Hola a todos.
Aquí os traigo la historia del que será, más adelante, el suegro de Dos Nubes, la amiga comanche de Olivia, Espíritu Luchador.
Vamos a conocerle un poco mejor.
ESPÍRITU LUCHADOR
Esta historia
comienza hace algún tiempo. En una misión católica situada en lo que era la Louisiana,
después de su compra.
Son los
primeros años del siglo XIX.
Todavía no
existía lo que es hoy la capital del Estado de Montana, Helena.
En aquella
misión católica se encontraban numerosas tribus indias. Incluso, habían traído
comanches procedentes del sur.
Uno de
aquellos comanches fantaseaba con abandonar aquella misión. Era bueno conocer a
otros pueblos. A otros pueblos, como los cheyennes. Estaban a punto de
desaparecer. Igual que le ocurriría al pueblo comanche. Y aquel joven lo sabía.
Por eso,
debía de huir de aquel lugar. Regresar al Sur.
Era su forma
de sobrevivir. Muchos miembros de su tribu y también muchos miembros de otras
tribus querían renunciar a lo que era.
Pensaban que
su forma de vida no era la correcta. Pero también obraban así por miedo. Miedo
a ser brutalmente castigados si se rebelaban.
Espíritu
Luchador fue elegido jefe de la tribu por unanimidad por sus compañeros. Días
antes, el anterior jefe había muerto de una larga y dolorosa enfermedad. El
problema estaba en que era soltero, no tenía hijos ni había designado un
sucesor por lo que los guerreros se disputaban la jefatura. Espíritu Cazador
era apenas un muchacho que acababa de alcanzar la edad adulta dentro de la
tribu y no era el favorito de nadie, no sólo porque fuera flaco, poco agraciado
físicamente y de salud endeble, sino por su pasado familiar. Era un blanco que
se había criado en la tribu y no había nada que pudiera disimularlo. Solía
vestir a la manera tradicional de la tribu, con unos pantalones y un chaleco
hecho con piel de gamuza, pero su piel era más blanca que la del resto de los
miembros de la tribu. Su abuela era hija de blancos fue adoptada (no raptada)
tras la muerte de su marido en un naufragio por la tribu. La entregaron en
matrimonio al sobrino del chamán de la tribu. Aquel hombre se convirtió en el
padre de su única hija. Nunca se amaron. Pero, al menos, se trataron con
respeto.
Por lo que
Espíritu Cazador había escuchado, su abuela era una
mujerirlandesa, joven y
hermosa, que poseía una cabellera larga de color fuego llamada Danielle. Se
cuenta que estuvo a punto de morir de dolor cuando supo de la muerte de su
primer esposo. Lo había amado con todo su ser. Sin embargo…Tuvo que reconocer
que su marido indio era un buen hombre.
Su madre, hija de la pareja, fue criada con una familia de
blancos al morir su madre siendo pequeña de un disparo que recibió de unos
asaltantes blancos que atacaron el campamento, se casó con un joven de origen
español que se fue a vivir con la tribu tras la boda cuando tomó la decisión de
regresar con los suyos. Sin embargo, el segundo al mando, que fue el mejor
amigo de su padre en vida de éste, pensó que era el apropiado para liderarla.
Veía más allá de lo que los demás veían en él. Por un lado, Espíritu Luchador
era un joven justo y bondadoso. Le preocupaba el bienestar de su gente, mucho
más que el suyo propio. Procuraba mantener la paz y el orden dentro de la misma
y también que la comida se repartiera de forma equitativa entre todos. Era,
también, un joven valiente. No obstante, su fortaleza mental y espiritual
hacían honor a su nombre. Odiaba la violencia y no soportaba estar en guerra.
