Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de mi novela Un amor prohibido.
Estará centrada esta parte en un momento especialmente doloroso para la protagonista, para Sarah. Saber que su marido le ha sido infiel y que ha tenido un hijo, Freddie, con otra mujer.
En un pequeño pueblo de Texas, Manuela frotó con fuerza unos pantalones cortos. Eran los pantalones de un niño pequeño. Escurrió los pantalones, pero no llegó a tenderlos. Iba a tenderlos. Pero oyó unos gritos procedentes del interior de la casa. Se detuvo en seco. Los pantalones se le cayeron al suelo. No se molestó en recogerlos. Manuela se cogió la falda. Entró dentro de la casa. Se encontró con Elisa, la vieja cocinera.
-¡La señora está muy
mal!-le contó.
Estaba muy alterada.
Sarah O’ Hara yacía inconsciente en
el suelo del pequeño salón. Entre Manuela y Elisa la llevaron a su habitación.
La acostaron vestida y con los zapatos puestos en su cama, la misma cama que
compartía con su marido, Sean O’ Hara.
Elisa cogió un pañuelo, lo mojó en
colonia y lo pasó por la cara de Sarah. Manuela tocó la frente de la mujer.
Sarah estaba en un estado cercano a la inconsciencia. Pero aún estaba
consciente. Podía recordar lo que había oído en la tienda de Peggy, la modista.
Dawn Beckham estaba de nuevo embarazada. No quería pensar en quién podía ser el
padre de aquel bebé.
-Señora, ¿quiere que
le diga a Ringo que vaya a buscar al doctor Castro?-le preguntó Manuela.
Ringo era el hombre que ayudaba Sean
con el rancho. Hacía poco que le habían contratado.
-¡No quiero ver a
nadie!-respondió Sarah-¡Quiero estar sola!
Sarah estaba
sentada en una silla cuando le llegó la carta que le había escrito Brighid. Fuera, estaban sus hijos.
Jugaban a perseguirse los unos a los otros. Se sintió más sola que nunca. Brighid estaba tan lejos. Y ella...
Sarah
dejó la carta encima de la mesa.
Se
frotó las sienes con los dedos. Maldijo el día en el que Sean O’ Hara había
aparecido en su vida. Sólo le había traído problemas. Lo había amado con rabia
y con pasión. Luego, lo había aborrecido con gran intensidad. Pero…Ya no sabía
qué sentir por él. Sólo le unían sus hijos. Los tres hijos legítimos que Sarah
le había dado.
Días
antes, Sarah fue a la tienda de Clayton. Era la única tienda que había en el
pueblo. Clayton había salido y estaba su mujer, Adelita. Era mexicana, como la
gran mayoría de los habitantes del pueblo. La puerta estaba abierta. Pero no
había nadie.
-¡Hola!-gritó Sarah.
Oyó
voces que venían del interior de la trastienda. Fue a ver lo que pasaba. La
escena la dejó estupefacta. Vio la falda de vivos colores que llevaba puesta
Adelita. Vio también a una mujer que llevaba puesto un vestido sencillo de
color marrón. La cesta que llevaba Sarah en la mano cayó al suelo. La mujer
ahogó un grito. Estoy soñando, pensó. ¡Tengo que estar soñando! ¡Esto es una
maldita pesadilla!
-Tranquila, gringuita-dijo Adelita mientras
pasaba un paño mojado por la frente de la mujer que yacía en el suelo de la
trastienda.
Sarah
pensó que estaba viviendo la peor de las pesadillas. Porque reconocía a aquella
mujer. La reconocía y sintió cómo la bilis le subía por la boca. Quiso salir
corriendo. Quiso ponerse a gritar toda clase de barbaridades. Pero no pudo. Se
limitó a permanecer allí paralizada. Muda…
-El bebito ya está casi fuera-dijo
Adelita-Respira hondo, gringuita. Estamos acabando.
