Antes de ser lady Catherine Weeler, la joven que lleva a Dillon O' Hara por el camino de la amargura tuvo otros nombres. Se llamó Margaret (duró poco). También se llamó Jemima (duró más). Y, durante unos días, pensé en llamarla también Rose (un nombre que me encanta).
Finalmente, se quedó en Catherine.
Este pequeño relato que me gustaría compartir con vosotros tiene como protagonista a Dillon y a su amada, llamada aquí Rose.
Y hay otros cambios que no guardan relación alguna con la historia. Sólo se relacionan con lo que paso a contar aquí.
Se llama Locamente enamorado.
Espero que os guste.
LONDRES, DURANTE LA DÉCADA DE 1840
Era un sábado por la noche y Dillon O' Hara permanecía sentado en una silla junto a la cama donde yacía su esposa Samantha. La joven estaba despierta y le miraba.
Samantha sentía que su tiempo se estaba agotando.
-Cuando yo no esté, no quiero que estés solo-le dijo-Me has dado mucho. Y te estoy agradecida. Aunque mi amor por ti nunca fue correspondido.
-¿Qué dices, Sam?-se extrañó Dillon.
-No soy tonta, cariño. Te conozco bien.
El recuerdo de Rose acudió a la mente de Dillon. Tenía la sensación de que volvía a ser un adolescente. Al lado de Rose, Dillon vivió las horas más hermosas de su vida. Fue un amor puro. Rose era una chica muy guapa. Estaba llena de vida. Era tan sencilla que no parecía descender de una adinerada familia. Su padre era un militar.
En un primer momento, Rose le evitaba por miedo. Era la menor de seis hermanas. Su padre estaba demasiado ocupado intentando casar a las cinco mayores. La mayor de las hermanas de Rose, Jasmine, estaba sufriendo por culpa de un amor no correspondido. Y Rose no quería hacerse ilusiones con Dillon como se había hecho ilusiones Jasmine con aquel apuesto joven que le destrozó el corazón. Le había robado su primer beso a Jasmine y hubo otros besos más. Pero él sólo quería divertirse con ella.
-La echas de menos-observó Samantha-Sigues enamorado de ella.
-Tienes un poco de fiebre-se excusó Dillon.
-Por favor, cariño. No me mientas.
Una tarde, Dillon y Rose salieron a dar un paseo por el pueblo.
Junto al pozo, situado en la calle principal de San Ezequiel, en el centro, Dillon le robó un beso a Rose. Las mejillas de la chica se encendieron de un bonito color rosa. Fue el primer beso para ambos. Dillon volvió a besarla. Al separarse, Rose esbozó una dulce sonrisa. En aquel momento, Dillon tuvo conciencia de que siempre la amaría. Fue el inicio de su historia de amor.
Samantha siempre supo que había otra mujer en la vida de su marido.
Habían pasado diez años.
Pero Dillon no había sido capaz de olvidar a Rose. En aquellos diez años, había intentado rehacer su vida. Llegó a Londres.
Sin embargo, a pesar de que consiguió un buen trabajo. A pesar de que el pasar tantas horas en el despacho llenaba su vida. A pesar de su matrimonio con Samantha...A pesar de todo...No era feliz.
Rose...
Tenía la sensación de que le faltaba un órgano vital desde que no la veía. Había vivido con intensidad aquel primer amor. Porque su amor por Rose había sido intenso y único.
-¿Sabes dónde está?-inquirió Samantha.
Dillon tenía la sensación de estar de nuevo en San Ezequiel.
Estaba volviendo atrás con su mente en el tiempo. Volvía a ser un adolescente. Un adolescente enamorado...Rose se hacía la tonta cuando lo veía y estaba en compañía de sus hermanas.
Pero, después, se veían a solas. Dillon llenaba de besos el rostro de Rose cuando se encontraban a orillas del riachuelo que pasaba por las afueras del pueblo. Siempre llevaba algo de agua en su caudal, recordaba Dillon.
Se veían una vez a la semana. El día escogido para verse era los sábados por la tarde. Dillon tenía la sensación de que su madre sospechaba algo. Pero lo olvidaba todo cuando se encontraba con Rose.