Le sometieron a una prueba para determinar si
era el indicado o no un día en el que fueron todos de caza. Una vez acabada la
misma, regresaron al campamento y los miembros de la expedición comenzaron a
discutir sobre quién tenía derecho a recibir la mayor parte. En la misma
intervinieron varias mujeres que echaron en cara a los hombres que fueran ellos
los que recibieran la mejor parte mientras que ellas y los niños recibían las
sobras. Espíritu Luchador contempló la escena. Ordenó silencio y también que no
se repartieran todavía los restos del bisonte cazado. Dicho esto, se metió
dentro de su tipi y permaneció allí un buen rato, mientras que los demás
optaron por hacerle caso, aunque aún no sabían el porqué.
Al cabo de menos de una hora, Espíritu
Luchador salió de su tipi. Su rostro era serio y lleno de preocupación. No
sabía si iba a hacer lo correcto. Se acercó al bisonte muerto y comprobó que ni
siquiera había empezado a ser cortado. Sacó de su cinturón su cuchillo, se
arrodilló frente al bisonte y lo miró fijamente. Las
mujeres ya le habían quitado la piel. Probablemente, estaría colgada
secándose. Los que estaban allí le oían hablar en voz baja y comenzaban a
impacientarse, pues era la hora de cenar y tenían hambre, pero no dijeron nada.
Minutos después, Espíritu Luchador comenzó a arañar (no a cortar) con el
cuchillo la piel del bisonte formando líneas verticales y horizontales que se
asemejaban a los cuadrados y que el joven intentaba que midieran lo mismo
mientras los demás guardaban silencio. Cuando acabó, Espíritu Luchador ordenó a
los miembros de su tribu que se acercaran a él. Empezó a cortar la carne del
bisonte por el mismo lugar por donde había hecho los cuadrados y repartió cada
cuadrado entre los miembros de su tribu. Dos hombres fueron los encargados de
cortarle la cabeza al bisonte y otro le cortó el rabo. Las mujeres se quedaron
con los músculos para hacer la comida de varias semanas. Espíritu Luchador dejó
que los niños se llevaran los huesos del bisonte para jugar y determinó que los
músculos servirían para hacer flechas y otras armas. Al acabar la cena, los
miembros de la tribu comenzaron a aclamarle.
El muchacho no entendía el porqué de tanto
alboroto. Lo único que quería era que dejaran de discutir y hacer un reparto
digno. Fue entonces cuando se lo dijeron. Había demostrado ser sabio y justo,
lo cual era más importante, a la larga, que la fuerza bruta, por lo que, pese a
su juventud, pese a que era una incógnita si llegaría a tener una vida larga,
acababa de ser nombrado jefe de la tribu.
Fue una sorpresa para él no del todo
agradable.
No sabía si estaba preparado para llevar a
cabo tan gran responsabilidad.
Aunque por sus venas corría sangre blanca,
Espíritu Luchador no entendía el comportamiento de algunos blancos. Estaban
obsesionados con arrebatarle la tierra a su pueblo en lugar de compartirla. Era
un concepto que no entendía, pues la tierra que se extendía ante sus ojos era
lo suficientemente grande como para vivir en ella muchas personas, incluidos
dos pueblos.
-Estarás contento, ¿no?-quiso saber Lobo Gris,
el anciano chamán con el que vivía Espíritu Luchador desde la muerte de sus
padres cuando el joven entró en el tipi que ambos compartían.
-¿A qué te refieres?-inquirió el muchacho.
-Eres nuestro nuevo guía.
-¡No puedo serlo!
-¿Lo consideras acaso un deshonor?
-No, y estoy orgulloso de que la tribu haya
pensado en mí para concederme ese honor tan grande, pero no puedo aceptarlo…no
me veo capaz…soy demasiado joven, demasiado débil, demasiado torpe…
-Creo que serás un gran jefe.
-¿Por qué piensas así?
-Porque eres un muchacho sensato. A la larga,
la sensatez vale más que la fuerza bruta.
-Lo haré mal.