Era
Dawn Beckham. ¡La zorra con la que le había engañado Sean! Sarah supo que
estaba de parto.
Dawn
Beckham era una mujer de constitución robusta. Muy distinta a Sarah… Más
parecida a Sean…Tenía el cabello de color castaño rojizo. Su vientre era muy
voluminoso. Debió de haber ido a comprar. Debió de haberse puesto de parto
mientras compraba. Y le tocó a Adelita asistirla.
-¡Oh, lo siento mucho!-sollozó Dawn-¡No sé
porqué lo hice! ¡Dios, perdóname por haber pecado! ¡Soy una fornicadora!
No,
pensó Sarah. Eres una furcia.
-Ya falta poco-la animó Adelita-Ya habrá
nacido el bebito ya mismito. Aguanta. Sigue mis instrucciones. Todo va bien. Y
Dios te perdona. Aunque hayas pecado, te perdona porque es muy bueno.
-¡Él no me perdonará!-sollozó Dawn-¡Lo que
hice estuvo mal!
Gritaba
de dolor. Las contracciones eran cada vez más frecuentes. Notó cómo el bebé iba
saliendo.
-Tienes que guardar tus fuerzas para cuando
llegue el momento de sacar al bebé-le indicó Adelita-Ahorita, descansa un poco.
Pero no te me duermas. Eso sería malo para los dos.
¿Qué
hago?, se preguntó Sarah con el corazón encogido. Adelita estaba acomodada
entre las piernas desnudas de Dawn. Ésta tenía la falda subida hasta las
caderas. Las medias y los calzones yacían ensangrentados en el suelo de la
trastienda.
-¡Ya está aquí!-trinó Adelita-¡Ya está aquí!
En
los brazos de Adelita cayó un hermoso niño. Tenía el cabello de color rubio
ceniza.
-¡Mira que bebito más lindo has tenido,
Dawn!-le dijo a la parturienta-¿Verdad que es el bebito más lindo del mundo?
Buscó
unas tijeras con las que cortar el cordón umbilical. Golpeó al bebé en las
mejillas para hacerle respirar. Entonces, el recién nacido empezó a llorar. Y
Sarah también empezó a llorar.
Entonces,
Adelita se dio cuenta de que no estaba sola con Dawn y con el bebé en la
trastienda.
Dawn
se había empezado a sentir mal el día antes. Pero no le dio demasiada
importancia. Creyó que daría a luz con la ayuda de una comadrona, igual que
cuando nació Ethan. Pero no fue así. Fue a comprar comida a la tienda de
Clayton porque no tenía más remedio que ir. Ya en el interior de la tienda,
rompió aguas. La esposa de Clayton la atendió. Era una mujer muy amable.
Sarah
salió corriendo de la tienda. La última humillación que había sufrido era
asistir al nacimiento del hijo bastardo de su marido.
Llegó
al rancho.
Cerró
la puerta con fuerza. Se apoyó en la madera. Rompió a llorar.
Se
sentía tentada a coger a sus hijos y abandonar a Sean. Aquel hombre nunca la
había amado como ella merecía ser amada. Se maldijo así misma por haber sido
tan estúpida y haber huido con él. Ahora, era demasiado tarde como para dar
marcha atrás en el tiempo.
En
aquel momento, Dillon, Tyler y Olivia entraron de la calle.
Entraron
por la puerta de la cocina.
Llamaron
a gritos a su madre. La encontraron llorando en el recibidor.
-¿Qué ocurre, madre?-le preguntó Dillon.
-Enhorabuena, hijos míos-respondió Sarah con
toda la sangre fría que pudo reunir. Quería aparentar una tranquilidad que
estaba muy lejos de sentir. Miró a sus hijos y tragó saliva-Habéis tenido un
nuevo hermano.
Se
miraron sin entender nada. El único que pareció que entendía algo fue Dillon.
