la historia del que será, más adelante, el suegro de Dos Nubes, la amiga comanche de Olivia, Espíritu Luchador.
Vamos a conocerle un poco mejor.

ESPÍRITU LUCHADOR


                                Esta historia comienza hace algún tiempo. En una misión católica situada en lo que era la Louisiana, después de su compra.
Son los primeros años del siglo XIX.
Todavía no existía lo que es hoy la capital del Estado de Montana, Helena.
En aquella misión católica se encontraban numerosas tribus indias. Incluso, habían traído comanches procedentes del sur.
Uno de aquellos comanches fantaseaba con abandonar aquella misión. Era bueno conocer a otros pueblos. A otros pueblos, como los cheyennes. Estaban a punto de desaparecer. Igual que le ocurriría al pueblo comanche. Y aquel joven lo sabía.  
Por eso, debía de huir de aquel lugar. Regresar al Sur.
Era su forma de sobrevivir. Muchos miembros de su tribu y también muchos miembros de otras tribus querían renunciar a lo que era.
Pensaban que su forma de vida no era la correcta. Pero también obraban así por miedo. Miedo a ser brutalmente castigados si se rebelaban.
Espíritu Luchador fue elegido jefe de la tribu por unanimidad por sus compañeros. Días antes, el anterior jefe había muerto de una larga y dolorosa enfermedad. El problema estaba en que era soltero, no tenía hijos ni había designado un sucesor por lo que los guerreros se disputaban la jefatura. Espíritu Cazador era apenas un muchacho que acababa de alcanzar la edad adulta dentro de la tribu y no era el favorito de nadie, no sólo porque fuera flaco, poco agraciado físicamente y de salud endeble, sino por su pasado familiar. Era un blanco que se había criado en la tribu y no había nada que pudiera disimularlo. Solía vestir a la manera tradicional de la tribu, con unos pantalones y un chaleco hecho con piel de gamuza, pero su piel era más blanca que la del resto de los miembros de la tribu. Su abuela era hija de blancos fue adoptada (no raptada) tras la muerte de su marido en un naufragio por la tribu. La entregaron en matrimonio al sobrino del chamán de la tribu. Aquel hombre se convirtió en el padre de su única hija. Nunca se amaron. Pero, al menos, se trataron con respeto.
Por lo que Espíritu Cazador había escuchado, su abuela era una mujerirlandesa, joven y hermosa, que poseía una cabellera larga de color fuego llamada Danielle. Se cuenta que estuvo a punto de morir de dolor cuando supo de la muerte de su primer esposo. Lo había amado con todo su ser. Sin embargo…Tuvo que reconocer que su marido indio era un buen hombre.  
Su madre, hija de la pareja, fue criada con una familia de blancos al morir su madre siendo pequeña de un disparo que recibió de unos asaltantes blancos que atacaron el campamento, se casó con un joven de origen español que se fue a vivir con la tribu tras la boda cuando tomó la decisión de regresar con los suyos. Sin embargo, el segundo al mando, que fue el mejor amigo de su padre en vida de éste, pensó que era el apropiado para liderarla. Veía más allá de lo que los demás veían en él. Por un lado, Espíritu Luchador era un joven justo y bondadoso. Le preocupaba el bienestar de su gente, mucho más que el suyo propio. Procuraba mantener la paz y el orden dentro de la misma y también que la comida se repartiera de forma equitativa entre todos. Era, también, un joven valiente. No obstante, su fortaleza mental y espiritual hacían honor a su nombre. Odiaba la violencia y no soportaba estar en guerra.
Le sometieron a una prueba para determinar si era el indicado o no un día en el que fueron todos de caza. Una vez acabada la misma, regresaron al campamento y los miembros de la expedición comenzaron a discutir sobre quién tenía derecho a recibir la mayor parte. En la misma intervinieron varias mujeres que echaron en cara a los hombres que fueran ellos los que recibieran la mejor parte mientras que ellas y los niños recibían las sobras. Espíritu Luchador contempló la escena. Ordenó silencio y también que no se repartieran todavía los restos del bisonte cazado. Dicho esto, se metió dentro de su tipi y permaneció allí un buen rato, mientras que los demás optaron por hacerle caso, aunque aún no sabían el porqué.
