Aquí os traigo Un amor prohibido.
En su origen, esta historia iba a ser un cuento que relataría el amor imposible entre Sarah, la madre de Olivia, con Ojos de Halcón, el jefe comanche, padre de una de las amigas de Olivia, Dos Nubes.
Como veréis, el cuento es apenas un borrador (aunque tenga doce hojas) y puede parecer que falten datos. Pero he querido compartirlo con vosotros.
Aquí lo tenéis.
UNA CARTA DE SARAH O’ HARA DIRIGIDA A SU HERMANA BRIGHID:
¿Cómo estás, mi querida Brighid? Te confieso que no sé ni
cómo estoy. Ni lo que siento.
Sólo sé que estoy hecha un lío. Y, por eso, te escribo.
Vas a pensar lo peor de mí cuando leas esta carta. No sé
si lo he hecho por venganza. Sean me ha hecho mucho daño. Ya lo sabes. Pero…He
yacido en los brazos de otro hombre. Sí, mi querida Brighid.
Le he sido infiel a mi marido con otro hombre. Debes de
pensar que soy una ramera. ¡Te juro que no es así! Pero no sé qué hacer. Soy
una mujer que está cansada de sufrir por un hombre que no la ama.
Me dijiste que Sean jamás me amaría y tenías razón,
hermana.
Cada vez que me miro en el espejo, veo cómo mi rostro
está cada vez más y más marchito.
Me pongo rígida cuando Sean me acaricia.
Una vez, vio Ojos de Halcón paseando por los
alrededores de La Isaura.
-¿Buscas a alguien?-le preguntó Olivia.La niña tenía trece años y un genio muy vivo. En cuestión de semanas, sería su décimo cuarto cumpleaños. La hija de Sarah, pensó Ojos de Halcón. ¿Por qué no puede ser también mi hija? Los hijos de mi amada…¡También serían mis hijos! Aunque no los haya engendrado yo.
Estaba asomada a la ventana de su habitación.
-Estaba dando un paseo-respondió Ojos de Halcón. -¿Necesitas algo?
Ojos de Halcón negó con la cabeza.
-Tienes un rancho muy bonito-afirmó.
Olivia tuvo la impresión de que le estaba
mintiendo. Volvió a meterse dentro.
No vio a su madre salir del rancho para reunirse
con Ojos de Halcón.
A
sus trece años, la hija de Sean y Sarah O’ Hara, Dulce Olivia Sybil, tenía más
traza de chicazo que de futura mujercita. Las vecinas pensaban que la chiquilla
estaba completamente loca. Igual que su madre. Sólo alguien que no estaba en su
sano juicio habría hecho lo que hizo Sarah. Lo abandonó todo para estar con el
amor de su vida.
De
eso habían pasado ya muchos años. Y Sarah se lamentaba de lo que había hecho.
Sean la había defraudado en todos los aspectos. Como marido…Al menos, era un
buen padre para los tres hijos de la pareja: Dillon, Tyler y Olivia.
La
chiquilla parecía un chicuelo. De hecho, vestía como tal. Con pantalones de
muchacho…Camisas de muchacho…Sombreros de muchacho…A Sarah le costaba trabajo
convencerla para que se pusiera un vestido. Sólo accedía a llevar vestidos los
domingos. Cuando tenían que ir a Misa. A la salida de la Iglesia , Olivia se iba
corriendo a casa. Se quitaba el vestido. Se ponía unos pantalones.
Odiaba
su propio cuerpo.
De
buena gana, se habría cortado el pelo y se lo habría dejado tan corto como lo
llevaban los chicos. Pero su madre se oponía. Decía que tenía un cabello
precioso. Olivia no quería llevar trenzas, como las llevaban otras chiquillas
de su edad, por lo que siempre llevaba el cabello suelto. Flotaba al viento.
Sarah
adoraba a su hija. De todos sus hijos, Olivia era la que más se parecía a ella.
Pensaban de manera parecida. Incluso la manera de ser de Olivia era parecida a
la de su madre. A decir verdad, Olivia era el ojito derecho de Sarah. Por
supuesto, ésta no lo decía.
Olivia
era la hija menor del matrimonio de Sean y Sarah. No podía heredar el rancho ya
que tenía dos hermanos mayores que ella, Dillon y Tyler. Esto no le importaba
mucho a Olivia. Dillon heredaría el rancho. Eso ya lo sabía. Pero ella se quedaría
en él. Le ayudaría. Olivia no quería casarse.
Sus
padres y sus hermanos la adoraban. La protegían. Quizás un poquito en exceso.
Pero sin pasarse. Sus padres la consentían en todo. Y sus hermanos, mientras,
le ponían algunos límites.
Sean
O’Hara sólo se mostraba estricto en lo relativo a la educación de sus hijos.
Olivia debía de recibir una esmerada educación. Así, le daría en las narices a
su odiosa cuñada Brighid. La hermana de Sarah…
Brighid
no vivía en Streetman. Ni siquiera vivía en México.
Vivía
en La India. Pero
parecía que siempre estaba allí. Sus cartas llegaban regularmente a La Isaura , el rancho de menor tamaño donde vivía
toda la familia O’Hara. Y parecía que siempre estaba criticando a Sean por
algo.
Sarah estaba lavando ropa en el lavadero que había detrás del rancho. Oyó algo parecido a un sollozo ahogado. Dejó los pantalones de Tyler en la pila. Los estaba lavando. Creía que algo le había pasado a Olivia. Reconocía la voz de su hija.
La
vio pasar como un rayo. Fue tras ella. La llamaba.
-¡Livie!-gritaba-¡Livie!