Había oído muchos rumores. Y había oído demasiadas cosas en sus pocos años de
vida. Fue hacia su madre. La envolvió en un fuerte abrazo.
-No llores, madre-le pidió-Padre no lo merece.
Tyler
y Olivia imitaron a Dillon. También abrazaron a su madre.
Oyó los cascos de un caballo. Consuela, su criada, fue a abrir la puerta.
-¡Señor!-exclamó.
Sarah
se puso de pie. Fue a recibir a Sean. Desde hacía mucho, había aprendido a
disimular. A fingir que todo iba bien. Sean se lo había pedido. Y ella había
decidido seguirle la corriente. Todo lo hacía por el bien de sus hijos. Dillon,
Tyler y Olivia no tenían la culpa de ser hijos de un putero.
-¡Sarah!-la llamó Sean.
-¡Estoy aquí!-contestó ella.
Sean
entró en el salón, donde estaba su esposa. Saludó a Sarah dándole un beso en la
mejilla.
-¡Qué contento estoy de estar de nuevo en
casa!-afirmó. Se dejó caer en el sofá-Estoy harto de viajar. Todo lo hago para
que el rancho salga adelante.
-Me alegro de verte-dijo Sarah.
-Pues no lo parece-observó Sean.
Sarah
le enseñó la carta que había recibido de Brighid. Le contó que su hermana
estaba esperando su primer hijo. Sean se echó a reír.
-¡Pero si es muy vieja!-se rió.
-Debe de ser una epidemia-replicó Sarah con
intención-No es la única que va a tener un hijo. Que yo sepa, ya ha nacido el
hijo de Dawn Beckham. ¿Cómo se llama? Frederick…
-¡Sarah, por Dios! ¡Ya te he pedido millones
de veces perdón! Sólo fue un desliz. Nada más.
Sarah
meneó la cabeza mientras contemplaba a su marido casi al borde de un ataque de
nervios. ¿En serio consideraba a aquel niño un simple desliz? Todo el mundo la
señalaba cuando salía a la calle. Y también señalaba a Dawn.
-Ese niño necesita que su padre se ocupe de
él-aseveró Sarah.
-Mis hijos son Dillon, Tyler y Olivia-replicó
Sean-No tengo más hijos. Y mi única esposa eres tú.
-Te olvidas de tus otros dos hijos. Estarás
casado conmigo, pero Ethan y Frederick no son mis hijos. Tú los has engendrado.
Tú eres su padre. Aunque los haya parido otra mujer que no soy yo.
Sean
se dejó caer en una silla. Sólo había estado con Dawn una vez después de su
ruptura decidida por ambos.
Una
vez…Y Dawn se había quedado embarazada. No podía decir que Frederick no era
hijo suyo. Tanto él como Ethan se le parecían muchísimo.
Había
caído en brazos de Dawn y se había dejado embriagar por sus besos.
No
fue Dawn la que le contó a Sarah que iba a tener un hijo con su marido.
Fue
la chismosa de Peggy, la modista del pueblo.
Peggy
les había visto. Los encontró abrazados en el huerto que había detrás de la
casita de Dawn. Él besaba el cuello de la mujer. No supo porqué lo hizo. Se
justificaba así mismo diciéndose que era por culpa de Sarah. Hacía mucho que su
mujer decía que no tenía ganas. Y, cuando las tenía, apenas se movía. Sean
tenía la sensación de estar en brazos de una estatua. Y, cuando besaba a Sarah,
parecía que ésta era de hielo. Nunca hubo una gran pasión en su matrimonio. El
sexo era algo que no terminaba de gustarle del todo a Sarah. Y Dawn era una
mujer apasionada. Dura como la tierra, pero, al mismo tiempo, sencilla. Se
volvió loco con sus apasionados besos y acabó sucumbiendo de nuevo a la
tentación.
