jueves, 23 de enero de 2014

UN AMOR PROHIBIDO

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de mi novela Un amor prohibido. 
Estará centrada esta parte en un momento especialmente doloroso para la protagonista, para Sarah. Saber que su marido le ha sido infiel y que ha tenido un hijo, Freddie, con otra mujer.

                        En un pequeño pueblo de Texas, Manuela frotó con fuerza unos pantalones cortos. Eran los pantalones de un niño pequeño. Escurrió los pantalones, pero no llegó a tenderlos. Iba a tenderlos. Pero oyó unos gritos procedentes del interior de la casa. Se detuvo en seco. Los pantalones se le cayeron al suelo. No se molestó en recogerlos. Manuela se cogió la falda. Entró dentro de la casa. Se encontró con Elisa, la vieja cocinera.
-¡La señora está muy mal!-le contó.
            Estaba muy alterada.
            Sarah O’ Hara yacía inconsciente en el suelo del pequeño salón. Entre Manuela y Elisa la llevaron a su habitación. La acostaron vestida y con los zapatos puestos en su cama, la misma cama que compartía con su marido, Sean O’ Hara.
            Elisa cogió un pañuelo, lo mojó en colonia y lo pasó por la cara de Sarah. Manuela tocó la frente de la mujer. Sarah estaba en un estado cercano a la inconsciencia. Pero aún estaba consciente. Podía recordar lo que había oído en la tienda de Peggy, la modista. Dawn Beckham estaba de nuevo embarazada. No quería pensar en quién podía ser el padre de aquel bebé.
-Señora, ¿quiere que le diga a Ringo que vaya a buscar al doctor Castro?-le preguntó Manuela.
            Ringo era el hombre que ayudaba Sean con el rancho. Hacía poco que le habían contratado.
-¡No quiero ver a nadie!-respondió Sarah-¡Quiero estar sola!

Sarah estaba sentada en una silla cuando le llegó la carta que le había escrito Brighid. Fuera, estaban sus hijos. Jugaban a perseguirse los unos a los otros. Se sintió más sola que nunca. Brighid estaba tan lejos. Y ella...
            Sarah dejó la carta encima de la mesa.
            Se frotó las sienes con los dedos. Maldijo el día en el que Sean O’ Hara había aparecido en su vida. Sólo le había traído problemas. Lo había amado con rabia y con pasión. Luego, lo había aborrecido con gran intensidad. Pero…Ya no sabía qué sentir por él. Sólo le unían sus hijos. Los tres hijos legítimos que Sarah le había dado.

            Días antes, Sarah fue a la tienda de Clayton. Era la única tienda que había en el pueblo. Clayton había salido y estaba su mujer, Adelita. Era mexicana, como la gran mayoría de los habitantes del pueblo. La puerta estaba abierta. Pero no había nadie.
-¡Hola!-gritó Sarah.
            Oyó voces que venían del interior de la trastienda. Fue a ver lo que pasaba. La escena la dejó estupefacta. Vio la falda de vivos colores que llevaba puesta Adelita. Vio también a una mujer que llevaba puesto un vestido sencillo de color marrón. La cesta que llevaba Sarah en la mano cayó al suelo. La mujer ahogó un grito. Estoy soñando, pensó. ¡Tengo que estar soñando! ¡Esto es una maldita pesadilla!
-Tranquila, gringuita-dijo Adelita mientras pasaba un paño mojado por la frente de la mujer que yacía en el suelo de la trastienda.
            Sarah pensó que estaba viviendo la peor de las pesadillas. Porque reconocía a aquella mujer. La reconocía y sintió cómo la bilis le subía por la boca. Quiso salir corriendo. Quiso ponerse a gritar toda clase de barbaridades. Pero no pudo. Se limitó a permanecer allí paralizada. Muda…
-El bebito ya está casi fuera-dijo Adelita-Respira hondo, gringuita. Estamos acabando.
            Era Dawn Beckham. ¡La zorra con la que le había engañado Sean! Sarah supo que estaba de parto.
            Dawn Beckham era una mujer de constitución robusta. Muy distinta a Sarah… Más parecida a Sean…Tenía el cabello de color castaño rojizo. Su vientre era muy voluminoso. Debió de haber ido a comprar. Debió de haberse puesto de parto mientras compraba. Y le tocó a Adelita asistirla.
-¡Oh, lo siento mucho!-sollozó Dawn-¡No sé porqué lo hice! ¡Dios, perdóname por haber pecado! ¡Soy una fornicadora!
            No, pensó Sarah. Eres una furcia.
-Ya falta poco-la animó Adelita-Ya habrá nacido el bebito ya mismito. Aguanta. Sigue mis instrucciones. Todo va bien. Y Dios te perdona. Aunque hayas pecado, te perdona porque es muy bueno.
-¡Él no me perdonará!-sollozó Dawn-¡Lo que hice estuvo mal!
            Gritaba de dolor. Las contracciones eran cada vez más frecuentes. Notó cómo el bebé iba saliendo.
-Tienes que guardar tus fuerzas para cuando llegue el momento de sacar al bebé-le indicó Adelita-Ahorita, descansa un poco. Pero no te me duermas. Eso sería malo para los dos.
            ¿Qué hago?, se preguntó Sarah con el corazón encogido. Adelita estaba acomodada entre las piernas desnudas de Dawn. Ésta tenía la falda subida hasta las caderas. Las medias y los calzones yacían ensangrentados en el suelo de la trastienda.
-¡Ya está aquí!-trinó Adelita-¡Ya está aquí!
            En los brazos de Adelita cayó un hermoso niño. Tenía el cabello de color rubio ceniza.
-¡Mira que bebito más lindo has tenido, Dawn!-le dijo a la parturienta-¿Verdad que es el bebito más lindo del mundo?
            Buscó unas tijeras con las que cortar el cordón umbilical. Golpeó al bebé en las mejillas para hacerle respirar. Entonces, el recién nacido empezó a llorar. Y Sarah también empezó a llorar.


