martes, 17 de junio de 2014

ISLA KAVVAYI

Hola a todos.
Hoy, me gustaría enseñaros una foto de la isla Kavvayi, que se encuentra en el Estado de Kerala, en La India.
En esta isla, vivió (según mi imaginación, por supuesto), el general Wynthrop, pariente lejano de la Reina Victoria, junto con su mujer, su única hija y su sobrina.
Estamos a finales del siglo XIX.
Rose, la hija del general, es una muchacha de constitución frágil. Su prima Lizzie ha sido su principal apoyo desde que se vino a vivir con ella y con sus padres al quedar huérfana. Como una cruel ironía de la vida, la fuerte y enérgica Lizzie cae gravemente enferma y sus días están contados, pero sus tíos y su prima pactan no contarle nada para no angustiarla.
La llegada de dos apuestos jóvenes a la isla, un pintor de renombre y un joven al que el general contrata para que forme parte de la servidumbre, alterará las vidas de las dos primas.
Me falta pulir el argumento y ponerle un título. Y ponerme de lleno a trabajar en ella.
¿Qué relación guarda el general Wynthrop y su familia con la saga que estoy escribiendo? No puedo decir nada más, por el momento.
De momento, os enseño una foto de la isla de Kavvayi, el lugar donde transcurre esta historia.
Espero que os guste. Es un lugar precioso y con bastante historia. Es una isla pequeña, pero interesante y misteriosa.

 

domingo, 15 de junio de 2014

ADELE VARENS EN "MÍA STELLA"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría presentaros a otro personaje de Mía Stella. 
Pero, antes de meternos en harina, me gustaría comentaros una cosa.
Hace algún tiempo, leí La última noche de Víctor Ros, última novela que el escritor murciano Jerónimo Tristante ha dedicado, por el momento, su personaje más célebre: un detective en el Madrid de 1880.
En esta novela, Víctor Ros es socorrido en un momento dado, estando en Oviedo, por una joven dama muy bella y por la doncella de ésta. La joven dama se presenta como Ana Ozores y sí, es la misma Ana Ozores protagonista de La Regenta que hace una corta, aunque intensa, aparición en la novela, alejada de los imbéciles de los que está rodeada en Vetusta.
No sé cómo, se me ocurrió que Adele Varens apareciera en Mía Stella. 
Adele es la pequeña francesa de la que la inolvidable Jane Eyre se convierte en institutriz. Adele es la protegida de Edward Rochester, el cual la tiene a su cargo. Es hija de una antigua amante suya, pero queda la duda de si es su hija ilegítima o no. Edward dice que no, que su amante Celine, madre de Adele, estaba liada con otro. Pero, si Edward mintió acerca de su matrimonio, ¿pudo haber mentido acerca de su paternidad? Charlotte Bronte no despeja muchas dudas.
Yo imaginé que Adele crecía. Y la veía en La India, interactuando con los personajes de Mía Stella. 
Pero necesitaba un motivo válido para que viajara a La India. De modo que se me ocurrió que Adele podía, al crecer, tomar los hábitos. Hacerse monja. Pero no se haría monja para huir del mundo (caso de Eliza Reed). Se haría monja por verdadera vocación religiosa.
La historia de Adele no ha sido contada. Varios autores se han aventurado a contarnos lo que han sido de las vidas de Darcy, de Lizzie y de las hermanas de ésta después de lo ocurrido en Orgullo y prejuicio. Pero no sabemos nada de lo que le pasó a Adele al crecer.
En este caso, Adele toma los hábitos y decide viajar a La India para ser misionera. Se incorpora a la misión católica a la que ha ido a parar Freddie tras varios sucesos realmente trágicos para él (y hasta ahí puedo leer).
Los dos traban una buena amistad por las horas que pasan trabajando y apoyándose. Amistad sólo...
Adele es una joven trabajadora, de carácter alegre y, al mismo tiempo, serio y responsable. Incansable y tolerante...Buena amiga y confidente...
He imaginado a Adele con el rostro de la actriz Jennifer Garner, cuando encarnó a Mary Rose en la adaptación que se hizo de la novela Tiempo de rosas, titulada Rose Hill. 
Por su físico, muy similar al de Adele (el cabello y los ojos), creo que Jennifer podría ser una perfecta Adele cuando sea mayor. Hay que imaginarla con un hábito de monja. Además, la expresión de su cara entre alegre y seria y la determinación de su mirada coinciden con la imagen que tengo de Adele de mayor.
¿Qué pensáis vosotros?



sábado, 14 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "ME OLVIDÉ DE OLVIDARTE"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros el último fragmento que voy a subir a este blog de mi novela Me olvidé de olvidarte. 
Vamos a centrarnos en la vida de Catherine.
Vive en un pueblo de Inglaterra después de que se viera separada de Dillon por culpa de Theola. La joven intenta rehacer su vida. Y parece que está en el buen camino.
¿Lo conseguirá?

