domingo, 8 de septiembre de 2013

UN AMOR PROHIBIDO (CUENTO)

Hola a todos.
Aquí os traigo Un amor prohibido. 
En su origen, esta historia iba a ser un cuento que relataría el amor imposible entre Sarah, la madre de Olivia, con Ojos de Halcón, el jefe comanche, padre de una de las amigas de Olivia, Dos Nubes.
Como veréis, el cuento es apenas un borrador (aunque tenga doce hojas) y puede parecer que falten datos. Pero he querido compartirlo con vosotros.
Aquí lo tenéis.

                        UNA CARTA DE SARAH O’ HARA DIRIGIDA A SU HERMANA BRIGHID:

            ¿Cómo estás, mi querida Brighid? Te confieso que no sé ni cómo estoy. Ni lo que siento.
            Sólo sé que estoy hecha un lío. Y, por eso, te escribo.
            Vas a pensar lo peor de mí cuando leas esta carta. No sé si lo he hecho por venganza. Sean me ha hecho mucho daño. Ya lo sabes. Pero…He yacido en los brazos de otro hombre. Sí, mi querida Brighid.
            Le he sido infiel a mi marido con otro hombre. Debes de pensar que soy una ramera. ¡Te juro que no es así! Pero no sé qué hacer. Soy una mujer que está cansada de sufrir por un hombre que no la ama.
            Me dijiste que Sean jamás me amaría y tenías razón, hermana.
            Cada vez que me miro en el espejo, veo cómo mi rostro está cada vez más y más marchito.
            Me pongo rígida cuando Sean me acaricia.

Una vez, vio Ojos de Halcón paseando por los alrededores de La Isaura.
-¿Buscas a alguien?-le preguntó Olivia.
            La niña tenía trece años y un genio muy vivo. En cuestión de semanas, sería su décimo cuarto cumpleaños. La hija de Sarah, pensó Ojos de Halcón. ¿Por qué no puede ser también mi hija? Los hijos de mi amada…¡También serían mis hijos! Aunque no los haya engendrado yo.
Estaba asomada a la ventana de su habitación.
-Estaba dando un paseo-respondió Ojos de Halcón.
-¿Necesitas algo?
Ojos de Halcón negó con la cabeza.
-Tienes un rancho muy bonito-afirmó.
Olivia tuvo la impresión de que le estaba mintiendo. Volvió a meterse dentro.
No vio a su madre salir del rancho para reunirse con Ojos de Halcón. 

            A sus trece años, la hija de Sean y Sarah O’ Hara, Dulce Olivia Sybil, tenía más traza de chicazo que de futura mujercita. Las vecinas pensaban que la chiquilla estaba completamente loca. Igual que su madre. Sólo alguien que no estaba en su sano juicio habría hecho lo que hizo Sarah. Lo abandonó todo para estar con el amor de su vida.
            De eso habían pasado ya muchos años. Y Sarah se lamentaba de lo que había hecho. Sean la había defraudado en todos los aspectos. Como marido…Al menos, era un buen padre para los tres hijos de la pareja: Dillon, Tyler y Olivia.
            La chiquilla parecía un chicuelo. De hecho, vestía como tal. Con pantalones de muchacho…Camisas de muchacho…Sombreros de muchacho…A Sarah le costaba trabajo convencerla para que se pusiera un vestido. Sólo accedía a llevar vestidos los domingos. Cuando tenían que ir a Misa. A la salida de la Iglesia, Olivia se iba corriendo a casa. Se quitaba el vestido. Se ponía unos pantalones.
            Odiaba su propio cuerpo.
            De buena gana, se habría cortado el pelo y se lo habría dejado tan corto como lo llevaban los chicos. Pero su madre se oponía. Decía que tenía un cabello precioso. Olivia no quería llevar trenzas, como las llevaban otras chiquillas de su edad, por lo que siempre llevaba el cabello suelto. Flotaba al viento.
            Sarah adoraba a su hija. De todos sus hijos, Olivia era la que más se parecía a ella. Pensaban de manera parecida. Incluso la manera de ser de Olivia era parecida a la de su madre. A decir verdad, Olivia era el ojito derecho de Sarah. Por supuesto, ésta no lo decía.
            Olivia era la hija menor del matrimonio de Sean y Sarah. No podía heredar el rancho ya que tenía dos hermanos mayores que ella, Dillon y Tyler. Esto no le importaba mucho a Olivia. Dillon heredaría el rancho. Eso ya lo sabía. Pero ella se quedaría en él. Le ayudaría. Olivia no quería casarse.
            Sus padres y sus hermanos la adoraban. La protegían. Quizás un poquito en exceso. Pero sin pasarse. Sus padres la consentían en todo. Y sus hermanos, mientras, le ponían algunos límites.
            Sean O’Hara sólo se mostraba estricto en lo relativo a la educación de sus hijos. Olivia debía de recibir una esmerada educación. Así, le daría en las narices a su odiosa cuñada Brighid. La hermana de Sarah…
            Brighid no vivía en Streetman. Ni siquiera vivía en México.
            Vivía en La India. Pero parecía que siempre estaba allí. Sus cartas llegaban regularmente a La Isaura, el rancho de menor tamaño donde vivía toda la familia O’Hara. Y parecía que siempre estaba criticando a Sean por algo.   