            Entonces, Adelita se dio cuenta de que no estaba sola con Dawn y con el bebé en la trastienda.
            Dawn se había empezado a sentir mal el día antes. Pero no le dio demasiada importancia. Creyó que daría a luz con la ayuda de una comadrona, igual que cuando nació Ethan. Pero no fue así. Fue a comprar comida a la tienda de Clayton porque no tenía más remedio que ir. Ya en el interior de la tienda, rompió aguas. La esposa de Clayton la atendió. Era una mujer muy amable.
            Sarah salió corriendo de la tienda. La última humillación que había sufrido era asistir al nacimiento del hijo bastardo de su marido.
            Llegó al rancho.
            Cerró la puerta con fuerza. Se apoyó en la madera. Rompió a llorar.
            Se sentía tentada a coger a sus hijos y abandonar a Sean. Aquel hombre nunca la había amado como ella merecía ser amada. Se maldijo así misma por haber sido tan estúpida y haber huido con él. Ahora, era demasiado tarde como para dar marcha atrás en el tiempo.
            En aquel momento, Dillon, Tyler y Olivia entraron de la calle.
            Entraron por la puerta de la cocina.
            Llamaron a gritos a su madre. La encontraron llorando en el recibidor.
-¿Qué ocurre, madre?-le preguntó Dillon.
-Enhorabuena, hijos míos-respondió Sarah con toda la sangre fría que pudo reunir. Quería aparentar una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir. Miró a sus hijos y tragó saliva-Habéis tenido un nuevo hermano.
            Se miraron sin entender nada. El único que pareció que entendía algo fue Dillon. Había oído muchos rumores. Y había oído demasiadas cosas en sus pocos años de vida. Fue hacia su madre. La envolvió en un fuerte abrazo.
-No llores, madre-le pidió-Padre no lo merece.
            Tyler y Olivia imitaron a Dillon. También abrazaron a su madre.

