Hoy, me gustaría compartir con vosotros este pequeño cuento que he escrito pensando en uno de los personajes de Con el corazón roto.
Se trata del dueño del rancho La Pilarita, sir Kyle Saint Leger. Se trata de un inglés apuesto y de buena familia que es la quintaesencia del libertino redomado. Llega a San Ezequiel huyendo de Inglaterra donde su familia ha terminado cansada de él.
La buena suerte le acompaña a su llegada al pueblo.
El nuevo propietario era inglés. Un
inglés elegante…Refinado…
Sir Kyle Saint
Leger era un aristócrata inglés propietario de La
Pilarita del
que se decía que era como los gatos. Siempre caía de pie. Había sobrevivido a
la ruina. Y así mismo.
Había
malgastado todo el dinero de su familia en caprichos, juergas y partidas de
naipes. Llegó, incluso, a enemistarse con su único hermano. Éste había llegado
a maldecirle. Y a jurarle odio eterno. La marcha de sir Kyle a otro país había
supuesto un alivio para toda la familia Saint Leger. Sir Kyle dejaba atrás su
pasado. Todo plagado de escándalos…Y un duelo con un alto cargo del Gobierno…Su
hermano hacía mucho tiempo que había roto todo trato con él.
Sir Kyle Saint Leger era un hombre
apuesto. El hombre más condenadamente apuesto que había pisado el pueblo. Había
llegado a San Ezequiel después de haber pasado algún tiempo dando tumbos por
ahí. Vino rodeado de una nube de misterio. Y de rumores…Peggy se encargó de
ventilar aquellos trapos sucios.
Sir Kyle no hizo muchos cambios en
el rancho. Pero, pasado algún tiempo, despidió a varios criados. No alegó
incompetencia. Dijo que no quería pagar a tantos criados. Dos de aquellos
sirvientes eran un matrimonio. Tenían una hija de corta edad. Se vieron en la
calle.
Sir Kyle siempre fue consciente de
su innegable atractivo físico. En Inglaterra, siempre había sido un imán para
atraer a las mujeres. Decía que se ganaba la vida gracias a su apostura. Un poco
de verdad sí había en aquella frase. Había recibido una esmerada educación y
cualquiera podía pensar que estaba ante todo un caballero. No era verdad. La
primera noche que pasó en el rancho la pasó entre las piernas de una de las
criadas.
Peggy aireó a los cuatro vientos que
sir Kyle había sido expulsado de Inglaterra porque era todo un conquistador.
Coleccionaba amantes como el que coleccionaba sellos. Por los brazos y por la
cama de aquel hombre habían pasado la mayoría de las mujeres que vivían en Gran
Bretaña. No podía escapar de aquella fama terrible que le perseguía. Se decían
muchas cosas sobre él.
Como, por ejemplo, que una vez fue
capaz de besar a la Reina Victoria
en la boca durante una audiencia que tuvo con ella. Por supuesto, sir Kyle no
confirmaba tales rumores. Sin embargo, tampoco los desmentía. Se limitaba a
sonreír.
Y su sonrisa era muy misteriosa. Lo
cual seguía dando pie a numerosos comentarios.
Había huido de
un gran escándalo. Se trataba de un escándalo vulgar. Se había involucrado con
la mujer de un diplomático español. El hombre los descubrió y le desafió a un
duelo. Kyle decidió poner tierra de por medio. Había matado al marido
despechado en el duelo. Estaba considerado como poco menos que un asesino en su
país. Jamás volvería a Inglaterra. Pero le gustaba vivir en San Ezequiel. Era
una región hecha a su medida. No soportaba ceñirse a los convencionalismos
sociales de su Londres natal. Era feliz viviendo en aquel lugar.
A pesar de que los vecinos hablaban
mal de él. Pero no le importaba mucho.
En Londres, a
sir Kyle le había costado trabajo demostrar sus verdaderos sentimientos. Sus
amantes no solían darle problemas y las abandonaba en cuanto se cansaba de
ellas. La idea de casarse jamás se le había pasado por la cabeza. Una esposa
podía ser muy exigente y su cuñada era una buena prueba de ello. Hasta donde él
sabía, no había tenido ningún hijo bastardo.
Sir Kyle se instaló en La
Pilarita. Quería
seguir llevando el tren de vida que había llevado hasta aquel momento. Juergas
y mujeres…No había pensado en absoluto en cambiar. Era un auténtico crápula. Y
seguiría siendo un crápula en aquel pequeño pueblo perdido.
Era la clase de hombre que sabía lo
que tenía que decirle a una mujer. Sabía cómo embaucarla con palabras bonitas.
Ninguna mujer de ninguna condición social se le había resistido. Ni siquiera
cuando llegó a San Ezequiel.
Anne Drury fue de las primeras en
ceder. Le sirvió una noche un plato de sopa a la hora de cenar. Estaba segura
de que sir Kyle era todo un caballero. Llevaba puesto un vestido sencillo. Pero
sir Kyle admiró las curvas que escondían aquel vestido.