         Sarah estaba lavando ropa en el lavadero que había detrás del rancho. Oyó algo parecido a un sollozo ahogado. Dejó los pantalones de Tyler en la pila. Los estaba lavando. Creía que algo le había pasado a Olivia. Reconocía la voz de su hija.
            La vio pasar como un rayo. Fue tras ella. La llamaba.
-¡Livie!-gritaba-¡Livie!
            Entró en la casa. Logró alcanzarla cuando Olivia se encerró en su habitación y se tiró encima de la cama para llorar su pena. ¡Aquel miserable de Shane había intentado besarla! Contuvo las ganas que tenía de vomitar.
-¡Madre, márchate!-le pidió muy bajito a su madre.
-No, no me iré-replicó Sara. Se acercó a Olivia despacio y se sentó a su lado en la cama-Ha pasado algo y necesito que me lo cuentes. Estás muy alterada, hijita-Le puso una mano en el hombro y le acarició el enredado cabello color caoba-Dime lo qué te ha pasado. ¿Te has peleado con alguien?
            Olivia se dio la vuelta y se abrazó fuertemente a su madre mientras sollozaba.
-Tranquila, cariño, ya ha pasado todo-le decía Sarah mientras le acariciaba el cabello para consolarla-Si no quieres contarme nada, no hables, pero llora si quieres. Llorar es bueno para el alma.
-Odio llorar-escupió Olivia-Sólo las niñas lloran. Llorar es de débiles.
            Se apartó de su madre y se secó las lágrimas con furia.
-¿Qué ha pasado, cariño?-le preguntó Sarah.
-Se trata de Shane-respondió Olivia-Uno de los hijos de Marty.
-¿Qué ha ocurrido?
-Estaba jugando yo al escondite con otros chicos. Entonces, ha aparecido Shane. Y…- Su estómago se contrajo al recordar cómo aquel perro había buscado su boca-Ha tratado de besarme.
-¡Jesús bendito!-se horrorizó Sarah-¡Voy a hablar con Marty ahora mismo!
-Él ya lo sabe. Nos vio mientras yo intentaba zafarme de las garras de ese…-Olivia sintió cómo las lágrimas volvían a sus ojos-Supo lo que estaba pasando y me apartó de él. Se quitó la correa y empezó a golpearle.
            Olivia estaba asqueada. ¿Acaso los hombres sólo querían una cosa de las mujeres?, se preguntó. ¿Sólo querían sus cuerpos? ¿Por qué Shane había querido propasarse con ella? ¿Habría hecho mucho más que besarla? ¡Ningún hombre me tendrá!, decidió Olivia.

            Sarah sintió pena de su hija.
            Aún es muy pronto, pensó.
            No debería de saber todavía cómo son los hombres en realidad. En el caso de Sarah, lo había descubierto cuando era ya demasiado tarde.
            Se dejó engatusar por aquel apuesto joven. Era alto y fuerte y muy guapo. Y Sarah era demasiado joven y estúpida.
            Cayó en las garras de Sean.
            Ahora, era demasiado tarde para dar marcha atrás.
            Hubo un tiempo en el que Sarah amó desesperadamente a Sean. Pero aquella época había pasado. A menudo, Sarah se preguntaba si seguía enamorada de Sean cuando se escapó con él. En el fondo, ya se le había caído la venda de los ojos. Pero ella se puso de nuevo la venda para no ver.
            A menudo, sentía las manos de Sean en su cuerpo y ella no sentía nada.
            Se obligaba así misma a cumplirle como mujer. Porque estaba casada con él. Sin embargo, hacía mucho que el corazón de Sarah ya no le pertenecía a Sean. Seguía casada con él casi como una manera de castigarse así misma por haber huido con él. Y porque era el padre de sus hijos. No le debía nada.
            Consoló a Olivia. Su hija estaba descubriendo cómo eran los hombres.
-No hagas caso a Shane-exhortó a la niña-La próxima vez que intente algo, dale una patada en los huevos.
-Eso fue lo que hice, madre-se sinceró Olivia.
            Sarah se echó a reír.
-¡Ésa es mi niña!-exclamó-Ahora, vé a lavarte un poco.
            Olivia fue a lavarse la cara.
            Sarah permaneció sentada en la cama de su hija. Olivia sería el día de mañana una mujer distinta a ella. No se dejaría engatusar por ningún hombre. No cometería los mismos errores que cometió Sarah. Y que cometieron, antes que Sarah, otras mujeres de la familia. Entonces, Dillon asomó la cabeza por la puerta de la habitación. Vio a su madre sentada en la cama de su hermana.
-He visto pasar a Livie-dijo-¿Está bien?
-Tu hermana es mucho más fuerte de lo que crees-afirmó Sarah.
-¿Y tú estás bien, madre?
            Sarah no supo qué responderle a su hijo.

            Sean no estaba demasiado ocupado en la educación de Olivia. En cambio, sí se había preocupado de la educación de Tyler y Dillon. Fue Kimberly Mackenzie, la joven maestra de Streetman, la que se encargó de darle clases a Olivia. La chiquilla hablaba con ella de muchos temas. Kimberly no pudo convertirla en una dama. Pero sí podía abrirle la mente. Le habló de los derechos de las mujeres.
-Hablas como mi madre-opinó Olivia.
            Estaban sentadas bajo un árbol que crecía en el jardín de la escuela. Las clases habían terminado, pero Olivia prefería quedarse un ratito más a hablar con Kimberly.
-Si te fijas bien, somos más parecidas de lo que pensamos a los hombres-le indicó la maestra-Hablamos, al igual que ellos.
-También pensamos-recordó Olivia.
-Y pensar está bien. Nos diferencia de los animales.
-Pero hay personas que se portan como animales. Hacen auténticas barbaridades. Y me dan miedo.
-No debes de tener nunca miedo de nadie, Livie. ¡Seguro que eso es algo que te habrá dicho tu madre muchas veces! Has de ser siempre fuerte. Mirar a la vida cara a cara. Y levantarte cuando te tiran.
-Siempre que me tiran, me levanto. ¡Y les parto las narices de un puñetazo!
-Y haces bien.
            Olivia tenía trece años y estaba asustada. Había cosas que no entendía. Su cuerpo, de pronto, parecía que estaba cambiando. Y eso le asustaba.