Al cabo de menos de una hora, Espíritu Luchador salió de su tipi. Su rostro era serio y lleno de preocupación. No sabía si iba a hacer lo correcto. Se acercó al bisonte muerto y comprobó que ni siquiera había empezado a ser cortado. Sacó de su cinturón su cuchillo, se arrodilló frente al bisonte y lo miró fijamente. Las mujeres ya le habían quitado la piel. Probablemente, estaría colgada secándose. Los que estaban allí le oían hablar en voz baja y comenzaban a impacientarse, pues era la hora de cenar y tenían hambre, pero no dijeron nada. Minutos después, Espíritu Luchador comenzó a arañar (no a cortar) con el cuchillo la piel del bisonte formando líneas verticales y horizontales que se asemejaban a los cuadrados y que el joven intentaba que midieran lo mismo mientras los demás guardaban silencio. Cuando acabó, Espíritu Luchador ordenó a los miembros de su tribu que se acercaran a él. Empezó a cortar la carne del bisonte por el mismo lugar por donde había hecho los cuadrados y repartió cada cuadrado entre los miembros de su tribu. Dos hombres fueron los encargados de cortarle la cabeza al bisonte y otro le cortó el rabo. Las mujeres se quedaron con los músculos para hacer la comida de varias semanas. Espíritu Luchador dejó que los niños se llevaran los huesos del bisonte para jugar y determinó que los músculos servirían para hacer flechas y otras armas. Al acabar la cena, los miembros de la tribu comenzaron a aclamarle.
El muchacho no entendía el porqué de tanto alboroto. Lo único que quería era que dejaran de discutir y hacer un reparto digno. Fue entonces cuando se lo dijeron. Había demostrado ser sabio y justo, lo cual era más importante, a la larga, que la fuerza bruta, por lo que, pese a su juventud, pese a que era una incógnita si llegaría a tener una vida larga, acababa de ser nombrado jefe de la tribu.
Fue una sorpresa para él no del todo agradable.
No sabía si estaba preparado para llevar a cabo tan gran responsabilidad. 
Aunque por sus venas corría sangre blanca, Espíritu Luchador no entendía el comportamiento de algunos blancos. Estaban obsesionados con arrebatarle la tierra a su pueblo en lugar de compartirla. Era un concepto que no entendía, pues la tierra que se extendía ante sus ojos era lo suficientemente grande como para vivir en ella muchas personas, incluidos dos pueblos. 
-Estarás contento, ¿no?-quiso saber Lobo Gris, el anciano chamán con el que vivía Espíritu Luchador desde la muerte de sus padres cuando el joven entró en el tipi que ambos compartían. 
-¿A qué te refieres?-inquirió el muchacho.
-Eres nuestro nuevo guía.
-¡No puedo serlo!
-¿Lo consideras acaso un deshonor?
-No, y estoy orgulloso de que la tribu haya pensado en mí para concederme ese honor tan grande, pero no puedo aceptarlo…no me veo capaz…soy demasiado joven, demasiado débil, demasiado torpe…
-Creo que serás un gran jefe.
-¿Por qué piensas así?
-Porque eres un muchacho sensato. A la larga, la sensatez vale más que la fuerza bruta. 
-Lo haré mal.
No era sólo esa la razón por la que Espíritu Luchador no quería ser jefe. Además, no lo entendía. En el fondo, no era del todo indio y odiaba la sangre blanca que corría por sus venas. Pero notaba que, aunque poca, esa sangre era cada día más fuerte y le decía que tenía que abandonar a su tribu. Espíritu Luchador se resistía, pero oía voces en su cabeza que le hablaban en el idioma de su madre, de su abuela que le decían que tenía que reunirse con los blancos, que lo estaban esperando; él no quería hacer caso de aquellas voces, pero las mismas le amenazaban con volverle loco.
Tenía sueños extraños. En ellos veía a su abuela Danielle tal y como se la imaginaba y le pareció un ser monstruoso y fascinante a la vez. No decía nada; se limitaba a mirarlo con sus ojos vacíos de toda expresión. Llevaba un vestido mojado y roto salpicado con manchas de sangre. El cabello rojo se le pegaba a la cara y era tan pálida que parecía transparente; Espíritu Luchador temblaba al verla. 
La mujer le hablaba en un idioma que le resultaba extraño ya que sólo sabía hablar el idioma de la tribu y el español que le había enseñado el sacerdote jesuita andaluz que daba catequesis y bautizaba a los indios que vivían en la misión. 