Entró
en la casa. Logró alcanzarla cuando Olivia se encerró en su habitación y se
tiró encima de la cama para llorar su pena. ¡Aquel miserable de Shane había
intentado besarla! Contuvo las ganas que tenía de vomitar.
-¡Madre, márchate!-le pidió muy bajito a su
madre.
-No, no me iré-replicó Sara. Se acercó a
Olivia despacio y se sentó a su lado en la cama-Ha pasado algo y necesito que
me lo cuentes. Estás muy alterada, hijita-Le puso una mano en el hombro y le
acarició el enredado cabello color caoba-Dime lo qué te ha pasado. ¿Te has
peleado con alguien?
Olivia
se dio la vuelta y se abrazó fuertemente a su madre mientras sollozaba.
-Tranquila, cariño, ya ha pasado todo-le decía
Sarah mientras le acariciaba el cabello para consolarla-Si no quieres contarme
nada, no hables, pero llora si quieres. Llorar es bueno para el alma.
-Odio llorar-escupió Olivia-Sólo las niñas
lloran. Llorar es de débiles.
Se
apartó de su madre y se secó las lágrimas con furia.
-¿Qué ha pasado, cariño?-le preguntó Sarah.
-Se trata de Shane-respondió Olivia-Uno de los
hijos de Marty.
-¿Qué ha ocurrido?
-Estaba jugando yo al escondite con otros
chicos. Entonces, ha aparecido Shane. Y…- Su estómago se contrajo al recordar
cómo aquel perro había buscado su boca-Ha tratado de besarme.
-¡Jesús bendito!-se horrorizó Sarah-¡Voy a
hablar con Marty ahora mismo!
-Él ya lo sabe. Nos vio mientras yo intentaba
zafarme de las garras de ese…-Olivia sintió cómo las lágrimas volvían a sus
ojos-Supo lo que estaba pasando y me apartó de él. Se quitó la correa y empezó
a golpearle.
Olivia
estaba asqueada. ¿Acaso los hombres sólo querían una cosa de las mujeres?, se
preguntó. ¿Sólo querían sus cuerpos? ¿Por qué Shane había querido propasarse
con ella? ¿Habría hecho mucho más que besarla? ¡Ningún hombre me tendrá!,
decidió Olivia.
Sarah
sintió pena de su hija.
Aún
es muy pronto, pensó.
No
debería de saber todavía cómo son los hombres en realidad. En el caso de Sarah,
lo había descubierto cuando era ya demasiado tarde.
Se
dejó engatusar por aquel apuesto joven. Era alto y fuerte y muy guapo. Y Sarah
era demasiado joven y estúpida.
Cayó
en las garras de Sean.
Ahora,
era demasiado tarde para dar marcha atrás.
Hubo
un tiempo en el que Sarah amó desesperadamente a Sean. Pero aquella época había
pasado. A menudo, Sarah se preguntaba si seguía enamorada de Sean cuando se
escapó con él. En el fondo, ya se le había caído la venda de los ojos. Pero
ella se puso de nuevo la venda para no ver.
A
menudo, sentía las manos de Sean en su cuerpo y ella no sentía nada.
Se
obligaba así misma a cumplirle como mujer. Porque estaba casada con él. Sin
embargo, hacía mucho que el corazón de Sarah ya no le pertenecía a Sean. Seguía
casada con él casi como una manera de castigarse así misma por haber huido con
él. Y porque era el padre de sus hijos. No le debía nada.
Consoló
a Olivia. Su hija estaba descubriendo cómo eran los hombres.
-No hagas caso a Shane-exhortó a la niña-La
próxima vez que intente algo, dale una patada en los huevos.
-Eso fue lo que hice, madre-se sinceró Olivia.
Sarah
se echó a reír.
-¡Ésa es mi niña!-exclamó-Ahora, vé a lavarte
un poco.
Olivia
fue a lavarse la cara.
Sarah
permaneció sentada en la cama de su hija. Olivia sería el día de mañana una
mujer distinta a ella. No se dejaría engatusar por ningún hombre. No cometería
los mismos errores que cometió Sarah. Y que cometieron, antes que Sarah, otras
mujeres de la familia. Entonces, Dillon asomó la cabeza por la puerta de la
habitación. Vio a su madre sentada en la cama de su hermana.
-He visto pasar a Livie-dijo-¿Está bien?
-Tu hermana es mucho más fuerte de lo que
crees-afirmó Sarah.
-¿Y tú estás bien, madre?
Sarah
no supo qué responderle a su hijo.
Sean
no estaba demasiado ocupado en la educación de Olivia. En cambio, sí se había
preocupado de la educación de Tyler y Dillon. Fue Kimberly Mackenzie, la joven
maestra de Streetman, la que se encargó de darle clases a Olivia. La chiquilla
hablaba con ella de muchos temas. Kimberly no pudo convertirla en una dama.
Pero sí podía abrirle la mente. Le habló de los derechos de las mujeres.
-Hablas como mi madre-opinó Olivia.
Estaban
sentadas bajo un árbol que crecía en el jardín de la escuela. Las clases habían
terminado, pero Olivia prefería quedarse un ratito más a hablar con Kimberly.
-Si te fijas bien, somos más parecidas de lo
que pensamos a los hombres-le indicó la maestra-Hablamos, al igual que ellos.
-También pensamos-recordó Olivia.
-Y pensar está bien. Nos diferencia de los
animales.
-Pero hay personas que se portan como
animales. Hacen auténticas barbaridades. Y me dan miedo.
-No debes de tener nunca miedo de nadie,
Livie. ¡Seguro que eso es algo que te habrá dicho tu madre muchas veces! Has de
ser siempre fuerte. Mirar a la vida cara a cara. Y levantarte cuando te tiran.