Abandonó San Ezequiel para olvidar. Para no tener que recordar a Rose. Creía verla pasar por sus calles. La casa abandonada era un recordatorio constante de que ella se había ido para no volver.
Samantha era miembro de la aristocracia. La hija única de un acaudalado marqués...Siempre se rumoreó que no era hija de él, sino que era la hija ilegítima de su cuñada, hermana de su primera esposa. Ni Samantha ni Dillon supieron si esto era real. O si era una mentira.
-Tengo una ligera idea de dónde puede estar-contestó Dillon.
-Entonces, cuando yo muera, quiero que vayas a buscarla-le pidió Samantha.
Fueron las hermanas de Rose quienes les separaron. No sentían celos de la relación que la chica mantenía con Dillon. Pero habían visto sufrir a Jasmine por culpa de un hombre. Creían que el joven Dillon le haría daño. Obraron de buena fe. Pero el padre decidió alejar a Rose de San Ezequiel. La chica no tuvo tiempo de despedirse de su amado.
-Ha pasado mucho tiempo, Sam-le recordó Dillon a su mujer-Puede que se haya casado. No creo que me esté esperando.
Samantha había llegado a conocer bien a su marido. Llevaban casados cuatro años. En un primer momento, el padre de Samantha se opuso a la boda. Trató de hacerle ver a su hija que un joven texano de ascendencia irlandesa no era el hombre apropiado para ella. Para sorpresa del marqués, Samantha se rebeló.
Dillon la besó por primera vez en Rotten Row.
Samantha supo que era el hombre de su vida. Por eso, no lo dudó. Se fugaron juntos a Gretna Green. Para cuando los marqueses los encontraron, la pareja acababa de contraer matrimonio en la Vieja Herrería, un lugar donde solían casarse numerosas parejas.
Los dos herreros dijeron que la pareja había afirmado que se habían casado. Y que bastaba con ello.
-Has cometido un terrible error-le dijo la marquesa a Samantha-No es el hombre adecuado para ti.
La joven no le hizo caso. Dillon y su esposa regresaron a Londres.
Dillon consiguió un trabajo como pasante de abogado. Los marqueses tardaron en reanudar su relación con Samantha. Estaban muy disgustados con ella. Lady Marianne, la supuesta tía o madre de la joven, pensó que Samantha podía darle un nieto. Había estado casada una vez antes de casarse con el marqués. No tuvo hijos durante su matrimonio. Pero tampoco tuvo hijos con el marqués.
Creyó que Samantha sería madre enseguida. Pero, un año después de la boda, los hijos todavían no habían llegado.
Dillon se juró así mismo intentar olvidar a Rose. Pero todas las noches aparecía ante él el rostro de su amada. Si estaba revisando un documento. Si estaba hablando con un cliente. Lo que veía era la dulce sonrisa de Rose. Era como una especie de fantasma que lo estaba separando de su mujer.
Una tarde, a orillas del riachuelo, Dillon probó con su lengua la suavidad de la piel de Rose. Se entregaron el uno al otro.
Sus encuentros fueron más apasionados. Perdieron aquella tarde la virginidad juntos. Después, a orillas de aquel riachuelo, pasaban largas horas besándose en los labios. Llenando el uno de besos cada centímetro del cuerpo del otro.
De algún modo, Samantha siempre supo que, a pesar de lo mucho que amaba a Dillon, su amor no era correspondido. Su marido nunca le fue infiel con el cuerpo. Lo que más le dolía a Samantha era que Dillon sí le era infiel con la mente.
-El primer amor nunca se olvida-suspiró Samantha.
-No te vas a morir-le recordó su marido-Y te quiero.
-Pero no me quieres como quieres a esa joven. Y eso me duele.
-Sam...Yo...
Samantha no conocía personalmente a la mujer a la que ella consideraba como su rival porque ni siquiera vivía en Londres. Dillon le contó que Rose era rubia. Y que tenía los ojos de color azul cielo. Ella le pidió que le hablara de Rose.
Pero Dillon habló con tanto amor de aquella chica que el corazón de Samantha se desgarró.