            Después de su incidente con Shane, Olivia amaneció una mañana con fiebre muy alta.
            Sean fue corriendo a buscar al médico del pueblo. El doctor Castro. Éste acudió enseguida a La Isaura a atender a Olivia. Le diagnosticó fiebre cerebral. Sarah aguantó la compostura mientras el médico examinaba a Olivia.
-¿Se va a morir nuestra hermana?-quiso saber Dillon.
            Sean lo echó de la habitación. Sarah no entendía el porqué su hija había sufrido una enfermedad que atacaba a los nervios. ¡Sólo tenía trece años!
            Olivia tardó una semana en recuperarse. Sarah no se separó de su lado. No entendía el porqué su hija había caído enferma.

            Casarme fue un error, pensaba Sarah.
            Nunca debí de hacerlo.
            Miró por la ventana. Vio a Olivia entrar y salir del establo mientras corría. Se estaba criando como una salvaje.
-¡Madre!-la llamó-¡Mírame!
            Y se puso a hacer el pino.
-¡Por el amor de Dios!-se escandalizó Tyler-¡No hagas eso!
            Dillon se echó a reír.
-Podría ganarse la vida trabajando en un espectáculo ambulante-sugirió.
-¡Qué gran idea!-exclamó Olivia.
            Es como estar viéndome a mí cuando tenía su edad, pensó Sarah. Yo era así cuando tenía trece años. Salvaje y confiada…
            Su matrimonio con Sean era un fracaso. Pero él no quería dejarla ir.
            Eso era sabido por todos.
            Sarah apoyó la frente contra el cristal de la ventana. Cerró los ojos.
            Odiaba sentir sobre su cuello los besos que le daba Sean en la cama. Sus hijos estaban dormidos. Sean la buscaba. Y ella debía de cumplir como mujer. A pesar de que en su interior se rebelaba contra esa idea. Tragaba saliva. Su marido la abrazaba. La acariciaba. La besaba. Y Sarah debía de corresponder a sus besos. Debía de abrirse de piernas cuando él así lo quería.
            Pero ella había descubierto los besos de otro hombre. Las caricias de otro hombre…Los abrazos de otro hombre…Y ella lo que quería era estar entre los brazos de aquel otro hombre. Quería tocarle. Quería huir con él. Quería ser su mujer. No quería seguir siendo la esposa de Sean O’Hara.
            Debió de haberlo abandonado hacía mucho. Cometió un error al seguir a su lado.
            Le daba miedo abandonarle.
 -¡Sally!-la llamó Sean-¿Dónde estás?
            Ella abrió los ojos de improviso.
-Ya voy, esposo-contestó-Es que estaba distraída.
-Tengo hambre-anunció Sean.
-Voy a decírselo a Nora. Os preparará algo.
-Come tú también. Estás muy delgada.
-Es por el trabajo. Siempre estoy haciendo algo.
-Deberías de descansar más, Sally.
            Poco o nada quedaba de la mujer apasionada que había sido en su juventud. De la joven que leía a Mary Wollstoncraft. Su sensualidad innata estaba adormecida. Sean no había sido como ella había esperado. Con él, había tenido a sus tres hijos. Le estaba agradecida por ellos.
            Oía a Olivia reír. Estaba jugando con sus hermanos. Sarah vio cómo Sean subía la escalera que conducía a su cuarto. Iba a cambiarse de ropa. Y a lavarse un poco.
            No se conformaba con ser una madre y una esposa sumisa.

            La luz de la lámpara iluminaba la silueta de Sarah. Estaba cosiendo una falda. Se le había roto hacía algunas semanas. Por fin tenía tiempo para coserla.
            Ya era de madrugada. Sean se habría acostado. Olivia también se había acostado. Los únicos que no estaban en el rancho eran Dillon y Tyler.
-¡Qué no vengan borrachos!-pensó Sarah-¡Qué vengan pronto!
            Se imaginó a sus hijos besuqueándose con las chicas del saloon.
            Éste llevaba abierto hacía algún tiempo.
            Las mujeres del pueblo se quejaron. Y con razón.
            El saloon era un antro de perdición. Los hombres acudían allí a acostarse con mujeres que no eran la suya. Perdían grandes sumas de dinero en partidas de póker. Bebían whisky hasta perder el conocimiento. Se metían en peleas. Una vez, un camarero del saloon le partió una silla a Tyler en la espalda mientras peleaba con él. Le tocó a Sarah curarle.
            Otras veces, lo había sacado ella del calabozo. A Tyler y a Dillon. El sheriff Clanton los había arrestado. Sarah pagaba las fianzas de sus hijos. No le contaba nada a Sean.
            Había visto a Dillon y a Tyler regresar a casa borrachos casi al amanecer. Sarah sabía que sus hijos no eran felices en La Isaura. No compartían su amor ni por aquel rancho ni por aquellas tierras. Sarah intuía que sus hijos querían irse de allí. Una vez, Dillon le confesó que no se había ido de Streetman por ella.
            Sarah dejó de coser. Miró la falda a la luz de la vela para ver cómo había quedado. Se quedó satisfecha con el resultado. Aseguró la costura. Cortó el hilo.
            Se oía el tic-tac del reloj de pie que había en el pequeño salón.
            Sean lo había comprado hacía poco. Un gasto inútil, pensó Sarah.
            Guardó las tijeras, la aguja y la bobina de hilo en su caja de costura. Dobló cuidadosamente la falda. Pensó que Sean estaría dormido. Podía ella acostarse tranquilamente en la cama sin despertarle. Lo último que quería aquella noche era tener que cumplirle como esposa. Sarah apagó la lámpara.
            Subió despacio la escalera.
            Procuró no tropezar con ningún escalón. Oyó risas en la distancia. Y pensó que Dillon y Tyler acababan de regresar a casa.    

