No sé cuándo esta saga de novelas verá la luz. Pero espero que sea algún día.
De momento, quiero compartir con vosotros esta escena de mi novela Mía Stella. Está protagonizada por Estelle y por Freddie.
Vamos a ver qué pasa entre ellos.
Estelle no podía conciliar el sueño. Fuera, escuchaba el sonido del viento que agitaba las ramas de los árboles del jardín. Pasó un buen rato en la cama con los ojos abiertos. Daba vueltas sin cesar.
Finalmente, decidió que no podía permanecer acostada por más tiempo. Se sentó en la cama.
Sentía un fuerte desasosiego en su interior. No se trataba sólo de la preocupación que sentía por Olivia. Su prima se estaba recuperando de su enfermedad. Víctor afirmaba que ya le había vuelto el color a la cara. Lo que le pasaba a Estelle era otra cosa. Algo a lo que no podía ponerle nombre porque no sabía lo que era.
Se puso de pie. Buscó las zapatillas a tientas con los pies hasta que consiguió ponérselas. Se puso encima de su camisón de dormir blanco su bata de color rosado. Salió de la habitación.
Apenas bajó unos pocos escalones, Estelle se sobresaltó. Vio una figura masculina sentada en uno de los escalones. A la luz del relámpago, la muchacha le reconoció.
-Señor Beckham...-susurró-¿Qué está haciendo levantado?
-Llámeme Freddie-le pidió el joven.
-Freddie...
-Veo que no soy el único que no puede conciliar el sueño.
-Me he desvelado.
-Sé lo que es pasarse las noches en vela sin poder conciliar el sueño. Cuando cierro los ojos, tengo pesadillas. Veo imágenes que lucho por olvidar.
Le tendió la mano a Estelle. Ella se quedó mirándole. ¿Por qué le tendía la mano?, se preguntó la joven.
-Usted tampoco puede dormir-prosiguió Freddie-Pero podemos hacernos compañía en nuestro insomnio. ¿No le parece?
-Supongo...-titubeó Estelle-Espero no molestarle.
Bajó unos pocos escalones más. Aceptó la mano que le ofrecía Freddie.
Se sentó a su lado. Desde que lo conoció, Estelle no había podido sacárselo de la cabeza. Le parecía distinto de los jóvenes ingleses que había conocido en la colonia. Era introvertido y muy callado. Parecía estar sumido en una especie de aislamiento que se había impuesto así mismo. Sólo Olivia parecía llegar a conocerle bien.
La cercanía de Estelle puso nervioso a Freddie.
-Usted nunca ha hecho un viaje en una diligencia-apuntó el joven-¿Verdad que no? Le puedo asegurar que no hay nada más peligroso que hacer un viaje así. Uno parte lleno de esperanzas. De sueños...Pero...
-Freddie...-dijo Estelle-Me temo que usted ha hecho un viaje en una diligencia. Y me temo también que algo terrible debió de ocurrirle en ese viaje.
En aquel momento, empezó a llover con fuerza. Los truenos retumbaban con fuerza en toda la casa. Freddie vio miedo en los ojos de Estelle. Le cogió la mano. La comparó mentalmente con su esposa.
A lo lejos, se oía el ruido de los truenos, fuerte, violento, como de un mueble pesado que cae al suelo.
-A veces, sueño, Estelle-le confesó Freddie-Y desearía poder hablar con una persona. Decirle lo mucho que la quiero. Y pedirle perdón por haberle fallado.
El joven meneó la cabeza.
-¿Está hablando de una mujer?-inquirió Estelle-Perdone que sea tan chismosa.
Freddie le restó importancia el comentario que la muchacha había hecho. No sabía porqué, pero se sentía impulsado a confiarse a ella.
-No importa-le aseguró-Es usted muy inteligente.
-No lo crea-se lamentó Estelle.
-He estado casado. Mi matrimonio duró muy poco. Me casé con la joven que yo escogí. Teníamos planes. Estuvimos en California. Buscamos oro. No encontramos oro. Decidimos, al poco tiempo, regresar a Streetman. Pero...La diligencia en la que viajábamos fue asaltada. Y...
Freddie se interrumpió al ver que dos lágrimas caían sobre las mejillas de Estelle. Alzó la mano. Le secó las lágrimas con la yema de los dedos.
-No llore-le pidió-¿Por qué está llorando?
Le cogió la mano y se la besó.
El reloj de pie del salón dio la hora. Eran las doce de la noche.
