Hola a todos.
Este relato es un poco controvertido por el tema que abarca.
Me animé a escribirlo porque me apetecía escribir algo diferente.
Transcurre en el siglo XIX, en una época la mujer que quedaba embarazada siendo soltera era repudiada por su familia. Y su vida se convertía en un auténtico Infierno.
Una mujer, ante la perspectiva de verse convertida en una paria y de ser despreciada por su entorno, de verse sola cuando más necesita el apoyo de la gente que la quiere, la puede llevar a cometer una auténtica locura con tal de evitar no sólo ese rechazo y esa soledad. También para impedir que la vergüenza y el escándalo envuelvan a su familia. Es triste. Es duro. Pero ocurría. Por desgracia...
Es un relato que toca un tema polémico. Lo sé. Muchas mujeres eran valientes. Otras mujeres podían pecar de cobardes por dejarse llevar por el pánico.
De ese tema trata este relato. En ocasiones, la gente puede cometer locuras en momentos de desesperación. Y algunas decisiones se toman cuando se es demasiado tarde.
Esta historia transcurre en el año 1830.
Una mujer vestida de negro corría por la calle.
Sentía fuertes dolores en el vientre.
La sangre manchaba su falda. Se detuvo al llegar a una esquina.
No llevaba puestos los calzones. Le colgaba una especie de hilo que le salía de la entrepierna. La masa que iba sujeta antes a aquel hilo ya no estaba. No había llegado a formarse del todo. Aunque la mujer decía que tenía forma humana.
Un sollozo se escapó de su garganta.
Si alguien se enteraba de lo que había pasado, sería su fin.
Mentalmente, culpó al hombre que la había colocado en aquella situación tan espantosa. Y también culpó a otro hombre, a un hombre que pudo ayudarla. Pero no quiso ayudarla.
La mujer era joven.
Sintió cómo las fuerzas le estaban fallando. No podía seguir con su carrera.
Llegó a la Plaza de San Martín. Los recuerdos acudieron a su mente.
Recordaba un encuentro que había ocurrido meses antes en la Plaza de San Martín, donde unos labios se posaron sobre sus labios.
En aquellos momentos, había sido una joven enamorada. Una joven que se abrazaba al hombre del que se había enamorado perdidamente. Aquel recuerdo le hizo daño.
La oscuridad se iba apoderando poco a poco de ella. No podía seguir recordando. No podía seguir pensando. El hombre que la había besado en aquel mismo lugar meses antes se había ido para siempre. La había abandonado a su suerte.
Don Gustavo Aquiles Aballe Abecia viajaba
alrededor del mundo. Era un hombre astuto y despierto. Su último viaje le llevó
a Argentina. En concreto, acabó en la ciudad de Córdoba.
Pero se había metido en numerosos líos. Una parte de él estaba harta de la vida que
llevaba. Necesitaba descansar. O eso era lo que le decía su conciencia. La otra
parte de él seguía deseando vivir nuevas aventuras. Conocer otros países. Otras
mujeres…Divertirse un poco más antes de regresar a España.
En
aquella reunión, conoció a Tamara Gastón. Era sobrina de un conocido político
de la ciudad. No creo que pasase nada entre ellos. Pero no pasó nada porque don
Gustavo no quería. Fue Tamara la que le buscó.
Le
pareció una joven bellísima. Quizás era la mujer más hermosa de todo el salón.
De toda Córdoba…Pero…Parecía que estaba buscando un marido. Y eso espantó a don
Gustavo. Estaba dispuesto a aceptar cualquier cosa, menos el matrimonio.
Cuando
le presentaron en aquella reunión a la señorita Tamara Gastón, don Gustavo
cogió la mano de la joven y depositó un beso cortés en el dorso que le daba a
entender que no estaba en absoluto interesado en ella.
-No pienso iniciar una relación con esta
joven-se dijo don Gustavo mientras aceptaba la copa de champán que un criado le
ofreció-No quiero iniciar una relación con nadie.
Tamara
Gastón era una joven más bien baja. Iba vestida con elegancia. Su vestido no
era el apropiado de una debutante debido a que era de color rojo oscuro, muy provocativo
y que dejaba al descubierto los hombros y parte de los pechos de Tamara. Lucía
un complicado moño, pero muy sobrio.