            Ojos de Halcón había conocido a su mujer, Mujer Cazadora, años antes.
            Ahora, era un hombre viudo. Tenía una hija. Dos Nubes. Su hija se había casado. Y era madre de un hijo. En la tribu, se la respetaba como tal.
            El chamán de la tribu, Búho Sabio, quiso hablar un día con él. Búho Sabio era un hombre de largos cabellos grises y rostro surcado de arrugas. Era un hombre muy viejo. Ya era viejo cuando yo nací, pensó Ojos de Halcón. Le invitó a pasar a su tipi. Le contó que había tenido un sueño extraño. Ojos de Halcón era el hermano del jefe de la tribu. El segundo hombre más importante. Junto con el chamán.
-¿Qué quieres contarme?-le preguntó Ojos de Halcón.
-He visto cosas raras-respondió el chamán.
-Los espíritus tratan de decirte algo.
-No son los espíritus. Son mis ojos.
-¿Qué quieres decirme, viejo?
            Ojos de Halcón sabía a lo que se estaba refiriendo Búho Sabio. Lo que no quería era seguir escuchándole. Sabía que lo que estaba haciendo era una locura. Una mujer blanca que, encima, estaba casada con un hombre blanco.
            Búho Sabio los había visto. Fue en el límite del campamento. No les dijo nada. No en aquel momento.
            Vio a Ojos de Halcón en brazos de aquella mujer.
            Los dos medio desnudos…Se besaban. Se acariciaban. Se abrazaban. Acabaron acostados en el suelo. Búho Sabio estaba arrepentido de no haberle dicho nada al marido de Mujer Cazadora. Había sido un error.
-¿Te has vuelto loco?-le espetó a Ojos de Halcón-¿Es que quieres que su marido te mate?
-Yo la amo.
            Búho Sabio alzó los brazos en alto.
-Siempre pensé que eras un hombre sensato-observó con amargura.
            El matrimonio de Ojos de Halcón con Mujer Cazadora ya estaba pactado.
            Sus padres acordaron la unión cuando ellos eran aún unos niños. La unión se hizo oficial cuando ambos crecieron. Mujer Cazadora era la madre de Dos Nubes. Y Ojos de Halcón la quería por eso.
            Siempre sintió un gran cariño hacia ella.
            En la adolescencia, a sabiendas de que se iban a casar, le hacía la corte. Le gustaba visitar su tipi y hablar durante horas con ella. Siempre bajo la atenta  mirada de la madre de ella. El padre de Mujer Cazadora era sobrino de Búho Sabio. Ahora, éste sabía la relación que unía a Ojos de Halcón con aquella mujer blanca, Sarah O’Hara.
-Ahora, veo que me he equivocado-se lamentó Búho Sabio.
-Quise mucho a Mujer Cazadora-le aseguró Ojos de Halcón-La honré como mi mujer. Y siempre ocupará un lugar en mi corazón.
-No estoy hablando de tu mujer. Estoy hablando de la mujer por la que pretendes traicionarnos.
-Nunca traicionaré a mi tribu. Yo quiero a Ojos Azules. Tendrán que entenderlo.
-Esa mujer será tu perdición.
-Es un regalo que me han dado los dioses.
-Los dioses pueden hacernos regalos llenos de ponzoña. Ten cuidado. De la misma manera que esa mujer blanca será tu perdición, tú serás la perdición de ella.
            Ojos de Halcón no entendió lo que quería decirle Búho Sabio. ¿Cómo podía ser su adorada Ojos Azules su perdición? ¡Era ridículo! Y él tampoco podía ser la perdición de ella. La adoraba. El único que podía causarle una desgracia era el hijo de perra de su marido. El tal Sean…Aquel hombre nunca había valorado el regalo que le habían hecho los dioses al poner a Sarah en su vida. Aquella mujer le había honrado. Le había dado tres hijos. ¿Y cómo se lo pagaba él? Buscando refugio entre los brazos de otra mujer. Sarah no se lo merecía.

            Sarah se enderezó la falda de su vestido y fue a reunirse con su familia. Menos de cinco minutos después, Olivia fue a la cocina. La cocinera, Nora, una jovencita de color apenas unos años mayor que Olivia, estaba partiendo unos pimientos. Eran para la cena.
-¿Sabes hacer tacos, Norita?-le preguntó Olivia.
-No-respondió la aludida-¿Tacos? ¿Y usted, señorita? ¿Los sabe hacer?
-Tampoco. Pero voy a conseguir la receta de los tacos. Los he probado en casa de los Santana. Y están buenísimos, Norita.
-María tiene unas manos de ángel. Lo mismo sabe limpiar. Que sabe hacer la comida.
-Consígala. La receta…Digo. Entonces…Hablaremos.
            Nora vertió aceite en una sartén. Encendió el fuego. Puso la sartén en el fuego. Cuando el aceite empezó a hervir, echó los pimientos.
-¿Qué vas a hacer de cena?-quiso saber Olivia.
-Es una sorpresa-contestó Nora-Si se la cuento, ya no será una sorpresa.
            Había patatas peladas y partidas encima de la mesa. Olivia le dedicó una sonrisa algo desdentada a Nora. Salió corriendo de la cocina.
-¡Ya sé lo que Norita va a prepararnos de cena!-gritó.