            Oyó los cascos de un caballo. Consuela, su criada, fue a abrir la puerta.
-¡Señor!-exclamó.
            Sarah se puso de pie. Fue a recibir a Sean. Desde hacía mucho, había aprendido a disimular. A fingir que todo iba bien. Sean se lo había pedido. Y ella había decidido seguirle la corriente. Todo lo hacía por el bien de sus hijos. Dillon, Tyler y Olivia no tenían la culpa de ser hijos de un putero.
-¡Sarah!-la llamó Sean.
-¡Estoy aquí!-contestó ella.
            Sean entró en el salón, donde estaba su esposa. Saludó a Sarah dándole un beso en la mejilla.
-¡Qué contento estoy de estar de nuevo en casa!-afirmó. Se dejó caer en el sofá-Estoy harto de viajar. Todo lo hago para que el rancho salga adelante.
-Me alegro de verte-dijo Sarah.
-Pues no lo parece-observó Sean.
            Sarah le enseñó la carta que había recibido de Brighid. Le contó que su hermana estaba esperando su primer hijo. Sean se echó a reír.
-¡Pero si es muy vieja!-se rió.
-Debe de ser una epidemia-replicó Sarah con intención-No es la única que va a tener un hijo. Que yo sepa, ya ha nacido el hijo de Dawn Beckham. ¿Cómo se llama? Frederick…
-¡Sarah, por Dios! ¡Ya te he pedido millones de veces perdón! Sólo fue un desliz. Nada más.
            Sarah meneó la cabeza mientras contemplaba a su marido casi al borde de un ataque de nervios. ¿En serio consideraba a aquel niño un simple desliz? Todo el mundo la señalaba cuando salía a la calle. Y también señalaba a Dawn.
-Ese niño necesita que su padre se ocupe de él-aseveró Sarah.
-Mis hijos son Dillon, Tyler y Olivia-replicó Sean-No tengo más hijos. Y mi única esposa eres tú.
-Te olvidas de tus otros dos hijos. Estarás casado conmigo, pero Ethan y Frederick no son mis hijos. Tú los has engendrado. Tú eres su padre. Aunque los haya parido otra mujer que no soy yo.
            Sean se dejó caer en una silla. Sólo había estado con Dawn una vez después de su ruptura decidida por ambos.
            Una vez…Y Dawn se había quedado embarazada. No podía decir que Frederick no era hijo suyo. Tanto él como Ethan se le parecían muchísimo.
            Había caído en brazos de Dawn y se había dejado embriagar por sus besos.
            No fue Dawn la que le contó a Sarah que iba a tener un hijo con su marido.
            Fue la chismosa de Peggy, la modista del pueblo.
            Peggy les había visto. Los encontró abrazados en el huerto que había detrás de la casita de Dawn. Él besaba el cuello de la mujer. No supo porqué lo hizo. Se justificaba así mismo diciéndose que era por culpa de Sarah. Hacía mucho que su mujer decía que no tenía ganas. Y, cuando las tenía, apenas se movía. Sean tenía la sensación de estar en brazos de una estatua. Y, cuando besaba a Sarah, parecía que ésta era de hielo. Nunca hubo una gran pasión en su matrimonio. El sexo era algo que no terminaba de gustarle del todo a Sarah. Y Dawn era una mujer apasionada. Dura como la tierra, pero, al mismo tiempo, sencilla. Se volvió loco con sus apasionados besos y acabó sucumbiendo de nuevo a la tentación.
Pero Peggy tuvo que encontrarles retozando en el huerto. Y tuvo que ir contándoselo a todo el mundo. Le faltó tiempo para ir a contárselo a Sarah cuando se la encontró en la calle. Lo malo era que iba con los niños. Cuando Sean regresó a casa, su esposa le estaba esperando en el recibidor. Le abofeteó y le increpó a modo de saludo. No fue capaz de decir algo. Sentía una vergüenza infinita. Le había vuelto a hacer daño a Sarah.
            Luego, se supo que Dawn estaba embarazada. Ella no quería decir el nombre del padre de su hijo.
            ¿Para qué iba a decirlo? Gracias a Peggy, todo el mundo lo sabía. Sarah fue a verla para preguntarle si Sean era el padre del bebé que esperaba. Dawn no dijo nada. Se limitó a asentir mientras sus ojos avergonzados se clavaron en la cara descompuesta de Sarah. La mujer se fue de la casita de madera donde vivía Dawn con su hijo Ethan hecha un mar de lágrimas. A punto estuvo de matar a Sean cuando llegó al rancho. No lo hizo. La visión de sus hijos fue lo que la detuvo.
            Sabía que su matrimonio estaba acabado. Sólo se aguantaban por los niños.
            Adelita fue la que asistió a Dawn meses después cuando dio a luz a su hijo. Sabía algo de partos. Su madre había sido comadrona en un pequeño pueblo cercano a Acapulco. Adelita ya tenía cuatro hijos con Clayton. Era la única persona en el pueblo que no juzgaba a Dawn. Decía que Dios se encargaría de juzgarla llegado el momento. Los hombres miraban con deseo a Dawn. Las mujeres la culpaban de haber seducido a Sean. Sarah creía que Sean era tan culpable como Dawn. Porque él pudo haber frenado a tiempo.
            Así, no habría tenido otro hijo con ella.
            Sarah sabía que Sean había ido a verlo. Que si su marido había terminado acostándose con Dawn era porque había ido a ver a Ethan. Que, a pesar de todo, su esposo se preocupaba por los dos hijos ilegítimos que había engendrado. Y que Freddie no sería una excepción. Aunque no llevaran nunca el apellido O’ Hara.
-El niño está bien-dijo Sean-Es un poco más débil que Ethan. Pero crece sano.
-Me alegra saberlo-dijo Sarah.