No era sólo esa la razón por la que Espíritu
Luchador no quería ser jefe. Además, no lo entendía. En el fondo, no era del
todo indio y odiaba la sangre blanca que corría por sus venas. Pero notaba que,
aunque poca, esa sangre era cada día más fuerte y le decía que tenía que
abandonar a su tribu. Espíritu Luchador se resistía, pero oía voces en su
cabeza que le hablaban en el idioma de su madre, de su abuela que le decían que
tenía que reunirse con los blancos, que lo estaban esperando; él no quería
hacer caso de aquellas voces, pero las mismas le amenazaban con volverle loco.
Tenía sueños extraños. En ellos veía a su
abuela Danielle tal y como se la imaginaba y le pareció un ser monstruoso y
fascinante a la vez. No decía nada; se limitaba a mirarlo con sus ojos vacíos
de toda expresión. Llevaba un vestido mojado y roto salpicado con manchas de
sangre. El cabello rojo se le pegaba a la cara y era tan pálida que parecía
transparente; Espíritu Luchador temblaba al verla.
La mujer le hablaba en un idioma que le
resultaba extraño ya que sólo sabía hablar el idioma de la tribu y el español
que le había enseñado el sacerdote jesuita andaluz que daba catequesis y
bautizaba a los indios que vivían en la misión.
Alrededor de su abuela había un montón de
moscas rondando, lo cual aterraba a Espíritu Luchador. Las moscas revoloteando
alrededor de una persona significaban que esa persona estaba muerta. Si la
mujer trataba de acercarse a él, comenzaba a gritar, pero no se despertaba; una
parte de él quería seguir durmiendo para estar cerca de la persona que dio la
vida a su madre.
No sabía cómo exponerle aquel tema a Lobo Gris
sin parecer un desagradecido, pero intuía que tarde o temprano cedería y haría
caso de las voces; abandonaría a su tribu, se convertiría en un proscrito y
todo porque era un joven débil que hacía caso de los ecos que resonaban en su
cabeza.
Lobo Gris era hombre sabio y comprendía lo que
estaba pasando por la mente confundida del joven.
Quería conocer su mitad blanca. En el fondo,
no le culpaba. Por las tardes, Lobo Gris y Espíritu Luchador salían a dar
largos paseos por los alrededores del campamento. Lo hacía para que el muchacho
pudiera desahogarse. Sin embargo, Espíritu Luchador se sentía un tanto cohibido
en presencia del chamán. Todo el mundo, incluido el jefe de la tribu, inclinaba
su cabeza ante él.
A simple vista, Espíritu Luchador comenzó su
jefatura de buena manera. Se encargó de planificar las jornadas de caza y
consultó con experimentados cazadores. Antes, sólo salía a cazar animales
pequeños. Sabía disparar flechas y eso ayudaba. Mejoró su manejo de la honda.
Pero lo que le asustaba realmente era ponerse delante de un búfalo para hacer
de señuelo durante la caza, si bien lo disimulaba.
Tenía un buen sentido de la orientación y
resultó ser un buen estratega. Conseguía que todo el grupo regresase a casa con
un búfalo y con sus integrantes sanos y salvos, sin que en ningún momento
hubieran tenido que separarse.
Durante las primeras veces que salió de caza,
Espíritu Luchador tuvo que aguantar sus ganas de salir corriendo. La violencia
de las cacerías en grupo le asustaban. Tenía miedo de que alguien resultase
herido.
Los búfalos hacían mucho ruido.
No entendía el porqué tenían que matar a los
búfalos para comérselos.
Prefería estar escondido en un rincón hasta
que los búfalos se dejasen matar. Lo habría hecho de no ser porque tenía una
responsabilidad de la que ocuparse. Se acercaba muy despacito al lugar donde
estaban pastando o durmiendo los búfalos y disparaba una flecha. Rezaba para
que diese en el blanco y el búfalo resultase muerto porque, de no ser así, iría
a por él.