            Días después, Sarah estaba mirando por la ventana.
            Vio una gran polvareda a lo lejos.
            Sean y los chicos se habían ido. Y ella estaba de nuevo sola.
            Su boda con Sean había sido casi a escondidas. Los primeros años en Texas habían sido infernales. No había regresado a Dublín. Pero echaba de menos a su familia. Era mejor así. Llevaba puesto un vestido elegante de color negro. Vestía de negro con mucha frecuencia. Sabía que su hermana Brighid llevaba varios años viviendo en La India en compañía de su marido y de su hijastro. Y que había sido en Calcuta, la ciudad donde vivían, donde Brighid se había quedado embarazada cuando nadie lo pensaba. Y había dado a luz a una niña. Estelle…
            Brighid era feliz.
            Sarah tenía ganas de llorar. Tenía ganas de abrirse las venas. ¿Por qué no se iba de allí?
            Lo único que la unía a Sean eran sus hijos.
            No soportaba los gritos de sus hijos mientras montaban a caballo. No quería escuchar sus risas.
            Se sobresaltó cuando vio una figura aparecer en la distancia. Era una figura alta y Sarah la reconoció enseguida.
            Salió corriendo de la casa. Fue corriendo hacia él. Era Ojos de Halcón.
            Cuando llegó hasta donde estaba él, se abrazaron. Y se besaron apasionadamente.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Sarah.
-No te preocupes ni por tu marido ni por tus hijos-respondió Ojos de Halcón. Cogió las manos de Sarah-Los he visto montados a caballo. No volverán en un rato.
-Pero…-Sarah balbuceaba-Puede verte cualquiera.
-No me importa. Te amo.



            El corazón de Sarah daba brincos de alegría al escuchar aquella afirmación. Porque ella también amaba a aquel hombre honesto y bueno. Lo abrazó con fuerza, deseando fundirse con él.
-Aunque yo te ame con todas mis fuerzas, no podemos estar juntos-se lamentó-Tu gente no lo entendería. Y están mis hijos. Y mi marido…
-Ese hombre no te merece, Ojos Azules-afirmó Ojos de Halcón. Acunó entre sus manos el rostro atormentado de Sarah. La besó en la frente-Canta conmigo la canción junto al fuego principal. Serás mi esposa a los ojos de mi gente. Ellos…Te respetarán como tal. Te haré feliz. Ese hombre no merece ser tu marido porque te ha engañado. Y yo quiero honrarte como mi mujer.
-Mis hijos no lo entenderían-Sarah tenía ganas de echarse a llorar-Su padre tendrá muchos defectos. Pero sigue siendo su padre-Cogió la mano de Ojos de Halcón.
-Lo último que quiero es que sigas viviendo como una desgraciada al lado de ese malnacido.
-Es un malnacido, lo sé. Pero estoy casada con él. Es el padre de mis hijos.
            Un sollozo se escapó de la garganta de Sarah. Ojos de Halcón apoyó su frente contra la frente de ella. No podía dejarla allí. Pero eran muchas las ataduras que unían a su adorada Ojos Azules a aquel bastardo de Sean O’Hara. Pero él volvería. Y se llevaría a Sarah consigo.
            La besó con pasión y con anhelo. Deseó poder grabar para siempre en sus labios el sabor de la boca de Sarah.
           