Antes
de que se la presentasen, a don Gustavo le habían hablado mucho de la señorita Tamara
Gastón. Pero él no se sentía impresionado por ella. Al parecer, la señorita Tamara
Gastón se había convertido en la sensación de la alta sociedad aquel año. No
venía de una familia muy rica. Pero sus padres eran criollos que estaban
emparentados con diferentes casas aristocráticas de España. Todo el mundo
comentaba que Tamara era una criatura adorable, capaz de conquistar el corazón
de cualquier hombre que se le pusiese a tiro.
Sin
embargo, don Gustavo tuvo la impresión de que Tamara Gastón tenía muy poco de
inocente. Su manera de hablar y de moverse la delataban como una seductora de
mucho cuidado. Y había puesto los ojos en él…
Tuvo
la impresión de que Tamara Gastón había pasado por numerosas camas y que él era
uno más en su larga, pero discreta, lista de amantes.
Un
escalofrío recorrió la columna vertebral de don Gustavo al mirar a Tamara a los
ojos. Tenía unos hermosos ojos, pero su mirada era muy fría.
Los
anfitriones insistieron en que un grupo de personas tocase varios instrumentos
musicales. Algunas parejas se juntaron y comenzaron a bailar el vals. Le
ofrecieron a don Gustavo bailar con Tamara. Don Gustavo quiso negarse. Pero no
le dejaron…
De
pronto, se vio en el centro de la sala de estar, bastante grande, de la casa de
sus anfitriones. Estaba bailando el vals con Tamara Gastón.
-Entonces, ¿vos sois de España?-quiso saber
ella con su delicado acento.
-Sí-contestó don Gustavo-Soy de España. En
concreto, soy de Valencia.
-Nunca he estado en España. Pero me gustaría
ir allí algún día.
-¿Ah no?
-Pero me han hablado mucho de su país. Dicen que
es muy lindo. ¡Me encantaría visitar algún día España! Pero mis tíos no me
dejarán ir. Me encanta viajar. Deseo viajar. Pero no puedo. Mis papás son muy
estrictos conmigo. Aunque yo no les hago mucho caso.
-Sois una joven muy temeraria. Eso no está bien
visto.
-Lo sé. Pero me da igual lo que diga la gente.
Yo hago lo que me viene en gana.
-No conozco a nadie que diga lo mismo que
usted.
-Las mujeres no saben vivir la vida. Pasan el
día encerradas sin hacer nada. Bordando y aprendiendo modales cuando son unas
muchachitas. Luego, se casan y viven pariendo críos que, más tarde, criarán las
nodrizas. Ellas se limitan a vegetar.
-¿Y sus padres?
-Mis papás murieron hace algunos años. Cuando
yo era muy pequeñita, murió mi papá en un accidente. Hace un par de años, unas
fiebres se llevaron a mi mamá.
-Lo siento mucho…Tiene que ser muy triste para
usted no tener padres…
Don
Gustavo tuvo la impresión de que Tamara quería arrojarse a sus brazos aquella
noche, pero no quería liarse con ella.
Antes
de bailar el vals con la joven, le habían dicho a don Gustavo que Tamara poseía
una cuantiosa dote que aportaría a su matrimonio. Pero don Gustavo no quería
saber nada de ningún dinero. Él vivía con muy poco. Si Tamara Gastón quería
casarse con un hombre rico, él no era el tipo indicado para una mujer como
ella. Además…Siempre podía buscarse una mujer en otro sitio. No quería liarse
con mujeres de la alta sociedad porque sabía que podía ser muy peligroso…Pero
podía tener una aventurilla agradable con otro tipo de mujer que, aún sin ser
de la alta sociedad, era agradable y complaciente…Don Gustavo huía como de la
peste de las preocupaciones…Nada de preocupaciones…Ardía en deseos de ir a un
bar y flirtear con las camareras que estuvieran trabajando en él hasta altas
horas de la madrugada.
Depositó
un beso en la mano de Tamara y se vio obligado a besarla en la mejilla cuando
el vals terminó y la llevó al lado de sus tíos.
Permaneció
el resto de la velada sentado en una silla, mirando a las demás parejas bailar
en la improvisada pista de baile.