Alrededor de su abuela había un montón de moscas rondando, lo cual aterraba a Espíritu Luchador. Las moscas revoloteando alrededor de una persona significaban que esa persona estaba muerta. Si la mujer trataba de acercarse a él, comenzaba a gritar, pero no se despertaba; una parte de él quería seguir durmiendo para estar cerca de la persona que dio la vida a su madre. 
No sabía cómo exponerle aquel tema a Lobo Gris sin parecer un desagradecido, pero intuía que tarde o temprano cedería y haría caso de las voces; abandonaría a su tribu, se convertiría en un proscrito y todo porque era un joven débil que hacía caso de los ecos que resonaban en su cabeza. 
Lobo Gris era hombre sabio y comprendía lo que estaba pasando por la mente confundida del joven. 
Quería conocer su mitad blanca. En el fondo, no le culpaba. Por las tardes, Lobo Gris y Espíritu Luchador salían a dar largos paseos por los alrededores del campamento. Lo hacía para que el muchacho pudiera desahogarse. Sin embargo, Espíritu Luchador se sentía un tanto cohibido en presencia del chamán. Todo el mundo, incluido el jefe de la tribu, inclinaba su cabeza ante él.
A simple vista, Espíritu Luchador comenzó su jefatura de buena manera. Se encargó de planificar las jornadas de caza y consultó con experimentados cazadores. Antes, sólo salía a cazar animales pequeños. Sabía disparar flechas y eso ayudaba. Mejoró su manejo de la honda. Pero lo que le asustaba realmente era ponerse delante de un búfalo para hacer de señuelo durante la caza, si bien lo disimulaba.
Tenía un buen sentido de la orientación y resultó ser un buen estratega. Conseguía que todo el grupo regresase a casa con un búfalo y con sus integrantes sanos y salvos, sin que en ningún momento hubieran tenido que separarse. 
Durante las primeras veces que salió de caza, Espíritu Luchador tuvo que aguantar sus ganas de salir corriendo. La violencia de las cacerías en grupo le asustaban. Tenía miedo de que alguien resultase herido. 
Los búfalos hacían mucho ruido. 
No entendía el porqué tenían que matar a los búfalos para comérselos. 
Prefería estar escondido en un rincón hasta que los búfalos se dejasen matar. Lo habría hecho de no ser porque tenía una responsabilidad de la que ocuparse. Se acercaba muy despacito al lugar donde estaban pastando o durmiendo los búfalos y disparaba una flecha. Rezaba para que diese en el blanco y el búfalo resultase muerto porque, de no ser así, iría a por él. 
Los cascos de los búfalos resonaban durante todo el día en su cabeza. Se lanzaba al ataque de los mismos porque los hombres gritaban al cazarlos. De esa manera, procuraba olvidarse de sus miedos. Los hombres les llevaban a lugares donde habían preparado diversas trampas de las que no podían escapar. Todas esas trampas habían sido ingeniadas por Espíritu Luchador, al que consideraban como un buen estratega.
Aplicaba a las grandes cacerías lo que él había aprendido cazando animales pequeños. No le gustaba mucho cazar y pedía perdón a los conejos que traía al campamento antes de darles muerte. Le disparaba una piedra pequeña desde una distancia corta que casi siempre acertaba en la cabeza del animal. Era consciente de que la caza era el modo de subsistir de la tribu. Las mujeres no aprovechaban sólo la carne para la comida. Con la piel de los búfalos se fabricaban la ropa y también los tipis. Su madre le había enseñado a cazar desde pequeño y se lo llevaba consigo a cazar conejos. Algunas mujeres también cazaban. Su madre le enseñó a despellejar animales, a sacarles los órganos, a cortarles las patas y la cabeza, a sacarles los ojos.
Era asqueroso, sí, y mucho. Pero también era necesario.
Las partidas de caza salían del campamento al amanecer y los hombres se apresuraban a besar a sus mujeres y prometidas. Una recién llegada se acercaba a Espíritu Luchador con la intención de besarle en los labios antes de que éste se fuera. Se llamaba Dos Nubes y era la acolita de Lobo Gris, si bien no pertenecía a la tribu, como Espíritu Luchador. Ella era india, pero pertenecía a otra tribu que vivía en la misión. Al quedar huérfana, Lobo Gris la acogió en su hogar. Y, aunque no lo decía, cada vez que veía al joven, se ponía muy nerviosa. 
-¿Por qué no me cuentas lo que te pasa?-le sugirió Lobo Gris durante uno de aquellos paseos.
-A mí no me pasa nada-mintió Espíritu Luchador.