Pero Peggy tuvo que
encontrarles retozando en el huerto. Y tuvo que ir contándoselo a todo el
mundo. Le faltó tiempo para ir a contárselo a Sarah cuando se la encontró en la
calle. Lo malo era que iba con los niños. Cuando Sean regresó a casa, su esposa
le estaba esperando en el recibidor. Le abofeteó y le increpó a modo de saludo.
No fue capaz de decir algo. Sentía una vergüenza infinita. Le había vuelto a
hacer daño a Sarah.
Luego,
se supo que Dawn estaba embarazada. Ella no quería decir el nombre del padre de
su hijo.
¿Para
qué iba a decirlo? Gracias a Peggy, todo el mundo lo sabía. Sarah fue a verla
para preguntarle si Sean era el padre del bebé que esperaba. Dawn no dijo nada.
Se limitó a asentir mientras sus ojos avergonzados se clavaron en la cara
descompuesta de Sarah. La mujer se fue de la casita de madera donde vivía Dawn
con su hijo Ethan hecha un mar de lágrimas. A punto estuvo de matar a Sean
cuando llegó al rancho. No lo hizo. La visión de sus hijos fue lo que la
detuvo.
Sabía
que su matrimonio estaba acabado. Sólo se aguantaban por los niños.
Adelita
fue la que asistió a Dawn meses después cuando dio a luz a su hijo. Sabía algo
de partos. Su madre había sido comadrona en un pequeño pueblo cercano a
Acapulco. Adelita ya tenía cuatro hijos con Clayton. Era la única persona en el
pueblo que no juzgaba a Dawn. Decía que Dios se encargaría de juzgarla llegado
el momento. Los hombres miraban con deseo a Dawn. Las mujeres la culpaban de
haber seducido a Sean. Sarah creía que Sean era tan culpable como Dawn. Porque
él pudo haber frenado a tiempo.
Así,
no habría tenido otro hijo con ella.
Sarah
sabía que Sean había ido a verlo. Que si su marido había terminado acostándose
con Dawn era porque había ido a ver a Ethan. Que, a pesar de todo, su esposo se
preocupaba por los dos hijos ilegítimos que había engendrado. Y que Freddie no
sería una excepción. Aunque no llevaran nunca el apellido O’ Hara.
-El niño está bien-dijo Sean-Es un poco más
débil que Ethan. Pero crece sano.
-Me alegra saberlo-dijo Sarah.
No
quiso ver al niño. Le dolía verlo y recordar el engaño de su marido. Sarah no
derramó ni una sola lágrima. Era mejor no llorar. Supo algunas cosas del niño a
través de los vecinos. Sarah deseaba gritarles que no quería saber nada del
hijo que su marido había tenido con otra mujer. Aquel niño era el fruto de la
peor de las traiciones.
Se
enfadó con Olivia cuando supo que la niña se había escapado para ir a casa de
Dawn. Quería conocer a su nuevo hermanito. Sarah no sabía qué pensar. Después
de todo, el pequeño Freddie y Ethan también eran hermanos de sus hijos. Dillon
y Tyler no mostraron interés alguno en ellos. Pero Olivia parecía sentir cierta
fascinación hacia el pequeño Freddie. Algo que no gustaba nada ni a Sarah ni a
Dawn.
Una
epidemia de cólera azotó el pueblo. El cementerio se quedó pequeño.
Sean
no quería salir de su casa. Tenía miedo de contagiarse. Le quedaba el consuelo
de ver que tanto Sarah como los niños estaban bien.
Le
tocó enterrar a sus vecinos. Sean tenía miedo de que sus hijos fueran, incluso,
al establo. La Parca
se ha cebado con nosotros, pensaba Sean mientras cavaba una tumba para enterrar
a un sobrino de Clayton. Se le hizo un nudo en la garganta al contemplar el
pequeño ataúd en el que estaba metido el niño. Debía de tener la misma edad que
tenía su hijo Freddie. Apenas unos meses de vida…La Muerte no respeta ni a los
niños, pensó Sean.