Tenía
ganas de irse, pero no quería hacerle un feo a sus anfitriones, que habían sido
amables con él. Don Gustavo ya había protagonizado suficientes escándalos a lo
largo de su corta vida. No quería protagonizar ni uno más desde que abandonase
de manera precipitada Donegal.
Varias
veces, su mirada se encontró con la mirada de Tamara Gastón. La muchacha
bailaba el vals de manera un tanto…provocativa…Pegaba demasiado su esbelto
cuerpo a la figura de su compañero de baile. Tenía que admitir que Tamara tenía
un cabello precioso, de color castaño muy claro. Con matices rubios. Un pelo
natural.
Un
pelo hermoso para una mujer hermosa.
-¿Se marcha?-le preguntó Tamara Gastón cuando
vio que don Gustavo se iba.
-Me duele mucho la cabeza-respondió él-Y
quiero descansar.
Depositó
un beso en la mano de Tamara y se marchó.
Al
día siguiente, asistió a otra reunión, mucho más tranquila, en un elegante
ático. El ático tenía vistas a la
Plaza de San Martín. Alguien le comentó que era el lugar favorito de la señorita Tamara Gastón. Se la veía mucho paseando por aquel lugar con su dueña. A don Gustavo le encantaba ir a aquel lugar
porque le parecía un lugar tranquilo, apacible…Muy apropiado para descansar…
-Excelencia-le saludaron al entrar.
-Buenas tardes-contestó don Gustavo.
Vio
a Tamara besando a un caballero en las mejillas y tuvo la tentación de salir
corriendo. Pero ella se acercó muy deprisa a él y le impidió la huida. Le
tendió la mano y don Gustavo se vio obligado a besársela.
-Buenas tardes, don Gustavo-le saludó Tamara.
-Buenas tardes, señorita Gastón-le devolvió el
saludo don Gustavo.
-Creía que no volvería a verle…
-Todavía no he decidido cuándo me iré de aquí.
-¡Mejor!
-¿Mejor?
-Sí…Así podré estar más cerca de vos…
-Estupendo…
Don
Gustavo tuvo una visión de sí mismo compartiendo caricias con Tamara Gastón en
su cama, ambos semidesnudos y tendidos encima de un colchón…Con las mantas y
las sábanas cubriendo sus cuerpos…
No
le cabía duda de que Tamara Gastón poseía un rostro angelical…Pero también
poseía el alma de una prostituta cara…Don Gustavo no se fiaba mucho de las
mujeres que poseían el rostro de un ángel y vestían de una manera tan
provocativa que parecían…furcias…En otro tiempo, quizás don Gustavo se hubiese
sentido muy atraído por Tamara porque era una belleza. Pero…Ahora…No…No
podía…No quería sentirse atraído por nadie…
Tuvo
la impresión de que Tamara quería decirle algo…
-Me lo pasé muy bien con vos la otra
noche-dijo la joven-Vos sois un hombre encantador.
-Gracias…-dijo Gustavo-Es
usted…Muy…Amable…Señorita Gastón…
-¡Sólo estoy diciendo la verdad, Excelencia!
Me alegra conocer a un aristócrata español. He oído hablar mucho de ustedes,
los españoles, y debo decir que todo lo que me han dicho es falso.
-¿Falso?
-Mis tíos opinan que ustedes, los españoles,
son personas muy poco amables…Más bien antipáticos…Un poco groseros…
La
mirada seductora que Tamara le dedicó a don Gustavo le hizo saber que ella no
le consideraba en absoluto poco amable, antipático y grosero.
-Me gustaría volver a verle-dijo Tamara.
-Yo me iré en breve de Córdoba-afirmó don
Gustavo-No sé adónde…
-¿Piensa regresar a España?
-No creo. Soy un hombre libre. Me gusta ir donde me lleve el viento.
-Entonces, quédese. Me cae bien…Me gusta
mucho…Sos encantador…
Las
mejillas de don Gustavo se encendieron.
Tuvo
la impresión de haber retrocedido en el tiempo y tener nuevamente catorce años.
Al
día siguiente, la portera avisó a don Gustavo de que había una dama esperándole
en el portal.