-Siempre que me tiran, me levanto. ¡Y les
parto las narices de un puñetazo!
-Y haces bien.
Olivia
tenía trece años y estaba asustada. Había cosas que no entendía. Su cuerpo, de
pronto, parecía que estaba cambiando. Y eso le asustaba.
Después
de su incidente con Shane, Olivia amaneció una mañana con fiebre muy alta.
Sean
fue corriendo a buscar al médico del pueblo. El doctor Castro. Éste acudió
enseguida a La Isaura a atender a Olivia. Le diagnosticó
fiebre cerebral. Sarah aguantó la compostura mientras el médico examinaba a
Olivia.
-¿Se va a morir nuestra hermana?-quiso saber
Dillon.
Sean
lo echó de la habitación. Sarah no entendía el porqué su hija había sufrido una
enfermedad que atacaba a los nervios. ¡Sólo tenía trece años!
Olivia
tardó una semana en recuperarse. Sarah no se separó de su lado. No entendía el
porqué su hija había caído enferma.
Casarme
fue un error, pensaba Sarah.
Nunca
debí de hacerlo.
Miró
por la ventana. Vio a Olivia entrar y salir del establo mientras corría. Se
estaba criando como una salvaje.
-¡Madre!-la llamó-¡Mírame!
Y
se puso a hacer el pino.
-¡Por el amor de Dios!-se escandalizó
Tyler-¡No hagas eso!
Dillon
se echó a reír.
-Podría ganarse la vida trabajando en un
espectáculo ambulante-sugirió.
-¡Qué gran idea!-exclamó Olivia.
Es
como estar viéndome a mí cuando tenía su edad, pensó Sarah. Yo era así cuando
tenía trece años. Salvaje y confiada…
Su
matrimonio con Sean era un fracaso. Pero él no quería dejarla ir.
Eso
era sabido por todos.
Sarah
apoyó la frente contra el cristal de la ventana. Cerró los ojos.
Odiaba
sentir sobre su cuello los besos que le daba Sean en la cama. Sus hijos estaban
dormidos. Sean la buscaba. Y ella debía de cumplir como mujer. A pesar de que en
su interior se rebelaba contra esa idea. Tragaba saliva. Su marido la abrazaba.
La acariciaba. La besaba. Y Sarah debía de corresponder a sus besos. Debía de
abrirse de piernas cuando él así lo quería.
Pero
ella había descubierto los besos de otro hombre. Las caricias de otro
hombre…Los abrazos de otro hombre…Y ella lo que quería era estar entre los
brazos de aquel otro hombre. Quería tocarle. Quería huir con él. Quería ser su
mujer. No quería seguir siendo la esposa de Sean O’Hara.
Debió
de haberlo abandonado hacía mucho. Cometió un error al seguir a su lado.
Le
daba miedo abandonarle.
-¡Sally!-la
llamó Sean-¿Dónde estás?
Ella
abrió los ojos de improviso.
-Ya voy, esposo-contestó-Es que estaba
distraída.
-Tengo hambre-anunció Sean.
-Voy a decírselo a Nora. Os preparará algo.
-Come tú también. Estás muy delgada.
-Es por el trabajo. Siempre estoy haciendo
algo.
-Deberías de descansar más, Sally.
Poco
o nada quedaba de la mujer apasionada que había sido en su juventud. De la
joven que leía a Mary Wollstoncraft. Su sensualidad innata estaba adormecida.
Sean no había sido como ella había esperado. Con él, había tenido a sus tres
hijos. Le estaba agradecida por ellos.
Oía
a Olivia reír. Estaba jugando con sus hermanos. Sarah vio cómo Sean subía la
escalera que conducía a su cuarto. Iba a cambiarse de ropa. Y a lavarse un
poco.
No
se conformaba con ser una madre y una esposa sumisa.
La
luz de la lámpara iluminaba la silueta de Sarah. Estaba cosiendo una falda. Se
le había roto hacía algunas semanas. Por fin tenía tiempo para coserla.
Ya
era de madrugada. Sean se habría acostado. Olivia también se había acostado.
Los únicos que no estaban en el rancho eran Dillon y Tyler.
-¡Qué no vengan borrachos!-pensó Sarah-¡Qué
vengan pronto!
Se
imaginó a sus hijos besuqueándose con las chicas del saloon.
Éste
llevaba abierto hacía algún tiempo.
Las
mujeres del pueblo se quejaron. Y con razón.
El
saloon era un antro de perdición. Los
hombres acudían allí a acostarse con mujeres que no eran la suya. Perdían
grandes sumas de dinero en partidas de póker. Bebían whisky hasta perder el
conocimiento. Se metían en peleas. Una vez, un camarero del saloon le partió una silla a Tyler en la
espalda mientras peleaba con él. Le tocó a Sarah curarle.
Otras
veces, lo había sacado ella del calabozo. A Tyler y a Dillon. El sheriff
Clanton los había arrestado. Sarah pagaba las fianzas de sus hijos. No le
contaba nada a Sean.
Había
visto a Dillon y a Tyler regresar a casa borrachos casi al amanecer. Sarah
sabía que sus hijos no eran felices en La Isaura.
No compartían su amor ni por aquel rancho ni por aquellas
tierras. Sarah intuía que sus hijos querían irse de allí. Una vez, Dillon le
confesó que no se había ido de Streetman por ella.
Sarah
dejó de coser. Miró la falda a la luz de la vela para ver cómo había quedado.
Se quedó satisfecha con el resultado. Aseguró la costura. Cortó el hilo.
