martes, 15 de octubre de 2013

LA ESTRELLA

Hola a todos.
¡Muchísimas gracias por vuestros comentarios! ¡Y muchísimas gracias también por leerme!
Me motiváis y me animáis a que siga escribiendo.
Bien, hoy vamos a ver cómo es la vida de Frederick en el frente.
¡Ojala os guste el trozo de hoy! Es bastante corto.

                        Una inmensa humareda negra le rodeaba. Le impedía respirar. Frederick no sabía por dónde pisar.
                        Se oían disparos por todas partes. Olía a pólvora aquel lugar.
                        Frederick se había acostumbrado a los olores. Olía a pólvora desde hacía mucho tiempo. Olía también a sangre derramada. Olía también a cadáveres en descomposición.
                        Tenía que caminar con cuidado para no tropezar con los cadáveres de algún soldado caído. ¿Sudista? ¿Yanqui? Nada importaba en aquellos momentos.
                        Avanzaba a ciegas en medio de aquel lugar. Ni siquiera sabía dónde estaba. Llevaba su rifle en la mano y se limitaba a disparar.
                        Disparaba de un modo casi mecánico contra todo aquel que veía que vestía el uniforme sudista. La guerra le había convertido en poco menos que en un animal. No sentía la herida que manaba de su brazo. Lo único que sabía era que debía de seguir avanzando.
                       Era como estar en mitad de una pesadilla. Veía charcos de sangre a su alrededor. Veía cadáveres de compañeros suyos que se amontonaban en el suelo. Y también veía cadáveres de soldados sudistas.
                      La sangre manaba de su brazo derecho.
                      Le dolía muchísimo.
                      De pronto, sus piernas se doblaron. Sentía que las fuerzas le estaban abandonando. La oscuridad se cernía sobre él.
                       Sus piernas se negaban a sostener el peso de su cuerpo. Frederick cayó desmayado al suelo.

 

                             Cuando Frederick se despertó, todo le daba vueltas. Estaba en el interior de una tienda de campaña. Había hombres en el interior de aquella tienda. Estaban heridos, como lo estaba él. Llevaba el brazo vendado y le habían atado un pañuelo al cuello para sujetarlo. Le dolía muchísimo el brazo.
                      Cuando se alistó en el Ejército, Frederick quería alejarse de la isla de Neebish. Había conocido en aquel lugar a Lorraine. Y también la había perdido.
-¿Cómo se encuentra, joven?-le preguntó el doctor Humphrey.
                      Era el médico que atendía a los heridos y a los que caían enfermos en el destacamento en el que estaba Frederick.
-Tengo la sensación de que he sido aplastado por un elefante-bromeó el joven-Me duele todo el cuerpo.
-Ha perdido mucha sangre-observó el doctor Humphrey-Pero no ha perdido el sentido del humor.
-No estoy muerto. No sé qué pensar.
                     Frederick había deseado morirse cuando murió Lorraine.
                     Se había alistado en el Ejército buscando la muerte.
-Beckham, he tenido el gusto de poder conocerle a fondo a lo largo del tiempo que lleva en este destacamento-dijo el doctor Humphrey-Parece que no le tiene miedo a la muerte. ¿Me equivoco?
                      Cogió una silla. Se sentó junto al camastro en el que estaba acostado Frederick.
-Parece que me conoce mejor de lo que pensaba-admitió el joven-Me casé hace algún tiempo. Pero mi matrimonio duró muy poco. Conocí la felicidad entre los brazos de mi esposa. Creí que los besos que me daba eran mi dicha. Pero...Mi mujer murió y yo deseé morirme para estar con ella.
                      La pérdida de Lorraine le seguía doliendo. Pero aquel dolor se había ido atenuando con el paso del tiempo. Lorraine había sido la mujer a la que había amado con todas sus fuerzas. Sin embargo, sentía que aquel amor tan fuerte no era tan fuerte como había creído que era. Una contradicción...
-Es normal-le aseguró el doctor Humphrey-La pérdida de un ser querido se va mitigando con el paso del tiempo. Ha tenido algo de fiebre.
-¿Sí?-inquirió Frederick.
                      El doctor Humphrey se preguntó si habría otra mujer en la vida de Frederick. El joven tenía fama de serio. No salía en busca de una prostituta, como hacían otros soldados. Llevaba una vida casi casta.
-¿He dicho algo?-inquirió Frederick.
-He mencionado a una mujer-contestó el doctor Humphrey.
                   Frederick se quedó atónito. El médico le habló de una mujer que tenía una voz delicada. Su cabello era rizado y de color rubio muy claro. Sus facciones eran delicadas. Le recordaba a una muñeca de porcelana. Era inteligente. Y muy hermosa...
-No es Lorraine-dijo Frederick-No es mi mujer. Ella...
                    Frederick sintió cómo la sangre se agolpaba en sus mejillas. Le daba vergüenza admitirlo. En su delirio, no había llamado a Lorraine, su esposa. Había llamado a Hester. La prima de su hermana Olivia...

2 comentarios:

  1. Tiene buena pinta , ya lo leer con tranquilidad, me gusta que las historias vayan mas adelantada para no esperar mucho.

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    1. Hola María Esther.
      La estoy subiendo como puedo al blog. No es una historia muy larga y me gustaría fijar un día concreto para poder subirla.
      Me alegro muchísimo de que te esté gustando.
      Un fuerte abrazo.

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