            No quiso ver al niño. Le dolía verlo y recordar el engaño de su marido. Sarah no derramó ni una sola lágrima. Era mejor no llorar. Supo algunas cosas del niño a través de los vecinos. Sarah deseaba gritarles que no quería saber nada del hijo que su marido había tenido con otra mujer. Aquel niño era el fruto de la peor de las traiciones.
            Se enfadó con Olivia cuando supo que la niña se había escapado para ir a casa de Dawn. Quería conocer a su nuevo hermanito. Sarah no sabía qué pensar. Después de todo, el pequeño Freddie y Ethan también eran hermanos de sus hijos. Dillon y Tyler no mostraron interés alguno en ellos. Pero Olivia parecía sentir cierta fascinación hacia el pequeño Freddie. Algo que no gustaba nada ni a Sarah ni a Dawn.
            Una epidemia de cólera azotó el pueblo. El cementerio se quedó pequeño.
            Sean no quería salir de su casa. Tenía miedo de contagiarse. Le quedaba el consuelo de ver que tanto Sarah como los niños estaban bien.
            Le tocó enterrar a sus vecinos. Sean tenía miedo de que sus hijos fueran, incluso, al establo. La Parca se ha cebado con nosotros, pensaba Sean mientras cavaba una tumba para enterrar a un sobrino de Clayton. Se le hizo un nudo en la garganta al contemplar el pequeño ataúd en el que estaba metido el niño. Debía de tener la misma edad que tenía su hijo Freddie. Apenas unos meses de vida…La Muerte no respeta ni a los niños, pensó Sean.
            Dejó de cavar y se secó las lágrimas que empañaban sus ojos.


 Sarah pensó que no iban a quedar vecinos en pie y que el doctor Castro necesitaría más ayuda de la que recibía. El hombre podía caer enfermo en cualquier momento. Y, para colmo de males, llegó la noticia de que Dawn y el pequeño Freddie también estaban enfermos. Según supo Sean, el pequeño Freddie era el que peor estaba de los dos. Su madre había enfermado mientras lo cuidaba. Tenía una fiebre muy alta. Cuando se enteró, Sean fue corriendo a verle. Sarah lo dejó ir, consciente de que su marido tenía que cumplir con su responsabilidad. Y tenía una responsabilidad enorme con Dawn y con Freddie. A punto estuvieron de morir por culpa del cólera. Adelita convenció a Clayton de que debían de ocuparse del pequeño Ethan.
El niño estuvo con ellos mientras su madre y su hermanito estuvieron enfermos.
No lloró.
Era un niño fuerte.
Se llevaba año y medio con Tyler. Sabía cómo le llamaban en el pueblo. Odiaba a Sean por lo que le había hecho a su madre. Por lo que le había hecho a él. Bastardo… Era un bastardo. Y la culpa de todo la tenía Sean. También culpaba a su madre. No era un mal crío. Pero estaba lleno de resentimiento.
Aún así, estaba preocupado. Freddie está enfermo porque nuestros padres han pecado, pensaba Ethan.
Sarah no le ocultó la noticia a sus hijos. Debían de saberla. Olivia tenía seis años. Dillon tenía doce. Tyler tenía nueve. Ya eran mayores.
            Cuando se enteró, Olivia estuvo llorando.
-Ese niño no es nuestro hermano, Livie-le dijo Dillon al encontrarla llorando oculta tras un baúl en el desván-Es sólo el hijo que nuestro padre ha tenido con otra mujer.
-¡Es mi hermanito!-insistió la niña.
-¡No lo es!
-Sí que lo es. Padre lo ha tenido con otra mujer que no es madre. Pero es mi hermanito. ¡Y yo lo quiero!
            Dillon no supo rebatir las razones de su hermanita.
            Fue un milagro que Dawn y Freddie sobrevivieran. Sarah no pudo impedir que Sean fuera a verles. No quería retenerle a su lado y Sean estaba angustiado por la suerte de sus dos hijos ilegítimos. Le quedó a Sarah el consuelo de saber que el cólera había dejado estéril a Dawn.
            Olivia se puso muy contenta cuando supo que Freddie estaba fuera de peligro.
            Y fue corriendo a verle.
            A partir de ahí, Olivia se volcó por completo en su hermanito. Dawn era todavía muy joven, pero se alegraba en su fuero interno de saber que no volvería a quedarse embarazada. Así, le evitaba un disgusto a Sarah O’ Hara.
            Olivia cogía en brazos a Freddie y lo llevaba con ella a todas partes. Sean era un hombre callado y discreto. Se alegraba de corazón de ver a su hijito recuperado. Y le dolía el haberle condenado a ser un bastardo. Quería gritar a los cuatro vientos que Ethan y Freddie eran sus hijos. Lo sabía todo el mundo. Se mostraba cariñoso con el pequeño Freddie. Pero Ethan estaba furioso con él. Ojala pueda ganarme su cariño con el paso del tiempo porque también es mi hijo, pensaba Sean.
            La epidemia se llevó por delante la vida de medio centenar de vecinos del pueblo.

2 comentarios:

  1. Uhmm, preveo líos y menos mal que la epidemia ha limpiado la mitad en el pueblo, jejeje.
    Gafe soy, compréndelo Laura.
    Saludos.

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  2. Uy se ve intersante que pasará? Te mando un beso y te me cuidas.

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