Los cascos de los búfalos resonaban durante
todo el día en su cabeza. Se lanzaba al ataque de los mismos porque los hombres
gritaban al cazarlos. De esa manera, procuraba olvidarse de sus miedos. Los
hombres les llevaban a lugares donde habían preparado diversas trampas de las
que no podían escapar. Todas esas trampas habían sido ingeniadas por Espíritu
Luchador, al que consideraban como un buen estratega.
Aplicaba a las grandes cacerías lo que él
había aprendido cazando animales pequeños. No le gustaba mucho cazar y pedía
perdón a los conejos que traía al campamento antes de darles muerte. Le
disparaba una piedra pequeña desde una distancia corta que casi siempre
acertaba en la cabeza del animal. Era consciente de que la caza era el modo de
subsistir de la tribu. Las mujeres no aprovechaban sólo la carne para la
comida. Con la piel de los búfalos se fabricaban la ropa y también los tipis.
Su madre le había enseñado a cazar desde pequeño y se lo llevaba consigo a
cazar conejos. Algunas mujeres también cazaban. Su madre le enseñó a
despellejar animales, a sacarles los órganos, a cortarles las patas y la
cabeza, a sacarles los ojos.
Era asqueroso, sí, y mucho. Pero también era
necesario.
Las partidas de caza salían del campamento al
amanecer y los hombres se apresuraban a besar a sus mujeres y prometidas. Una
recién llegada se acercaba a Espíritu Luchador con la intención de besarle en
los labios antes de que éste se fuera. Se llamaba Dos Nubes y era la acolita de
Lobo Gris, si bien no pertenecía a la tribu, como Espíritu Luchador. Ella era
india, pero pertenecía a otra tribu que vivía en la misión. Al quedar huérfana,
Lobo Gris la acogió en su hogar. Y, aunque no lo decía, cada vez que veía al
joven, se ponía muy nerviosa.
-¿Por qué no me cuentas lo que te pasa?-le
sugirió Lobo Gris durante uno de aquellos paseos.
-A mí no me pasa nada-mintió Espíritu
Luchador.
-Muchacho, leyendo los ojos de las personas,
puedo averiguar lo que está pasando en ese momento en su mente y en su corazón.
-Estoy bien.
-Sé que no quieres hablar por miedo a que los
demás piensen mal de ti; por miedo a quedar como un desagradecido.
Espíritu Luchador bajó la vista.
-Mi abuela vivió con vosotros durante algún
tiempo antes de nacer mi madre-dijo el joven con timidez.
-Me acuerdo de ella-dijo Lobo Gris-La llamamos
Tierra Fértil. Quería tener hijos con su marido blanco. Pero…Él no fue capaz de
engendrar vida en ella. Pensaba que era culpa suya la falta de hijos en su
matrimonio. Pero no fue así. Por eso, cuando se quedó embarazada, la llamamos
Tierra Fértil. Era el nombre que más le convenía. Y a ella le gustaba. Era una
mujer fuerte, hermosa y valiente, pese a ser blanca.
Espíritu Luchador sonrió con tristeza.
-Desde hace algún tiempo, poco antes de que me
convirtiera en hombre, sueño con ella, con mi abuela-se sinceró el
muchacho-Aparece en mis sueños y yo sé que significa algo.
Lobo Gris se quedó pensativo durante un
instante.
-Los sueños pueden significar muchas cosas,
chiquillo-afirmó con voz cansada-Explícame en qué consistía tu sueño.
-En mis sueños, ella me habla-le contó
Espíritu Cazador-Me habla en un idioma que no puedo entender. Me imagino que
debe de ser su forma de hablar porque ella no es de aquí y yo sólo sé hablar mi
lengua nativa y el español de mis padres.
Lobo Gris le escuchó atentamente.
-Eso significa que tu abuela quiere decirte
algo-contestó finalmente-Puede que sea una señal de que algo va a pasar, o
puede que quiera decirte algo que tienes que hacer por ella.