                        Catherine observó risueña a los seis niños que jugaban en el jardín.
                       Le habían dicho que estaba loca por hacerse cargo de seis niños huérfanos. Pero eso poco importaba a Catherine. Se sentía contenta con aquellos niños que eran como unos hijos para ellos.
                       Ella misma se encargaba de impartir clases. Tenía numerosos conocimientos, gracias a la educación esmerada que había recibido.
                       Los tres niños dormían en una habitación. Las tres niñas dormían en otra habitación.
                       Comían los siete a la misma mesa. Catherine tenía a cinco criados que la ayudaban en la medida de lo posible. La casa en la que vivían era bastante pequeña.
                        En ocasiones, Catherine se sentía agobiada. Los niños tenían edades que iban desde los nueve hasta los cuatro años. Las lecciones que debían de recibir eran distintas. Sin embargo, Catherine se negaba a pedir ayuda a nadie. Era feliz llevando aquella vida tranquila y sencilla.
                        Su ama de llaves, la señora Beat, entró en el aula donde Catherine se encontraba. La joven se apartó de la ventana.
-Tiene visita, milady-le informó la señora Beat-Lord Bentley está aquí.
-Está bien-dijo Catherine-¿Dónde se encuentra?
-La está esperando en el salón.
-Iré a verle.
                       Y allí estaba él.
                       Cortésmente, Catherine le invitó a tomar asiento en el sofá. Darían cuenta de una taza de chocolate cada uno.
                       Aquel hombre era uno de los principales benefactores del orfanato. Sí...Catherine lo admitía.
                       Era la directora de un orfanato.
                       Sólo habían seis huérfanos bajo su cargo.
                      Pero era su deber sacarlos adelante.
                      Escuchó las risas de los niños. Catherine sentía que aquellos niños eran hijos suyos. Cuando les veía dormir, daba gracias a Dios porque creía que Él se los había enviado. Jugaba con las niñas a las muñecas. Jugaba con los niños a que ellos la rescataban de las garras de un dragón. Reían. Cantaban. Jugaban.
                       La señora Beat les sirvió el té.
                       Lord Alexander Bentley tenía treinta y cinco años.
                       Desde hacía unos meses, cuando Catherine puso en marcha el orfanato, empezó a interesarse por ella. Había pedido informes.
                      Supo que aquella joven era, en realidad, lady Catherine Osborne, hija única del arruinado duque de Weeler. Lord Alexander era el duque de Kennedy.
                       Podían hacer una buena pareja. Lady Catherine iba camino de convertirse en una solterona. Y él necesitaba un heredero. Su primo se había casado y tenía tres hijos varones.
                      Necesitaba una esposa con urgencia.
                      Lord Alexander y Catherine dieron cuenta de una taza de té cada uno. Catherine escuchó a Tina gritar que era una Princesa. La niña, a sus siete años, era distinta cuando salía a jugar al jardín. Se portaba de un modo correcto cuando estaba dentro. Mantenía su mesa de clase en orden. Hacía los deberes. Se comportaba a la mesa. Pero era otra cuando salía al jardín.
                     En ocasiones, le recordaba mucho a su prima Theola. El pensamiento hirió a Catherine.
                     Lord Alexander debió de advertir que algo le pasaba, pues le cogió la mano y se la besó.
-Me apena verla triste, lady Catherine-afirmó-Usted tiene que sonreír. Está llevando a cabo una labor bellísima.
                      Catherine se obligó así misma a sonreír. Aquellos seis ángeles eran su única alegría. Escuchó a James gritar que él sería el Príncipe. Y se puso a pelear con otro niño. Creía que era Alan.
-Me alegro de que alguien piense así-dijo Catherine-Mi padre cree que me he vuelto loca. Que lo que tendría que hacer es casarme y tener mis propios hijos.
-En el fondo, su padre tiene razón-le aseguró lord Alexander-Es joven y puede casarse. Yo deseo hacerla mi esposa.
                       Era algo que lord Alexander llevaba diciendo desde hacía algunas semanas. Catherine pensó que era la vigésima vez que le pedía matrimonio.
                        Era evidente que lord Alexander tenía mucha prisa por casarse. Catherine estaba al tanto de que su primo podía heredar el título de duque si le pasaba algo. Sólo tenía hermanas, todas ellas casadas. De momento, ninguna tenía hijos.
                        No se trataría de una unión por amor. Catherine sentía un gran aprecio hacia lord Alexander por toda la ayuda que le estaba brindando. Pero no estaba enamorada de él. Y sabía que el duque, a su vez, no estaba enamorado de ella.
-Ya le ha dado la misma respuesta veinte veces con ésta-le recordó Catherine.
-Pero yo no me rindo-afirmó lord Alexander-Mis intenciones hacia usted son las más honorables que puedan haber, lady Catherine.
-No está enamorado de mí. Y yo no estoy enamorada de usted. Puede que exista entre nosotros un gran cariño. Pero no es suficiente para que nos casemos. Y, a la larga, los dos seríamos unos desgraciados.
-El amor nace con el paso del tiempo. Con la convivencia diaria...Puede que a nosotros nos pase lo mismo.
-Y podría no pasar.
                        Catherine sospechaba que lord Alexander la creía una joven pura e inmaculada. Una virgen...
                        Debía de pensar que se había quedado soltera por culpa de las deudas de su padre. Que había decidido hacerse cargo de seis niños huérfanos porque había dado por sentado que nunca se casaría. Y la realidad era bien distinta.
-¿Acaso está usted enamorada de otro hombre?-inquirió lord Alexander-No puede casarse conmigo porque hay otro hombre.
                       Oyó las risas de Damien y de Ellie. Catherine quería centrarse en los niños.
                        No quería mentirle a lord Alexander. Le parecía un hombre demasiado bueno. Pero no podía casarse con él. En aquellos momentos, se debía a los niños. Y a enterrar su pasado.
-Le pido que me dé tiempo-dijo Catherine-Entonces, podré sincerarme con usted. Hay muchas cosas que deseo contarle. Pero éste no es el momento.
                         Lord Alexander se inclinó y besó a Catherine en los labios con suavidad.
                        El momento fue interrumpido cuando Susie entró corriendo en el salón. Quería subir a su habitación a buscar a su muñeca. Decía que debía de darle la luz del Sol.