Se
oía el tic-tac del reloj de pie que había en el pequeño salón.
Sean
lo había comprado hacía poco. Un gasto inútil, pensó Sarah.
Guardó
las tijeras, la aguja y la bobina de hilo en su caja de costura. Dobló
cuidadosamente la falda. Pensó que Sean estaría dormido. Podía ella acostarse
tranquilamente en la cama sin despertarle. Lo último que quería aquella noche
era tener que cumplirle como esposa. Sarah apagó la lámpara.
Subió
despacio la escalera.
Procuró
no tropezar con ningún escalón. Oyó risas en la distancia. Y pensó que Dillon y
Tyler acababan de regresar a casa.
Ojos
de Halcón había conocido a su mujer, Mujer Cazadora, años antes.
Ahora,
era un hombre viudo. Tenía una hija. Dos Nubes. Su hija se había casado. Y era
madre de un hijo. En la tribu, se la respetaba como tal.
El
chamán de la tribu, Búho Sabio, quiso hablar un día con él. Búho Sabio era un
hombre de largos cabellos grises y rostro surcado de arrugas. Era un hombre muy
viejo. Ya era viejo cuando yo nací, pensó Ojos de Halcón. Le invitó a pasar a
su tipi. Le contó que había tenido un sueño extraño. Ojos de Halcón era el
hermano del jefe de la tribu. El segundo hombre más importante. Junto con el
chamán.
-¿Qué quieres contarme?-le preguntó Ojos de
Halcón.
-He visto cosas raras-respondió el chamán.
-Los espíritus tratan de decirte algo.
-No son los espíritus. Son mis ojos.
-¿Qué quieres decirme, viejo?
Ojos
de Halcón sabía a lo que se estaba refiriendo Búho Sabio. Lo que no quería era
seguir escuchándole. Sabía que lo que estaba haciendo era una locura. Una mujer
blanca que, encima, estaba casada con un hombre blanco.
Búho
Sabio los había visto. Fue en el límite del campamento. No les dijo nada. No en
aquel momento.
Vio
a Ojos de Halcón en brazos de aquella mujer.
Los
dos medio desnudos…Se besaban. Se acariciaban. Se abrazaban. Acabaron acostados
en el suelo. Búho Sabio estaba arrepentido de no haberle dicho nada al marido
de Mujer Cazadora. Había sido un error.
-¿Te has vuelto loco?-le espetó a Ojos de
Halcón-¿Es que quieres que su marido te mate?
-Yo la amo.
Búho
Sabio alzó los brazos en alto.
-Siempre pensé que eras un hombre sensato-observó
con amargura.
El
matrimonio de Ojos de Halcón con Mujer Cazadora ya estaba pactado.
Sus
padres acordaron la unión cuando ellos eran aún unos niños. La unión se hizo
oficial cuando ambos crecieron. Mujer Cazadora era la madre de Dos Nubes. Y Ojos
de Halcón la quería por eso.
Siempre
sintió un gran cariño hacia ella.
En
la adolescencia, a sabiendas de que se iban a casar, le hacía la corte. Le
gustaba visitar su tipi y hablar durante horas con ella. Siempre bajo la
atenta mirada de la madre de ella. El
padre de Mujer Cazadora era sobrino de Búho Sabio. Ahora, éste sabía la
relación que unía a Ojos de Halcón con aquella mujer blanca, Sarah O’Hara.
-Ahora, veo que me he equivocado-se lamentó
Búho Sabio.
-Quise mucho a Mujer Cazadora-le aseguró Ojos
de Halcón-La honré como mi mujer. Y siempre ocupará un lugar en mi corazón.
-No estoy hablando de tu mujer. Estoy hablando
de la mujer por la que pretendes traicionarnos.
-Nunca traicionaré a mi tribu. Yo quiero a
Ojos Azules. Tendrán que entenderlo.
-Esa mujer será tu perdición.
-Es un regalo que me han dado los dioses.
-Los dioses pueden hacernos regalos llenos de
ponzoña. Ten cuidado. De la misma manera que esa mujer blanca será tu
perdición, tú serás la perdición de ella.
Ojos
de Halcón no entendió lo que quería decirle Búho Sabio. ¿Cómo podía ser su
adorada Ojos Azules su perdición? ¡Era ridículo! Y él tampoco podía ser la
perdición de ella. La adoraba. El único que podía causarle una desgracia era el
hijo de perra de su marido. El tal Sean…Aquel hombre nunca había valorado el
regalo que le habían hecho los dioses al poner a Sarah en su vida. Aquella
mujer le había honrado. Le había dado tres hijos. ¿Y cómo se lo pagaba él?
Buscando refugio entre los brazos de otra mujer. Sarah no se lo merecía.
Sarah
se enderezó la falda de su vestido y fue a reunirse con su familia. Menos de
cinco minutos después, Olivia fue a la cocina. La cocinera, Nora, una jovencita
de color apenas unos años mayor que Olivia, estaba partiendo unos pimientos.
Eran para la cena.
-¿Sabes hacer tacos, Norita?-le preguntó
Olivia.
-No-respondió la aludida-¿Tacos? ¿Y usted,
señorita? ¿Los sabe hacer?
-Tampoco. Pero voy a conseguir la receta de
los tacos. Los he probado en casa de los Santana. Y están buenísimos, Norita.
-María tiene unas manos de ángel. Lo mismo
sabe limpiar. Que sabe hacer la comida.
-Consígala. La receta…Digo.
Entonces…Hablaremos.
Nora
vertió aceite en una sartén. Encendió el fuego. Puso la sartén en el fuego.
Cuando el aceite empezó a hervir, echó los pimientos.