La
portera le dijo, además, que la dama tenía el cabello de color castaño muy
claro con matices rubios. ¡Mierda!, se dijo don Gustavo. Por su cabeza pasaron
las imágenes de cuando el marido de Louise Mayhew le sorprendió con ella. Louise
tenía marcas de los dientes de don Gustavo grabadas en su cuello…Y en otras
partes de su cuerpo…Sus labios estaban hinchados por los besos…Ella se había
comportado como una mujer apasionada…Le había acariciado con audacia…Se notaba
que su marido era un pésimo amante…
Pero
don Gustavo no quería que la historia se repitiera y no quería saber nada de
ninguna mujer. Especialmente, de una mujer que tenía el cabello de color
castaño claro con matices rubios.
-No es bueno que una dama acuda sola a la casa
de un caballero, especialmente si esa dama y ese caballero están
solteros-comentó don Gustavo.
-La dama iba bien vestida-dijo la
portera-Aunque iba vestida de negro…Como si viniese de un funeral…Era muy
linda…De eso no me cabe duda…Pero parecía estar un poco…Inquieta…
-¿Inquieta?
-Sí…como si la preocupase algo…
-Entiendo…
-¿Qué hago? La muchacha está esperando en el
portal. ¿Le digo que suba o…?
Don
Gustavo fue al pequeño mueble-bar. Se sirvió un vaso de whisky, con la
intención de relajarse un poco. Bebió un sorbo.
-Dígale que suba-contestó el joven
marqués-Pero que se dé prisa…No quiero arruinar la reputación de nadie…Ni
quiero manchar más la mía…
Cuando
Tamara Gastón entró en el piso alquilado, pero bien decorado, que tenía don
Gustavo, con su sonrisa seductora, un escalofrío de terror recorrió la columna
vertebral de éste.
-Se avecinan problemas-se dijo.
-Me alegro mucho de volver a verle-dijo Tamara
entrando en la pequeña salita de estar.
Besó
a don Gustavo en las mejillas.
Éste
la miró aturdido. ¿Qué quieres de mí?, le preguntó en silencio. ¡Déjame
tranquilo! ¡No quiero saber nada de ti! Eres muy guapa…Pero…No quiero saber
nada de mujeres durante una temporada…
-Siempre es una alegría volver a ver a un
caballero tan apuesto y tan elegante como lo sos vos-dijo Tamara tomando
asiento en el sofá.
Los
ojos azules de la joven, de mirada penetrante, recorrieron a don Gustavo de
arriba abajo.
-Mire, no voy a negar que es usted una
belleza, pero…no me interesa…-se sinceró, de golpe.
Tamara
se encogió de hombros. Parecía una aparición, vestida completamente de negro.
Se levantó el velo negro que le cubría la cara.
Don
Gustavo le sirvió a la joven un vaso de whisky. Su intención era escandalizarla
y que se marchase de allí, pero fracasó en el empeño. Tamara cogió el vaso de
whisky.
-¡Sos muy gentil…!-exclamó Tamara.
-¿Qué quiere de mí?-le preguntó don Gustavo-Ha
venido aquí con un único motivo. ¿De qué se trata?
-No pasa nada. No tenés de qué preocuparse…He
venido…Pos…Para platicar un ratito con vos…¿Es eso un delito?
-Sí. Está poniendo en peligro su reputación,
señorita Gastón. ¡Madre mía! Imagine que alguien la ha visto entrando en este
piso y…
-No me ha visto nadie.
-¿Cómo puede estar tan segura?
-Porque la gente confía en mí y nadie sabe
dónde estoy.
-¡Dios mío!
Tamara
se bebió de un solo trago su vaso de whisky.
¡Qué
raro!, se dijo don Gustavo. Una dama…bebiendo whisky…
Tuvo
la impresión de que la muchacha había acudido a su casa a pedirle ayuda. ¿Por
qué?, se preguntó. Apenas se conocían y, aunque Tamara había quedado gratamente
impresionada con él, no podía decirse que estuviese locamente enamorada de don
Gustavo. Pero le necesitaba…Aunque sólo fuera para decir que no todos los
hombres eran unos cerdos…
Porque
era la verdad…Los hombres eran todos unos cerdos…
Tamara,
de pronto, hizo algo que sobresaltó a don Gustavo. Se abalanzó sobre él, lo
apoyó contra la pared, lo besó con avidez y le metió la lengua en la boca.