                        Catherine agradeció la interrupción. De aquel modo, podía alejarse un poco de lord Alexander.
                        Subió con Susie a la habitación. La niña parecía estar interesada en saber qué había pasado entre lady Catherine y lord Alexander.
-¿Te vas a casar con él, Cathy?-le preguntó Susie cuando entraron en la habitación.
-Todavía no lo sé-respondió Catherine-Es un buen hombre. Se porta muy bien con nosotros.
-Deberías de casarte con él. Tendríamos un papá.
                    Así era como Susie veía a Catherine. La veía como su madre. Era la madre de aquellos niños.
                    Pero los niños necesitaban también un padre. Catherine pensó en la hija que tuvo con Dillon y a la que se vio obligada a renunciar. Pensó en el niño que tuvo con Ben. Un niño que yacía bajo la tierra, al igual que Ben.
                      Aquellos niños no se conformaban sólo con tenerla a ella.

viernes, 13 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "ME OLVIDÉ DE OLVIDARTE"

Hola a todos.
Aquí llego con un nuevo fragmento de mi novela Me olvidé de olvidarte. 
Seguimos centrados en la figura de Theola.
La joven siente cómo todo lo que ha vivido como una especie de purga por lo que hizo con su prima Catherine y con Dillon.

                         Un mes después de la muerte de Owen, Theola supo que estaba esperando un hijo suyo.
                         La noticia no le llenó del entusiasmo que debería de haber sentido. Todo el mundo le recordaba que, al menos, le quedaba un recuerdo de su marido. Sin embargo, tía Kathleen conocía demasiado bien a su sobrina como para decirle eso.
                        En el pasado, habría matado con tal de tener un hijo con su marido. Pero Zack falleció. Y no le concedió la dicha de ser madre.
                     