-¿Qué vas a hacer de cena?-quiso saber Olivia.
-Es una sorpresa-contestó Nora-Si se la
cuento, ya no será una sorpresa.
Había
patatas peladas y partidas encima de la mesa. Olivia le dedicó una sonrisa algo
desdentada a Nora. Salió corriendo de la cocina.
-¡Ya sé lo que Norita va a prepararnos de
cena!-gritó.
Días
después, Sarah estaba mirando por la ventana.
Vio
una gran polvareda a lo lejos.
Sean
y los chicos se habían ido. Y ella estaba de nuevo sola.
Su
boda con Sean había sido casi a escondidas. Los primeros años en Texas habían
sido infernales. No había regresado a Dublín. Pero echaba de menos a su
familia. Era mejor así. Llevaba puesto un vestido elegante de color negro.
Vestía de negro con mucha frecuencia. Sabía que su hermana Brighid llevaba
varios años viviendo en La India
en compañía de su marido y de su hijastro. Y que había sido en Calcuta, la
ciudad donde vivían, donde Brighid se había quedado embarazada cuando nadie lo
pensaba. Y había dado a luz a una niña. Estelle…
Brighid
era feliz.
Sarah
tenía ganas de llorar. Tenía ganas de abrirse las venas. ¿Por qué no se iba de
allí?
Lo
único que la unía a Sean eran sus hijos.
No
soportaba los gritos de sus hijos mientras montaban a caballo. No quería
escuchar sus risas.
Se
sobresaltó cuando vio una figura aparecer en la distancia. Era una figura alta
y Sarah la reconoció enseguida.
Salió
corriendo de la casa. Fue corriendo hacia él. Era Ojos de Halcón.
Cuando
llegó hasta donde estaba él, se abrazaron. Y se besaron apasionadamente.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Sarah.
-No te preocupes ni por tu marido ni por tus
hijos-respondió Ojos de Halcón. Cogió las manos de Sarah-Los he visto montados
a caballo. No volverán en un rato.
-Pero…-Sarah balbuceaba-Puede verte
cualquiera.
-No me importa. Te amo.
El
corazón de Sarah daba brincos de alegría al escuchar aquella afirmación. Porque
ella también amaba a aquel hombre honesto y bueno. Lo abrazó con fuerza,
deseando fundirse con él.
-Aunque yo te ame con todas mis fuerzas, no
podemos estar juntos-se lamentó-Tu gente no lo entendería. Y están mis hijos. Y
mi marido…
-Ese hombre no te merece, Ojos Azules-afirmó
Ojos de Halcón. Acunó entre sus manos el rostro atormentado de Sarah. La besó
en la frente-Canta conmigo la canción junto al fuego principal. Serás mi esposa
a los ojos de mi gente. Ellos…Te respetarán como tal. Te haré feliz. Ese hombre
no merece ser tu marido porque te ha engañado. Y yo quiero honrarte como mi
mujer.
-Mis hijos no lo entenderían-Sarah tenía ganas
de echarse a llorar-Su padre tendrá muchos defectos. Pero sigue siendo su
padre-Cogió la mano de Ojos de Halcón.
-Lo último que quiero es que sigas viviendo
como una desgraciada al lado de ese malnacido.
-Es un malnacido, lo sé. Pero estoy casada con
él. Es el padre de mis hijos.
Un
sollozo se escapó de la garganta de Sarah. Ojos de Halcón apoyó su frente
contra la frente de ella. No podía dejarla allí. Pero eran muchas las ataduras
que unían a su adorada Ojos Azules a aquel bastardo de Sean O’Hara. Pero él
volvería. Y se llevaría a Sarah consigo.
La
besó con pasión y con anhelo. Deseó poder grabar para siempre en sus labios el
sabor de la boca de Sarah.
Sean
no me besa como besas tú, pensó Sarah. No quiero estar con él.
Sintió
cómo su marido la besaba en los labios. Un beso suave…Tierno… Dulce…
Sean
quería hacer propósito de enmienda. A pesar de que Sarah ya no lo amaba. Su
mente la traicionaba. La hacía pensar en lo que no era. Le hacía visualizar
imágenes de ella medio desnuda en brazos de un apuesto hombre de tez morena. Un
hombre que no era su marido. El que estaba delante.
-¿Estás bien?-le preguntó Sean.
-¿Eh?-inquirió Sarah-Perdona. Yo…No te había
escuchado.
-Digo que si estás bien. Te has puesto a
llorar esta mañana. Y no me has dicho el porqué.
-Es…Ha sido una tontería. No ha pasado nada.
No era nada. En serio…
Le
estaba mintiendo. Sarah era incapaz de llevar aquella doble vida. Siempre había
pensado que era honesta.
Dulce…Tolerante…Buena…Amable…Respetuosa…Cariñosa…Responsable…
Tranquila…Buena madre…Buena esposa…Ésa era Sarah. Sean le sonrió. Quería mucho
a su mujer. Pero sospechaba que ella no era feliz.
La
culpa es mía.
Sean
sabía que el único culpable de la desgracia de Sarah era él. Nunca debió de
haberse fijado en Dawn Beckham. Nunca debió de haberse liado con ella. Jamás
debió de haberse acostado con ella de nuevo. Ethan y Freddie eran sus hijos.
Sarah
lo sabía. Sean la había decepcionado. Pero seguía a su lado por algún motivo
que Sean no alcanzaba a entender.
-Me preguntó qué hará Nora para comer-se
preguntó Sean en voz alta.
Sarah
estaba bordando. Era un pañuelo lo que bordaba.
Miró
a su marido.
-¿Es que tienes hambre?-quiso saber.