Dejó
de cavar y se secó las lágrimas que empañaban sus ojos.
Sarah pensó que no iban a quedar vecinos en
pie y que el doctor Castro necesitaría más ayuda de la que recibía. El hombre
podía caer enfermo en cualquier momento. Y, para colmo de males, llegó la
noticia de que Dawn y el pequeño Freddie también estaban enfermos. Según supo
Sean, el pequeño Freddie era el que peor estaba de los dos. Su madre había enfermado
mientras lo cuidaba. Tenía una fiebre muy alta. Cuando se enteró, Sean fue
corriendo a verle. Sarah lo dejó ir, consciente de que su marido tenía que
cumplir con su responsabilidad. Y tenía una responsabilidad enorme con Dawn y
con Freddie. A punto estuvieron de morir por culpa del cólera. Adelita
convenció a Clayton de que debían de ocuparse del pequeño Ethan.
El niño estuvo con
ellos mientras su madre y su hermanito estuvieron enfermos.
No lloró.
Era un niño fuerte.
Se llevaba año y
medio con Tyler. Sabía cómo le llamaban en el pueblo. Odiaba a Sean por lo que
le había hecho a su madre. Por lo que le había hecho a él. Bastardo… Era un
bastardo. Y la culpa de todo la tenía Sean. También culpaba a su madre. No era
un mal crío. Pero estaba lleno de resentimiento.
Aún así, estaba
preocupado. Freddie está enfermo porque nuestros padres han pecado, pensaba
Ethan.
Sarah no le ocultó
la noticia a sus hijos. Debían de saberla. Olivia tenía seis años. Dillon tenía
doce. Tyler tenía nueve. Ya eran mayores.
Cuando
se enteró, Olivia estuvo llorando.
-Ese niño no es nuestro hermano, Livie-le dijo
Dillon al encontrarla llorando oculta tras un baúl en el desván-Es sólo el hijo
que nuestro padre ha tenido con otra mujer.
-¡Es mi hermanito!-insistió la niña.
-¡No lo es!
-Sí que lo es. Padre lo ha tenido con otra
mujer que no es madre. Pero es mi hermanito. ¡Y yo lo quiero!
Dillon
no supo rebatir las razones de su hermanita.
Fue
un milagro que Dawn y Freddie sobrevivieran. Sarah no pudo impedir que Sean
fuera a verles. No quería retenerle a su lado y Sean estaba angustiado por la
suerte de sus dos hijos ilegítimos. Le quedó a Sarah el consuelo de saber que
el cólera había dejado estéril a Dawn.
Olivia
se puso muy contenta cuando supo que Freddie estaba fuera de peligro.
Y
fue corriendo a verle.
A
partir de ahí, Olivia se volcó por completo en su hermanito. Dawn era todavía
muy joven, pero se alegraba en su fuero interno de saber que no volvería a
quedarse embarazada. Así, le evitaba un disgusto a Sarah O’ Hara.
Olivia
cogía en brazos a Freddie y lo llevaba con ella a todas partes. Sean era un
hombre callado y discreto. Se alegraba de corazón de ver a su hijito
recuperado. Y le dolía el haberle condenado a ser un bastardo. Quería gritar a
los cuatro vientos que Ethan y Freddie eran sus hijos. Lo sabía todo el mundo.
Se mostraba cariñoso con el pequeño Freddie. Pero Ethan estaba furioso con él.
Ojala pueda ganarme su cariño con el paso del tiempo porque también es mi hijo,
pensaba Sean.
La
epidemia se llevó por delante la vida de medio centenar de vecinos del pueblo.
Uhmm, preveo líos y menos mal que la epidemia ha limpiado la mitad en el pueblo, jejeje.
ResponderEliminarGafe soy, compréndelo Laura.
Saludos.
Uy se ve intersante que pasará? Te mando un beso y te me cuidas.
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