-Muchacho, leyendo los ojos de las personas, puedo averiguar lo que está pasando en ese momento en su mente y en su corazón.
-Estoy bien.
-Sé que no quieres hablar por miedo a que los demás piensen mal de ti; por miedo a quedar como un desagradecido.
Espíritu Luchador bajó la vista.
-Mi abuela vivió con vosotros durante algún tiempo antes de nacer mi madre-dijo el joven con timidez.
-Me acuerdo de ella-dijo Lobo Gris-La llamamos Tierra Fértil. Quería tener hijos con su marido blanco. Pero…Él no fue capaz de engendrar vida en ella. Pensaba que era culpa suya la falta de hijos en su matrimonio. Pero no fue así. Por eso, cuando se quedó embarazada, la llamamos Tierra Fértil. Era el nombre que más le convenía. Y a ella le gustaba. Era una mujer fuerte, hermosa y valiente, pese a ser blanca. 
Espíritu Luchador sonrió con tristeza.
-Desde hace algún tiempo, poco antes de que me convirtiera en hombre, sueño con ella, con mi abuela-se sinceró el muchacho-Aparece en mis sueños y yo sé que significa algo. 
Lobo Gris se quedó pensativo durante un instante.
-Los sueños pueden significar muchas cosas, chiquillo-afirmó con voz cansada-Explícame en qué consistía tu sueño.
-En mis sueños, ella me habla-le contó Espíritu Cazador-Me habla en un idioma que no puedo entender. Me imagino que debe de ser su forma de hablar porque ella no es de aquí y yo sólo sé hablar mi lengua nativa y el español de mis padres.
Lobo Gris le escuchó atentamente.
-Eso significa que tu abuela quiere decirte algo-contestó finalmente-Puede que sea una señal de que algo va a pasar, o puede que quiera decirte algo que tienes que hacer por ella. 
-¿Qué crees que querrá decirme?-inquirió Espíritu Cazador.
-No lo sé. 
El joven miró su atuendo y se preguntó cómo habrían sido las cosas de estar aún vivo su abuelo.
-Me imagino que debe de odiarme por ser así y eso es lo que trata de decirme en mis sueños-se lamentó 
-Tu abuela no era una mujer rencorosa-afirmó Lobo Gris acordándose de la hermosa irlandesa que murió por defender a su hija-Nos estaba muy agradecidos por haberla salvado. Le dimos protección. Le buscamos un buen esposo. No lo amó como amaba a su esposo blanco. Pero le honró. Y él, a su vez, la honró a ella. Le dio lo que más quería. Una hija...Después de nacer ella, tu abuela comenzó a vestir como nosotros y nosotros la consideramos desde entonces como parte de la tribu.
-¿Y qué crees que significa el mensaje? 
-No lo sé. Tendré que consultarlo.
-Espero que no sea una mala señal. A lo mejor, fue un error nombrarme jefe. ¡Soy demasiado cobarde para ser jefe!
-No eres ningún cobarde. 
-Espero que mi abuela no quiera advertirme de ningún peligro. No me gusta estar asustado. Pero tengo miedo de que mi abuela pretenda que abandone la tribu. 

Las mujeres recogían los frutos de los árboles y, en ocasiones, Espíritu Luchador las ayudaba a hacer la comida. En una ocasión, el muchacho se puso a ayudar a Gorrión Triste a preparar una torta de maíz que estaba haciendo. A Gorrión Triste la llamaban los blancos por un nombre espantoso. Francesca Kathleen. Estaba bautizada, pero vivía en la misión con su familia. 
-Me falta agua-dijo Gorrión Triste-Me harías un gran favor si fueras al río y me trajeras medio cubo de agua. 
Espíritu Luchador se sintió culpable porque se había bebido toda el agua mientras observaba a Gorrión Triste cocinar. Era evidente que entre los dos había surgido algo más que una buena amistad. Sin embargo, su relación era imposible, ya que, como futura chamán de la tribu, Gorrión Triste debía de permanecer virgen de por vida. Se resistían a abandonar las antiguas tradiciones a pesar de que el tiempo estaba en su contra. 
Espíritu Luchador se puso de pie (estaba sentado), cogió un cubo y fue al río. Nada más llegar, un extraño viento empezó a soplar y el muchacho pensó que había alguien más allí con él, si bien no vio a nadie. Se acercó al río, echó el cubo en el agua y dejó que se llenara. 