-¿Qué piensas hacer?-le preguntó Kathleen a Theola una tarde-¿Piensas abortar?
                         Se encontraban dando un paseo por el jardín.
-Tengo mucho miedo-respondió Theola-Mi marido está muerto.
-Pero no estás sola, querida-le recordó Kathleen con cariño.
-Lo sé.
                        Se detuvieron ante unos rosales. Theola se estremeció. En realidad, no sentía frío.
                        Lo que estaba era muy asustada.
-El bebé será como mi nieto-afirmó tía Kathleen-Siempre quise tener un hijo.
                       Para ella, Theola era como la hija que no había tenido. A través de ella, estaba viviendo el sueño de tener una hija. De ser abuela. Theola iba a ser madre.
-En estos momentos, lo único que deseo es estar sola-dijo Theola.
-Por supuesto...-cedió tía Kathleen-Tómate tu tiempo. Piensa bien lo que vas a hacer. Pero recuerda que se trata de tu hijo.
-Sí...
                         Theola no sabía cómo afrontar una maternidad en solitario.
                        La joven se encerró en su habitación. Estuvo llorando durante todo un fin de semana, sintiéndose más desesperada que nunca.
                        Lo cierto fue que Theola llevó su embarazo con muy pocas molestias. Tan sólo se notaba que estaba esperando un hijo porque su vientre no dejaba de aumentar.
                         Siguió de manera mecánica los consejos del médico. Parecía estar ajena a lo que le estaba pasando y tía Josephine se preocupó por ella. De algún modo, Theola estaba sumida en un profundo estado de estupor del que le estaba costando trabajo salir. Sabía que no era por la muerte de Owen.
                         Theola se puso de parto un día de primavera.
                         Estaba dando un paseo por el jardín. Tía Kathleen insistió en que debía de salir. En tomar el Sol. Eso era bueno para el niño.
-No quiero que acabes enfermando-le dijo-Te conviene caminar, querida.
                       De pronto, un dolor atravesó el vientre de Theola. Tía Kathleen supo que había llegado el momento. Después, todo ocurrió demasiado deprisa para la joven. La llevaron casi en volandas hasta su habitación. El médico la atendió. Theola sólo recordaba los dolores tan fuertes que sintió. De pronto, se fijó en que el médico sujetaba entre sus brazos un bulto rosado.
-Es un niño, señora-le informó.
                      Pero el rostro descompuesto del médico y el ver que el niño no se movía le hicieron ver a Theola lo que había pasado. Su hijo había nacido muerto.
                       Cayó desmayada sobre la cama. Cuando volvió en sí, tía Kathleen estaba sentada en una silla a su lado. Un sacerdote llamado por ella acudió a bautizar al niño. Estaba con él en aquellos momentos. Le echó agua sobre la cabeza. Tía Josephine dedujo que Theola querría llamar a su hijo Owen, igual que su padre. El niño fue bautizado con el nombre de Owen.
                      Tía Kathleen tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Theola se dio cuenta. También ella estaba llorando.
-Ha sido por mi culpa-se lamentó la joven-Yo no quería a mi hijo. Mi niño está muerto por mi culpa. ¡No he sabido ser una buena madre! ¡No he sabido quererlo! ¡No quería tenerlo! No era sólo por Owen. Era por todo. Es mi castigo por lo que hice. He perdido a mi marido. Y he perdido también a mi bebé. ¿Por qué iba a ser la vida tan buena conmigo cuando me he portado tan mal? Cathy siempre ha sido leal y noble conmigo. ¡Y yo me porté miserablemente con ella!
-No te culpes de eso ahora-le pidió tía Josephine-Ahora, lo que tienes que hacer es descansar. Te recuperarás.
-Éste es mi castigo.
-Tienes que empezar a perdonarte a ti misma.
-Cathy fue como una hermana para mí. ¿Cómo le he pagado su bondad hacia mí? Estoy siendo castigada por lo que hice.
-La muerte de tu bebé no es ningún castigo. Ha sido una desgracia.
-¡No!
                      Theola tardó poco tiempo en recobrarse del parto.
                     El mismo día en que pudo salir a la calle, tía Kathleen la llevó, a petición propia, a la tumba donde estaba enterrado su hijo.
                     Lo habían enterrado al lado de Owen. Una lápida de mármol recordaba el fugaz paso por la vida del niño. Al colocarse junto a la tumba de su hijo, Theola cayó de rodillas al suelo.
                    Se dio cuenta de que llevaba mucho tiempo huyendo. Estaba intentando escapar de un pasado que le estaba haciendo daño.
                     Los recuerdos la atormentaban. No había sido feliz con Owen por culpa de aquellos recuerdos. No había podido llevar su embarazo en paz por culpa de aquellos recuerdos. Tocó con la mano temblorosa la lápida. Y lloró al recordar a su hijo muerto.
                     Miró a tía Kathleen. La mujer se dio cuenta de que Theola había tomado una decisión. Iba a regresar a San Ezequiel.
-Pero San Ezequiel ya no existe como tal-le recordó la mujer-Ahora, se llama de otra manera.
-No me importa-replicó Theola-Para mí, siempre será San Ezequiel. Formará parte de los Estados Unidos en estos momentos. Pero los recuerdos que me atan a ese lugar no forman parte más que de mí misma.
-¿Lo has pensado bien, querida?
                  Theola asintió.
                  Tía Kathleen no pudo ni siquiera oponerse. En su opinión, Theola estaba haciendo lo correcto. Debía de cerrar aquel doloroso capítulo de su vida. Le deseó toda la suerte del mundo. La iba a necesitar.
-Parto mañana por la mañana-contestó Theola, poniéndose de pie-No quiero esperar más.