-¿Qué crees que querrá decirme?-inquirió
Espíritu Cazador.
-No lo sé.
El joven miró su atuendo y se preguntó cómo
habrían sido las cosas de estar aún vivo su abuelo.
-Me imagino que debe de odiarme por ser así y
eso es lo que trata de decirme en mis sueños-se lamentó
-Tu abuela no era una mujer rencorosa-afirmó
Lobo Gris acordándose de la hermosa irlandesa que murió por defender a su
hija-Nos estaba muy agradecidos por haberla salvado. Le dimos protección. Le
buscamos un buen esposo. No lo amó como amaba a su esposo blanco. Pero le
honró. Y él, a su vez, la honró a ella. Le dio lo que más quería. Una hija...Después
de nacer ella, tu abuela comenzó a vestir como nosotros y nosotros la
consideramos desde entonces como parte de la tribu.
-¿Y qué crees que significa el mensaje?
-No lo sé. Tendré que consultarlo.
-Espero que no sea una mala señal. A lo mejor,
fue un error nombrarme jefe. ¡Soy demasiado cobarde para ser jefe!
-No eres ningún cobarde.
-Espero que mi abuela no quiera advertirme de
ningún peligro. No me gusta estar asustado. Pero tengo miedo de que mi abuela
pretenda que abandone la tribu.
Las mujeres recogían los frutos de los árboles
y, en ocasiones, Espíritu Luchador las ayudaba a hacer la comida. En una
ocasión, el muchacho se puso a ayudar a Gorrión Triste a preparar una torta de
maíz que estaba haciendo. A Gorrión Triste la llamaban los blancos por un
nombre espantoso. Francesca Kathleen. Estaba bautizada, pero vivía en la misión
con su familia.
-Me falta agua-dijo Gorrión Triste-Me harías
un gran favor si fueras al río y me trajeras medio cubo de agua.
Espíritu Luchador se sintió culpable porque se
había bebido toda el agua mientras observaba a Gorrión Triste cocinar. Era
evidente que entre los dos había surgido algo más que una buena amistad. Sin
embargo, su relación era imposible, ya que, como futura chamán de la tribu, Gorrión
Triste debía de permanecer virgen de por vida. Se resistían a abandonar las
antiguas tradiciones a pesar de que el tiempo estaba en su contra.
Espíritu Luchador se puso de pie (estaba
sentado), cogió un cubo y fue al río. Nada más llegar, un extraño viento empezó
a soplar y el muchacho pensó que había alguien más allí con él, si bien no vio
a nadie. Se acercó al río, echó el cubo en el agua y dejó que se llenara.
Una vez que pensó que Gorrión Triste tenía
suficiente agua como para terminar de hacer la comida, Espíritu Luchador se
dispuso a regresar. Sin embargo, se quedó clavado allí, como si algo le
impidiera moverse. Trató de mover los pies, pero parecían estar clavados en el
suelo; el pánico se apoderó de él, pero trató desesperadamente de disimularlo.
-¿Eres tú?-le susurró una voz en el oído-Sí,
eres tú. Mi nieto. Has venido aquí a por agua.
Espíritu Luchador se asustó mucho al escuchar
aquella voz desconocida; miró en todas direcciones, pero no vio a nadie allí.
-¿Quién eres?-preguntó con un hilo de voz.
-Tienes que volver…volver con tu
gente-insistió la voz.
-¡Estoy con mi gente!
-Este no es tu sitio…
Pudo, finalmente, moverse. Dio un paseo por la
orilla del río y miró en todas las direcciones, pero no vio a nadie allí;
estaba él solo. Escuchó a lo lejos los gritos de los hombres que volvían de
hacer una escaramuza en las zonas que había poblado el hombre blanco. Espíritu
Luchador pensó con tristeza que él también era blanco, pero le habían elegido
jefe de la tribu por algún extraño motivo.