Sean dejó escapar una
risita.
Sarah deseó estar
muerta. No amo a mi marido, pensó. Yo estoy enamorada de otro hombre. Pero…Mi
querida hermana…Desearía que estuvieras aquí, Brighid. Necesito hablar con
alguien.
-Me canso de estar todo el día haciendo algo-se sinceró Sean-Cuando no
estoy intentado domar un caballo, estoy construyendo una verja. Tengo un hambre
terrible. Me comería un búfalo entero.
-Ve a buscar a los chicos-le pidió Sarah-Estarán en sus habitaciones.
Olivia estará leyendo. ¡Y a saber lo que estarán haciendo Dillon y Tyler! No se
les oye. Dile también a Nora que prepare algo de comer. Lo que quiera.
-De acuerdo. Cualquier cosa que haga me parece bien. ¡Qué buenas manos
tiene para la cocina! La echaré de menos el día que decida irse.
Sean se puso de pie.
Besó de nuevo a Sarah. Salió del pequeño salón.
Ella recordó el baile
de máscaras al que asistió una vez en Dublín. Vestida con aquel vestido de
color azul, Sarah tuvo la sensación de que se había disfrazado. Ella llevaba
luto por su matrimonio fracasado Y por alguien más…
Una vez que Sean se
hubo ido, Sarah dejó de bordar. Estaba cansada. Odiaba aquella vida.
Y tenía la sensación
de que odiaba a su marido.
La mantenía prisionera
en aquel lugar.
Muchas noches, cuando
Sean estaba dormido, Sarah salía al porche y permanecía un buen rato sentada en
él. Miraba en todas las direcciones en busca de Ojos de Halcón. Algunas veces,
no aparecía. Pero…
Había veces en las que
sí aparecía. No podían estar mucho tiempo juntos. Él debía de regresar al
campamento. Ojos de Halcón no le contó que Búho Sabio lo sabía. Y le había
dicho que su relación estaba maldita. Que nunca estarían juntos. Sarah tenía
que regresar a su habitación antes del amanecer. Se acostaba junto a Sean. Y
visualizaba una posible vida junto a Ojos de Halcón viviendo con él en el
campamento.
Soy una mujer casada,
pensó. Pero no estoy casada contigo.
Tengo tres hijos con
Sean.
Pero yo quiero estar
contigo. Quiero cantar contigo esa canción junto al fuego principal.
Mi amor…
Sean no lo sabe. Pero
no creo que tarde mucho en enterarse. Es un experto en engañar a los demás.
Me engañó a mí
jurándome un amor que nunca me tuvo.
Sarah se arrepentía
sinceramente de haberse casado con Sean.
Para muchos, era una Santa. Para otros, era una
pobre desgraciada.
Aguantó mucho al lado de su infiel marido.
Intentó ser una buena esposa. Permaneció a su lado en todo momento. Ya no lo
amaba. Pero creía que estaba haciendo lo mejor para sus hijos. En el fondo,
sabía que no era así.
Era de familia católica e iba a Misa todos los
días. Una costumbre que siguió fielmente cuando llegó con Sean al pueblo. Era
muy trabajadora. Sufría en silencio las infidelidades de Sean. Era bondadosa.
Intentaba sonreír a todo el mundo. Su gran belleza se fue marchitando a medida
que iba pasando el tiempo.
Según Dos Nubes, Sarah era una de las pocas
mujeres blancas que se había preocupado sinceramente por los comanches. Solía
visitar el campamento que estaba a las afueras del pueblo. Traía comida en
tiempos de necesidades. Y siempre estaba tejiendo ropa para los niños. O les
traía juguetes.
Cuidaba a los enfermos que había en el
campamento. Lloraba cuando moría alguien. El padre de Dos Nubes, Ojos de
Halcón, decía que Sarah tenía alma comanche. A pesar del tono blanco de su piel.
Algunos hombres llegaron a enamorarse
platónicamente de Sarah. Pero ella nunca dio falsas esperanzas a nadie. Dos
Nubes tenía un recuerdo. Ella oía desde su tipi a su padre hablar con Sarah.
Ojos de Halcón era viudo. Por aquel entonces, Dos Nubes iba a celebrar su
ceremonia de iniciación. Ya había empezado a menstruar. Ante la tribu, era ya
una mujer adulta. Pese a que acababa de cumplir doce años.
Dos Nubes no podía conciliar el sueño. Daba
vueltas y más vueltas.
Estaba empezando a amanecer.
Sarah se había enterado de que Sean había vuelto
a las andadas con Dawn.
Y eso no era lo peor. Lo peor de todo era que
Dawn estaba esperando un segundo hijo de Sean. Y eso era algo que hería a
Sarah. Ella quería perdonarle. Pero no podía.
Aquella noche, Sarah no durmió en La Isaura. Se fue a dormir lo más lejos
posibles de Sean. Sus pasos la llevaron hasta el campamento. Durmió en los
límites del mismo. De madrugada, Ojos de Halcón la encontró dormida en el
suelo. La despertó. La llevó hasta el campamento.
-Nunca serás una molestia-le dijo a Sarah. -No podía soportar estar bajo el mismo techo que Sean.
-¿Te vas a quedar aquí para siempre, Ojos Azules?
-No puedo. Mis hijos…No puedo abandonarlos. ¡Qué locura!
Entonces, Dos Nubes escuchó el sonido de unos
besos apasionados.
Se levantó. Salió del tipi. A lo lejos, creyó ver
dos figuras que se acercaban abrazadas. Se metió de nuevo dentro del tipi.
-Vente con nosotros, Cielo Azul-le dijo Ojos de Halcón a Sarah.