Durante unos instantes, don Gustavo tuvo la impresión de que era Louise Mayhew
la que lo estaba besando. Al darse cuenta de que estaba con Tamara, se apartó
de ella bruscamente.
-Estoy esperando un hijo y necesito un padre
para él-dijo Tamara, de pronto y casi sin aliento-No quiero ser una mamá
soltera.
-Pero…-balbuceó don Gustavo-Ese niño…¡No es
mío!
-Lo sé…
-¿Y quiere que me case con usted, sin
conocerla, para que su hijo…?
-¡No quiero parir a un bastardo! ¿Vos no
comprendés?
-Yo…Me doy cuenta…Pero…
-El padre de mi hijo me volvió loca con sus
besos…Me atrapó con sus caricias…
-Y, cuando usted le dijo que estaba
embarazada, se marchó antes de que se diese cuenta. ¿No es así?
-¡Usted es el mejor partido de todo el país!
Es un español rico y, además, es marqués. No le estoy pidiendo que me ame. Sólo
le estoy pidiendo que reconozca a mi hijo como suyo.
-Lo siento…Pero no puedo ayudarla, señorita
Gastón…Hable con el padre de su hijo…
Los
bonitos ojos de la joven se llenaron de lágrimas. Había visto su reputación
arruinada por completo.
-Podríamos casarnos antes de que empiece a
notárseme el embarazo y podríamos decir, cuando haya nacido el niño, que es
prematuro-sugirió Tamara.
-¿No cree que la gente podría darse cuenta de
que su hijo no se parece en nada a mí?-le indicó don Gustavo.
-Podríamos irnos a cualquier parte…O quedarnos
aquí…O marcharnos a España…
Tamara,
en aquellos momentos, estaba muy preocupada por conseguir salvar lo poco que le
quedaba de su reputación.
-Podría hablar con el padre-propuso don
Gustavo.
-¡No!-exclamó Tamara-¡No! ¡No! ¡No podés
hablar con él! ¡Se lo prohíbo! ¡No hable con él!
-¿Y por qué no puedo hablar con el padre? Me
imagino quién podrá ser…Un hombre casado…Un hombre rico…Un hombre que tiene
familia…Algún político influyente de la ciudad…
Tamara
rompió a llorar con amargura. ¿Qué solución le quedaba si se descubría que
estaba esperando un hijo? Sus tíos se sentirían muy decepcionados con ella. La
culpa es mía por haber sido tan tonta, se dijo Tamara con desesperación.
Confiaba en que don Gustavo se compadeciese de ella…Que se casase con ella…No
lo amaba, por supuesto, pero le hacía ilusión convertirse en marquesa, viajar a
España y que su hijo fuera heredero de un marquesado…¡Dar a luz a un heredero!
Don
Gustavo le dio un abrazo breve a Tamara y se separó rápidamente de ella. Tamara
se aferró con desesperación al brazo de don Gustavo y le miró de manera
implorante, pero él no sabía qué hacer. Tamara había pagado un precio demasiado
alto por los besos y las caricias de algún sinvergüenza. Le cogió la mano y se
la besó con respeto.
-No puedo casarme con usted, señorita
Gastón-le dijo-Lo siento.
Tamara
se cubrió los ojos con las manos y lloró de manera desesperada.
-¿Por qué?-le preguntó entre sollozos-¿Por
qué?
-Porque no quiero ser su cómplice en una
mentira-respondió don Gustavo.
Tamara
extendió una mano de manera suplicante. Cayó a los pies de don Gustavo.
Aquella
joven necesitaba ayuda y don Gustavo no sabía si debía de dársela o no.
-¡Tenés que ayudarme a salvar a mi familia de
una enorme vergüenza, Excelencia!-le imploró Tamara.
-Yo…-balbuceó don Gustavo-Déme tiempo para
pensarlo…Lo que me está pidiendo es…
-¡Tiempo! ¿Querés que le dé tiempo?
-Sí…
Tamara
se aferró a las rodillas de don Gustavo, como si le estuviese implorando que le
perdonase la vida.
-¡Tiempo!-exclamó la joven dolida.