Entonces, recordó los sueños que había tenido
y se dio cuenta de que la voz que había escuchado la conocía de antes porque la
había escuchado en sus sueños. Su abuela trataba de comunicarse con él, de
decirle que aquel no era su lugar, de que volviera con la gente de su raza.
Espíritu Luchador aferró con fuerza el cubo y comenzó a andar en dirección al
campamento lo más deprisa que pudo.
Gorrión Triste lo estaba esperando. Le dio un
beso en la mejilla cuando lo vio regresar con el cubo. Con el agua de éste,
pudo terminar de hacer la comida, que era torta de maíz. Invitó a Espíritu
Luchador a sentarse a su lado y dar cuenta los dos de ella.
Gorrión Triste partió la torta por la mitad y
se quedó ella con una parte y la otra se la dio a Espíritu Luchador. A una
distancia considerable, Lobo Gris contemplaba la escena y se preguntaba si
debía de intervenir o no.
Una mujer le dio de beber agua al chamán y
éste la aceptó, pero no apartaba los ojos de la joven pareja que hablaba
animadamente. Sólo estaban hablando, pero los ojos de Gorrión Triste y de
Espíritu Luchador indicaban otra cosa.
-En los últimos días, he tenido sueños-se
sinceró el muchacho con su amiga. Le dio un cuenco mientras hablaba para que
ella bebiese-Unos sueños muy extraños. La protagonista de ellos es mi abuela. Y
es curioso porque nunca la conocí. Los más ancianos me hablan de ella, pero…
-¿La echas de menos?-preguntó Gorrión Triste
-No, porque, ya te digo, jamás la conocí, pero
son sueños un tanto raros…y me asustan.
-¿Has hablado ya con Lobo Gris acerca de tus
sueños?
-Sí, pero me gustaría escuchar una segunda
opinión.
-¿En qué consisten tus sueños?
-Mi abuela se aparece ante mí con el mismo
aspecto que tenía cuando llegó aquí (conoces la historia porque Lobo Gris te la
contó). Y me dice que mi sitio no está aquí. Me pide que vuelva a Inglaterra,
donde vive el hombre blanco. Dice que pertenezco a ese país.
-¡Eso es una tontería! Tu sitio está aquí, con
tu pueblo. Eres nuestro jefe y guía y no se te ha perdido nada en el país del hombre
blanco.
-Olvidas que soy blanco.
-No se trata de que seas blanco. Tu corazón es
indio, como el mío. El color de la piel no significa nada. Lo importante es lo
que tú sientas dentro de ti.
Espíritu Luchador conocía de sobra las
costumbres de la tribu, se dijo Lobo Gris. El chamán debe consagrar su
virginidad por el bien de su gente. Algún día, Gorrión Triste ocuparía ese
cargo. Eso tenía que saberlo Espíritu Luchador. El jefe era el primero en no
romper las normas, aún cuando el jefe fuera un adolescente que acababa de
descubrir el amor. De momento, él y Gorrión Triste hablaban de manera animada
mientras comían y Lobo Gris llegó a la conclusión de que se estaba imaginando
cosas porque la pareja era lo suficientemente inteligente como para no
incumplir las normas.
No sabía mucho acerca de la infancia de la
abuela de Espíritu Luchador. La mujer, pese a estar agradecida a la tribu por
haberle salvado la vida, los miraba con desconfianza. La palabra no era esa.
Creía que estaba por encima de ellos. Después de todo, era blanca. No obstante,
terminó por acostumbrarse a vivir con ellos. Fue en el campamento donde nació
la madre de Espíritu Luchador. Allí, tuvo que hacer frente a haberse quedado
viuda muy joven. Y allí estaba su nieto. La mujer no quería que viviese con los
indios. Quería que recuperase sus raíces. Pero Espíritu Luchador se resistía a
seguir sus órdenes.
Él creía que se estaba volviendo loco por
decir que escuchaba la voz de la abuela que nunca conoció. Había muerto joven y
los más ancianos decían que la muerte de su esposo la había vuelto medio loca.