-Perdóname-se disculpó Dillon, desolado-No he sabido amarte como merecías.
-No pasa nada-le excusó Samantha-Ha sido un buen marido. Y te estoy agradecida por todas las cosas buenas que me has dado.
-Lo dejaste todo por mí. Te enfrentaste al mundo para estar a mi lado.
-No te puedo reprochar nada. No puedo mandar en tu corazón, cariño.
El primer año de matrimonio transcurrió normal. Dillon luchaba por ganar dinero suficiente para mantener a Samantha. Y luchaba también por olvidar a Rose. No lo consiguió.
El segundo año de matrimonio fue peor. Samantha creyó que su marido tenía una amante. Lo sentía cada vez más lejos de ella. Entonces, Dillon se atrevió a hablarle de Rose. Y Samantha supo que el corazón del hombre al que ella amaba tenía dueña. Quedó destrozada.
Los encuentros íntimos entre ambos desaparecieron a partir del tercer año de matrimonio. Los ojos de Samantha adquirieron una mirada triste. Seguía amando a Dillon con todas sus fuerzas. Entendía bien a su marido. Pero el desamor le hacía mucho daño. Nunca le echó nada en cara. Por suerte, según ellos, no habían tenido hijos. Ningún niño había sido testigo de su desdicha.
-Me habría gustado haber tenido hijos durante nuestro primer año de casados-admitió Samantha.
-Lo siento-se disculpó Dillon.
-Hablé con un médico. Tengo problemas para quedarme embarazada. Me enteré después de conocer la existencia de Rose. Creía que dándote un hijo te uniría más a mí. No fue así.
Dillon cogió la mano de su mujer y se la llevó a los labios.
La enfermedad les había unido. Dillon se desvivía por cuidar de Samantha.
A lo largo de su cuarto año de matrimonio, Samantha había perdido mucho peso. Sentía un fuerte dolor en el abdomen. El color de su piel y el color de sus ojos se tornó amarillento.
Presionada por su familia, Samantha decidió someterse a un examen médico. El resultado fue demoledor.
Todos quedaron destrozados al conocer la noticia.
Samantha padecía cáncer de páncreas.
Dillon se volcó en cuidarla.
Pasaba las noches en vela al lado de su mujer.
El fantasma de Rose les separaba. Había llegado a querer realmente a Samantha. Pero se trataba de un cariño casi fraternal. Le destrozaba verla consumirse a medida que iban pasando los días.
Dillon se sentía mal porque estaba enamorado de un simple recuerdo. El amor que sentía por Rose no desapareció con el paso del tiempo. Al contrario...
Parecía que iba creciendo a medida que iban pasando los días. Era un amor tan profundo y tan fuerte que asustaba a Dillon.
-Mi padre habló conmigo esta tarde-empezó a hablar Samantha-Bueno...No se trata de mi padre realmente.
-¿Lady Marianne es tu madre?-inquirió su marido.
-Es lo que me ha contado. Tía Marianne...Fue muy duro lo que pasó. Tenía dieciocho años. Y le hicieron daño. No sé quién lo hizo. Mi padre...El marqués lo sabe. Había que tapar la vergüenza de algún modo.
-Lo siento mucho.
-No importa. Siempre tuve la certeza de que tía Marianne era mi madre. Luego, entró en la habitación. Se lo pregunté. Me han confesado la verdad porque me estoy muriendo. No sé lo que pasará con el título de marqués. Supongo que irá a parar a manos de uno de los hijos del primo de mi padre. Del marqués...No tiene hermanos. No tiene hijos varones. Es una pena.
-Me sorprende tu entereza.
-Se está acabando mi tiempo, cariño. No sirve de nada ponerse a gritar. Ni a llorar.
-Te admiro, Sam.
-No busco tu admiración, cariño. Sólo busco tu amor. Pero...Ya nada importa.
Uy me gusta mucho aunque me da pena Samantha . Te mando un beso y te me cuidas
ResponderEliminarHola Citu.
EliminarEn ocasiones, nuestro corazón elige a quien ya tiene, por desgracia, dueña. Y eso es muy triste.
Un fuerte abrazo.
Cuídate.