                       Una diligencia salía al día siguiente. Tía Kathleen no pudo hacer nada para retener a Theola.
                      La joven abandonó la casa que había compartido con su marido.
-¿Vas a llevarte la ropita que he tejido para el bebé?-le preguntó tía Kathleen, mientras un criado se ocupaba de bajar por la escalera las maletas de Theola-Podrías casarte de nuevo. Tener más hijos.
-Nunca tendré más hijos-respondió Theola-Y no pienso volver a casarme.
                      Miró por última vez su habitación. Quiso pensar que había sido feliz con Owen.
                     A su modo, lo había querido. Cerró la puerta de la habitación al salir. Descendió por la escalera acompañada de tía Kathleen. La mujer pensaba que su sobrina estaba cometiendo una locura. Regresar al pueblo donde vivió con sus tíos. Al pueblo donde había conocido a Dillon. Donde se había enamorado de él. Donde había enloquecido al saber que Dillon estaba enamorado de Catherine.
                      Tía Kathleen sabía que Theola estaba haciendo lo correcto.
                      Pero estaba preocupada por ella. Theola no sabía si volvería a ver a Catherine. Su prima, por lo visto, no había dado señales de vida en aquel tiempo.
                      Sabía que estaba viviendo en Inglaterra. Y Dillon...También estaba viviendo en Inglaterra.
-¿Lo has pensado bien?-le preguntó.
                        Tía Kathleen deseaba retener a Theola a su lado. Estaba siendo egoísta. Theola era lo más parecido que tenía a una hija.
                        Además, sabía que sufriría mucho al regresar a aquel lugar. Theola no sabía dónde podía estar Dillon. A lo mejor, había regresado al pueblo. A lo mejor, seguía en Inglaterra.
                       Tía Kathleen y ella se dirigieron al puesto de diligencias. El conductor de la diligencia donde viajaría Theola se ocupó de sus maletas. Theola logró conseguir un pasaje para viajar.
                      Tía Kathleen tenía los ojos llenos de lágrimas. No podía hacer nada para retener a su sobrina.
                      Theola subió al pescante de la diligencia. Llevaba puesto un vestido de viaje de color negro. Antes, abrazó con fuerza a su tía. Theola tenía los ojos secos.
                       Pensó que estaba llorando por dentro. Por eso, no podía llorar por fuera. Porque estaba destrozada por dentro. Miró a tía Kathleen y trató de sonreír. Pero no lo consiguió. No podía sonreír.
-Visita la tumba de mi hijo-le pidió-Llévale flores en mi nombre.
-Así lo haré-le aseguró tía Kathleen.

jueves, 12 de junio de 2014

FRAGMENTO DE "ME OLVIDÉ DE OLVIDARTE"

Hola a todos.
Hoy, os traigo un fragmento de mi novela Me olvidé de olvidarte.  
Nos adentramos un poco en lo que ha sido la vida de Theola desde que abandonó San Ezequiel, el nombre que tenía Streetman antes de que se convirtiera Texas en parte de Estados Unidos.
Hay que decir, sin entrar demasiado en el tema, que Theola se va a vivir a Nueva York, donde conoce a un joven de origen algo dudoso con el que acaba casándose.
Sin embargo, el matrimonio no será todo lo feliz que debería de ser.
Vamos a ver lo que pasa.

                            Las amigas de Theola solían ser solteronas que iban a sus cenas a comer pasta y a cuchichear acerca de Owen. Las que menos iban a degustar el delicioso vino que el marido de Theola guardaba para las ocasiones especiales. Los comentarios que hacían eran de lo más escabroso:
-¿Habéis visto el torso tan robusto, tan fuerte y tan musculoso que tiene? Es increíble que ese hombre haya nacido en los suburbios de Nueva York. Theola ha tenido mucha suerte. Llevan poco tiempo casados. Pero me imagino que la llenará de hijos. 
- No me importaría tenerlo como amante. Mi marido tiene su misma edad y se ha puesto tan gordo que me da asco compartir mi cama con él.
- Con lo bello que es no dudo de que alguna dama haya caído a sus pies.
-¿Creéis que allí pasan esas... cosas?
-¡Mujer, hasta en los sitios más lejanos puede llegar la perversión!
- Habría podido poseer a cualquier mujer de joven, pero no dudo de que ahora es incluso más atractivo que cuando era un muchacho.
- No creo que sea virgen, porque he oído que antes de venirse para acá tuvo muchos devaneos amorosos, por lo que no es ningún casto.
- No se echa colonia para ir bien arreglado, sino que huele a sudor y a hombría.
-¿Os imagináis casada con un hombre que a los sesenta años siga siendo tan musculoso como cuando era más joven?
-¡Pobrecillo! No es bueno estar tantos años sin vida social...
- El marido de Theola está con ella porque es rica y él es poco menos que un mendigo. Peor. Un mendigo neoyorquino venido a menos; en cuanto dilapiden la fortuna, ése se irá en busca de alguien con dinero. Oí que había nacido en Inglaterra. En algún lugar de Cornualles...
-¿Y qué estará haciendo aquí?
-Entonces, no es neoyorquino. Es inglés. 
-Eso parece. No no es ningún caballero. 
-Yo no soy rica-intervenía, entonces, Theola-De hecho, vivo con el dinero que me ha asignado mi tía. Es una pequeña cantidad. 100 dólares al mes...
             Pero las mujeres seguían hablando. Theola intentaba fingir que no le importaban. 
            Su esposa se reía de los comentarios. Owen pasaba todas las cenas casi sin comer y bebiendo un vaso de vino sin parar. Odiaba la clase de comentarios maliciosos que esas mujeres hacían con respecto a él y a su vida. Costosamente, se llevaba un macarrón a la boca cuando era consciente de que la tía de su mujer lo estaba observando. Pero le costaba lo suyo tragárselo. En muchas ocasiones, acababa vomitando la cena. 
             No soportaba aquella presión. Odiaba ser el hijo ilegítimo de una campesina. Odiaba a sus padres adoptivos porque le habían dado una vida que no era la suya. Odiaba a su hermana adoptiva porque había muerto a una edad temprana. Y odiaba a Theola por haberse casado con él. 
            Los postres solían ser tartas de chocolate y nata. A Owen le llegó a gustar aquello. Pecaba de gula al engullir hasta dos buenas porciones de tarta de chocolate. En ese aspecto, empezaba a apreciar el estilo díscolo de vida de Theola.
            Al final, el vino hacía su efecto en el estómago medio vacío del hombre escéptico y crítico y terminaba tan borracho como los que le rodeaban. Los platos solían ser muy pesados, por lo que las borracheras no eran frecuentes y no había escándalos en la ciudad. Owen, para no ofender a su esposa, intentaba no beber vino con el estómago vacío, aunque sólo el vino le hacía olvidar que estaba rodeado de gente desagradable. Pero era evidente que se encontraba a disgusto en las cenas y apenas conversaba con alguien. Lo que sí era frecuente era que mucha gente vomitara la comida antes del postre, ya fuera de manera natural o provocada. Comían tanto que necesitaban hacer un sitio en el estómago para más.