-¿Cómo está Livie?-le preguntó Estelle a Freddie.
-He ido a darle vuelta-respondió el joven-Está más tranquila. Duerme bien.
-Pero usted no puede dormir bien. Entiendo ahora el porqué de muchas cosas. Y lo siento mucho. Si se casó con esa mujer fue porque la amaba. Querían compartir un futuro juntos. Querían tener hijos. Soñaban con tener una vida mejor. No sé si hay realmente oro en California. Sinceramente...No quiero saberlo. He vivido toda mi vida muy sobreprotegida por los demás. Por mi hermano...Por mis padres...Casi me alegro de no saber lo cruel que es el mundo.
Freddie sintió que se le escapaba el aire del pecho. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien lamentaba lo que le había pasado. Todo el mundo le había dicho que era joven y fuerte. Pero jamás habían lamentado su pérdida. Estaba vivo. Eso era lo que le decían. Pero parecían haberse olvidado de que había perdido a su mujer.
-Le agradezco su sinceridad-dijo Freddie-Soy un poco mayor que usted. Pero tenía muy claro lo que quería. Tenía mis sueños. Mis ilusiones...Pero todo se vino abajo. No sé cómo seguir adelante. Yo estaba locamente enamorado de mi mujer. Por encima de todas las cosas...La amaba casi tanto como a mi vida. He deseado estar muerto. Siento que no merezco estar vivo sabiendo que ella está muerta. Pero...No entiendo el porqué sigo vivo. No entiendo el porqué no me he muerto. Dios debe de tener algo pensado para mí. Eso es lo que me dice el Padre Blasco. Es el sacerdote de nuestro pueblo. De Streetman...
-Pues yo creo lo mismo que el Padre Blasco-afirmó Estelle-Hay algo bueno en el camino, Freddie. Y le está esperando. Sólo hay que esperar. Nada más...Nunca he estado enamorada. Hay jóvenes de la colonia que me pretenden. Pero no me interesa ninguno. No puedo ponerme en su lugar. Pero me imagino lo que debe de estar sintiendo. Y lo lamento de corazón.
-Le agradezco de corazón sus palabras, Estelle. Aunque no pueda ponerse en su lugar, veo sinceridad en sus ojos.
Freddie se inclinó sobre la muchacha y le dio un beso en la frente. Cierto era que Estelle no se parecía en nada a su mujer. Pero había algo en ella que le hacía recordarla. Su dulzura...Su comprensión...
-Será mejor que vaya a acostarme-decidió Estelle-Es ahora cuando empieza a darme sueño. Si no me acuesto ahora. Bueno...Puede que no pueda dormir en toda la noche. Me gusta quedarme dormida escuchando cómo cae la lluvia. Me relaja mucho.
-La acompaño-se ofreció Freddie.
Se pusieron de pie. Estelle mantenía la vista baja. Había algo en Freddie que la atraía de sobremanera. No sabía bien lo que era.
-Me cae bien, Estelle-se sinceró Freddie-Es muy amable conmigo. Le pido perdón si soy algo brusco. Pero...No estoy atravesando mi mejor momento. Y...
-Lo entiendo-le interrumpió Estelle-Pero quiero que se sepa que no está solo. Tiene a Olivia. Y me tiene también a mí.
Freddie asintió. Jamás pensó que acabaría viviendo tan lejos de su hogar en Streetman. Era algo temporal. Hasta que Olivia se recuperase.
Pero...¿Y si su hermana no se recuperaba?
Habían llegado junto a la puerta de la habitación de Estelle. La muchacha trató de disimular un bostezo como pudo y, por algún motivo desconocido, Freddie encontró aquel gesto adorable.
Se sintió enfermo.
Estelle le dio las buenas noches y, casi sin darse cuenta, le dio un beso. Fue un beso corto y suave en los labios. Con las mejillas encendidas y sin creerse lo que acababa de hacer, Estelle abrió la puerta de su habitación. Se metió dentro. Cerró la puerta.
Un ruido a sus espaldas sacó a Freddie de su ensoñación. Se dio la vuelta. Se encontró con la figura en camisón de Olivia. Un chal cubría los hombros de la joven. Se acercó a ella con gesto preocupado.
-¿Qué haces levantada, Livie?-le preguntó Freddie-¿No sabes que deberías de estar acostada?-Livie negó con la cabeza. Freddie colocó su mano contra la frente de la joven-Tienes un poco de fiebre. Te ayudaré a acostarte.