-Eres
preciosa, Annie-le dijo.
-Se
equivoca, patrón-replicó ella-No soy nada guapa.
-¿Te has
mirado en un espejo?
-No tengo
tiempo de mirarme en los espejos, patrón.
Sir Kyle había hablado antes con
ella. Le parecía un hombre correcto y muy agradable. Pero él quería algo más de
Anne.
-Le retiro
el plato, patrón-dijo la cocinera.
-La sopa
estaba deliciosa, Annie-dijo sir Kyle-Te felicito.
La chimenea del comedor estaba
encendida.
Fuera, había empezado a llover.
Anne ya había tenido antes
experiencias con los hombres. Sabía lo que ellos querían de ella. Retiró el
plato. Las mejillas las tenía encendidas y calientes. No voy a caer, se dijo.
Pero, esa misma noche, la pasó entre
los brazos de sir Kyle.
Aquel hombre sabía cómo besarla.
Sabía en qué sitios del cuerpo de Anne debía de colocar sus manos. Sus
labios…Bajo sus besos y sus caricias, Anne se volvió loca. No pensó en nada.
Simplemente, se dejó llevar por los besos que le estaba dando sir Kyle. Por las
caricias que le brindaban sus manos y sus labios. Por cómo la estaba tocando.
Por cómo la abrazaba.
A la mañana siguiente, el cuento de
hadas se vino abajo. Sir Kyle se comportó como el patrón que era. Anne volvió a
ser la cocinera.
Decía que era feliz viviendo como vivía. Pero, a menudo, se sentía solo.
Solo en un país que le costaba trabajo entender. Solo…Muy solo…
Sir Kyle se
retiró a su despacho una vez que acabó de cenar. No tenía ganas de salir
aquella noche. La noche anterior, estuvo entre los brazos de Anne Drury. La
cocinera le había arañado. Siempre quería más de él. Anne sabía que no debía de
llamarse a engaños. Sir Kyle no tardaría mucho en cansarse de ella.
Se estaba acostumbrando a vivir en
aquel sitio.
Pero echaba de menos Inglaterra.
¡Había ido a parar al culo del mundo! Su hermano mayor, Malcolm, le echaría en
cara su comportamiento. Su manera de hablar…Malcolm no tenía la culpa de nada.
Sir Kyle estaba hundido. Jamás podría regresar a Inglaterra. No sería bien
recibido allí.
A decir verdad, sus peones
trabajaban duro. Se limitaban a cumplir sus órdenes sin replicar. Echaba de
menos pisar los elegantes salones de Londres. Estaba aprendiendo a marchas
forzadas sobre la vida en aquel sitio.
Los linchamientos estaban a la orden
del día. No hacía mucho, habían ahorcado a un joven. Su delito había sido
colarse en una casa ajena y robar todo lo que había. El inútil del sheriff no
llegó a tiempo para detenerle. Los vecinos se le adelantaron. Y lo ahorcaron
sin esperarle. La justicia no existía en aquella zona.
Siempre le habían gustado las
mujeres hermosas. Y se había fijado en una cosa curiosa. Uno de sus peones era
una mujer. Y era la mujer más bella que jamás había visto. Todavía no le había
dicho nada. Se mostraba amable y cordial con ella. Sabía que era una vecina del
pueblo. Trabajaba en el rancho para poder ayudar a su padre a mantener el suyo.
Se llamaba Olivia.
Se sirvió coñac en un vaso. El fuego
de la chimenea estaba encendido. Había numerosos papeles encima de la mesa.
Recordaba las cacerías del zorro en las que había participado. El premio de ser
ungido con la sangre del zorro cazado. Sus nuevos vecinos…¿Lo entenderían?
Malcolm lo odiaba.
A decir verdad, no le culpaba. Él
tenía la culpa de todo.
Sir Kyle no había sabido comportarse
nunca como un caballero. La educación que había recibido en Eton no había
servido para nada. ¡Si se saltaba la mitad de las clases!
Había llevado un estilo de vida
completamente disoluto. Nunca había pensado en nadie, excepto en sí mismo.
Siempre había hecho lo que le había dado la gana. Jamás había pensado en las
consecuencias de sus actos. Hasta que se vio en un barco camino de un país
desconocido para él.
Aquella noche, le escribió una carta
a su hermano Malcolm.
Te
sorprenderá saber de mí, querido Malcolm. Debe de ser la nostalgia lo que me
impulsa a escribirte.
La nostalgia y el sentido de culpa, para ser sincero.
Porque soy el primero en admitir que me he portado mal. Aunque me quedo corto.
Sé que es demasiado tarde para pedirte perdón por todo el
daño que te he hecho. Pero quiero que sepas que mi arrepentimiento es
totalmente sincero, hermano mío. No busco que me perdones.
Es demasiado tarde.
Tan sólo busco que sepas que lo siento muchísimo.
Algún día, volveremos a vernos. Y espero que, entonces,
podamos comportarnos como los hermanos que nunca hemos sido.
No
espero que contestes a esta carta.