Dos Nubes pensó que estaba sacando aquella
situación de contexto.
-No podría dejar a mis hijos-oyó decir a Sarah-Lo que pasó entre nosotros la
otra noche fue un error. Pero...No me arrepentiré de haber estado entre tus
brazos.
Dos Nubes estaba atónita. ¡Su padre y Sarah O'
Hara! Esto es imposible, pensó. No puede estar pasando.
-Hablaré con Lobo Gris-le dijo Ojos de Halcón a Sarah-Expondré lo sucedido.
Hablaré con tu marido si es preciso. Pero ese hombre no te merece, Cielo Azul.
Abandónale. -¿Y qué pasaría con mis hijos?-le preguntó Sarah-Ellos pondrían el grito en el cielo. Sobre todo, Dillon y Tyler. Olivia es aún una niña.
-Sientes lo mismo que yo, Cielo Azul. Es inútil negarlo.
Dos Nubes oyó el sonido de otro beso apasionado.
Su padre se había vuelto a enamorar, pensó. Y se había enamorado de una mujer
blanca y casada.
Más adelante, Dos Nubes intentó hablar con su
padre. Le abordó cuando éste se disponía a salir de casa. Le preguntó si estaba
pensando en tomar otra mujer. Ojos de Halcón se encogió de hombros. Le dijo a
Dos Nubes que había una mujer que se había colado en su corazón, que quedó
malherido a raíz de la muerte de su esposa, la madre de Dos Nubes, cuando ésta
tenía cuatro años.
-Pero esa mujer...-insistió la chiquilla-¿Lo sabe?
Ojos de Halcón asintió.
-Lo sabe-contestó-Pero dice que lo nuestro es imposible. -¿Y es eso cierto?-inquirió Dos Nubes.
Ojos de Halcón montó a lomos de su caballo. Ni él
mismo sabía qué responder.
-Tengo que hablar con Lobo Gris y contarle lo que pasa-le dijo-Le
corresponde a él tomar cartas en el asunto. -¡Pero esa mujer te quiere!-afirmó Dos Nubes.
-El problema no es ése. Es un asunto mucho más complicado del que piensas. Y no quiero destrozarle la vida.
El amor de Ojos de Halcón y Sarah fue imposible
porque ella no quería abandonar a sus hijos. Dillon y Tyler se negarían a
abandonar La Isaura para vivir en un campamento. Y jamás verían a un comanche
como su padrastro.
Sarah se fue consumiendo después de tomar la
decisión de renunciar a Ojos de Halcón. Recordaba los momentos vividos a su
lado. Los ratos de pasión furtiva en los que ella moría y resucitaba con cada
uno de sus besos. Fue su mayor secreto.
Recordaba a la joven alocada que fue cuando
conoció a Sean. Jamás debió de haber salido de su pueblo para irse a Dublín,
pensaba. Su huida con Sean fue el mayor error que jamás cometió. Él ya fue
claro con ella. No podía amarla.
Se sentía atraído por la belleza y el carácter
temerario de Sarah. Era divertido coquetear con ella en el balcón. Incluso fue
divertido seducirla. Pero no era el hombre apropiado para ser su marido. Sarah
se dio cuenta de ello cuando ya era demasiado tarde.
Olivia entró corriendo
en el salón tras regresar de la escuela. Arrojó los libros encima del sofá y
buscó a su madre. El salón estaba casi sumido en la penumbra.
-¡Madre!-llamó Olivia.
Consuela tenía la
costumbre de cerrar los postigos para proteger las cortinas del Sol cuando eran
las tres de la tarde. Siempre hacía calor en Streetman. Olivia venía toda
sofocada. Se secó con la manga de su camisa de corte masculino el sudor que
caía por su cara. La casa parecía estar sumida en un profundo silencio. Oía
hablar a Consuela y a Nora en la cocina. Pero no podía escuchar nada de lo que
decían porque hablaban en voz baja. Olivia subió las escaleras.
-Mamá estará en su habitación-pensó.
La encontró,
efectivamente, en su habitación. Estaba sola. Tenía un libro entre sus manos.
Estaba sumida en la lectura de aquel libro. O, a lo mejor, estaba sumida en sus
propios pensamientos. No oyó que Olivia la estaba llamando. Estaba intentando leer.
Pero no conseguía pasar de aquella página. Hizo ademán de pasar la página. Pero
no pudo hacerlo. He de tomar una decisión, pensó Sarah.
Olivia tropezó con la
pata de la cama y soltó una palabrota. Sarah alzó la vista sobresaltada y
sonrió al ver a su hija. Olivia vio un brillo extraño en los ojos de su madre.
La vio más pálida que de costumbre.
-¿Estás bien, mamá?-le preguntó.
Sarah respondió que
estaba bien. Olivia quiso ver lo que su madre estaba leyendo. Y Sarah le
explicó que estaba leyendo una novela. Pamela,
de Samuel Richardson. Un regalo que le hizo su madre, Lilian Farrell,
cuando era una adolescente. Le contó que se había emocionado al leer un pasaje.
Olivia se sentó en la cama, muy cerca del balancín en el que estaba sentada su
madre.
-¿Me puedes leer un capítulo en voz alta?-le pidió.
-¿Quieres que haga eso?-inquirió Sarah.
-Sí, mamá.
Sarah empezó a leer en
voz alta el capítulo desde el principio. Le costaba trabajo centrarse en
aquella lectura. Había algo que la atormentaba. Olivia lo pudo percibir. Dio
por sentado que era por el comportamiento de sus hermanos. Dillon y Tyler eran
buenos chicos. Pero los buenos chicos también podían hacer cosas malas. Se lo
había dicho Kimberly. Y, además, estaba el rancho. Y todas las cosas malas que
le había hecho su padre.