            Sean no me besa como besas tú, pensó Sarah. No quiero estar con él.
            Sintió cómo su marido la besaba en los labios. Un beso suave…Tierno… Dulce…
            Sean quería hacer propósito de enmienda. A pesar de que Sarah ya no lo amaba. Su mente la traicionaba. La hacía pensar en lo que no era. Le hacía visualizar imágenes de ella medio desnuda en brazos de un apuesto hombre de tez morena. Un hombre que no era su marido. El que estaba delante.
-¿Estás bien?-le preguntó Sean.
-¿Eh?-inquirió Sarah-Perdona. Yo…No te había escuchado.
-Digo que si estás bien. Te has puesto a llorar esta mañana. Y no me has dicho el porqué.
-Es…Ha sido una tontería. No ha pasado nada. No era nada. En serio…
            Le estaba mintiendo. Sarah era incapaz de llevar aquella doble vida. Siempre había pensado que era honesta.
            Dulce…Tolerante…Buena…Amable…Respetuosa…Cariñosa…Responsable… Tranquila…Buena madre…Buena esposa…Ésa era Sarah. Sean le sonrió. Quería mucho a su mujer. Pero sospechaba que ella no era feliz.
            La culpa es mía.
            Sean sabía que el único culpable de la desgracia de Sarah era él. Nunca debió de haberse fijado en Dawn Beckham. Nunca debió de haberse liado con ella. Jamás debió de haberse acostado con ella de nuevo. Ethan y Freddie eran sus hijos.
            Sarah lo sabía. Sean la había decepcionado. Pero seguía a su lado por algún motivo que Sean no alcanzaba a entender.
-Me preguntó qué hará Nora para comer-se preguntó Sean en voz alta.
            Sarah estaba bordando. Era un pañuelo lo que bordaba.
            Miró a su marido.
-¿Es que tienes hambre?-quiso saber.
            Sean dejó escapar una risita.   
            Sarah deseó estar muerta. No amo a mi marido, pensó. Yo estoy enamorada de otro hombre. Pero…Mi querida hermana…Desearía que estuvieras aquí, Brighid. Necesito hablar con alguien.
-Me canso de estar todo el día haciendo algo-se sinceró Sean-Cuando no estoy intentado domar un caballo, estoy construyendo una verja. Tengo un hambre terrible. Me comería un búfalo entero.
-Ve a buscar a los chicos-le pidió Sarah-Estarán en sus habitaciones. Olivia estará leyendo. ¡Y a saber lo que estarán haciendo Dillon y Tyler! No se les oye. Dile también a Nora que prepare algo de comer. Lo que quiera.
-De acuerdo. Cualquier cosa que haga me parece bien. ¡Qué buenas manos tiene para la cocina! La echaré de menos el día que decida irse.
            Sean se puso de pie. Besó de nuevo a Sarah. Salió del pequeño salón.
            Ella recordó el baile de máscaras al que asistió una vez en Dublín. Vestida con aquel vestido de color azul, Sarah tuvo la sensación de que se había disfrazado. Ella llevaba luto por su matrimonio fracasado Y por alguien más…
            Una vez que Sean se hubo ido, Sarah dejó de bordar. Estaba cansada. Odiaba aquella vida.
            Y tenía la sensación de que odiaba a su marido.
            La mantenía prisionera en aquel lugar.
            Muchas noches, cuando Sean estaba dormido, Sarah salía al porche y permanecía un buen rato sentada en él. Miraba en todas las direcciones en busca de Ojos de Halcón. Algunas veces, no aparecía. Pero…
            Había veces en las que sí aparecía. No podían estar mucho tiempo juntos. Él debía de regresar al campamento. Ojos de Halcón no le contó que Búho Sabio lo sabía. Y le había dicho que su relación estaba maldita. Que nunca estarían juntos. Sarah tenía que regresar a su habitación antes del amanecer. Se acostaba junto a Sean. Y visualizaba una posible vida junto a Ojos de Halcón viviendo con él en el campamento.
            Soy una mujer casada, pensó. Pero no estoy casada contigo.
            Tengo tres hijos con Sean.
            Pero yo quiero estar contigo. Quiero cantar contigo esa canción junto al fuego principal.
            Mi amor…
            Sean no lo sabe. Pero no creo que tarde mucho en enterarse. Es un experto en engañar a los demás.
            Me engañó a mí jurándome un amor que nunca me tuvo.
            Sarah se arrepentía sinceramente de haberse casado con Sean.