Una vez que pensó que Gorrión Triste tenía suficiente agua como para terminar de hacer la comida, Espíritu Luchador se dispuso a regresar. Sin embargo, se quedó clavado allí, como si algo le impidiera moverse. Trató de mover los pies, pero parecían estar clavados en el suelo; el pánico se apoderó de él, pero trató desesperadamente de disimularlo. 
-¿Eres tú?-le susurró una voz en el oído-Sí, eres tú. Mi nieto. Has venido aquí a por agua. 
Espíritu Luchador se asustó mucho al escuchar aquella voz desconocida; miró en todas direcciones, pero no vio a nadie allí.
-¿Quién eres?-preguntó con un hilo de voz. 
-Tienes que volver…volver con tu gente-insistió la voz. 
-¡Estoy con mi gente!
-Este no es tu sitio…
Pudo, finalmente, moverse. Dio un paseo por la orilla del río y miró en todas las direcciones, pero no vio a nadie allí; estaba él solo. Escuchó a lo lejos los gritos de los hombres que volvían de hacer una escaramuza en las zonas que había poblado el hombre blanco. Espíritu Luchador pensó con tristeza que él también era blanco, pero le habían elegido jefe de la tribu por algún extraño motivo. 
Entonces, recordó los sueños que había tenido y se dio cuenta de que la voz que había escuchado la conocía de antes porque la había escuchado en sus sueños. Su abuela trataba de comunicarse con él, de decirle que aquel no era su lugar, de que volviera con la gente de su raza. Espíritu Luchador aferró con fuerza el cubo y comenzó a andar en dirección al campamento lo más deprisa que pudo. 
Gorrión Triste lo estaba esperando. Le dio un beso en la mejilla cuando lo vio regresar con el cubo. Con el agua de éste, pudo terminar de hacer la comida, que era torta de maíz. Invitó a Espíritu Luchador a sentarse a su lado y dar cuenta los dos de ella. 
Gorrión Triste partió la torta por la mitad y se quedó ella con una parte y la otra se la dio a Espíritu Luchador. A una distancia considerable, Lobo Gris contemplaba la escena y se preguntaba si debía de intervenir o no. 
Una mujer le dio de beber agua al chamán y éste la aceptó, pero no apartaba los ojos de la joven pareja que hablaba animadamente. Sólo estaban hablando, pero los ojos de Gorrión Triste y de Espíritu Luchador indicaban otra cosa. 
-En los últimos días, he tenido sueños-se sinceró el muchacho con su amiga. Le dio un cuenco mientras hablaba para que ella bebiese-Unos sueños muy extraños. La protagonista de ellos es mi abuela. Y es curioso porque nunca la conocí. Los más ancianos me hablan de ella, pero…
-¿La echas de menos?-preguntó Gorrión Triste
-No, porque, ya te digo, jamás la conocí, pero son sueños un tanto raros…y me asustan.
-¿Has hablado ya con Lobo Gris acerca de tus sueños?
-Sí, pero me gustaría escuchar una segunda opinión.
-¿En qué consisten tus sueños?
-Mi abuela se aparece ante mí con el mismo aspecto que tenía cuando llegó aquí (conoces la historia porque Lobo Gris te la contó). Y me dice que mi sitio no está aquí. Me pide que vuelva a Inglaterra, donde vive el hombre blanco. Dice que pertenezco a ese país. 
-¡Eso es una tontería! Tu sitio está aquí, con tu pueblo. Eres nuestro jefe y guía y no se te ha perdido nada en el país del hombre blanco. 
-Olvidas que soy blanco.
-No se trata de que seas blanco. Tu corazón es indio, como el mío. El color de la piel no significa nada. Lo importante es lo que tú sientas dentro de ti. 
Espíritu Luchador conocía de sobra las costumbres de la tribu, se dijo Lobo Gris. El chamán debe consagrar su virginidad por el bien de su gente. Algún día, Gorrión Triste ocuparía ese cargo. Eso tenía que saberlo Espíritu Luchador. El jefe era el primero en no romper las normas, aún cuando el jefe fuera un adolescente que acababa de descubrir el amor. De momento, él y Gorrión Triste hablaban de manera animada mientras comían y Lobo Gris llegó a la conclusión de que se estaba imaginando cosas porque la pareja era lo suficientemente inteligente como para no incumplir las normas. 