Sarah sufría.
Estaba sufriendo.
-Los hombres son unos cerdos-afirmó Olivia-Mr. B quiere hacerle daño a
Pamela. Ella no lo puede consentir.
-Ella lo quiere, hijita-apuntó Sarah-Pero quiere conservar su virtud.
-Debería de volarle la tapa de los sesos.
Sarah sonrió. La
presencia de Olivia le hacía olvidar una terrible inquietud que se había
apoderado de ella. Su periodo, que siempre había sido tan regular, llevaba
varios días de retraso. Han pasado trece años, pensó Sarah. Un embarazo a su
edad era algo peligroso. Pero eso no era lo que más le preocupaba a Sarah.
Había estado con dos hombres a la vez. Si estaba embarazada, ¿quién sería el
padre de su futuro hijo? ¿Su marido Sean? ¿O su amado Ojos de Halcón?
La angustia se iba
apoderando poco a poco de ella.
Sarah sentía que el
rancho ya no era su hogar.
Pensó seriamente en huir con Ojos de Halcón.
Se irían lejos del pueblo. A lo mejor, podían ir al Estado de Colorado. Allí,
empezarían de nuevo. Nadie volvería a señalarla por la calle. Nadie volvería a
reírse de ella porque su marido había tenido dos hijos con otra. Sarah no pudo
evitar esbozar una sonrisa al imaginar que se iba tan lejos de las personas que
la humillaban sólo porque su marido, Sean, le había sido infiel. Le olvidaría.
-Me gustaría decirte
una cosa, hija mía-dijo Sarah.
-¿De qué se
trata?-inquirió Olivia.
-Quiero que sepas
que te quiero mucho. Os quiero mucho a tus hermanos y a ti. Sois lo mejor que
me ha pasado en la vida. Y, aunque pueda irme lejos, os llevaré siempre en mi
corazón. Y en mis pensamientos…
-¿Qué es lo que
estás tratando de decirme, madre? No te entiendo. ¿Estás bien?
-Sí, cariño. Estoy
bien.
Sarah se encontró con la mirada
incrédula de su hija. De algún modo, Olivia parecía adivinar lo que estaba
tratando de decirle su madre. Sarah se puso tensa. No sabía qué hacer.
Consciente de los temores de su
hija, Sarah rodeó el cuerpo de ésta con los brazos y la estrechó contra sí con
fuerza. Olivia estaba llorando.
-Es sólo una forma
de hablar, hijita-trató de consolarla-¡Por supuesto que no me voy a ir!
-Tenía la sensación
de que te estabas despidiendo de mí-le confesó Olivia.
-No puedo irme a
ningún sitio.
-Madre…¿Es que
estabas pensando en abandonarnos? ¿Por qué?
Sarah acarició el cabello de su hija
en un intento por consolarla. Pero Olivia no terminaba de creerse lo que le
estaba diciendo su madre. ¿En serio había pensado Sarah en abandonarla a ella y
a sus hermanos? Ignoraba la lucha interior que estaba sosteniendo su
progenitora. Las dudas que se habían apoderado de ella. Su corazón le decía que
su lugar estaba al lado de Ojos de Halcón. Pero el niño que llevaba en su
interior. ¿Era hijo de Ojos de Halcón?
Había yacido con Sean. Eran muchas
las noches en las que su marido la abrazaba. La besaba. La acariciaba.
-Madre, tengo mucho
miedo-se sinceró Olivia.
-No va a pasar nada,
hijita-le aseguró Sarah.
-Tengo la sensación
de que está a punto de pasar algo horrible. Pienso que te voy a perder para
siempre. Y no podré hacer nada para impedirlo. ¡Madre, no quiero perderte!
-No me perderás,
Livie.
-¡Quiero que estés
siempre conmigo! ¡Oh, madre!
Un nudo se formó en la garganta de
Sarah.
Su lugar estaba al lado de Ojos de
Halcón. Pero no podía abandonar a Sean.
Le dijo a Olivia que quería estar
sola. La niña abandonó la habitación sin entender lo que le pasaba a su madre.
Sarah oyó cómo su hija cerraba suavemente la puerta.
Agradeció el quedarse sola. Tenía
que organizar sus pensamientos. Por un lado, deseaba hacer caso de lo que le decía
su corazón. Huir con Ojos de Halcón. Pero Sean… Estaba casada con él. Era su
marido ante los ojos de Dios. De la Iglesia…No podía abandonarle.
Y también estaban sus hijos. Las
lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Sarah. No podía abandonar a sus
hijos.
Veía sangre por todas partes.
Veía el normalmente tranquilo rostro de Sarah
contraído por el dolor. Y veía otra cosa. Veía al padre de Dos Nubes, Ojos de
Halcón, llorando junto al cuerpo sin vida de Sarah. La abrazaba con fuerza.
Entonces, Sean aparecía y le arrebataba el cuerpo sin vida de Sarah de los
brazos.
-¿Qué te has creído, maldito comanche?-le espetó-¡Sally es mi mujer! ¿Me
entiendes?-Una mujer a la que tú jamás respetaste, maldito irlandés-replicó Ojos de Halcón.
Dicho esto, se inclinó sobre Sarah y la besó en
los labios amoratados.
De aquella manera
acabó la infancia de Olivia.
Hola Laura, me ha encantado el cuento.
ResponderEliminarEs muy, muy bueno a mi entender, escribes muy bien.
Saludos.
Muchas gracias, EldanY.
EliminarMe alegro mucho de que te haya gustado.
Un saludo, amigo.