            Muchos eran los vecinos que se acordaban de Sarah O’ Hara.
Para muchos, era una Santa. Para otros, era una pobre desgraciada.
Aguantó mucho al lado de su infiel marido. Intentó ser una buena esposa. Permaneció a su lado en todo momento. Ya no lo amaba. Pero creía que estaba haciendo lo mejor para sus hijos. En el fondo, sabía que no era así.
Era de familia católica e iba a Misa todos los días. Una costumbre que siguió fielmente cuando llegó con Sean al pueblo. Era muy trabajadora. Sufría en silencio las infidelidades de Sean. Era bondadosa. Intentaba sonreír a todo el mundo. Su gran belleza se fue marchitando a medida que iba pasando el tiempo.
Según Dos Nubes, Sarah era una de las pocas mujeres blancas que se había preocupado sinceramente por los comanches. Solía visitar el campamento que estaba a las afueras del pueblo. Traía comida en tiempos de necesidades. Y siempre estaba tejiendo ropa para los niños. O les traía juguetes.
Cuidaba a los enfermos que había en el campamento. Lloraba cuando moría alguien. El padre de Dos Nubes, Ojos de Halcón, decía que Sarah tenía alma comanche. A pesar del tono blanco de su piel.
Algunos hombres llegaron a enamorarse platónicamente de Sarah. Pero ella nunca dio falsas esperanzas a nadie. Dos Nubes tenía un recuerdo. Ella oía desde su tipi a su padre hablar con Sarah. Ojos de Halcón era viudo. Por aquel entonces, Dos Nubes iba a celebrar su ceremonia de iniciación. Ya había empezado a menstruar. Ante la tribu, era ya una mujer adulta. Pese a que acababa de cumplir doce años.
Dos Nubes no podía conciliar el sueño. Daba vueltas y más vueltas.
Estaba empezando a amanecer.
Sarah se había enterado de que Sean había vuelto a las andadas con Dawn.
Y eso no era lo peor. Lo peor de todo era que Dawn estaba esperando un segundo hijo de Sean. Y eso era algo que hería a Sarah. Ella quería perdonarle. Pero no podía.
Aquella noche, Sarah no durmió en La Isaura. Se fue a dormir lo más lejos posibles de Sean. Sus pasos la llevaron hasta el campamento. Durmió en los límites del mismo. De madrugada, Ojos de Halcón la encontró dormida en el suelo. La despertó. La llevó hasta el campamento.
-Nunca serás una molestia-le dijo a Sarah.
-No podía soportar estar bajo el mismo techo que Sean.
-¿Te vas a quedar aquí para siempre, Ojos Azules?
-No puedo. Mis hijos…No puedo abandonarlos. ¡Qué locura!
Entonces, Dos Nubes escuchó el sonido de unos besos apasionados.
Se levantó. Salió del tipi. A lo lejos, creyó ver dos figuras que se acercaban abrazadas. Se metió de nuevo dentro del tipi.
-Vente con nosotros, Cielo Azul-le dijo Ojos de Halcón a Sarah.
Dos Nubes pensó que estaba sacando aquella situación de contexto.
-No podría dejar a mis hijos-oyó decir a Sarah-Lo que pasó entre nosotros la otra noche fue un error. Pero...No me arrepentiré de haber estado entre tus brazos.
Dos Nubes estaba atónita. ¡Su padre y Sarah O' Hara! Esto es imposible, pensó. No puede estar pasando.
-Hablaré con Lobo Gris-le dijo Ojos de Halcón a Sarah-Expondré lo sucedido. Hablaré con tu marido si es preciso. Pero ese hombre no te merece, Cielo Azul. Abandónale.
-¿Y qué pasaría con mis hijos?-le preguntó Sarah-Ellos pondrían el grito en el cielo. Sobre todo, Dillon y Tyler. Olivia es aún una niña.
-Sientes lo mismo que yo, Cielo Azul. Es inútil negarlo.
Dos Nubes oyó el sonido de otro beso apasionado. Su padre se había vuelto a enamorar, pensó. Y se había enamorado de una mujer blanca y casada.
Más adelante, Dos Nubes intentó hablar con su padre. Le abordó cuando éste se disponía a salir de casa. Le preguntó si estaba pensando en tomar otra mujer. Ojos de Halcón se encogió de hombros. Le dijo a Dos Nubes que había una mujer que se había colado en su corazón, que quedó malherido a raíz de la muerte de su esposa, la madre de Dos Nubes, cuando ésta tenía cuatro años.
-Pero esa mujer...-insistió la chiquilla-¿Lo sabe?
Ojos de Halcón asintió.
-Lo sabe-contestó-Pero dice que lo nuestro es imposible.
-¿Y es eso cierto?-inquirió Dos Nubes.
Ojos de Halcón montó a lomos de su caballo. Ni él mismo sabía qué responder.
-Tengo que hablar con Lobo Gris y contarle lo que pasa-le dijo-Le corresponde a él tomar cartas en el asunto.
-¡Pero esa mujer te quiere!-afirmó Dos Nubes.
-El problema no es ése. Es un asunto mucho más complicado del que piensas. Y no quiero destrozarle la vida.
El amor de Ojos de Halcón y Sarah fue imposible porque ella no quería abandonar a sus hijos. Dillon y Tyler se negarían a abandonar  La Isaura para vivir en un campamento. Y jamás verían a un comanche como su padrastro.
Sarah se fue consumiendo después de tomar la decisión de renunciar a Ojos de Halcón. Recordaba los momentos vividos a su lado. Los ratos de pasión furtiva en los que ella moría y resucitaba con cada uno de sus besos. Fue su mayor secreto.
Recordaba a la joven alocada que fue cuando conoció a Sean. Jamás debió de haber salido de su pueblo para irse a Dublín, pensaba. Su huida con Sean fue el mayor error que jamás cometió. Él ya fue claro con ella. No podía amarla.
Se sentía atraído por la belleza y el carácter temerario de Sarah. Era divertido coquetear con ella en el balcón. Incluso fue divertido seducirla. Pero no era el hombre apropiado para ser su marido. Sarah se dio cuenta de ello cuando ya era demasiado tarde.