Se decía que se había dejado morir poco a poco porque no creía que hubiese nada
que la uniese al mundo de los vivos. Estaba locamente enamorada de su esposo.
Un hombre que decía que era frío, apuesto y viril, un libertino que la desposó.
Lo amaba tanto que quiso tener hijos con él.
Pero los ansiados hijos nunca
llegaron. Y fue un indio, el hombre con los que los miembros de la tribu la
desposaron, el que llegó a engendrar vida en su interior.
Por los comentarios que habían oído de él, los
ancianos de la tribu sospechaban que la abuela de Espíritu Luchador jamás
habría sido feliz al lado de su marido porque los libertinos difícilmente se
reforman una vez casados. Sólo los blancos son capaces de engañar a sus esposas
y salir impunes. La mujer le habría perdonado un millón de veces sus
infidelidades. Pero aquel hombre no habría sido un buen marido para ella.
Lo mejor que pudo hacer aquel hombre por ella había sido
morirse. Pero ni siquiera eso había hecho bien. Arrastró consigo a su mujer.
Espíritu
Luchador se sentó bajo la rama de un árbol.
Gorrión
Triste se sentó a su lado.
Él había sido escogido jefe de su tribu. Ella,
por el contrario, sería la futura chamán de su tribu. ¿Y de qué les servía eso?
Quedaban pocos búfalos que cazar dentro de la misión. No todos los miembros de
sus respectivas tribus seguían viviendo en tipis. Algunos hablaban de estudiar
fuera de la misión…De ir a las escuelas a las que iban los blancos…Espíritu
Luchador se sintió cansado. ¿Para qué le servía ser escogido el jefe de su
tribu?
Su gente estaba desapareciendo.
Los blancos habían acabado con ella.
Los dos sintieron de lleno el viento en la
cara. Aquel viento les transportaba a una época que desconocían.
Una época en la que eran libres. ¿Qué libertad
tenían en la misión?
Sabían que ninguno de ellos era libre de
verdad.
Gorrión Triste sintió cómo sus ojos se
llenaban de lágrimas. ¿De qué le servía ser chamán de su tribu? Pensó que los
hombres blancos no entendían las medicinas indias. No entendían a sus
pacientes. Y ella…¿Qué podía hacer ella? Nada. No podía hacer nada.
Sólo podía sentarse al lado de Espíritu
Luchador y ver cómo el tiempo pasaba lentamente.
-Procura no cambiar mucho en los años
venideros-le pidió Gorrión Triste, llamada también Francesca Kathleen, a
Espíritu Luchador-Intenta mantenerte fiel a la tradición. Si dejamos de lado
nuestras costumbres, no nos quedará nada. Somos guerreros.
-Tienes razón-asintió Espíritu Luchador-A
pesar de todo, seguimos siendo unos guerreros.
Lo siento
abuela, pensó Espíritu luchador.
No puedo
complacerte en lo que me pides. Quiero quedarme aquí.
Ésta es mi
gente. No puedo abandonarles porque sería como traicionarles. Ella es la mujer
con la que quiero compartir toda mi vida.
Tú amaste
a un mal hombre.
Tu marido
blanco no te merecía. Tú estabas por encima de él. No están aniquilando a
todos. He oído a miembros de este pueblo decir que quieren ser como los
blancos.
Nos
quedaremos solos. Quedaremos muy pocos.
Perdóname,
abuela. Hemos de salir de esta misión. E irnos lejos.
El primer y único hombre que la había
besado…El único hombre que la tuvo entre sus brazos…El único hombre con derecho
a acariciarla.
En eso se
convirtió Espíritu Luchador para Gorrión Triste a la noche siguiente de su
boda. Cuando se unieron en matrimonio pocas semanas después. Entonces,
decidieron abandonar la misión. Se marcharon al sur. Hacia México…