                Una vez, Theola y su tía abandonaron el comedor. 
                Salieron a dar un paseo por el jardín. 
                Tía Kathleen se daba cuenta de que su sobrina no era feliz. Y eso le preocupaba mucho. 
-No voy a criticar la decisión que tomaste de casarte con Owen-atacó la mujer-Tomaste tu decisión y yo la respeto. 
                   Theola guardó silencio. 
-Pero es evidente que no estás enamorada de Owen-prosiguió tía Kathleen-Y me duele verte sufrir. No dudo que sea un buen hombre. Su origen no importa. Eres tú la que me importa. 
                 Theola pensó en su prima Catherine. 
                La echaba de menos con todas sus fuerzas. Sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en lo desdichada que debía de ser. Y la culpa de todo era suya. 
-Yo deseaba tener a Dillon para mí sola-pensó Theola con dolor-Y hemos terminado los tres con la vida destrozada. 
                La voz de su tía la sacó de su ensoñación. 
-¿Cuándo vas a empezar a olvidar todo lo que te ha pasado?-le preguntó la mujer. 
                 Theola no respondió. Sabía bien a lo que se estaba refiriendo su tía. 
-¿Cuándo vas a perdonarte a ti misma?-volvió a preguntarle tía Kathleen-Ya no eres una niña. Eres una mujer casada. Tienes que empezar a dejar atrás el pasado. Centrarte en salvar tu matrimonio. Aunque me temo que haya poco que salvar. Es cierto que Owen y tú nunca discutís. Pero tampoco habláis como personas civilizadas. No estáis enamorados. No creas que soy ciega. 
-Owen no es Dillon, tía Kathleen-respondió Theola-En mi corazón, sigo amando a Dillon. 
                  No había vuelto a saber nada de él desde hacía años. A lo mejor, se había casado. A lo mejor, seguía soltero. A lo mejor...Había dejado de amar a Catherine. Y se había enamorado de ella. 
                   Sabía que Dillon jamás llegaría a amarla como ella seguía amándole. 
-Pero soy la esposa de Owen-recordó Theola. 
-¿Habéis pensado en tener hijos?-inquirió tía Kathleen. 
-Me gustaría tener un hijo. Así, podría empezar a olvidar. Me sentiría completamente de Owen. Suena ridículo. Pero es así cómo lo siento. Además, llevamos poco tiempo casados. Sí...Me gustaría tener un hijo con Owen. 
-Opino que sería una mala idea. Los hijos han de nacer del amor. 
-Yo podría ser una buena madre. 
-¿Y crees que Owen podría ser un buen padre? 
-Yo creo que sí podría ser un buen padre. No es un mal hombre. ¡Tía Kathleen! Te digo que quiero que mi matrimonio funcione. Y poder olvidar a Dillon. 
                   Tía Kathleen guardó silencio. 
                   Conocía demasiado bien a su sobrina. Theola estaba pidiendo demasiado. Negó moviendo la cabeza. Lo que pretendía su sobrina no iba a pasar. 



-¿Tú querías a mi tío?-se atrevió a preguntarle. 
-Cuando nos casamos, habría muerto por él-respondió tía Kathleen. 
                     Theola guardó silencio. En su fuero interno, pensaba que su matrimonio era un fracaso. Pero deseaba ser feliz. Y Owen la quería. 
-Yo deseo que mi matrimonio funcione-afirmó Theola-Owen me puede hacer feliz. Y yo puedo hacerle feliz a él. Las cosas pueden cambiar. 
                  Lo malo era que las cosas no cambiaron. Fueron a peor. 
                  Owen no quería ir a ningún evento. En cambio, sí acudía a los peores tugurios de Pensacola. 
                  Regresaba a casa a las tantas de la madrugada. Olía a alcohol. Se metía en la cama con Theola. El peso del cuerpo de su marido la aplastaba. Le hacía mucho daño. 
                   Fue una etapa desdichada para Theola. 
                  Owen nunca le levantó la mano. Pero parecía odiar a todo el mundo. A veces, descargaba su ira gritándole a Theola toda clase de improperios. Después, se arrodillaba ante ella y le imploraba perdón. A veces, Theola tenía la sensación de que su marido le era infiel. Además de oler a alcohol, Owen regresaba a casa apestando a mujerzuela. 
                    Cuando la besaba en el lecho, le hacía daño. Incluso, le mordía y disfrutaba de un modo retorcido sabiendo que le hacía daño. 
                     Llegaron a oídos de Theola rumores acerca de las actividades ilegales a las que se dedicaba su marido. Intentó pensar que eso no era cierto. ¿Cómo podía ser Owen un contrabandista? Durante el tiempo que estuvieron casados, Theola quiso pensar que su marido era, en el fondo, un buen hombre. 