            Olivia entró corriendo en el salón tras regresar de la escuela. Arrojó los libros encima del sofá y buscó a su madre. El salón estaba casi sumido en la penumbra.
-¡Madre!-llamó Olivia.
            Consuela tenía la costumbre de cerrar los postigos para proteger las cortinas del Sol cuando eran las tres de la tarde. Siempre hacía calor en Streetman. Olivia venía toda sofocada. Se secó con la manga de su camisa de corte masculino el sudor que caía por su cara. La casa parecía estar sumida en un profundo silencio. Oía hablar a Consuela y a Nora en la cocina. Pero no podía escuchar nada de lo que decían porque hablaban en voz baja. Olivia subió las escaleras.
-Mamá estará en su habitación-pensó.
            La encontró, efectivamente, en su habitación. Estaba sola. Tenía un libro entre sus manos. Estaba sumida en la lectura de aquel libro. O, a lo mejor, estaba sumida en sus propios pensamientos. No oyó que Olivia la estaba llamando. Estaba intentando leer. Pero no conseguía pasar de aquella página. Hizo ademán de pasar la página. Pero no pudo hacerlo. He de tomar una decisión, pensó Sarah.
            Olivia tropezó con la pata de la cama y soltó una palabrota. Sarah alzó la vista sobresaltada y sonrió al ver a su hija. Olivia vio un brillo extraño en los ojos de su madre. La vio más pálida que de costumbre.
-¿Estás bien, mamá?-le preguntó.
            Sarah respondió que estaba bien. Olivia quiso ver lo que su madre estaba leyendo. Y Sarah le explicó que estaba leyendo una novela. Pamela, de Samuel Richardson. Un regalo que le hizo su madre, Lilian Farrell, cuando era una adolescente. Le contó que se había emocionado al leer un pasaje. Olivia se sentó en la cama, muy cerca del balancín en el que estaba sentada su madre.
-¿Me puedes leer un capítulo en voz alta?-le pidió.
-¿Quieres que haga eso?-inquirió Sarah.
-Sí, mamá.
            Sarah empezó a leer en voz alta el capítulo desde el principio. Le costaba trabajo centrarse en aquella lectura. Había algo que la atormentaba. Olivia lo pudo percibir. Dio por sentado que era por el comportamiento de sus hermanos. Dillon y Tyler eran buenos chicos. Pero los buenos chicos también podían hacer cosas malas. Se lo había dicho Kimberly. Y, además, estaba el rancho. Y todas las cosas malas que le había hecho su padre.
            Sarah sufría.
            Estaba sufriendo.
-Los hombres son unos cerdos-afirmó Olivia-Mr. B quiere hacerle daño a Pamela. Ella no lo puede consentir.
-Ella lo quiere, hijita-apuntó Sarah-Pero quiere conservar su virtud.
-Debería de volarle la tapa de los sesos.
            Sarah sonrió. La presencia de Olivia le hacía olvidar una terrible inquietud que se había apoderado de ella. Su periodo, que siempre había sido tan regular, llevaba varios días de retraso. Han pasado trece años, pensó Sarah. Un embarazo a su edad era algo peligroso. Pero eso no era lo que más le preocupaba a Sarah. Había estado con dos hombres a la vez. Si estaba embarazada, ¿quién sería el padre de su futuro hijo? ¿Su marido Sean? ¿O su amado Ojos de Halcón?
            La angustia se iba apoderando poco a poco de ella.
            Sarah sentía que el rancho ya no era su hogar.
            Pensó seriamente en huir con Ojos de Halcón. Se irían lejos del pueblo. A lo mejor, podían ir al Estado de Colorado. Allí, empezarían de nuevo. Nadie volvería a señalarla por la calle. Nadie volvería a reírse de ella porque su marido había tenido dos hijos con otra. Sarah no pudo evitar esbozar una sonrisa al imaginar que se iba tan lejos de las personas que la humillaban sólo porque su marido, Sean, le había sido infiel. Le olvidaría.
-Me gustaría decirte una cosa, hija mía-dijo Sarah.
-¿De qué se trata?-inquirió Olivia.
-Quiero que sepas que te quiero mucho. Os quiero mucho a tus hermanos y a ti. Sois lo mejor que me ha pasado en la vida. Y, aunque pueda irme lejos, os llevaré siempre en mi corazón. Y en mis pensamientos…
-¿Qué es lo que estás tratando de decirme, madre? No te entiendo. ¿Estás bien?
-Sí, cariño. Estoy bien.
            Sarah se encontró con la mirada incrédula de su hija. De algún modo, Olivia parecía adivinar lo que estaba tratando de decirle su madre. Sarah se puso tensa. No sabía qué hacer.
            Consciente de los temores de su hija, Sarah rodeó el cuerpo de ésta con los brazos y la estrechó contra sí con fuerza. Olivia estaba llorando.
-Es sólo una forma de hablar, hijita-trató de consolarla-¡Por supuesto que no me voy a ir!
-Tenía la sensación de que te estabas despidiendo de mí-le confesó Olivia.
-No puedo irme a ningún sitio.
-Madre…¿Es que estabas pensando en abandonarnos? ¿Por qué?
            Sarah acarició el cabello de su hija en un intento por consolarla. Pero Olivia no terminaba de creerse lo que le estaba diciendo su madre. ¿En serio había pensado Sarah en abandonarla a ella y a sus hermanos? Ignoraba la lucha interior que estaba sosteniendo su progenitora. Las dudas que se habían apoderado de ella. Su corazón le decía que su lugar estaba al lado de Ojos de Halcón. Pero el niño que llevaba en su interior. ¿Era hijo de Ojos de Halcón?
            Había yacido con Sean. Eran muchas las noches en las que su marido la abrazaba. La besaba. La acariciaba.
-Madre, tengo mucho miedo-se sinceró Olivia.
-No va a pasar nada, hijita-le aseguró Sarah.
-Tengo la sensación de que está a punto de pasar algo horrible. Pienso que te voy a perder para siempre. Y no podré hacer nada para impedirlo. ¡Madre, no quiero perderte!
-No me perderás, Livie.
-¡Quiero que estés siempre conmigo! ¡Oh, madre!
            Un nudo se formó en la garganta de Sarah.
            Su lugar estaba al lado de Ojos de Halcón. Pero no podía abandonar a Sean.
            Le dijo a Olivia que quería estar sola. La niña abandonó la habitación sin entender lo que le pasaba a su madre. Sarah oyó cómo su hija cerraba suavemente la puerta.
            Agradeció el quedarse sola. Tenía que organizar sus pensamientos. Por un lado, deseaba hacer caso de lo que le decía su corazón. Huir con Ojos de Halcón. Pero Sean… Estaba casada con él. Era su marido ante los ojos de Dios. De la Iglesia…No podía abandonarle.
            Y también estaban sus hijos. Las lágrimas empezaron a rodar por las mejillas de Sarah. No podía abandonar a sus hijos.

Veía sangre por todas partes.
Veía el normalmente tranquilo rostro de Sarah contraído por el dolor. Y veía otra cosa. Veía al padre de Dos Nubes, Ojos de Halcón, llorando junto al cuerpo sin vida de Sarah. La abrazaba con fuerza. Entonces, Sean aparecía y le arrebataba el cuerpo sin vida de Sarah de los brazos.
-¿Qué te has creído, maldito comanche?-le espetó-¡Sally es mi mujer! ¿Me entiendes?
-Una mujer a la que tú jamás respetaste, maldito irlandés-replicó Ojos de Halcón.
Dicho esto, se inclinó sobre Sarah y la besó en los labios amoratados.
De aquella manera acabó la infancia de Olivia.

2 comentarios:

  1. Hola Laura, me ha encantado el cuento.
    Es muy, muy bueno a mi entender, escribes muy bien.

    Saludos.

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    1. Muchas gracias, EldanY.
      Me alegro mucho de que te haya gustado.
      Un saludo, amigo.

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