-Sí…-balbuceó don Gustavo-Déme unos días…
-¡Eso es precisamente lo que me falta! ¡Me
falta tiempo! Estoy embarazada de casi dos meses, Excelencia. ¿Sabe lo que eso
significa?
-No…Yo…
-¡Dentro de dos meses, empezará a notárseme el
vientre y la gente empezará a murmurar!
-Yo…
Don
Gustavo acarició la cabeza de Tamara Gastón y la dejó llorar durante un rato
para que se desahogase.
¿Qué
hago, Dios mío?, se preguntó don Gustavo.
Don
Gustavo pasó dos días sin saber qué hacer.
Por
un lado, Tamara había acudido a él en busca de ayuda.
La
vida le había ofrecido a don Gustavo la oportunidad de hacer lo correcto.
Durante los últimos años, don Gustavo había vivido sólo para sí misma. No había
pensado nunca en los demás. Y, ahora, Tamara le rogaba de manera desesperada
que la ayudase.
Una
joven dama soltera…Y embarazada…
Don
Gustavo odiaba al tipo que se había aprovechado de la inocencia de Tamara.
Más
tarde, se preguntó si acaso había sido Tamara la que había seducido al padre de
su hijo.
La
portera había escuchado toda la conversación porque era un poco cotilla y había
tenido el oído pegado a la puerta del piso alquilado de don Gustavo.
Le
ofreció al joven marqués su ayuda para encontrar al canalla que había dejado
embarazada a Tamara Gastón. Don Gustavo le preguntó si conocía la identidad del
padre del bebé que la muchacha estaba esperando.
-No sé quién es-respondió la portera.
-Entiendo…-suspiró don Gustavo.
-Tiene que ser algún canalla…
Don
Gustavo se dijo que la portera estaba en lo cierto. ¿Y qué podía hacer él?
Podía casarse con Tamara, darle un apellido a su hijo, convertirlo en su
heredero y vivir en una mentira durante el resto de su vida. Pero estaría
siendo muy injusto con el niño. Algún día, éste crecería…y podría descubrir la
verdad…
Entonces…se
sentiría muy disgustado…
Y
decepcionado…
Don
Gustavo, de vuelta al presente, hizo lo imposible por saber la identidad del
hombre que había dejado embarazada a Tamara Gastón. Se lo debía a la joven.
Habló con todos los conocidos que tenía en Buenos Aires, pero ninguno sabía
nada acerca de que la señorita Gastón estuviera viéndose con alguien a
escondidas de sus tíos, los cuales la sobreprotegían en exceso. Habló con las
numerosas amigas que tenía Tamara. Pero éstas tampoco pudieron decirle gran
cosa al respecto. Sólo respondieron que Tamara había sido todo un éxito…Y que
tenía numerosos pretendientes…
Don
Gustavo tomó, entonces, una decisión. Se casaría con Tamara. Reconocería al
hijo que la joven estaba esperando como suyo y le nombraría su heredero si
tenía un varón.
Pero
todo fue inútil.
Decidió
ir a la casa de los tíos de Tamara para pedirle la mano de la joven en
matrimonio y casarse con ella lo antes posible.
Pero
no hizo falta que lo hiciera.
Decidió
ir aquella misma tarde a la casa de los tíos de Tamara y estaba en ropa
interior, preparándose la ropa que llevaría, cuando sonó la puerta. A pesar de
todo, fue a abrir.
-Le traigo malas noticias, señor marqués-le
dijo la portera.
-¿Qué sucede?-quiso saber don Gustavo.
-La muchacha que vino aquí el otro día…La
señorita Gastón…
-¿Qué le ha pasado a la señorita Gastón?
-Ayer llegó a la casa de sus tíos y se
desmayó…Traía toda la falda manchada de sangre…
-¿Qué? ¿Qué dices? ¡Eso no…puede ser…!
-La noticia ha corrido como un reguero de
pólvora por toda la ciudad. La señorita Gastón se ha sometido a un aborto.
-¡No puede haber abortado! ¡Iba yo a ir a la
casa de sus tíos esta tarde a pedirle su mano en matrimonio!
-Será mejor que se marche, señor marqués…La
señorita Gastón le ha dicho a su tío que usted la violó y que se negó a casarse
con ella para reparar la afrenta…
-¡Eso es mentira! ¡Jamás le he hecho nada a
esa chica!