miércoles, 11 de junio de 2014

CONOCIÉNDOTE

Hola a todos.
Sé que puedo sorprender por subir a este blog este relato.
Pertenece a la Antología de Relatos Solidarios en la que participé a principios de este año. Se pretendía recaudar dinero para ayudar a un niño enfermo y también para ayudar a unos gatitos. Sin embargo, después de haber publicado la Antología, ésta fue retirada casi un mes después por diversos motivos que no vienen al caso.
No sabía a qué blog quería subir este relato, pero, al final, me he decidido subirla a este blog.
Se llama Conociéndote. 
Es un relato lleno de romanticismo y con un gato muy peculiar.
Espero que os guste.

CONOCIÉNDOTE

ISLA DE MONCRIEFFE, EN EL RÍO TAY, 1821

                 Vivía poca gente en aquella isla fluvial, por lo que la vida transcurría allí de manera tranquila. Un matrimonio integrante del clan Matheson se estableció en la isla. El hijo del matrimonio se llamaba Robert había realizado el habitual viaje que todos los jóvenes de buena familia hacían a Europa. Había pasado el último año de su vida viajando. Quedó prendado, al igual que sus padres, de aquella isla tan tranquila y tan bonita.
            Los pocos vecinos de la isla hablaban entre ellos acerca de aquella familia cuyas riquezas podían competir con la familia más rica de la isla.
            El Laird del clan Matheson quiso conocer a aquel hombre. Era el marqués de Wynant. Los dos hombres trabaron amistad nada más conocerse y, tras varios encuentros, pactaron el matrimonio del hijo del Laird con la hija del marqués.
            La joven Allegra, la hija del marqués, estaba sentada en el suelo del salón jugando con su gato siamés cuando entró su padre. Le dio la noticia de que había pactado su boda con un joven al que ella jamás había visto.
-¿Cómo has podido hacerme esto?-le increpó Allegra al marqués-¿Cómo puedes pretender que me case con un hombre al que nunca he visto?
-Es el mejor partido que podrías encontrar, hija-le aseguró el marqués.
            Allegra cogió a su gato en brazos.
-¿Cómo puedes creer que ese desconocido es lo mejor para mí?-le espetó a su padre.
-Te ruego que le des una oportunidad, hija mía-le pidió el marqués-El hijo del Laird quiere conocerte.
-¿Qué estás diciendo, padre? ¡No quiero saber nada de él!
            Robert y Allegra se encontraron por primera vez en un pequeño sendero. Allegra iba acompañada por su prima Miranda, quien era viuda, y por su gato Atila. La primera vez que se vieron, Allegra tuvo que admitir que Robert era muy atractivo. Y no sólo era guapo físicamente. Era un joven que debía de tener un par de años más que Allegra, quien acababa de cumplir diecinueve años. La muchacha tuvo que admitir que Robert era todo un caballero. Su trato era agradable y ella, contra su voluntad, se sintió cómoda en su compañía. Lo que la ganó fueron las carantoñas que Robert le dispensó a  Atila.
            Robert y Allegra se encontraron a solas en el sendero a los pocos días. El joven acudió a la cita algo nervioso. Sabía que su sino era casarse con ella, pero quería conocerla.
-¿Cómo está vuestro gato?-le preguntó nada más verla.
-Está bien-respondió Allegra.
-Cuando era más pequeño, tenía un gato persa llamado Aslan, era muy travieso y yo lo adoraba.
-He oído que habéis estado viajando por toda Europa.
-Antes o después, el viaje tenía que terminar.
-¿Os gusta vivir en esta isla?
-Empieza a gustarme vivir aquí.
            Allegra regresó a su casa. Su madre la estaba esperando en el recibidor.
-¡Has vuelto, hija!-exclamó la marquesa-¿Has dejado a tu prima en casa?
-Miranda ya está en su casa-mintió Allegra-¿En serio tengo que casarme con Robert Matheson, madre?
-Tu padre ya ha fijado fecha para vuestra boda. Haces bien en querer conocer a ese joven.
-Madre, no sé qué pensar. Creo que padre ha cometido un error al pactar mi boda sin contar conmigo. No conozco bien a ese joven y no estoy segura de que pueda llegar a amarle.
-Tienes que obedecer a tu padre, hija mía. No puedes deshonrarle. El hijo del Laird te hará feliz.
-Madre, no lo entiendes.
            Allegra quería casarse por amor, como lo había hecho su prima Miranda. Sin embargo, el matrimonio de su prima había durado muy poco. El marido de Miranda murió en un duelo defendiendo el honor de una de sus amantes. A raíz de eso, Miranda se había encerrado en sí misma. Allegra tenía que asumir que el hijo del Laird podría ser un buen hombre. Pero no sabía si llegaría a amarlo.