No sabía mucho acerca de la infancia de la abuela de Espíritu Luchador. La mujer, pese a estar agradecida a la tribu por haberle salvado la vida, los miraba con desconfianza. La palabra no era esa. Creía que estaba por encima de ellos. Después de todo, era blanca. No obstante, terminó por acostumbrarse a vivir con ellos. Fue en el campamento donde nació la madre de Espíritu Luchador. Allí, tuvo que hacer frente a haberse quedado viuda muy joven. Y allí estaba su nieto. La mujer no quería que viviese con los indios. Quería que recuperase sus raíces. Pero Espíritu Luchador se resistía a seguir sus órdenes. 
Él creía que se estaba volviendo loco por decir que escuchaba la voz de la abuela que nunca conoció. Había muerto joven y los más ancianos decían que la muerte de su esposo la había vuelto medio loca. Se decía que se había dejado morir poco a poco porque no creía que hubiese nada que la uniese al mundo de los vivos. Estaba locamente enamorada de su esposo. Un hombre que decía que era frío, apuesto y viril, un libertino que la desposó. Lo amaba tanto que quiso tener hijos con él.
            Pero los ansiados hijos nunca llegaron. Y fue un indio, el hombre con los que los miembros de la tribu la desposaron, el que llegó a engendrar vida en su interior.
 Por los comentarios que habían oído de él, los ancianos de la tribu sospechaban que la abuela de Espíritu Luchador jamás habría sido feliz al lado de su marido porque los libertinos difícilmente se reforman una vez casados. Sólo los blancos son capaces de engañar a sus esposas y salir impunes. La mujer le habría perdonado un millón de veces sus infidelidades. Pero aquel hombre no habría sido un buen marido para ella.
Lo mejor que pudo hacer aquel hombre por ella había sido morirse. Pero ni siquiera eso había hecho bien. Arrastró consigo a su mujer. 
Espíritu Luchador se sentó bajo la rama de un árbol.
Gorrión Triste se sentó a su lado. 
Él había sido escogido jefe de su tribu. Ella, por el contrario, sería la futura chamán de su tribu. ¿Y de qué les servía eso? Quedaban pocos búfalos que cazar dentro de la misión. No todos los miembros de sus respectivas tribus seguían viviendo en tipis. Algunos hablaban de estudiar fuera de la misión…De ir a las escuelas a las que iban los blancos…Espíritu Luchador se sintió cansado. ¿Para qué le servía ser escogido el jefe de su tribu? 
Su gente estaba desapareciendo.
Los blancos habían acabado con ella. 
Los dos sintieron de lleno el viento en la cara. Aquel viento les transportaba a una época que desconocían.
Una época en la que eran libres. ¿Qué libertad tenían en la misión?
Sabían que ninguno de ellos era libre de verdad.
Gorrión Triste sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas. ¿De qué le servía ser chamán de su tribu? Pensó que los hombres blancos no entendían las medicinas indias. No entendían a sus pacientes. Y ella…¿Qué podía hacer ella? Nada. No podía hacer nada.
Sólo podía sentarse al lado de Espíritu Luchador y ver cómo el tiempo pasaba lentamente. 
-Procura no cambiar mucho en los años venideros-le pidió Gorrión Triste, llamada también Francesca Kathleen, a Espíritu Luchador-Intenta mantenerte fiel a la tradición. Si dejamos de lado nuestras costumbres, no nos quedará nada. Somos guerreros.
-Tienes razón-asintió Espíritu Luchador-A pesar de todo, seguimos siendo unos guerreros. 
            Lo siento abuela, pensó Espíritu luchador.
            No puedo complacerte en lo que me pides. Quiero quedarme aquí.
            Ésta es mi gente. No puedo abandonarles porque sería como traicionarles. Ella es la mujer con la que quiero compartir toda mi vida.
            Tú amaste a un mal hombre.
            Tu marido blanco no te merecía. Tú estabas por encima de él. No están aniquilando a todos. He oído a miembros de este pueblo decir que quieren ser como los blancos.
            Nos quedaremos solos. Quedaremos muy pocos.
            Perdóname, abuela. Hemos de salir de esta misión. E irnos lejos.
            El primer y único hombre que la había besado…El único hombre que la tuvo entre sus brazos…El único hombre con derecho a acariciarla. 
            En eso se convirtió Espíritu Luchador para Gorrión Triste a la noche siguiente de su boda. Cuando se unieron en matrimonio pocas semanas después. Entonces, decidieron abandonar la misión. Se marcharon al sur. Hacia México…