-Te he oído hablar con mi prima-respondió Olivia-Estábais hablando. Pero no podía entenderos. Pensé que estábais hablando de mí. Por eso, he salido. Estás solo.
Freddie alzó en brazos a Olivia y la metió dentro de la habitación; la acostó con mucho cuidado en la cama.
Le dolía ver a su hermana mayor enferma.
Se sentó a su lado en la cama. Se inclinó sobre Olivia y depositó un beso en su frente.
No entendía bien lo que le estaba pasando. Desde que llegó a Calcuta, la imagen de Estelle parecía atormentarle. Se suponía que un hombre viudo debía de guardarle luto a su mujer. No quería saber nada de las demás mujeres.
El problema era Estelle.
Se veía obligado a verla a todas horas. Se veía obligado a convivir con ella bajo el mismo techo.
Le echó la culpa al calor. A la añoranza que sentía hacia su hogar. Al hecho de que no estaba acostumbrado a estar en una casa tan grande. Pero el problema era otro. Y luchaba contra aquel problema sabiendo que podía perder. Vio cómo Olivia se removía en la cama. Le acarició su cabello suelto y enredado. Mi pobre hermana, pensó. También ella estaba sufriendo.
Cuando era pequeño, Freddie admiraba a Olivia. La veía fuerte y segura de sí misma.
Sentía que podía apoyarse en ella. Pero él estaba a punto de derrumbarse nuevamente. Y Olivia necesitaba a alguien en quién apoyarse. ¿Puedo ser fuerte por mi hermana?, se preguntó así mismo Freddie. ¿Puedo sobreponerme al dolor? Pensó en Olivia. Y también pensó, para su sorpresa, en Estelle.
Pero...¿Y si su hermana no se recuperaba?
Habían llegado junto a la puerta de la habitación de Estelle. La muchacha trató de disimular un bostezo como pudo y, por algún motivo desconocido, Freddie encontró aquel gesto adorable.
Se sintió enfermo.
Estelle le dio las buenas noches y, casi sin darse cuenta, le dio un beso. Fue un beso corto y suave en los labios. Con las mejillas encendidas y sin creerse lo que acababa de hacer, Estelle abrió la puerta de su habitación. Se metió dentro. Cerró la puerta.
Un ruido a sus espaldas sacó a Freddie de su ensoñación. Se dio la vuelta. Se encontró con la figura en camisón de Olivia. Un chal cubría los hombros de la joven. Se acercó a ella con gesto preocupado.
-¿Qué haces levantada, Livie?-le preguntó Freddie-¿No sabes que deberías de estar acostada?-Livie negó con la cabeza. Freddie colocó su mano contra la frente de la joven-Tienes un poco de fiebre. Te ayudaré a acostarte.
-Te he oído hablar con mi prima-respondió Olivia-Estábais hablando. Pero no podía entenderos. Pensé que estábais hablando de mí. Por eso, he salido. Estás solo.
Freddie alzó en brazos a Olivia y la metió dentro de la habitación; la acostó con mucho cuidado en la cama.
Le dolía ver a su hermana mayor enferma.
Se sentó a su lado en la cama. Se inclinó sobre Olivia y depositó un beso en su frente.
No entendía bien lo que le estaba pasando. Desde que llegó a Calcuta, la imagen de Estelle parecía atormentarle. Se suponía que un hombre viudo debía de guardarle luto a su mujer. No quería saber nada de las demás mujeres.
El problema era Estelle.
Se veía obligado a verla a todas horas. Se veía obligado a convivir con ella bajo el mismo techo.
Le echó la culpa al calor. A la añoranza que sentía hacia su hogar. Al hecho de que no estaba acostumbrado a estar en una casa tan grande. Pero el problema era otro. Y luchaba contra aquel problema sabiendo que podía perder. Vio cómo Olivia se removía en la cama. Le acarició su cabello suelto y enredado. Mi pobre hermana, pensó. También ella estaba sufriendo.
Cuando era pequeño, Freddie admiraba a Olivia. La veía fuerte y segura de sí misma.
Sentía que podía apoyarse en ella. Pero él estaba a punto de derrumbarse nuevamente. Y Olivia necesitaba a alguien en quién apoyarse. ¿Puedo ser fuerte por mi hermana?, se preguntó así mismo Freddie. ¿Puedo sobreponerme al dolor? Pensó en Olivia. Y también pensó, para su sorpresa, en Estelle.
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