            Siguieron viéndose a escondidas en el sendero. Se veían detrás de uno de los pocos árboles que crecían allí. Poco a poco, los dos jóvenes se fueron conociendo. Atila acompañó a su dueña en aquellos encuentros. Y parecía que el gato bendecía aquel matrimonio. Robert lo cogía en brazos y jugaba con él.
            En una ocasión, durante uno de aquellos encuentros, Robert le robó un beso a Allegra. Casi pensó que ella le daría un bofetón.  Pero Allegra le dio otro beso cargado de pasión y de entusiasmo.
            Sin embargo, la joven se negaba a admitir lo que estaba empezando a sentir por aquel joven. Era muy terca. Una cualidad que Robert estaba empezando a apreciar y a amar.
            Durante las semanas siguientes, Allegra y Robert se vieron a orillas del río Tay. A raíz de aquellos encuentros, Allegra y Robert se fueron conociendo. Hablaban de muchas cosas y, de vez en cuando, se besaban. Se besaban de manera larga y apasionada.
            Finalmente, llegó el día de la boda. Se celebró en la pequeña capilla que había en la isla. Allegra hizo acto de presencia en la capilla con su vestido de color blanco. Su corazón le dio un vuelco cuando vio que Robert la estaba esperando en el Altar.
            Acudieron numerosos invitados a la boda. Allegra estaba muy asustada porque no sabía si estaba cometiendo un error al casarse con Robert.
            Pasó la ceremonia llorando en silencio. Atila estaba al lado de ella, a pesar de que el ama de llaves había intentado encerrarlo. Robert le cogió la mano a Allegra y se la llevó a los labios.
            Se besaron en la boca de manera densa y prolongada cuando el sacerdote les declaró marido y mujer.
            Tras el banquete nupcial, Robert condujo a Allegra hasta la habitación donde pasarían la noche de bodas. La muchacha iba temblando muy asustada. Se sentaron juntos en la cama, el uno muy cerca del otro.
-Soy un hombre de honor-le aseguró Robert a Allegra-Siempre cumplo mis promesas y quiero hacerte feliz. Te lo digo en serio. Quiero complacerte en todo. Y espero que me ames algún día, Allegra. Soy un hombre paciente. Y deseo que llegues amarme de verdad.
-No sé si estás enamorado de mí-dijo Allegra-Y yo sólo sé una cosa.
-Yo sí estoy enamorado de ti.
-Estás confundiendo el honor con el amor.
-Te aseguro que no estoy para nada confundido. Estoy enamorado de ti desde la primera vez que te vi.
-Yo también estoy enamorada de ti, Robert.
-Te juro que te haré la mujer más feliz del mundo.
            Robert  la despojó de su vestido de novia hasta que quedó desnuda ante él. Luego, el joven se despojó de su traje de novio y quedó desnudo ante ella. La abrazó con ternura al tiempo que la recostó sobre la cama. Se besaron de manera apasionada. Las manos y los labios de Robert recorrieron el cuerpo de Allegra.  Su lengua recorrió el cuello esbelto de la joven. Su lengua recorrieron los pechos de Allegra. Chupó con ansia sus pezones. Se abrazaron al tiempo que se besaron. Casi sin darse cuenta, el cuerpo de Robert invadió el cuerpo de Allegra. Las respiraciones de ambos eran cada vez más agitadas. Allegra apenas sintió el dolor de la primera vez y acompañó a Robert en sus movimientos. Se fundieron en un beso apasionado al tiempo que se unían en un solo ser.
            Fuera, Atila salía en busca de aventuras a lo largo del río Tay.


 

FIN


lunes, 9 de junio de 2014

ADVERTENCIA

Hola a todos.
Hago esta entrada muy rápida porque quiero hablaros de una cosa.
Tiene que ver con los personajes de las primas Catherine Osborne y Theola Warrick.
Me costó mucho trabajo desarrollarlas. Al principio, iban a llamarse Margaret y Barbara y serían hermanas.
Luego, decidí llamarlas Jemima y Niobe y serían primas. Ya ha una parte escrita en la que aparecen como Jemima y Niobe y cuenta cómo Dillon regresa a San Ezequiel con su esposa Samantha (al final, la esposa de Dillon acabó llamándose Cordelia y ahí me paro).
Finalmente, se quedan en primas (confieso sentir debilidad por las protagonistas que tienen una prima con la que conviven) y sus nombres son Catherine y Theola.
Sólo quería decir eso. Nada más...

 Theola Warrick.

 Catherine Osborne.

 Lady Cordelia.

 Dillon O' Hara.