Aquí os traigo una nueva escena eliminada de mi novela Un amor imposible.
Debido a que estoy corrigiendo (otra vez) mi novela, quiero eliminar toda la paja que pueda haber en ella. Y esta escena no le encuentro el sentido ya que Lucía es una joven de familia adinerada que no necesita la protección de nadie para entrar en sociedad.
Aquí os dejo con la escena.
Y espero que os guste.
Ethan estaba enamorado de Lucía Parrado Juárez. Sus padres eran mexicanos. Su padre era un ranchero respetado en el pueblo natural de México capital. Su madre, en cambio, era oriunda de Acapulco. Olivia la conocía.
Lucía era la protegida de Arabella.
Se la veía mucho visitando el
rancho de Rafael. Arabella y Eliza vivían en él. Arabella quería convertir a
Lucía en toda una señorita.
Se cuenta que estuvieron juntas en
Austin. Arabella encargó para Lucía telas con las que se confeccionarían
vestidos nuevos.
-Yo sólo aspiro a una cosa-le confesó Lucía a Arabella.-Y tiene que ver con Ethan, ¿verdad?-apuntó la mujer.
Lucy asintió. Ella y Arabella
estaban dando un paseo por el centro de Austin mientras hablaban. El paseo era
en un faetón. El día era soleado. Y apetecía estar en la calle.
-Sólo quiero casarme con Ethan-se sinceró Lucy.
¡Bendita seas, niña!, pensó
Arabella. Por lo menos, entregarás tu virginidad al hombre que amas.
-Espero que seáis muy felices-dijo Arabella.
Se alojaron en el hotel principal
de la ciudad.
Lucía no paraba de parlotear.
Era la primera vez que salía de
Streetman.
Austin la dejó sin habla.
-Antes, formaba parte de una comunidad llamada Waterloo-le
contó Arabella-La verdad es que ha quedado mejor de lo que pensaba tras el
incendio. -Creo que lo recuerdo-dijo Lucía-Fue hace unos cuatro años. No era una niña y me estaba haciendo mujer. Aún así, sé lo que pasó. Era la capital. Pero la trasladaron a Houston.
-Pues hace ya unos dos años, más o menos, que volvió a ser la capital. Los habitantes de la ciudad así se lo exigieron a Santa Ana.
Lucía estaba entusiasmada con Austin. Pero echaba de menos a sus padres. Sobre todo, echaba de menos a Ethan. Arabella sentía algo de envidia por la joven. Nunca había estado enamorada. No sabía lo que era eso. En cambio, sí sabía lo que era el dolor.
Eliza no fue con ellas. Se quedó en
el rancho.
Todavía seguía recibiendo cartas de
pésame. Algunas personas iban a verla para presentarle sus respetos. El rancho
estaba vacío. Igual que estaba vacío el vientre de Eliza. Cada vez que pensaba
que nunca tendría hijos, sentía ganas de llorar.
Eliza no quería seguir leyendo
cartas de pésame.
Por educación, tendría que
contestar. Y no tenía ganas de rememorar una y otra vez lo mismo. La muerte de
Rafael…Estaba sola.
Eliza dejó de leer la carta que
tenía en sus manos. El despacho del rancho estaba vacío.
Una lámpara de gas estaba encima de
la mesa.
Y Rafael...
Eliza se sentaba en la cama que una
vez compartió con su marido. A su manera, quería pensar que él la había amado.
Pero sabía que eso era mentira.
Nunca había sido querida.
Ni por su padre...Ni por
Nathan...Ni por Rafael...Ella sólo se había sentido querida por una sola
persona. Y esa persona era su cuñada.
Arabella.
Por eso, se sentía contenta cuando
estaba con ella.
La echaba de menos ahora que estaba
en Austin. Pero no tardaría mucho en regresar a Streetman.
Vivía con la criada mexicana,
María.
Hacía las veces también de dama de
compañía y de doncella de Eliza. Estaba a su servicio desde hacía ocho años.
Era una figura silenciosa en el rancho. Lo sabía todo. Pero se lo guardaba para
sí. María sabía que el señor hacía sufrir a la señora. Y deseaba poder
ayudarla. Por eso, le contó todo lo que pasaba a la señorita Arabella. Porque
la señorita Arabella no era ninguna cobarde.
Porque le plantaba cara a su
hermano.
Arabella y Rafael habían tenido
unas broncas terribles a causa de Eliza.
Arabella no reconocía al hombre en
que se había convertido su hermano.
O quizás sí...
Quizás Rafael siempre había sido
así. Decía que era un salvaje porque había estado durante mucho tiempo
prisionero de los salvajes comanches. Pero Arabella sabía que eso no era verdad.
Bastaba con ver a Pluma Roja y a
Dos Nubes. Jamás había visto al hombre levantarle la voz o la mano a su mujer.
Cosa que sí había visto hacer a Rafael. Éste no se cortaba. Delante de sus
padres...En la calle...En privado...Había maltratado de todas las maneras
posibles a Eliza. En opinión de María, Rafael ni siquiera había sabido morirse.
Eliza recibía cartas de Arabella.
Se alegraba de verla más contenta.
Alguien golpeó la puerta del
despacho. La figura de María hizo acto de presencia.
-Es casi la hora de cenar, señora-dijo en español. Eliza sabía
hablar bien el español-¿Quiere que le sirva ya?-No, gracias-contestó Eliza-No tengo hambre.
-Tiene que comer, señora. No puede usted caer enferma.
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