viernes, 18 de abril de 2014

LOS OJOS LLENOS DE LÁGRIMAS

Hola a todos.
Me he decidido a continuar con este cuento del que subí una parte hace algunas semanas.
La acción transcurre en el saloon de San Ezequiel o Streetman, el pueblo donde vive Olivia O' Hara con su familia.
San Ezequiel era el nombre que tenía el pueblo cuando Texas formaba todavía parte de México. Con la anexión de Texas a Estados Unidos, el pueblo cambia de nombre y pasa a llamarse Streetman.
Este cuento relata la vida de las chicas que trabajan en el saloon. Una vida dura y sórdida de la que les resulta difícil escapar y más difícil todavía llevar.

                     El Sol que lucía aquel día tan radiante la pareció casi un insulto a Emma.
                     Todas las chicas del saloon se habían reunido allí para despedir a aquel ángel. La pobre Sophie estaba destrozada. Todas sus compañeras se acercaron a ella para darle el pésame. El Padre Blasco bendijo el pequeño ataúd hecho con madera vulgar. No se sentía cómodo en aquel lugar.
                       Siempre era triste enterrar a un niño pequeño. Pero era todavía más triste cuando ese niño era el único hijo que tenía la madre.
-¿Por qué me la ha quitado Dios?-le preguntó Sophie a Emma con la voz ahogada por el llanto-¡Eire era apenas una niña!
-Era un ángel-respondió Emma-Dios quería tenerla a su lado.
                     Sophie fue la encargada de amortajar el cuerpo sin vida de su hija. Sólo seis años había vivido Eire desde su nacimiento.
                     Para Sophie, fueron los mejores años de su vida. Eire era su única alegría. En un aparte, Debbie también lloraba. Odiaba vivir en el saloon. Aquel lugar no era el apropiado para criar a una niña. Sobre todo, a una niña tan especial como Eire.
                     Desde hacía dos años, la ya de por sí frágil salud de la pequeña empezó a deteriorarse. El doctor Castro iba a visitarla todos los días y lo hacía gratis. Sentía una gran compasión por aquella niña. Desde su nacimiento, estaba claro que el paso de Eire por este mundo iba a ser corto. Todas las chicas del saloon se volcaron en ella.
-Cuando se cure, y aunque te duela, tienes que mandarla lejos-le dijo en una ocasión Emma a Sophie mientras las dos velaban el sueño de Eire.
-¿Cómo me pides que me aleje de mi hija?-se escandalizó Sophie.
-Es por su bien, amiga. Eire no puede quedarse en este lugar. Los clientes la respetan porque es una niña. Pero, y las dos lo sabemos, conocemos a clientes que le han hecho cosas espantosas a niñas de corta edad. Un poco más mayores que Eire...No debes permitir que nada malo le pase.
-Me romperá el corazón alejarme de ella. ¡Es mi vida!
-Vivir en un lugar como éste no es vida para ella.
                   El funeral concluyó. Sophie cayó de rodillas ante la tumba de su hija. Un par de hombres habían cavado la tumba y habían introducido el pequeño ataúd. Los entierros solían ser tristes. Pero era aún más triste el entierro de un niño de corta edad.
                    Las chicas se acercaron a Sophie para darle el pésame. Sin embargo, en su fuero interno, pensaban que Dios había hecho un milagro con haberse llevado a Eire.
                    Emma también lo pensaba aunque, por supuesto, no lo decía en voz alta. Le resultaba demasiado doloroso. No se trataba sólo de la frágil salud de la niña. Se trataba de la clase de vida que llevaría si lograba crecer.
                     Durante las últimas semanas, Eire casi no salía de la cama. Todas veían cómo la vida de la niña se iba apagando por momentos. Ni siquiera los cuidados abnegados de Sophie fueron suficientes como para salvarle la vida. El doctor Castro lloró cuando anunció que la niña acababa de morir. Fue la primera vez que Emma vio llorar a un hombre.
                    Emma se colocó su chal negro de lana sobre los hombros. Llevaba puesto un sencillo vestido de color negro. Una especie de mantilla cubría sus cabellos. Se acercó al Padre Blasco, quien se iba a marchar del cementerio. Se interpuso en su camino.
-Me gustaría darle las gracias-dijo Emma-Por haber venido. También...Deseo darle las gracias porque recuerdo que fue usted quien bautizó a Eire.
-Es mi deber-le recordó el Padre Blasco-Eire está con Dios y no volverá a sufrir nunca más.
-Sé que la gente del pueblo le criticó por haberla bautizado.
-Eire no tiene la culpa de las circunstancias de su nacimiento. Dios no mira eso. Fue una niña adorable a la que su madre y todo el mundo quería. Me preocupa darle consuelo a Sophie.
-Me temo que no lo superará nunca.



                     Emma se alejó del Padre Blasco. Se acercó a Sophie.
                    Se puso de rodillas a su lado.
                    Se sintió impotente. No sabía qué hacer para consolarla.
-Mi Eire...-sollozó Sophie.
-Lo siento mucho-alcanzó a decir Emma.
                    No podía hablar. Sentía cómo se le había formado un niño en la garganta. Abrazó con fuerza Sophie mientras ésta lloraba. Sintió que era lo único que podía hacer. Y, de algún modo, Sophie agradeció aquel gesto.

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