-Yo le creo, señor marqués. Pero el tío de la
señorita Gastón, el señor Heredia, no piensa lo mismo. Cree a su sobrina.
Quiere matarle…Está muy enojado…Hágame caso, señor marqués…
-¿Qué me sugiere que haga?
-Marcharse.
-¿Quiere que me vaya sin dar la cara?
-Es lo mejor que puede hacer. El señor Heredia
quiere su cabeza y, además…La señorita Gastón está muy grave…Se teme por su
vida…
Don
Gustavo sintió cómo el mundo se le venía encima. ¡Huir otra vez! ¡No! ¡No
quería huir! ¡Esta vez no!
Tamara
Gastón estaba loca.
Había
actuado sin pensar que él había decidido ayudarla…
¿Qué
podía hacer ahora? No quería irse porque esta vez era inocente. Pero el señor
Heredia era un hombre muy rico, muy poderoso y muy influyente…Lo quería muerto…
La
portera le dijo a don Gustavo que podía huir del país aquella misma noche.
-¿Y adónde quiere que vaya?-le preguntó don
Gustavo con amargura.
-A cualquier parte-respondió la portera-Adónde
pensés que estarés a salvo…
-Yo no…
-Tenés que hacerlo…Por su bien, señor marqués…
-¡Yo no he hecho nada, joder!
-Lo sé.
-¡Soy inocente!
-Eso también lo sé.
-¿Es que nadie me va a creer nunca?
-Yo le creo, señor marqués.
-Se lo agradezco…De verdad…
-Le ayudaré a preparar su equipaje, señor
marqués.
-No es necesario…
-Déjeme hacerlo.
-Gracias…Nuevamente…
Don
Gustavo palmeó afectuosamente la espalda de la portera.
-Rezaré mucho para que vos llegue a salvo a su
destino-le dijo la portera mientras doblaba una de sus camisas.
Don
Gustavo volvió a palmearle la espalda.
Entre
los dos terminaron de hacer el equipaje. Don Gustavo tenía que salir lo antes
posible de Córdoba. Tenía la sensación de que Tamara había cometido un terrible error. ¿Por qué no quiso hablar ocn él? ¿Por qué no fue a buscarle?
Se
despidió con un corto abrazo de la portera y subió a un coche de alquiler que
detuvo en la calle.
Hizo
que el cochero lo llevase al puerto. Una vez allí, compró un pasaje en un barco
que salía aquella misma noche. Había tenido suerte…Como le pasó en Donegal…No
sabía adónde iba el barco…Y tampoco le importaba mucho, la verdad. Lo único que
quería era irse…Quería irse muy lejos…Lo más lejos posible de la señorita Tamara
Gastón y de su tío, el señor Heredia…
Subió
al barco.
Le
llevaron a su camarote. Don Gustavo se encerró en él. No quiso salir de allí
durante días.
¿Cómo se había atrevido a rechazarla? Tamara estaba furiosa
con aquel cobarde. No le pedía gran cosa. Se casarían. Pero él llevaría su
vida. Y ella llevaría la suya. Su bebé no tendría que pasar por un bastardo.
Pero Gustavo había preferido huir. Nunca más volvió a verle. Mariana pensaba
que era lo mejor que le podía pasar.
Sabía que había perdido el bebé. Sentía un fuerte dolor en su entrepierna. La comadrona a la que visitó le había hecho daño.
Sus tíos estaban furiosos con ella. El médico que la atendió también estaba furioso con ella. Acostada en su cama, Tamara les escuchaba hablar de ella. Sabía que la estaban insultando. Y ella sólo hacía una cosa. Llorar.
Había actuado de aquel modo porque estaba desesperada. Porque había sido débil una vez.
No es justo, pensó Tamara con rabia. Los hombres son libres de hacer lo que les plazca. Nadie les juzga. Pero yo no puedo gozar de esa libertad. Me juzgan porque no llegaré virgen al matrimonio. Sólo Dios sabe lo que me espera.
La fiebre le bajó. Su cuerpo empezó a recuperarse. Pero tardaría mucho más tiempo en recuperarse en su corazón de todo lo que había vivido. Se había topado de bruces con el egoísmo de la gente. Y se había sentido muy sola.
FIN